Capítulo 43

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Dejo caer la mochila que llevaba en la mano suavemente hasta el suelo, mientras me adentro en la habitación de Adela. No entiendo qué rayos está pasando. ¿Por qué justamente ahora ese mensaje aparece en la computadora de ella?

Adela suelta un largo suspiro, como si hubiese estado conteniendo el aire durante muchísimo tiempo. El único sonido que podemos escuchar es el del viento dando con la ventana. Por lo demás, estamos un par de minutos tratando de salir de la impresión.

En cuanto lo hacemos, Adela murmura:

—Esto se está volviendo serio, Pablo.

La observo, aún ensimismado, teniendo que sacudir la cabeza para volver en mí. Me levanto de la cama acercándome a ella. Tomo la silla en la cual está sentada, una típica silla de computadora estática con ruedas, la cual giro hacia mí y alejo de la pantalla. Es como si fuera a salir una mano cargada con un arma a dispararnos a ambos desde la pantalla, por lo cual decido alejarle de ahí.

—Hace muchísimo tiempo que esto está de locos, Adela—sentencio.

Ella me mira con el rostro asustado, mientras me voy sentando a la cama nuevamente.

—Tal vez... lo mejor sería dejar todo esto hasta acá, Pablo. Se está poniendo demasiado peligroso. Yo no sé quién ha enviado ese tic tac ni las implicancias que vaya a tener, Pablo. ¿Se imagina que sea una especie de sentencia de muerte?

Me la quedo mirando con el corazón acelerado, porque en ningún caso deseo que Adela muera o algo por el estilo. Tampoco espero morir yo. Al menos, de momento todavía me quedan muchísimas cosas por hacer y sé que Adela también tiene bastantes.

—No lo sé—le digo, pero ella sabe que yo también siento miedo. Guarda silencio, observándome. —Fernanda vendrá por mí para llevarme a su casa—agrego tras una pausa, rascándome la cabeza—. ¿Qué crees que debamos hacer?

Adela suspira, poniéndose de pie y caminando a través de la habitación. Con el pelo tomado en una cola de caballo se ve bastante diferente, porque siempre suele estar con el cabello desordenado en todas direcciones. Si esta fuera una situación normal, probablemente habría sonreído, pero sé que no es el momento.

—Tal vez llegue un punto—dice mientras camina de ida y vuelta, desde su escritorio hasta la cama—, desde el cual ya no exista retorno, Pablo. Quiero decir, si realmente nos embarcamos en esto que está siendo totalmente peligroso, puede que incluso nos suceda algo. No puedo hacerle esto a mi abuelita, Pablo—dice girándose hacia mí, con la mirada compungida—. Pero, por otra parte, no quiero dejar esto hasta averiguar realmente qué está pasando. Ya no se trata únicamente de la tienda. Es algo mayor. Muchísimo mayor.

Trago saliva, porque se me ha hecho un nudo en la garganta de la incertidumbre mientras la observo.

Todo lo que sucede es un gran lío.

Finalmente decidimos que lo pensaremos mejor durante un par de días. No podemos hacer mucho más, ya que ninguno se encuentra en condiciones de decidir qué hacer. Decidir justo ahora implicaría no hacerlo con la cabeza fría. Así que nos damos un plazo de la noche hasta la mañana para volver a hablar sobre ello. Sobre todo, para tener una idea de qué hacer.

Fernanda me va a buscar cuarenta y cinco minutos después de que hayamos visto el mensaje en la computadora (y el cual dejó de estar ahí pasados unos minutos, como si nunca hubiese existido), en su auto. A pesar de que lucho alrededor de cinco minutos para que no se baje del auto y nos vayamos enseguida, ella logra franquearme para irse directo hasta Adela, a quien abraza como si la hubiese conocido toda la vida, haciéndome avergonzar ahí mismo.

Pablo y Adela [EN EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora