Ambrosía ©

By ValeriaDuval

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En el libro de Anneliese, decía que la palabra «Ambrosía» podía referirse a tres cosas: 1... More

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
VETE A LA CAMA CON...
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Capítulo 56
Capítulo 57
Capítulo 58
Capítulo 59
Capítulo 60
Capítulo 61
Capítulo 62
Capítulo 63
Capítulo 64
Capítulo 65
Capítulo 66
Capítulo 67
Capítulo 68
Capítulo 69
Capítulo 70
Capítulo 71
Capítulo 72
Capítulo 73
Capítulo 74
Capítulo 75
[2] Capítulo 01
[2] Capítulo 02
[2] Capítulo 03
[2] Capítulo 04
[2] Capítulo 05
[2] Capítulo 06
[2] Capítulo 07
[2] Capítulo 08
[2] Capítulo 09
[2] Capítulo 10
[2] Capítulo 11
[2] Capítulo 12
[2] Capítulo 13
[2] Capítulo 14
[2] Capítulo 15
[2] Capítulo 16
[2.2] Capítulo 17
[2.2] Capítulo 18
[2.2] Capítulo 19
[2.2] Capítulo 20
[2.2] Capítulo 21
[2.2] Capítulo 22
[2.2] Capítulo 23
[2.2] Capítulo 24
[2.2] Capítulo 25
[2.2] Capítulo 26
[2.2] Capítulo 27
[2.3] Capítulo 28
[2.3] Capítulo 29
[2.3] Capítulo 30
[2.3] Capítulo 31
[2.3] Capítulo 32
[2.3] Capítulo 33
[2.3] Capítulo 34
[2.3] Capítulo 35
[2.3] Capítulo 36
[2.3] Capítulo 37
[2.3] Capítulo 38
[3] Capítulo 1
[3] Capítulo 2
[3] Capítulo 3
[3] Capítulo 4
[3] Capítulo 5
[3] Capítulo 6
[3] Capítulo 7
[3] Capítulo 8
[3] Capítulo 9
[3] Capítulo 10
[3] Capítulo 11
[3] Capítulo 12
[3] Capítulo 13
[3] Capítulo 14
[3] Capítulo 15
[3] Capítulo 16
[3] Capítulo 17
[3] Capítulo 18
[3] Capítulo 19
[3] Capítulo 20
[3] Capítulo 21
[3] Capítulo 22
[3] Capítulo 23
[3.2] Capítulo 1
[3.2] Capítulo 2
[3.2] Capítulo 3
[3.2] Capítulo 4
[3.2] Capítulo 5
[3.2] Capítulo 6
[3.2] Capítulo 7
[3.2] Capítulo 8
[3.2] Capítulo 9
[3.2] Capítulo 10
[3.2] Capítulo 11
[3.2] Capítulo 12
AMBROSÍA EN FÍSICO
LOS CUENTOS DE ANNIE
EPÍLOGO I
EPÍLOGO II
EPÍLOGO III
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Capítulo 50

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By ValeriaDuval

DAS MÄDCHEN
(La niña)

.

Sarah le tiene fobia al agua —en la sala de visitas, del elegante centro de rehabilitación, Irene soltó aquello de manera fría, tajante...

Los ojos hundidos, de Raffaele —quien tenía apenas tenía treinta y cuatro años—, no mostraron reacción alguna; las palabras de su cuñada, crueles, indiferentes ante su dolor, fueron aceptadas como... un castigo más, como algo que se merecía. En cambio, la mirada que le dedicó su marido no podría haber mostrado más incredulidad y desapruebo. ¿Por qué ella la llamaba Sarah? ¡¿Por qué decía aquel nombre?! ¡Ése nombre no se decía más! Y, sobre todo... no ahora que Raffaele intentaba curarse. Ahora que él intentaba perdonarse —aunque, conociéndolo como hacía, sabía que él jamás lo lograría—. ¡¿Por qué, en ese momento, que él intentaba tratar ese alcoholismo en el que había caído gracias a su culpabilidad..., a su dolor?! Por primera vez, Uriele sintió ganas de zarandearla y gritarle a la cara. Raffaele ya tenía demasiado —ya había pagado más de la cuenta— y... todo por culpa suya. La situación de su hermano gemelo, todo su dolor, toda su pérdida, eran sólo culpa suya —él le había arruinado la vida entera—. ¡¿Por qué tenía qué ser precisamente su mujer quien se lo recordara?!

—No puede ni bañarse sola —siguió Irene, indiferente ante las miradas de ambos.

—Irene, ¿me esperas en el recibidor, por favor? —le suplicó Uriele.

—No —se negó ella—. Sus hijos esperan en el recibidor: cuando vaya, me van a preguntar si pueden pasar ya —se volvió de nuevo hacia su cuñado—. ¿Qué les digo?

Raffaele, delgadísimo, vistiendo vaqueros azules, una playera blanca y descalzo, se aclaró la garganta y, con voz débil, le preguntó a su hermano mayor:

—¿Los trajiste? No...

—No dejan de preguntar por ti, Raff —le explicó él—. Quieren verte.

—No los traigas aquí —suplicó él.

Uriele sonrió y sacudió la cabeza.

—Esto no es una prisión, hermano —le dijo.

Y... sus ojos hablaron por él: ahí es donde debería estar, creía Raffaele.

—¿Qué hago con la niña? —siguió Irene—. Ya intenté llevarla con el psicólogo y no habla. Llevé al psicólogo a casa y es peor: se pone a jugar con Angelo y finge que no hay nadie más presente.

Uriele apretó los labios —¿por qué ella intentaba preocupar a su hermano? ¡No había maldita necesidad!—, mientras que Raffaele fruncía el ceño.

—¿Cómo... ¿Cómo que Annie no habla? —¡y él se preocupó!

—No —suspiró Uriele, intentando restarle importancia—: Annie sí habla, ella está muy bien. No habla únicamente con el psicólogo.

—¿Por qué no? —se interesó él.

Uriele sacudió la cabeza, arqueando las cejas.

—Porque no quiere. No quiere y ya.

—Ni tampoco bañarse sola —insistió Irene—. Ya desaguamos la piscina. Y no digo que me moleste, digo que no es sano para ella.

Raffaele suspiró, lento.

—Casi se ahoga —intentó excusar a su pequeña.

—Exacto —soltó Irene, lento. El reproche estaba implícito.

Los dos hombres guardaron silencio por un rato.

—Déjala —decidió Raffaele. Hablaba con su hermano—. Si no quiere al psicólogo, déjala. No la presiones.

—No —Uriele sacudió la cabeza, confirmándolo: nadie lo haría—. Claro que no. Nadie va a presionarla.

»Déjalos verte. Se van a poner tristes.

Al final Raffaele aceptó y, cuando tuvo sobre sus piernas y entre sus brazos a su pequeña niña rubia, y mirando los ojos grises de sus niños —los cuales, parecían, el mayor temeroso y el menor desconfiado—, se sintió... casi completo —casi. Él nunca lo estaría, de nuevo—. Ellos le dieron fuerzas, le dieron la voluntad necesaria para intentar recuperarse y volver con ellos: sus bebés no tenían por qué vivir en otras casas ni ser presionados, como animalitos indeseados, pues aún tenían a su padre...

*

Anneliese gritó, aterrada, y se alejó del agua que la envolvía y se la tragaba. No sintió el frío mientras intentaba escapar.

—¡Anneliese, soy yo! —Angelo alzó la voz, cerrando la regadera de mano—. ¡Estás bien!

La muchacha miró a su alrededor, dándose cuenta de que estaban en el cuarto de baño de la choza. Había tenido una pesadilla tan... espantosamente vívida: un río la arrastraba, en su superficie. El agua se le metía por los oídos, la nariz y la boca, y un monstruo infernal quería hundirla con sus tentáculos.

Logró despertar y se encontró empapada, sintiendo agua correrle por la cabeza, metiéndosele por los oídos. ¡Seguía en el río!

—Estás bien, mi amor —el muchacho se acercó a ella y cogió su rostro entre sus manos, obligándola a mirarlo.

Anneliese no se había dado cuenta de que estaba desnuda, ni de que temblaba. Comenzó a sollozar antes de que se le cayeran las lágrimas. El muchacho supo, aliviado, que ella había recuperado la conciencia.

—¡¿Por qué me hiciste eso?! —le reprochó, histérica pero muy débil, cuando su hermano la abrazó.

—Tenías mucha fiebre —le explicó él, alcanzando una toalla para cubrirla—. Estabas delirando, Annie.

El cielo ya comenzaba a iluminarse, pero no había rayos de sol.

Aunque ella no lo recordaba, su temperatura había comenzado en la madrugada y Angelo le había dado un par de antipiréticos, pero su fiebre no disminuyó. Por el contrario.

Él estaba preparándose para volver cuando ella se quedó dormida, de repente, acurrucada en el sofá, y comenzó a temblar con violencia mientras balbucía algunas palabras incompletas. El muchacho había tenido miedo de que ella convulsionara, así que la había llevado al cuarto de baño y, con agua templada, se encargó de mantener fría su cabeza.

Annie no recordaba absolutamente nada de eso.

El muchacho la envolvió con una sábana, en la sala de estar, mientras le secaba los cabellos con la toalla. Ella seguía temblando de frío y de miedo.

—Estás bien, mi amor —le prometió el muchacho—. Vas a estar bien.

—Quiero ir a casa.

—Sí. Ya está todo listo. Antes iremos con el médico. Ya hice la cita.

*

Annie tenía las mejillas enrojecidas y los cabellos ligeramente húmedos cuando cruzó las puertas del hospital, en brazos de su hermano. Un enfermero se apresuró a acercarles una silla de ruedas, pero la muchacha, tiritando, la rechazó: no quería dejar los brazos cálidos de Angelo y exponerse al frío.

*

Cuando regresaron a casa, Annie podía caminar ya, aun así, prefirió que Angelo la llevara a su recámara en brazos. La fiebre se había ido, pero todavía se sentía débil.

—¿Quieres más té? —le ofreció el muchacho.

Ella sacudió la cabeza.

El médico había dicho que sólo era un resfrío invernal común. Un terrible resfrío del cual ella había estado ignorando los primeros síntomas.

—Papi —gimió Annie, mimada, apenas Raffaele asomó por la puerta.

—¿Qué le ocurrió a mi princesa? —preguntó él, acercándose a su cama. Él había dejado todo y vuelto a casa apenas supo que su hija se encontraba enferma; ya era viernes.

—Los virus me usaron como saco de boxeo —bromeó ella.

—¿Qué te dijo el doctor? —le preguntó a su hijo, luego de besar en la cabeza a Annie.

—Sólo lo que te dije por teléfono —Angelo había puesto al tanto a su padre mientras volvían a casa, del hospital. No lo hizo por voluntad propia, sino porque Raffaele exigía ser informado de todo suceso (importante o no) que ocurriera mientras él no estaba en casa—. Le dio antibióticos para siete días.

—Me picaron —añadió Annie, torciendo un puchero.

—Pobrecita —su padre le siguió el juego; la besó de nuevo—. Creo que tendrás que quedarte aquí, convaleciendo, mientras nosotros vamos a Alemania. Nos vamos mañana.

—¿A dónde?

—A Alemania. Tu madre me está chantajeando, quiere pasar estos días con su familia —él torció un gesto de desagrado—. No entiendo por qué: son judíos, no festejan navidad.

»Si te enfermas un poco más, lo suficiente para ir a dar a terapia intensiva, te compro lo que quieras —negoció con su hija.

** ** **

—¿Aún vas a comprarme lo que yo quiera? —preguntó Anneliese a su padre, bajito. Abordaban el avión—. Te juro que toda la noche intenté subirme la temperatura —suspiró—. Estúpidos antibióticos.

Raffaele sonrió y le apretó con suavidad un brazo; tal vez por su grosería, tal vez por hablar de su trato frente a Hanna...

—¿Por qué ibas a comprarle algo si le daba fiebre? —preguntó la alemana al hombre—. No estarías sobornándola para no venir conmigo, ¿verdad?

El hombre frunció el ceño, como si no supiera de lo que ella hablaba, pero no se molestó en negar nada; le dio una suavísima nalgada a su mujer, para que tomara asiento y dejara pasar al resto de personas.

Matteo miró a otro lugar, insatisfecho, preguntándose si era realmente necesario que su padre la golpeara. No entendía por qué ella soportaba que él la tratara de esa manera.

** ** **

Emma Weiβ —una mujer delgada, de estatura media— los había atendido en la puerta. Llevaba puesto un delantal blanco y sus cabellos oscuros —con algunos hilos ya plateados— estaban recogidos en una coleta simple, a la altura de la nuca.

Cariño —gimió ella, en alemán, feliz de ver a su hija.

Cogió el rostro de Hanna, entre sus manos espolvoreadas con harina, y la besó repetidas veces en las mejillas y frente.

¡Ahí estás, pequeña! —exclamó Mika, igualmente en alemán (él no hablaba otro idioma) en un gruñido lleno de emoción, yendo hacia su hermana con los brazos abiertos.

Raffaele torció un sutil gesto de hastío; él decía que, nada más verlo, se ponía de mal humor.

Mika olía a hierba, se dio cuenta Annie cuando él pasó por su lado para cargar a Hanna —quien era tan alta como él— en brazos. La estrujó con fuerza y la meció un poco.

Annie pensó en que todos adoraban a Hanna. Las personas que tenían trato con ella terminaban encantados, y quienes a penas la veían, se desvivían por servirla y obtener al menos una mirada.

Emma siguió con los otros. Abrazó a Matteo —quien le respondió con el mismo afecto— y lo besó; a Angelo, a quien nunca le habían gustado los abrazos, lo saludó con un apretón de mano y un beso en una mejilla —un beso que no llegó a serlo, realmente: ella sólo había frotado de manera superficial la mejilla contra la de él—; a Anneliese le cogió las manos —cubiertas por guantes rosas, adornados con caritas de conejos— entre las suyas y se las apretó, sonriéndole. A Raffaele le dio la mano y lo saludó con un movimiento de cabeza. Todos entendían que lo anterior era una clara muestra de lo que sentía por cada uno de ellos.

¿Cómo estás, Raff? —preguntó la mujer.

Pues estoy y ya es ganancia —le respondió él, educado, en el mismo idioma—. Cómo está usted?

Ella le respondió asintiendo —sabía que el alemán de Raffaele era limitado, por lo que encontraba amable su esfuerzo—, y les pidió que pasaran. Mencionó el frío que hacía fuera.

Ja! —aceptó Hanna, dándose cuenta de que seguían parados en el porche de la puerta—. Annie ha estado muy enferma —informó, con pesar.

La aludida sólo había captado su nombre; realmente entendía el alemán aún menos que Raffaele.

¿Por eso la chamarra de esquimal? —bromeó Mika, señalándola, mientras abrazaba a Matteo.

Raffaele lo miró con desprecio, como si él hubiese dicho una estupidez.

Anneliese se dio cuenta, en ese momento, que el parecido de Matt con Mika era extraordinario: Matt era más alto que él, como por cinco centímetros, pero tenían la misma complexión, el mismo rostro huesudo, y también la misma sonrisa —aunque los colmillos de Matt eran todo Petrelli—.

* * *

Anneliese se terminó su galleta de vainilla —tan grande como la palma de su mano— número veintisiete. El día anterior, apenas llegar, su abuela les había servido chocolate caliente y esas deliciosas galletas; Annie había hecho a un lado la bebida y se había comido diecisiete galletas con leche. Emma se alegró de que le gustaran y había horneado más para nochebuena.

—Annie —la llamó Raffaele, bajito, cuando vio las intenciones de su hija de coger su galleta número veintiocho. Estaban en la única sala de la casita, frente a la chimenea encendida—. Ya no —le pidió, sacudiendo suavemente la cabeza.

No se dio cuenta de que su hija, quien había estado presa de la anorexia las últimas semanas, estaba comenzado a comer en cantidad descontroladas, desde el día anterior.

—¿Por qué? —se quejó ella, poniendo una mueca de dolor.

—Cada una tiene medio kilo de azúcar.

La muchacha suspiró y se recostó de espadas en el sofá, cayendo sobre Angelo, quien estaba dormido. La noche anterior, Hanna, Matteo y Mika habían insistido en que los acompañara; ellos se habían desvelado la noche entera charlando y bebiendo cerveza. Con frecuencia, Raffaele se había levantado de la cama para mirarlos, y Anneliese sabía por qué: quería comprobar que ellos no estaban pervirtiendo a su joya más valiosa, a su hijo tan querido.

Angelo inhaló profunda y lentamente.

—Ay, perdón —suplicó Annie, apenada por despertarlo.

Cuando él lograba dormir durante el día, los demás intentaban no perturbarlo, entendían lo terrible que debía ser su insomnio.

El muchacho sacudió la cabeza y suspiró, reacomodando su cuerpo.

—¿Ya vamos a cenar? —preguntó a su padre.

—¿Ya tienes hambre? —le preguntó Raffaele, a cambio—. ¿Le digo a tu madre que te traiga un sándwich?

—No. Me espero —Angelo se incorporó y le tocó una mejilla a su hermana, comprobando que su temperatura no había vuelto.

Esa tarde, ellos habían salido a comprar sus regalos de navidad. Al menos Anneliese —quien se había olvidado de comprar los suyos—, lo había hecho. Sus hermanos la habían acompañado y habían sido las compras más frustrantes que había tenido ella: la familia de Hanna vivía en un pequeño pueblo, y las pocas tiendas de las que gozaban, eran bastante limitadas en sus productos.

Al final, cansada y tosigosa, muriendo de frío, había comprado discos musicales para todos, excepto para su prima Jessica —quien ni siquiera estaba ahí—, para ella consiguió un reloj antiguo, de bolsillo, femenino y pequeño, que seguramente ella se pondría como collar con uno de esos vestidos de lolita japonesa, que tanto le gustan.

Oh, mein Gott!! —Hanna salió emocionada de la cocina—. ¡Hice la salsa para el pavo yo sola! —informó a su familia, radiante de felicidad.

—Niños —Raffaele llamó a sus hijos. Angelo y Annie lo miraron—, ya saben qué cosa no comer. No tengo ganas de salir a buscar un hospital —jugó con su mujer.

—Oh —Hanna torció un gesto y le golpeó un hombro con suavidad.

—No le hagas caso, ' —pidió Matteo, reuniéndose con ellos en la sala de estar. Él había estado fuera, con su tío Mika—. Seguro te quedó deliciosa —aseguró.

Naturalmente, estaba equivocado.

Todos habían comido de la salsa de Hanna, sí, pero como sustituto de sal.

Esto está más salado que... —Mika buscó una analogía ingeniosa— ¿el mar? —concluyó, sin encontrarla, riéndose—. Extrañaba tu horrible comida, hermana —se alargó en su asiento y besó a Hanna en una mejilla, con infinito cariño.

La aludida torció un pucherito; más bella no pudo verse esa mujer. Ella estaba ligeramente maquillada, pero sus labios lucían ese intenso carmín con el que solía pintarlos.

La cena, aunque deliciosa, había sido modesta. Raffaele tenía razón: la familia de Hanna no festejaba navidad; la cena —el pavo, las salsas, las ensaladas—, Emma la había ofrecido por consideración con ellos.

*

Justo a media noche se escuchó un cohete, ascendiendo, para luego hacer explosión.

—¡Ah! —Hanna sonrió—. Ya comenzaron los fuegos artificiales —comentó, distraída.

Cada año, luego de la media noche, en el pueblo hacían una quema de fuegos artificiales cerca del lago. En verano, las luces se reflejaban en el agua nocturna, ofreciendo un espectáculo que parecía sacado de un cuento de hadas y, en invierno, con el agua congelada y todo cubierto una nieve blanca, parecía una pintura incrustada de diamantes.

—¿Quieren ir a verlos? —preguntó ella a sus hijos menores.

Angelo de inmediato lo rechazó. Annie frunció el ceño... ¿había un lago cerca?

¿Quieres ir? —preguntó Mika a Matteo, en alemán.

No —el muchacho bostezó.

Vinieron las nietas del vecino —siguió el hombre—. Son siete hermanas. Están buenísimas y seguro están en el lago.

Matt se puso de pie, de un salto.

No se diga más —aceptó—. Vamos allá.

Annie entendió medianamente lo que ellos decían y pensó en que se parecían más que en el físico..., para disgusto de Raffaele. En ese momento, Mika tenía treinta y dos años y, ciertamente, no hacía mucho de provecho con su vida.

—¿Vamos? —invitó Matteo a su hermano.

En silencio, Angelo volvió a sacudir la cabeza; estaba recostado en el sofá, junto a su hermana.

¿Seguro? —le preguntó su tío—. Tres de esas chicas son gemelas.

Sin ninguna clase de expresión en el rostro, Angelo se pasó la lengua por un colmillo y, con mucha calma, le explicó que, si son tres, no son gemelas.

Tampoco Angelo le tenía mucha paciencia a su tío Mika; Matteo opinaba que él simplemente imitaba a su padre, odiando al hermano de Hanna, pero Anneliese sabía que no era así: a Angelo, lo que le fastidiaba, era que Mika intentara hablarle o incluirlo en sus temas por simple cortesía —con Hanna—; le tenía sin cuidado que su tío materno no le tuviese el mismo afecto que a Matteo: lo que le molestaba era su condescendencia... y su estupidez. ¿No podían sólo ignorarse mutuamente? Mika era justo ése tipo de personas que Angelo no toleraba, sabía la rubia. Una de las muchas... claro.

Annie podía contar con sus manos las personas que no fastidiaban a Angelo. Y le sobraban dedos. Muchos dedos.

Mika torció exactamente el mismo gesto que ponía Matteo cuando Angelo lo hacía sentir un completo imbécil. Miró a Hanna; fue evidente que intentó hacer a un lado su enfado —por ella— y siguió:

Bueno, gemelas o no: esas chicas son idénticas.

Prefiero a los hombres —soltó Angelo, tranquilo.

Momentos antes, mientras cenaban, Mika había hecho un chiste relacionado —Anneliese no estaba segura de qué tan gracioso había sido porque ella no entendió ni la mitad de lo que su tío había dicho—.

Mika torció un gesto suavísimo, intentado comprender si el menor de sus sobrinos estaba poniéndolo al tanto de sus preferencias sexuales o bromeando, pero decidió que no le importa y le dio un par de golpecitos en la espalda a Matteo, urgiéndolo a marcharse.

—Estoy comenzando a pensar que es marica y está intentado ocultarlo —comentó Raffaele, en italiano (para que Emma no entendiese nada) apenas ellos dejaron la sala. Sacudió la cabeza, fingiendo desapruebo, y continuó—: ¿Sí serán «gemelas»? No vayan a ser tres gemelos y me quiera voltear a Matt.

—Mo seas homofóbico —lo regañó Hanna.

—No soy homofóbico —Raffaele sonrió—. Si lo fuera, no soportaría verlo a la cara —siguió.

Angelo se rió.

—Ah... ¿lo hacías? —terció un esto sutil.

—No, pero eso no tiene relación alguna con que sea o no marica —le explicó.

Hanna miraba, tanto a su marido como a su hijo, con la boca abierta.

—Bueno —comenzó ella—. Pues yo creo que tu hermana es una perra —escupió a Raffaele.

El rostro tranquilo de ambos, y sus sonrisas a medias, sugería que para ninguno era un tema serio, o personal. Aun así, el hombre pareció pensarlo:

—Sí lo es —aceptó.

Hanna pareció decepcionada, luego fingió un gesto de desprecio:

—Me voy al lago, con los que no son unos totales imbéciles —se puso ella de pie.

—De acuerdo —Raffaele asintió—. Ve con cuidado.

Hanna apretó los dientes, le avisó a su madre que saldría y se marchó.

—Mi mami se fue sola —hizo notar Annie; era de noche, estaban en otro país y ella iba a pie.

—Se va a regresar ahorita —juró Raffaele, reprimiendo un bostezo—. Me voy a dormir. No se desvelen mucho —recomendó a sus hijos.

Emma se levantó rápidamente y acompañó al hombre a su recámara, en la planta alta. Hasta la sala se pudo escuchar cómo es que Raffaele le pedía a la atentísima mujer que se detuviera, que él podía arreglar solo su cama, y luego gritó:

—¡Anneliese, ven acá!

Y ella torció un gesto, preguntándose si ésa era la idea que tenía su padre de hacerse cargo de un quehacer como ése. La respuesta era simple: sí. Raffaele Petrelli no tenía una pisca homofóbica en su enorme ser, pero sí era algo machista.

Angelo se rió de la muchacha y le dio un besito en la frente.

Cuando Anneliese volvió a la sala, se encontró con Hanna.

—¿No ibas a ir al lago? —se asombró la rubia: al parecer su padre tenía razón y ella había regresado, ¿por qué?

—Me arrepentí —ella suspiró—. Estaba demasiado oscuro el camino.

La muchacha sintió pena. Era una lástima que su madre se quedara sin ver esos fuegos artificiales —que parecían gustarle muchísimo y extrañaba tanto— por el temor de andar sola en la noche.

—Acompáñala, Angelo —suplicó a su hermano; ella no podría ir: aunque el lago estuviera congelado, no sabría dónde pararse y todo el rato estaría pensando en que se rompería el hielo y ella caería en agua negra, heladísima, que la paralizaría y mandaría al fondo...

Pero él sacudió la cabeza.

—No voy a salir a estas horas en un lugar que no conozco —se negó él—. Qué miedo.

Ambas lo miraron a los ojos, incrédulas. Él se vio obligado a confesar:

—No quiero ir —soltó, seco y tranquilo, como siempre.

Hanna suspiró:

—Es aterrador el amor que me tiene —sacudió la cabeza, y fue a la cocina, con su madre.

* * *

Las codiciadas nietas del vecino no estaban admirando los fuegos artificiales, sin embargo, para Matteo no fue ninguna pérdida de tiempo, pues el espectáculo había sido de lo más entretenido —y pensó todo el tiempo en su primo Lorenzo: le encantaban los fuegos artificiales y... toda clase de fuegos, también—, sin embargo, había algo que le molestaba: cada vez que miraba sobre su hombro, había tres tipos —de edad aproximada a la de Mika— observándolo.

Podía verlos susurrando cosas entre ellos... y sonriendo. Matt se preguntaba si se reían de él. Sus rostros no le eran familiares de nada.

Fue entonces —debido a que su sobrino parecía algo tenso— que Mika se dio cuenta de lo que ocurría. Se volvió y se quedó mirando a los tres tipos.

¿Qué están viendo? —inquirió, rudo.

Los tipos fueron donde ellos.

Tranquilo, Mika —le pidió uno, sin mirar ya a Matteo—. Sólo nos preguntábamos si él es hijo de Hanna. Se le parece.

¿Eso a ti qué te importa? —le espetó Mika.

Esos tres hombres eran más altos que Mika, y también que Matteo.

No seas agresivo, Mika —siguió otro de los hombres—. Sólo es una pregunta: ¿tu hermana está en el pueblo?

¿Para qué quieres saberlo? —terció Matt.

Los tres hombres lo miraron. Parecían sorprendidos de escucharlo hablar en un fluido alemán. Eso le dijo al muchacho que esos tres sabían, al menos, que Hanna —y los hijos de ésta— no vivía más en Alemania. Eso no le gustó.

¿Qué interés tienen en mi madre? —cuestionó Matt, una vez más.

//

Recostada sobre el sofá, Anneliese, quien tenía la cabeza apoyada sobre el brazo de su hermano, miraba videos musicales en el televisor. Sólo los miraba, sin volumen, pues Angelo, detrás de ella, estaba dormido —y aunque lo que ella quería era ponerse de pie, quería recompensar a su hermano, dejándolo dormir todo lo que no pudo, cuando estuvieron alejados—. O al menos él intentaba dormir; podía sentirlo suspirar y apretujarla en momentos. Habían decidido dormir en la sala, pues la habitación que les habían cedido —a los tres hermanos—, no tenía calefacción, y la sala al menos tenía chimenea.

Ya tengo sueño, pero no me quiero dormir aún —se lamentó Hanna; sentada junto a su madre, en otro sofá, entrelazando un brazo cariñosamente y acariciando a uno de los nueve gatos que tenía Emma—. No quiero que el día acabe aún.

Y Annie —quien recordaba la supuesta alergia de su madre a los gatos o, mejor dicho, a Maia, la gatita que le había regalado Angelo— entendió casi todo lo que dijo ella. Cuando hablaban bajito, y muy rápido, entendía poco alemán, pero Hanna había hablado lento, casi en un suspiro. Angelo la apretó un poco más y ella supo que él había despertado por completo; tal vez la voz de su madre lo había alertado. Miró a las mujeres y se dio cuenta de que Emma también la miraba a ella, pero desvió sus ojos castaños rápido —los ojos grises habían sido regalo de Jason, el padre de Hanna, quien había muerto cuando ella tenía sólo doce años—. Eso fue extraño. Cuando Annie sorprendía a Rebecca contemplándola, ésta le regalaba una sonrisa y le hacía algún cumplido, revelándole el motivo por el cual la veía tan fijo. En cambio, la reacción de Emma, había sido casi... temerosa.

Confundida, necesitada de apoyo, Anneliese buscó la mano de su hermano bajo el edredón y éste entrelazó sus dedos con los de ella, afectuoso, ajeno a los pensamientos de su hermana.

Y entonces Emma, mirando hacia la televisión, comentó a su hija:

Es ist erstaunlich, wie sehr sie ihr ähnelt.

Y eso Anneliese lo entendió. Lo entendió perfectamente bien. Emma había dicho: «Es increíble lo mucho que se parece ella».

¿De qué... o de quién hablaba la mujer?

Was?¿Qué?, preguntó Hanna, desconcertada.

Das Mädchen... —le explicó Emma, casi en un susurro—, Sie sieht ihr unheimlich ähnlichLa niña (explicó Emma). Se parece tanto a ella.

Annie las miró de reojo. ¿De qué niña hablaban?

Hanna soltó a su madre rápidamente y le ordenó, bajito:

Sei leiseCállate. Luego sonrió a su hija, discreta, y con voz dulce añadió, mirando el televisor, como si el tema versara sobre el video musical, mudo, que el aparato transmitía—: Bitte Mom. Du weißt, dass Angelo fließend Deutsch spricht, er könnte dich hören. Sube el sonido, Annie.

Anneliese no logró moverse lo suficiente para acatar la orden; aunque lo último no lo había logrado entender, se había dado cuenta perfectamente de que las palabras severas de su madre no tenían relación en absoluto con su tono dulce. ¿Qué era lo último que había dicho? Apenas pudo asir con mayor fuerza la mano de su hermano y, cuando éste le respondió, confirmó que Emma, efectivamente, hablaba de ella: Angelo había fingido estar dormido para escuchar. ¿Qué era eso tan interesante que ellas habían dicho?... Y ¿quién era ésa niña se parecía tanto a... a quién?

La puerta principal se abrió de golpe y la voz urgida de Mika lo superó todo.

Estoy bien —decía Matteo, en alemán.

Pero no lo estaba. Cuando cruzó frente a la sala de estar, en dirección al pequeño cuarto de baño bajo las escaleras, Anneliese logró ver una buena cantidad de sangre emanando de alguna parte de su cara

* * ** ** ** ** * *

Me sorprendió la cantidad de lectoras que veo no saben que Ambrosía está de nuevo en Wattpad, así que debo recurrir a su apoyo, por favor: cuéntenle s sus amigas y, si tienen página o blog, o Instagram de lectura, sería de gran utilidad el aviso de su parte.

Infinitas gracias. ❤️

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