Capítulo 11

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11

—¿Qué lugar es este?—pregunta Adela, observando hacia todas partes.

—Este es mi lugar favorito en el mundo—digo, mientras sumerjo mi tenedor en uno de mis canelones—. Amo la comida italiana, ¿sabes? Y en este lugar preparan la mejor comida del mundo.

Observo a Adela durante un segundo, mientras ella sigue inspeccionando el lugar. Cuando me atrapa observándole, bajo la vista.

—Este no es el mismo restaurante al que llevó a Lucía, ¿no es así?

Niego con la cabeza.

—No. Este lugar es muy mío, hay mucha gente que me agrada. No suelo traer chicas para acá.

De pronto, me doy cuenta de que he traído a Adela y siento que se me empiezan a calentar las orejas. Ella evita mi mirada incómoda y, entonces, cambio magistralmente de tema.

—Entonces, ¿qué haremos con el asunto de Lucía?

Cuando me vuelve a mirar, los ojos le brillan. Quizá ha sido por lo que he dicho antes, pero decido no pensar en eso justo ahora en que las cosas comienzan a ponerse divertidas.

—Como no conseguimos la foto, y realmente no quiero culparle, Pablo—asegura—no tenemos ninguna prueba. Y aún si la tuviéramos, no probaríamos nada con una foto de la señorita Lucía solo subiendo a un auto.

Asiento, comiendo otra vez. Antes que yo pueda hablar, ella lo sigue haciendo.

—Así es como usted tiene que entrar en el juego—agrega, quitándose un rulo que se le va al rostro—. Mañana tiene que estar atento a todo lo que diga. Tengo un sistema de grabación que usted podrá llevar entre la ropa.

Me quedo de una pieza, tragando de todo de una vez.

—¿Cómo conseguiste eso?

Ella se sonroja.

—Lo compré por internet.

Me echo a reír, y le resto importancia con las manos.

—¿Cómo fue que no trabajaste en la policía de investigaciones si te gusta tanto ser espía?

La vista se le nubla de pronto y me arrepiento, porque definitivamente no me gusta ver triste a ninguna chica. Especialmente ella que siempre parece contenta por alguna cosa.

—No necesitas responderme si no quieres.

—Es que tengo problemas a la vista—dice apuntando las gafas, con una mueca triste.

De pronto, me convierto en una mejor versión de mi mismo y solo por hacerla sentir mejor, le digo:

—A veces las cosas no llegan ni cuándo queremos, ni cómo queremos. Mira, mi vida me ha enseñado que tal vez las cosas demoren, pero siempre llegan... Y de la mejor manera que se pueda. Tal vez no eres policía, pero aún tienes las facultades de investigar, Adela. ¿Sabes por qué? Porque no te rindes, y creo que esa es la mejor cualidad que cualquier persona puede tener.

Ella se queda en silencio un momento y luego sonríe de una forma extraña. Muy cálida.

—Gracias, Pablo—dice y todo lo que resta de noche, nos lo quedamos hablando de los planes para el día siguiente.

Pablo y Adela [EN EDICIÓN]Where stories live. Discover now