Capítulo 31

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31

El día sábado me despierto temprano y siento que el nerviosismo me carcome. Me doy vueltas toda la mañana por el departamento, ordenando cosas de aquí a allá, volviendo a ordenar las mismas cosas, encendiendo y apagando el televisor casi obsesivamente.

Realmente tenía la impresión de que nunca me sentiría tan nervioso como me siento ahora. Voy caminando hasta la habitación, consciente de que no he conseguido estarme quieto en toda la mañana, y me lanzo sobre la cama con la cara contra la colcha.

Odio mi vida.

He aceptado que me gusta Adela y cada vez que lo pienso el estómago se me revuelve incansablemente y se me retuerce. He estado incluso debatiendo la posibilidad de quitarlo de mi cuerpo para que no moleste más. Así mato dos pájaros de un tiro: el estúpido revoloteo se pasa y, aparte, no gasto más en comida. Lo cual me vendría bastante bien teniendo en cuenta lo cara que está.

Suspiro.

Adela.

Tan pequeña, tan graciosa, tan risueña. ¿Cómo he conseguido que me terminara gustando? Luego está Lucía, la mujer despampanante que puede conquistar a cualquiera. No, lo que yo tengo es mala suerte. Logro gustarle, salir con ella, hacerla prácticamente mi novia y, ¿luego qué?

Me tiene que empezar a gustar otra persona.

Lo peor de todo es saber que Adela es de aquellas chicas que siempre estará fuera de mi alcance. Aun cuando al principio ni siquiera pretendía alcanzarla. Me doy vuelta en la cama, y sonrío mirando al techo. ¿Cómo es que la vida puede dar tantas vueltas? ¿Y cómo es posible que un ser humano comience a ver otras cosas en las personas que antes no veía? ¿Es una especie de ceguera que se resuelve a medida que conoces a las personas?

Adela, de alguna forma, me curó de aquella ceguera y creo que hasta podría utilizar aquella frase para una canción pop mala. Me echo a reír como idiota, pero me detengo en cuanto siento la puerta.

Frunzo el ceño, puesto que no estaba esperando a nadie. Me levanto y cruzo el pasillo en apenas dos zancadas. El golpeteo se vuelve a repetir y apoyo mi oreja en la puerta en cuanto termina:

—¿Quién es?—pregunto en una voz lo suficientemente alta para que se pueda oír tras la madera.

—¡Soy Inter!—responde la voz del chico desde afuera.

Frunzo el ceño otra vez. ¿Inter? Abro la puerta y me encuentro con el chico de cabello negro y gafas enormes. Me mira con rostro de aburrido.

—¿Hola?

—Eh, amigo, ¿puedo pasar?

Lo miro de hito en hito. ¿Cómo es que zafó la portería?

—Claro.

El muchacho entra a mi departamento, recorre el lugar con la mirada a sus anchas y se va directo a la cocina.  Lleva una mochila en su espalda, la misma que llevaba el día de la primera reunión donde seguramente llevaba el laptop del otro día.

—Eh... —murmuro mientras me apoyo en el umbral de la cocina— ¿Quieres beber algo?

Me echa una mirada y niega con la cabeza. En cambio, alcanza algo de la encimera, lo lanza al aire y lo toma al vuelo.

—Vine a buscar esto—me dice, mostrándome un pequeño artefacto rectangular entre los dedos índice y pulgar. Luego lo esconde y agrega:— Se me quedó el otro día. Ahm... Y por cierto, eso que está ahí —dice apuntando sobre la nevera—, es una cámara. Mira, Lucía es mi amiga y te aseguro que le tengo mucho cariño, pero déjame decirte que es una perra inteligente.

Pablo y Adela [EN EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora