7. Prometo que le ayudaré

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—Ni lo intentes. No te voy a creer—le aseguro a Adela, mientras acomodando cajas de dentífricos en la sección de Cuidado Personal.

Ha pasado el fin de semana y Adela a primera hora me busca en la tienda. A pesar de que la evito, me sigue a todos lados. Ese definitivamente es su estilo.

—Pero Pablo, míreme—urge ella, otra vez con la cara de perrito regañado—. Yo sé que parece increíble y que apenas me conoce, pero le estoy diciendo la verdad. Tengo profundas sospechas de que Lucía es parte de una... de un grupo de estafadores.

Dejo de guardar las cajas por un momento y trato de observarla a los ojos, pero el brillo de la luz se refleja en sus gafas y soy incapaz de ello. Tomo sus hombros y la giro, de modo que la luz no le dé directamente. Ella se sonroja y a mí me causa gracia, pero no permito que lo sepa.

—¿En qué te basas para creer eso?

—El señor Ilabaca tampoco me cree. Dice que como siga diciendo esas cosas, me echará del trabajo y yo no puedo perder esto porque es... es lo único que tengo, Pablo. Pero sé que no puedo descubrirlo sola e ir a la policía solo me traería problemas; de modo que no se me ocurrió otra cosa que acudir a usted.

—¿Y por qué no a Juan?

—¿Se refiere al guardia? —Asiento—. No, él es muy amigo de Lucía.

—¿Y Gonzalo?

Ella niega con la cabeza. Pero eso ya lo veía venir. A nadie le agrada Gonzalo realmente.

—No, tampoco puedo. Es que es muy... agrio.

—Bueno, pero ¿por qué tengo que ser yo? —pregunto, descansando todo mi peso en mi otra pierna.

De verdad que no lo entiendo. ¿Qué sentido tiene que yo la ayude? ¿Yo, que ni siquiera veo programas policíacos como para tener una idea vaga de lo que está tratando de hacer?

—Porque usted es nuevo y... se ve confiable.

Echo la cabeza hacia atrás, confundido. Ella me mira como si fuera lo más obvio del mundo. Sin embargo, yo no estoy tan seguro.

—Podría ser un asesino.

Adela se cruza de brazos, obstinadamente.

—No, usted no sería un asesino.

Bufo.

—¿Y cómo lo sabes?—insisto.

La muchacha totalmente convencida, poniéndose recta como una tabla.

—Solo lo sé.

Suspiro. Definitivamente no puedo con ella. Dejo de darle tanta importancia y continúo con mi trabajo: tomo más cajas y las sigo acomodando en la góndola.

—Aún no me has dicho por qué crees eso, Adela.

Ella suspira y se agacha junto a mí. Mira hacia todas partes, como si temiera que alguien pueda escucharla, y se acerca a hablarme en susurros:

—Llevo algunos días viendo pasar un auto por afuera de la tienda. Pasa cada día entre las cuatro y las cinco. Tiene los vidrios polarizados, así que nunca he podido ver mucho. Pero he anotado el número de inscripción del auto—baja aún más la voz y tengo que acercarme a ella, porque sin darme cuenta, la historia me ha dado curiosidad—. ¿Y sabe qué pasó el otro día? —Niego con la cabeza. — ¡Vi ese mismo auto metido en un atraco en una tienda de otra ciudad, cuando fui con mi abuelita! No estoy segura de si tenía el mismo número de inscripción, pero sé que era el mismo auto, Pablo. Algo en mí me lo dice y, por lo general, confío en mis corazonadas.

Frunzo el ceño mirándola, pero luego con la cabeza, girándome hacia el estante para acomodar la última caja que me queda. No sé si creerle, pero parece tan frustrada que, al menos, le concedo el beneficio de la duda.

—¿Y qué tiene que ver Lucía con todo?

Las comisuras de sus labios se alzan en una sonrisa, como si esa fuera la pregunta que estaba esperando escuchar desde hacía mucho.

—Hace una semana y media—cuenta—, la vi subirse al auto mismo que viene a mirar la tienda, Pablo. ¡Si no nos cuidamos, le robarán a este lugar! Y le juro por dios, que yo no puedo permitir eso. ¡Este lugar no le hace daño a nadie! Es una tienda pequeña y debo... debemos protegerla.

Habla con tanta pasión y entrega, que durante medio segundo me quedo mirando su rostro absorto. Ella me saca de mi ensoñación cuando mira hacia el suelo avergonzada, aunque sé que no debería estarlo, así que me echo a reír.

—Lamento tener que decirte esto, Adela, pero ten cuidado. Tú no eres una heroína. Sé que tienes todas las ganas de ayudar, pero existen altísimas probabilidades de que estés equivocada. Lo sabes, ¿verdad?

Adela esboza una mueca de decepción. No me gusta que ponga esa cara. Trato de ponerme en su lugar. Sé que, de alguna manera, es difícil cuando nadie te tiene fe. Ya me ha pasado antes. De modo que me acerco a ella, suspirando, y le pongo una mano sobre el hombro. Bajo mi mirada hasta la suya.

—Cualquier cosa de la que te enteres puedes decírmela a mí, Adela-Sherlock-Holmes—le digo, tratando de hacerle sentir mejor—. Si tienes razón, prometo ayudarte en todo, ¿es un trato?

Su mirada pasa de la decepción a la alegría en algunos segundos.

—¡Gracias, Pablo! —exclama ella con felicidad— Usted no sabe lo importante que es para mí. Nos hablamos más tarde.

Se levanta del suelo, donde seguíamos sentados, y se da vuelta con una sonrisa enorme. Frunzo el ceño ligeramente confundido, levantándome también del suelo. Sonrío, porque algo en la felicidad de Adela me ha hecho sentir contento también. Además, verla correr es un espectáculo bastante divertido, puesto que corre patosa, como siempre, y desaparece tras el pasillo de colonias y perfumes.

Vuelvo a pensar en todo lo que ha dicho Adela, observando a Lucía, que parece aburrida tras el micrófono del altoparlante.

¿Qué pasaría si Adela tuviera razón?


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Este capítulo va en honor de una chica que quiere que continúe esta historia!!!!!!! 

Gracias, @Sam_Reader <3

-youngbird93 

-youngbird93 

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Pablo y Adela [EN EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora