Ambrosía ©

By ValeriaDuval

23.9M 1.9M 907K

En el libro de Anneliese, decía que la palabra «Ambrosía» podía referirse a tres cosas: 1... More

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
VETE A LA CAMA CON...
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Capítulo 56
Capítulo 57
Capítulo 58
Capítulo 59
Capítulo 60
Capítulo 61
Capítulo 62
Capítulo 63
Capítulo 64
Capítulo 65
Capítulo 66
Capítulo 67
Capítulo 68
Capítulo 69
Capítulo 70
Capítulo 71
Capítulo 72
Capítulo 73
Capítulo 74
Capítulo 75
[2] Capítulo 01
[2] Capítulo 02
[2] Capítulo 03
[2] Capítulo 04
[2] Capítulo 05
[2] Capítulo 06
[2] Capítulo 07
[2] Capítulo 08
[2] Capítulo 09
[2] Capítulo 10
[2] Capítulo 11
[2] Capítulo 12
[2] Capítulo 13
[2] Capítulo 14
[2] Capítulo 15
[2] Capítulo 16
[2.2] Capítulo 17
[2.2] Capítulo 18
[2.2] Capítulo 19
[2.2] Capítulo 20
[2.2] Capítulo 21
[2.2] Capítulo 22
[2.2] Capítulo 23
[2.2] Capítulo 24
[2.2] Capítulo 25
[2.2] Capítulo 26
[2.2] Capítulo 27
[2.3] Capítulo 28
[2.3] Capítulo 29
[2.3] Capítulo 30
[2.3] Capítulo 31
[2.3] Capítulo 32
[2.3] Capítulo 33
[2.3] Capítulo 34
[2.3] Capítulo 35
[2.3] Capítulo 36
[2.3] Capítulo 37
[2.3] Capítulo 38
[3] Capítulo 1
[3] Capítulo 2
[3] Capítulo 3
[3] Capítulo 4
[3] Capítulo 5
[3] Capítulo 6
[3] Capítulo 7
[3] Capítulo 8
[3] Capítulo 9
[3] Capítulo 10
[3] Capítulo 11
[3] Capítulo 12
[3] Capítulo 13
[3] Capítulo 14
[3] Capítulo 15
[3] Capítulo 16
[3] Capítulo 17
[3] Capítulo 18
[3] Capítulo 19
[3] Capítulo 20
[3] Capítulo 21
[3] Capítulo 22
[3] Capítulo 23
[3.2] Capítulo 1
[3.2] Capítulo 2
[3.2] Capítulo 3
[3.2] Capítulo 4
[3.2] Capítulo 5
[3.2] Capítulo 6
[3.2] Capítulo 7
[3.2] Capítulo 8
[3.2] Capítulo 9
[3.2] Capítulo 10
[3.2] Capítulo 11
[3.2] Capítulo 12
AMBROSÍA EN FÍSICO
LOS CUENTOS DE ANNIE
EPÍLOGO I
EPÍLOGO II
EPÍLOGO III
📌 AMAZON
📌 BRUHA • store

Capítulo 52

142K 11.5K 7.2K
By ValeriaDuval

ESEMPIO
(Ejemplo)

.

«Nos veremos hoy?»

Decía el mensaje de Valentino Derado.

Annie había cumplido quince años hacían algunas semanas y... él la había dejado plantada la noche de su cumpleaños. Sí, bueno, era cierto que lo habían asaltado y arrojado su auto por el risco, pero en las últimas semanas, él había estado dejándola plantada cada vez. La muchacha no sabía que responder. Quería verlo, pero... ¿estaba bien perdonarle todo una y otra vez?

Detuvo la caminadora. Se encontraba en el club deportivo, junto a Raffaele y Angelo.

«Sí» se descubrió escribiéndole, desde su celular.

El muchacho, quien ya tenía veinte años para ése momento, le respondió con un emoticono sonriente, seguido de un «12:30» y... Annie se sintió ansiosa y emocionada.

Hizo un repaso, en su mente, de lo que ocurriría aquel día: asistirían a misa con las familias de sus tíos Gabriella y Uriele, luego cenarían juntos y... ella entonces iría a su habitación, para esperar a su novio.

Valentino solía trepar por la ventana, al estilo de Romeo.

Sonrió al imaginarlo y, deseando regresar a su casa, para poder arreglarse, fue al área del boxeo para buscar a su padre y pedirle que se marcharan. Se inventaría un mareo —lo cual también serviría, más tarde, para encerrarse en su recámara y que nadie la molestara—.

—¿Tienes monedas? —la muchacha escuchó preguntar a Angelo, cuando se acercaba a ellos. Ellos estaban cerca de la máquina de bebidas frente al ring, junto a otros hombres—. Quiero soda.

—Bebe agua —le respondió Raffaele, pero mientras lo hacía, se buscaba dentro del pantalón deportivo. Volteó luego con las personas que charlaba y siguió en su tema.

Annie esperó detrás, aún sin saber cómo interrumpir; siempre tenía problemas para hablar en presencia de desconocidos.

Angelo sacó una lata de soda, de la máquina expendedora, y Raffaele, aun hablando con sus conocidos, se la quitó con suavidad, limpió la parte superior con su camisa, la abrió para su hijo y se la entregó; mientras Angelo le daba un trago, metido aún en su charla, Raffaele se inclinó y le ató las agujetas de los tenis. Había sido un acto subconsciente —al igual que limpiarle la lata de soda—; era la costumbre de un padre que había trabajado toda su vida, e incluso realizado tareas universitarias, con un niño sentado sobre sus piernas, que alternaba la escritura de una frase en el teclado con abrir un chocolate, que le quitaba el bolígrafo de la mano al niño para hacer una anotación y luego se lo regresaba, como quien lo pone dentro del lapicero, le había abierto la lata, trabajando en segundo plano, realizando sus actividades, pero atento a que su niño no se meta cosas sucias a la boca o que no trepe demasiado alto, y se caiga, le había atado las agujetas porque, aunque su niño tuviera ya quince años y midiera alrededor de 1.80, a él se le había quedado la costumbre, además... para él seguía siendo un niño. Su niño. El más chiquito...

La simple costumbre, un hábito y ya, sin embargo, para algunos de los presentes, resultaba extraño. Se dio cuenta Annie porque, con una sonrisa socarrona, un hombre —alto y corpulento— le dijo a Raffaele:

—¿También le limpias el trasero cuando va al baño?

Y Raffaele, extrañado, lo miró frunciendo el ceño, pero entendió de inmediato. Y el hombre continuó:

—No deberías dejar que suba al ring —siguió el hombre. Annie comprendió que Angelo planeaba boxear con alguno de ellos—; te la pueden lastimar...

¿La? En silencio, Anneliese abrió sus ojos azules, algo asustada, ¿habían hablado de Angelo en femenino? Buscó atenta la reacción en el rostro de su padre..., y lo miró sonreír de lado. Annie miró a Angelo y dio un paso atrás; sabía lo que significaba ésa mueca. No era una sonrisa.

—¿No? —siguió el otro, socarrón. Annie no había visto a ése hombre jamás.

—¿Ya está listo? —le preguntó a cambio Raffaele, señalando con la mirada a un muchacho con guantes negros, de entrenamiento.

Annie reconoció los labios gordos del impertinente viejo en los del muchacho y supuso que era el hijo; era un joven como de la edad de Valentino, casi diez centímetros más que su padre, musculoso, de piel clara y cabellos negros —aunque su padre estaba casi calvo ya—.

—¿Para coger? —respondió el muchacho por el hombre—. ¡Siempre!

Para... ¿qué? ¿A Angelo? A Anneliese ya se le había olvidado a lo que iba.

Cada persona que les hacía compañía, se rió. Incluso aquellos que veían a Raffaele con una mescolanza en la mirada —¿quién querría reírse de un chiste hecho a su costa?—, se rieron disimulando.

El muchacho subió al ring y su padre le hizo la recomendación:

—No le vayas a arruinar la cara. Está bonita...

Raffaele volvió a sonreír y, mientras le ponía el protector dental en la boca, Annie escuchó cómo es que le dijo a Angelo, bajito —sin dejar de sonreír—:

—Hazle daño.

—¡Dale, Raff! —siguió el otro—. Luego la persignas.

—Mucho —añadió el hombre, a su niño.

Angelo no respondió. Ni dijo ni sí o un no, tampoco hizo ningún movimiento con la cabeza. Sólo esperó a que su padre terminara de ajustarle los guantes y subió al ring. Annie se acercó entonces a su padre, algo preocupada. ¿Él no era mayor a Angelo? ¿Por qué él estaba enviándolo ahí? Estaría bien su fuese un simple entrenamiento, pero... ¿no se había vuelto algo personal cuando el otro comenzó a faltarles al respeto?

—¿Papi? —lo llamó Annie.

Raffaele la miró —hacia abajo, como siempre—, y le sonrió con suavidad mientras la ponía bajo su brazo, protector, tranquilizándola.

Arriba del ring, el otro muchacho —sin playera, vistiendo sólo un short— daba saltos cortos y se movía de un lado a otro, ocultando detrás de los puños su rostro; Angelo —sin playera también, pero llevando su pantalón deportivo, no sólo lucía menos profesional que el otro, sino también más niño— permanecía quieto, observando. El muchacho le lanzó un golpe y Angelo lo esquivó dando un paso atrás y sacando su cabeza de su alcance; el otro avanzó y Angelo retrocedió protegiéndose de cada golpe, hasta que llegaron al final del ring, donde finalmente Angelo lo golpeó, con una rapidez que Annie apenas pudo ver lo que ocurría, con una rodilla en el abdomen, luego en la cara y casi lo manda al piso con un golpe en alguna parte posterior de su cuerpo.

Antes de que alguien hiciera sonar un silbato, a Annie le dio la impresión de que allá es a donde quería llevarlo Angelo y no era que estuviese precisamente retrocediendo...

Un hombre le recortó a Angelo que no podía usar las piernas y él miró atento al que fungía como árbitro, pero no le respondió; nada raro, en Angelo, pensaría cualquiera que le conociera..., pero Annie le conocía más que nadie y sabía el por qué no había contestado él: Raffaele le había dado otras instrucciones.

Eh, eh! Sin rasguños ni jalones de pelo —se rió el padre del muchacho—. ¡No sea tramposa!

El encuentro inició de nuevo. Fueron al centro y, apenas recibir la señal, el otro, molesto por los ilegales golpes recibidos un momento atrás, se le fue encima al adolescente con una velocidad y una fuerza que no había mostrado antes, provocando que el otro volviera a retroceder hasta llegar a una esquina, donde él lo golpeó en la cara dos veces, antes de regresarle el golpe con la rodilla que él le había dado antes, en el abdomen..., o intentarlo, fue ahí cuando, aprovechándose de la libertad en los dedos que proveen los guantes de entrenamiento, Angelo le cogió de una muñeca con su mano derecha y lo haló con fuerza, al tiempo que, con su palma izquierda, daba un golpe certero en el codo del muchacho, quien dejó escapar un alarido de dolor.

¡¿Le rompió el brazo?!

Los presentes todos se paralizaron por completo, mientras que el padre el joven —que ya había perdido la sonrisa burlesca—, subía al ring con rapidez.

Angelo entonces miró a su padre a los ojos, Annie lo entendió bien: ¿así o más?, era la pregunta en su mirada. La rubia se alarmó, ¡¿él pensaba seguir?! Si su padre se lo decía, ¿él planeaba seguir? Miró a su padre, aterrada, y lo vio asentir suavemente. Annie también leyó eso: bien hecho, era lo que él decía —de haber querido que continuara, le había respondido de otra manera; tal vez habría arqueado una ceja, y no tendría ésa expresión de satisfacción, en el rostro—. Lo llamó luego con su mano, urgiéndolo a bajar rápido, al ver que el otro hombre se aproximaba.

—¡Le rompió el brazo, hijo de puta! —ladró el hombre a Raffaele.

Mientras Raff abría las ligas del ring para que saliera su niño, sonrió con tanta mofa como antes había hecho el otro, y le dijo:

—No estaba lo suficientemente lubricada —señalando al muchacho que gritaba, sujetando su brazo.

Annie, aterrada, sujetándose a su padre por la playera, oculta detrás de él, se preguntó el qué no estaba lub... Entendió. El muchacho había dicho que iba a cogerse a...

—¡Hijo de puta! —insistió el otro.

Raffaele volvió a reírse, mientras ponía una mano sobre la espalda de su niño, invitándolo a avanzar ante la mirada atenta y el silencio de sus antes acompañantes.

Anneliese sentía el corazón al borde del colapso cuando salieron del gimnasio y, por la noche, cuando dijo que se sentía mareada..., no fue precisamente una mentira para ver a Valentino.

No volvieron jamás a ése club. Si hubo denuncias, Annie nunca se enteró de nada.

*

Durante la primera hora de clases —mientras Anneliese aún intentaba asimilar que las vacaciones habían terminado, y Jessica presumía a sus compañeros (a petición de éstos) sus nuevas ilustraciones—, Nicolas Mazet buscó a las chicas Petrelli en su aula.

Era el primer lunes de Enero.

—¿Mi reina tiene sueño? —preguntó el francés a la rubia—. Le traje algo para que se despierte —aseguró, sacándose del bolsillo algo parecido a un dulce mediano, con envoltura rosada y kanjis blancas—. Recordé ese fanatismo suyo, por los dulces japoneses, y conseguí esto —le tendió la bolsita mientras que le besaba una mejilla.

—A quien le gustan es a Jess —aseguró Annie, sentada aún en su butaca—. Yo sólo se los robo —tomó su dulce y lo miró bien: eran gomitas—. Gracias.

—Es cierto —terció Jess, acercándose—. Hola, Nicolas.

El francés sonrió ampliamente al encontrarse con Jessica; Annie recordó la charla que había tenido con su prima durante sus vacaciones. "Creo que así es él, y ya, «amable» con todas", había sugerido ella, pero... Nicolas no le había llevado dulces a nadie más que a ellas. De hecho, ni siquiera había saludado a Laura, quien estaba al otro lado del aula y no había reparado en la presencia del muchacho.

—Hola, preciosa —Nicolas besó y abrazó a Jessica, apretujándola un poco.

—Hola, hola —la muchacha se separó de él, pero alargó la mano para acariciar sus cabellos rubios—. Te cortaste el cabello.

—Sí, un poco.

La profesora de biología cruzó la puerta del salón en ese momento.

—Te veo al ratito —le dijo—. Sólo venía a traerte esto —sacó una pequeña y ruidosa bolsa amarilla, de la chamarra oscura que llevaba aquel día arriba del suéter escolar—. Son algo así como galletas con forma de flores... Creo.

—Sí. Son sakuras —a ella no parecía importarle la profesora—. Son de mis dulces preferidos. ¿Ya los probaste?

—No. Tengo una caja entera, pero son para ustedes —señaló a las primas alternativamente—. Se los daré poco a poco, como sobornos.

—¿Sobornos? —preguntó Annie—. ¿De qué?

—Ah —él sonrió. Más corto, su cabello rubio-sucio lucía más oscuro, y además estaba algo húmedo por la ducha; en contraste, sus ojos color esmeralda lucían más claros, más vivos y brillantes—. De diferentes cosas. Estos, por ejemplo, son para que acepten almorzar conmigo más tarde. ¿Las busco en el comedor en el primer receso? —propuso—. Tengo Pockys —añadió, rápido, provocativo, haciendo sonreír a ambas chicas.

—Hecho —aceptó Jessica.

Anneliese perdió la sonrisa... Angelo.

*

Cuando Angelo Petrelli entró al comedor escolar, lo primero que vio fue a su hermana sentada a la misma mesa que Nicolas Mazet; sintió algo en el estómago. Raimondo y Lorenzo, hablando sobre un videojuego, estaban a su lado derecho. Los tres muchachos se acomodaban en la fila para tomar su almuerzo cuando la risa de Carlo Yotti retumbó en el amplio salón. Mirándolo de reojo, Angelo siguió al capitán del equipo de soccer hasta la mesa de su hermana y se relamió un colmillo, pensando en cuánto los odiaba a esos dos y en si realmente podía culparlos por perseguirla, después de todo, la sabían soltera y ella parecía encantada siempre, con su compañía... Pero entonces Annie se levantó, dejó a sus acompañantes —incluso a Jessica— y fue donde él.

—Hola —lo saludó, con una sonrisa suave.

Él se sintió confundido.

—¿Llevas mucho aquí?

—No —ella sacudió la cabeza, siguiéndolo hasta las charolas—. Acabo de llegar. Te esperaba.

—¿Ah, sí?

—Sí —ella cogió una charola y él comprendió que ella no había cogido bocado, que realmente lo esperaba.

También comprendió algo más: ella estaba esforzándose en arreglar las cosas con él; sin poder evitarlo —ni pensarlo— se inclinó y le besó la cabeza rubia.

Los ojos verdes, de Nicolas, estudiaron la escena. "A veces me hace pensar cosas... —a su mente, llegaron las palabras de Marcello Buzon, la noche del baile—. ¿Sabes que Annie es adoptada?".

** ** *

—No sé a ustedes —comentó Marcello—. Pero a mí Nicolas me dejó impresionado.

El equipo de soccer se encontraba en las regaderas; su entrenamiento se había extendido más aquel martes —ya el segundo de Enero—, pues el entrenador quería hacer las pruebas a Nicolas Mazet, quien había pedido unirse al equipo y había superado, con creces, las expectativas. Nicolas era casi tan bueno como Carlo Yotti.

—No es para tanto —mintió Raimondo. Sabía que Marcello tenía razón (¡claro que Nicolas había brillado!) pero era algo que no iba a aceptar frente a su mejor amigo.

Sin embargo, para su sorpresa, Angelo difirió de su opinión:

—Sí juega bien —dijo él, tranquilo (mientras guardaba su uniforme deportivo, sudado, dentro de una valija), sin embargo, sus palabras estaban enteramente motivadas por los celos y la frustración: durante toda la semana, al menos una vez al día, encontraba al francés siguiendo a su hermana y, aunque Anneliese decía que él seguía a las otras chicas y no a ella, Angelo sabía que eso era mentira.

Lorenzo, y el resto de chicos que lo acompañaban, le prestaron atención, seguros de que él añadiría algo más. Y lo hizo:

—Juega muy bien, de hecho, pero ¿qué esperaban? La vida no es tan mala, a veces —explicó—: con esa cosa que... —levantó su dedo meñique derecho, lo miró y, encontrándolo excesivamente largo para el ejemplo que él quería dar, lo encorvó un poco—... tiene él, algún otro talento debía darle, al pobre infeliz.

Las carcajadas se escucharon por todo el vestidor. Algunos muchachos no disimularon siquiera y miraron en dirección al francés, quien de inmediato comprendió que se reían de él. También adivinó, con la misma rapidez, quién había sido el autor del chiste: aquel a quien los otros rodeaban —como a un líder, como a un Dios—, el que sonreía de lado, de manera cruel, y se pasaba lengua por uno de esos caninos de perro, que tenía.

No le sorprendió en absoluto. Angelo Petrelli había estado provocándolo en clases —la semana anterior, lo había empujado con el hombro, en el pasillo, y el día anterior a eso le había pateado el bolígrafo... Un bolígrafo. A Nicolas se le cayó del escritorio y, cuando se inclinó para levantarlo, Angelo, quien pasaba a su lado, lo pateó como si no lo hubiese visto y siguió andando—. Nicolas estaba cansándose de él... pero no le dijo nada.

Le había prometido a su madre que no causaría problemas.

No más.

No ahí.

Pero Angelo estaba poniéndole las cosas difíciles. Y él sabía por qué: Anneliese.

Nicolas fingió no percatarse y terminó de vestirse.

Sin embargo, esa misma tarde, cuando entró a su salón, Raimondo Fiori gritó —a nadie en particular— «¡Meñique!» y... Nicolas supo —entre las risas de sus compañeros— que ya tenía sobrenombre.

* * *

—¿Se te perdió algo? —preguntó Lorena Petrelli.

Ya era viernes y habían terminado las clases extracurriculares, pero las tres primas seguían sentadas en el campo de soccer, esperando por Rita y Laura, quienes estaban preparándose en los vestidores de chicas; tenían planes para ir al centro comercial. Comprarían ropa y comerían algo. Había sido idea de Anneliese: Laura Giordano continuaba seca, con ella, y la rubia quería arreglarlo.

Nicolas asomó su cabeza rubia por la puerta de los vestidores.

—Sí —respondió él a la pelirroja, con naturalidad—. Se me perdieron mis cosas. Todas mis cosas. Ropa, zapatos, todo... —habló muy rápido.

—¿En serio? —preguntó Jessica, extrañada: en el Istituto Cattolico Montecorvino no se veían robos a menudo. En el liceo, el robo (por más pequeño que éste fuera) se castigaba con la expulsión y una llamada a la policía.

—Sí —siguió él.

Las primas se acercaron y notaron que él sólo usaba una pequeña toalla enredada en la cadera —también notaron que tenía un cuerpo precioso; piel dorada, músculos marcados, y un caminito de vellos castaños, finos, bajando por el ombligo, hasta... —.

Cuando las chicas alzaron la vista —las tres—, notaron que él sonreía, arrogante, pues se había dado cuenta de que ellas hicieron una pausa mental para contemplarlo.

—Si ustedes quieren, puedo fingir que también perdí mi toalla —insinuó, con su marcado acento.

Las chicas sonrieron, pero no por su oferta; la realidad era que, escucharlo hablar, era delicioso: su voz ronca y varonil, junto a aquel acento y esa sonrisa retorcida —que acompañaba con sus modales algo rudos— sencillamente seducía. Nicolas seducía. Además, era divertido, agradable, relajado y sus pláticas eran amenas... En pocas palabras: Nicolas Mazet gustaba a las chicas y, las tres Petrelli, no eran indiferentes a sus encantos —aunque cada una de ellas gustase de él en diferente nivel y de diferentes maneras—.

—Sólo si ustedes quieren —continuó él.

—Tonto —le espetó Jessica, sonriendo... pensando en que no sería una idea tan mala.

—¿Dónde dejaste tus cosas? —se centró Lorena en el tema.

—En ésa banca —señaló Nicolas, haciéndose a un lado para dejarlas entrar.

Anneliese miró sobre su hombro, asegurándose de que no viniera ningún maestro —ser descubierto en vestidores, sanitarios o regaderas, del sexo opuesto, también ameritaba expulsión—, y entró rápidamente.

—Fui a ducharme y, cuando regresé, ya no había nada —les explicó—. Y por lo visto, también dejé mi casillero abierto, porque tampoco hay nada dentro —aunque su voz era calmada, parecía tenso, y era comprensible: bajo esa toalla no tenía nada y ya no había chicos en el liceo a los cuales pudiera pedirles ropa prestada.

Annie miró bajo los casilleros y, al pasar junto al de su hermano, tuvo un mal presentimiento.

—Quizás en la dirección puedan prestarte algo —sugirió Jessica—. Un nuevo uniforme, o el uniforme de un empleado. ¿Quieres que vaya a ver?

—¿Lo harías? —aceptó él, profundamente agradecido, pero tomó asiento en la banca y cogió a Jessica por una mano, impidiéndole ir a ningún sitio, luego bostezó, dándole algunas palmaditas a la banca, invitándola a tomar asiento—. ¿Y qué están haciendo ustedes aquí?

—Esperamos a Rita y Laura —dijo Lorena, sentándose en la banca frente a él.

—Tienes un tatuaje —cambió de tema Jessica.

Nicolas sonrió con picardía: su tatuaje estaba en el vientre bajo, del lado izquierdo, cubierto parcialmente por la toalla; el hecho de que Jessica lograse mirarlo, significaba que aún estaba deslizándole la mirada por el cuerpo. Él sonrió.

—Estoy comenzando a pensar que fueron ustedes quienes se llevaron mi ropa para verme desnudo —acusó.

Jessica le quitó rápidamente su mano, al tiempo que Lorena torcía un gesto de fingido desprecio.

—Entiendo —siguió él, ignorando a la pelirroja—: pero, si querían verme desnudo, no había necesidad de robar mis cosas. ¿Por qué sólo no lo pidieron?

Jessica puso los ojos en blanco.

—Claro. Déjame ver tu tatuaje —le pidió—. Luego iré a la dirección a buscarte ropa.

Nicolas volvió a sonreír con arrogancia y se mordió un labio al tiempo que se bajaba la toalla más de lo necesario para mostrarles el tatuaje.

Annie y Jessica se miraron, en silencio, diciéndose que él era un exhibicionista; mientras tanto, Lorena estudiaba la tinta en su piel dorada: era una «N» en manuscrita, adornada con un corazón diminuto, coloreado de rojo.

—Es bastante femenino y narcisista —determinó la pelirroja, sin tacto alguno—: Está horrible.

La sonrisa de Nicolas se agradó, pero esta vez no había arrogancia, lo cubrió y suspiró.

—Realmente me gusta mucho estar con ustedes —comentó; parecía sincero—: son como un sueño hecho realidad.

Annie no pudo evitar sonreír, mientras Lorena arqueaba una ceja, recelosa. En cambio, Jessica, soltó rápidamente, inocente y enternecida:

—Y a nosotras nos gusta estar contigo.

Y entonces Nicolas siguió, como si no la hubiese oído:

—En serio. Me generan tantas fantasías: una rubia, una morena y la otra pelirroja —su voz no tenía un solo deje de vergüenza. Suspiró, incluso, como si estuviese visualizando ahí mismo, frente a ellas, ésas fantasías.

—Eres asqueroso —le espetó Lorena, serena, sacudiendo la cabeza. Nicolas era de las pocas (poquísimas) personas que lograban hacerla reírse a costa de sí misma... o al menos no enfurecerse.

Annie reanudó su búsqueda y, sin saber exactamente por qué lo hizo, pisó la palanca del contenedor de basura, para abrir la tapa y... lo encontró todo ahí. La mochila de Nicolas, su uniforme, sus zapatos..., su laptop —rota—.

—Vaya —susurró, disimulando su impresión—. ¿Estás seguro de que no te equivocaste de casillero y metiste tus cosas al basurero, Nicolas, porque... ya sabes —asintió, muy lógica—... eres un sucio?

El muchacho fue donde ella y frunció el ceño al ver todas sus cosas pisoteadas.

—Creo que debo comprar ropa nueva —suspiró—: toda la que tengo está en tan malas condiciones, que ya la confunden con basura —como siempre, él se tomó con humor el insulto y recuperó sus pertenencias.

—Bueno —suspiró Lorena, poniéndose de pie—. Ya que descubriste dónde escondimos tus cosas, ya no tenemos nada qué hacer aquí.

—Quédense un momento más —les suplicó él, sacando unos boxers limpios de la mochila pisoteada.

Annie y Jessica volvieron a intercambiar miradas cuando él comenzó a ponérselos desvergonzadamente ahí, frente a ellas, por debajo de la toalla.

—¿Y para qué esperan Laura? —preguntó. En su voz, el nombre de su prima se escuchaba algo como: «Loga». Él se quitó la toalla (los boxers color azul oscuro se le pegaron al cuerpo y, nuevamente, ellas lo recorrieron con la mirada)—. ¿Planean ir a algún sitio?

—Al centro comercial —respondió Lorena.

—¿Quieres venir? —lo invitó Jessica.

Annie torció un gesto: si Nicolas iba, sus intenciones con Laura iban a arruinarse... y probablemente Angelo iba a enfadarse.

—Sí —aceptó él, para desgracia de Annie—. ¿Quién y quién va?

Ahm. Tu prima, Rita y nosotras tres —respondió Jess.

—Excelente —dijo Nicolas, metiéndose dentro de un vaquero desgastado y roto—. Por cierto, me acordé de un chiste: es sobre una rubia, una morena y una pelirroja...

La rubia, la morena y la pelirroja presentes, rotaron los ojos, o suspiraron, comprendiendo sus intenciones, mirando a otro lugar, por lo que no se dieron cuenta cuando más personas entraron a los vestidores. No lo hicieron hasta que una voz, masculina, suave, y para nada esperada, dijo:

—Yo me sé otro chiste —Angelo Petrelli estaba acompañado de Raimondo y Lorenzo—; va sobre un francés que la tiene pequeña. ¿Quieren oírlo?

Nicolas sonrió, mostrando su cansancio, aun así, dijo:

—Estadísticamente, los franceses la tenemos más grande que los italianos.

—Obviamente las estadísticas mienten —se mofó el alemán.

—Angelo —intervino Lorena, fingiendo una sonrisa—, ¿qué ustedes tres no iban a ir por ahí, a medirse los miembros a otro lado? Nosotros ya íbamos de salida.

—¿Nosotros? —tanteó él, frunciendo el ceño—. ¿Qué no iban sólo chicas?

—¡Lo son! —aseguró Raimondo—. Estoy convencido de que eso es un clítoris.

Nicolas se puso de pie y, con los dientes apretados, dio dos pasos en su dirección.

—¿Qué mierda es lo que quieren? —inquirió, mirándolos de frente.

—¡No, no! —Jessica le imploró que guardara silencio, adivinando a la perfección lo que sucedería. Ella no sabía de qué era capaz Nicolas... pero había visto pelear a Angelo (y lo había visto entrenar con su padre).

Annie se adelantó:

—Llévame a casa, ¿sí? —suplicó a su hermano; las manos le temblaban. Él no estaba mirándola a ella.

—Raimondo —lo llamó Lorena y eso fue suficiente... o eso creía ella.

—Quiero ir a casa —siguió la rubia—, por favor.

Angelo al fin la miró; sus ojos grises lucían especialmente fríos en ese momento. Él había estado controlándose, pero la verdad es que ella no ayudaba mucho; ¿qué diablos hacía en el vestidor de los chicos, acompañando al francés mientras éste se vestía? Todo hombre interpretaba eso de una sola manera (especialmente si la mujer que lo acompaña es la misma a quien él busca todo el maldito día) y...

—Tengo las bolas llenas de verte detrás de mi hermana —se escuchó decirle.

Nicolas se rió.

—Y yo de ver tu maldita cara.

—No quiero que vuelvas a hablar con ella —siguió Angelo.

La sonrisa de Nicolas se borró:

—Tú a mí no me das órdenes.

¿Todo bien? —irrumpió el entrenador dentro de los vestidores, mirando atentamente la escena—. No quiero problemas, muchachos —advirtió.

Anneliese empujó suavemente a su hermano.

—Vámonos —le suplicó de nuevo.

Angelo no se movió de su sitio. No inmediatamente. Nicolas y él se miraban fijamente a los ojos, como dos bestias esperando un pequeño descuido de su oponente, para atacar.

De camino a casa no dijeron una sola palabra.

Ella sabía que él se había enojado nuevamente pero no se sentía responsable, pues no creía haber hecho nada malo. No se sentía exenta de culpas, tampoco, pues ella había propiciado aquello, eligiendo a Nicolas Rey de Espadas, pero... en ese momento no hacía nada malo. Tampoco podía culpar de todo a Angelo: así era él; de ésa forma lo habían educado —¿acaso Raffaele Petrelli, su ejemplo a seguir, no actuaba del mismo modo?— y ésa parte de él, sucediera lo que sucediese, no cambiaría jamás.

Anneliese no estaba excusándolo, estaba pensando... en ella. Pensaba en que lo adoraba, pero se preguntaba si ésa era la clase de relación —con un hombre como aquel..., con tal carácter— era lo que ella quería tener.

** ** ** ** ** * *

Angioletto, Angioletto...
Lo que él quiere decir con "tener las bolas llenas", es una expresión en italiano, un tanto vulgar, que se refiere a que está más que harto de una situación.

¡Gracias por leer!

Continue Reading

You'll Also Like

925 66 12
Una historia re bipolar XD ojala les guste En un principio no parecerán muy buenos "Amigos" pero en un futuro ❤️ Los personajes le pertenecen a proje...
228K 34.1K 81
Kloss es la banda del momento, tiene los cuatro integrantes más buscados en las redes sociales y lideran las listas de ventas, pero su fama no fue da...
81.3K 10.2K 65
Han pasado nueve años desde la última vez que Axel vio a Jane, y a partir de ahí su vida cambió por completo. La ha buscado por todas partes, en tou...
9.6K 684 26
Una chica llamada Kate Michaelis entra en la academia más famosa e importante del país la academia Rose. Alli se encuentra a uno de los más famosos a...