Ambrosía ©

By ValeriaDuval

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En el libro de Anneliese, decía que la palabra «Ambrosía» podía referirse a tres cosas: 1... More

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
VETE A LA CAMA CON...
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Capítulo 56
Capítulo 57
Capítulo 58
Capítulo 59
Capítulo 60
Capítulo 61
Capítulo 62
Capítulo 63
Capítulo 64
Capítulo 65
Capítulo 66
Capítulo 67
Capítulo 68
Capítulo 69
Capítulo 70
Capítulo 71
Capítulo 72
Capítulo 73
Capítulo 74
Capítulo 75
[2] Capítulo 01
[2] Capítulo 02
[2] Capítulo 03
[2] Capítulo 04
[2] Capítulo 05
[2] Capítulo 06
[2] Capítulo 07
[2] Capítulo 08
[2] Capítulo 09
[2] Capítulo 10
[2] Capítulo 11
[2] Capítulo 12
[2] Capítulo 13
[2] Capítulo 14
[2] Capítulo 15
[2] Capítulo 16
[2.2] Capítulo 17
[2.2] Capítulo 18
[2.2] Capítulo 19
[2.2] Capítulo 20
[2.2] Capítulo 21
[2.2] Capítulo 22
[2.2] Capítulo 23
[2.2] Capítulo 24
[2.2] Capítulo 25
[2.2] Capítulo 26
[2.2] Capítulo 27
[2.3] Capítulo 28
[2.3] Capítulo 29
[2.3] Capítulo 30
[2.3] Capítulo 31
[2.3] Capítulo 32
[2.3] Capítulo 33
[2.3] Capítulo 34
[2.3] Capítulo 35
[2.3] Capítulo 36
[2.3] Capítulo 37
[2.3] Capítulo 38
[3] Capítulo 1
[3] Capítulo 2
[3] Capítulo 3
[3] Capítulo 4
[3] Capítulo 5
[3] Capítulo 6
[3] Capítulo 7
[3] Capítulo 8
[3] Capítulo 9
[3] Capítulo 10
[3] Capítulo 11
[3] Capítulo 12
[3] Capítulo 13
[3] Capítulo 14
[3] Capítulo 15
[3] Capítulo 16
[3] Capítulo 17
[3] Capítulo 18
[3] Capítulo 19
[3] Capítulo 20
[3] Capítulo 21
[3] Capítulo 22
[3] Capítulo 23
[3.2] Capítulo 1
[3.2] Capítulo 2
[3.2] Capítulo 3
[3.2] Capítulo 4
[3.2] Capítulo 5
[3.2] Capítulo 6
[3.2] Capítulo 7
[3.2] Capítulo 8
[3.2] Capítulo 9
[3.2] Capítulo 10
[3.2] Capítulo 11
[3.2] Capítulo 12
AMBROSÍA EN FÍSICO
LOS CUENTOS DE ANNIE
EPÍLOGO I
EPÍLOGO II
EPÍLOGO III
📌 AMAZON
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Capítulo 49

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By ValeriaDuval

UCCELLINO
(Pajarito)

.

Angelo Petrelli tenía dificultades para aceptar que algo se interpusiera entre su hermana y él. Habían estado siempre solos —¡siempre habían sido únicamente ellos dos!—; cualquier otro, en la ecuación, era sólo un invasor. Era percibido, por su subconsciente, como un peligro de distancia, de cambio..., de perderla.

Y, perderla, era inconcebible para él. Angelo no conocía otra cosa que, a la hermana que lo necesitaba a cada instante, la que se aferraba a él y no lo soltaba, la que gritaba su nombre cuando tenía miedo, o estaba feliz y lo quería compartir porque... eso era lo normal, lo natural; así habían vivido siempre, así habían crecido: teniéndola sólo él, para él, cuidándola, amándola... Ella era suya y él era todo por y para Annie.

Eso no era un pensamiento consiente, razonado. Tan sólo... era.

Pero eso no lo entendía Anneliese. Ella —sin ninguna intención de abandonar la parte más importante en su vida—, tan sólo había estado conviviendo con otras personas; no se daba cuenta de que había estado alejándose más y más de él y... Angelo no sabía cómo responder a eso.

Él sabía que había estado escuchándose autoritario con ella, prohibiéndole cosas..., pero no podía evitarlo. ¿Qué más hacía, si sentía que ella estaba yéndosele de las manos?... Dejándolo.

Nunca habían peleado siquiera, no por cosas serias —no donde se hablara, literalmente, de vida o muerte—... y nunca ella había intentado apartarse de él.

Simplemente, Angelo estaba desesperado. Pese a eso, interpretó inmediatamente los actos de su hermana: estaba provocándolo, estaba... ¿intentando castigarlo? Seguramente. Según la charla que habían tenido tres días atrás (en la cual ella expresó su molestia por la decisión que había tomado él —de tener a su bebé—, y la indignación por la falta de gratitud al... ¿decidir no matarlo? —Oh, vaya..., pues gracias—. Después y, finalmente, por no confiar en ella) Anneliese creía que el errado había sido única y exclusivamente él —que ella no tenía culpa alguna—.

Para Angelo resultaba angustiante, frustrante e indignante, la situación.

Tal vez por eso sonrió sutilmente, de lado, cuando ella mencionó el nombre del francés; era un gesto que había heredado de su padre, una mueca de alarma... para los demás. Esa sonrisa suave, retorcida, malévola, anunciaba un inminente ataque.

... Pero Angelo logró no reaccionar a la provocación; no iba a aceptar su... castigo injusto.

Nicolas subió al escenario encerado —sobre el cual resbaló y casi se cae... Era tan despistado como Anneliese—, llegó junto a ella —con esa sonrisa fácil y estúpida que tenía... ¿De qué se reía todo el tiempo? Bufón—, la cogió por ambos hombros, por la espalda, e intentó besarle una mejilla... Angelo —contra su resolución de no participar en su juego— se puso tenso, pero se tranquilizó enseguida, pues ella, con un movimiento rápido, cual conejo asustado, se sacó, alejándose de sus labios.

Logró verla mirándolo de reojo.

//

Había sido un acto inconsciente, por el cual se sintió avergonzada luego, cuando descubrió que se apartó del francés como si él le causara asco. Así que lo cogió por una mano y se forzó a sonreírle.

Y él también se forzó a hacerlo; recibió su ridícula corona de espada, dio las gracias a Annie y el DJ inmediatamente puso música. Y todo estuvo bien hasta ahí. Por fortuna, el impulso de Annie parecía haber quedado ahí, sin trascendencia... pero luego bajó del escenario y se encontró de frente a sus allegados.

El rostro sin expresión, de Lorenzo, no decía nada en absoluto; no parecía juzgarla de manera alguna, pero tampoco había una reacción positiva al ver a su prima, la marginada, convertirse en Reina de Invierno. Lorena, su hermana melliza, sí parecía asombrada y sus ojos verdes estaban clavados no en ella, sino en Angelo. Contrario a los otros dos, Raimondo fingía no darse cuenta de nada, mirando a otro lado.

Pero ninguno de los anteriores, sus opiniones, importaban. No, realmente. Lo importante fue encontrarse con Laura Giordano... Laura la consideraba su amiga y estaba segura de que la rubia sabía que ella había estado enamorada de Nicolas durante años; parecía contrariada e incrédula, y sus ojos castaños casi anunciaban... ¿llanto? Inmediatamente, Annie recordó a alguien más que también gustaba del francés. Su prima... Su mejor amiga. Casi tuvo miedo de voltear a verla, pero en Jessica, como siempre, no había reproche —Jess nunca se enfadaba con Annie—, sólo había confusión. No entendía por qué ella había utilizado al chico que le gustaba —al único chico que le había gustado verdaderamente— para encelar a su hermano.

Escuchó que Nicolas decía su nombre y, antes de que él pudiera acercarse —antes de que Jessica y Laura lo vieran con ella—, huyó hacia la terraza —la cual estaba casi vacía debido al intenso frío—; sentía nauseas. Se sentía irreal.

Y luego se dio cuenta: las únicas afectadas no habían sido Jessica y Laura: había involucrado a Nicolas en una situación de dos..., en una situación de la que, tal vez, no saldría bien. ¿Cómo había podido hacerlo? Había sido su nerviosismo que no la dejó pensar bien, había sido el calor del momento...

Pero ahora sólo tenía frío.

Fue al extremo más alejado de la terraza y tomó asiento en una barda baja, tiritando; comenzaron a caer diminutos copos de nieve. Annie no pudo recordar haber tenido más frío antes, pero no pensó, ni por un segundo, en volver dentro. Intentaba centrar su atención en el almendro que daba vida, al lugar, durante verano, pero que en ése momento parecía estar muerto, cuando, al tiempo que comenzaba a sonar The Reason, de Hoobastank, también escuchó sus pasos.

No miró sobre su hombro —sabía que era él—, no quería verlo a la cara.

//

Al verla huir —tras encontrarse con la mirada de los otros—, tan débil, tan frágil, él sintió la necesidad —la misma de siempre— de envolverla entre sus brazos y reconfortarla.

Lo dudó por un momento, pero al final fue detrás de ella; no pudo evitarlo y no lo intentó siquiera. Así había sido siempre. Cuidarla era su trabajo, su deber...

La encontró temblando en una esquina de la terraza. Le pareció un pajarito entumecido —muriendo de frío—, incapaz de mover sus alas para buscar un lugar cálido.

Se quitó la chaqueta del esmoquin y, suavemente, se la puso sobre los hombros. Anneliese lo miró hacia arriba, sus labios temblaban —toda ella lo hacía— y sus ojos azules no pudieron reflejar más arrepentimiento... y temor. ¿Le temía a él?

... No, eso no.

—¿Estás bien? —le preguntó, sentándose a su lado.

Ella bajó la mirada.

—Tenía calor, ahí dentro —mintió.

—¿En serio? —él frunció el ceño—. Dicen que no había un invierno tan frío desde los años 90's.

Los dientes de Anneliese castañearon. Angelo esperó un poco, antes de volver a hablar:

—¿Quieres ir a casa? —le ofreció.

¡Y ella lo miró con infinita gratitud!

—¡Sí, por favor! —suplicó.

La ayudó a ponerse de pie —ya todo estaba bien. Ya estaba a su lado, de nuevo— y, luego de que la rodeara con uno de sus brazos, ella no puso objeción en que la guiara al interior del salón nuevo. En ese momento, ella no lo supo, no pensó en ello, pero... una parte de su mente creía que, si Jessica y Laura la veían con Angelo, sabrían que no tenían nada de qué preocuparse. Sin embargo...

—Jess —se escuchó decir; quería hablarle.

—Está con los demás. Está bien. Vamos —cerró su mano con mayor firmeza sobre su hombro.

Y ella asintió, mirándolo a esos ojos tan bonitos y fríos —pero no para ella— que él tenía.

*

Al volver a casa, se encontraron a sus padres acurrucados en la sala de estar, mirando una película. Raffaele preguntó a sus hijos cómo había estado su evento, pero ya que Hanna lo chitó rápido (pues no la dejaba escuchar) ellos no se vieron obligados a quedarse a hablar.

Ninguno quería hablar. Ni con otras personas..., ni entre ellos.

Subieron a la recámara de él, donde se quedaron callados. Si había algo qué decir, ninguno lo dijo. Él no encendió las luces y ella no se lo pidió. Él comenzó a deshacer la cama al tiempo que se aflojaba la corbata, y ella tomó asiento sobre la silla frente al escritorio para quitarse los tacones; pensó en que era extraño desnudarse a sí misma, teniéndolo a tan cerca. Se quedó quieta y él pareció adivinar sus pensamientos: fue donde ella y, de manera delicada, le bajó la cremallera del vestido. Pese a eso, por primera vez mientras él la desnudaba... no sintió su excitación, su deseo por ella. De alguna manera, ella supo que esa noche no iba a pasar nada y... también algo más: algo, entre ellos, había cambiado.

Cuando al fin se metieron a la cama, sólo en ropa interior, ella intentó acercarse al muchacho; lo abrazó y él le prestó su brazo izquierdo como almohada antes de besar su cabeza rubia.

—Papá y mamá van a salir mañana —comentó él, en algún momento; ninguno podía dormir.

—¿Hum? —tanteó ella, confundida.

—Fuera —repitió—. Regresan el sábado. ¿Quieres ir a la choza? —le propuso.

Y Annie ni siquiera lo pensó:

—Sí —se escuchó decir... aunque realmente no estaba segura.

** ** **

—Y... ¿qué pasa con Annie? —preguntó Marcello Buzon, desde el asiento trasero del auto del padrastro de Nicolas.

El francés, acomodado sobre el asiento del copiloto, miró al otro muchacho a través del retrovisor; se encontraban en el estacionamiento de una pequeña tienda de veinticuatro horas. El padrastro del francés lo había buscado luego del baile y aprovechó para llevar a Laura a su casa —y a Bianca, quien se quedó con ella—. Marcello había preguntado si podían llevarlo también —la mayoría de los presentes adivinaron que su intención era pasar más tiempo con la editora— y, de camino, el padrastro decidió detenerse a comprar helado para su mujer.

—¿Eh? —preguntó el francés; realmente no lo había entendido.

—Con Annie. Anneliese Petrelli.

En silencio, Nicolas sonrió. Nunca había sido de los chicos que hablaban de las muchachas con las que salía.

—Su hermano te va a hacer pedazos —continuó Marcello.

Nicolas se quedó quieto y arqueó una ceja.

—¿Por qué? —tanteó.

—¿En serio no lo has notado? —torció un gesto.

Nicolas no respondió; sí, había notado... algo.

Marcello siguió:

—No deja que nadie se acerque a ella. Una vez la invité al cine y... —se interrumpió y sacudió la cabeza, como si no tuviera palabras para describir lo que había ocurrido—. Es nefasto, ése cabrón.

—... La gente parece quererlo —comentó Nicolas

Marcello asintió, aceptándolo, pero lucía inconforme.

—La gente es estúpida. Es un desgraciado hijo de puta que trata como a la mierda a los demás y... ahí siguen, detrás de él. Yo no pude: es engreído, arrogante y se siente suprior al resto de la población.

Nicolas evaluó las palabras de su nuevo amigo por un momento. Ciertamente, no había conversado una sola vez con Angelo en esa semana que habían compartido clases, en el mismo grupo, pero no lo tomaba como algo personal porque... bueno, él no parecía hablarle a nadie. Hasta el momento, no le parecía una persona presumida —para presumir, había que hablarle a los demás y, bueno..., él ni siquiera volteaba a verlos—, como sugería Marcello... Pero le tenía intrigado —preocupado— el hecho de que se había llevado a Annie del comedor y, más tarde, la encontró llorando. Al principio, él había creído que eran novios, ¡vaya sorpresa que se había llevado al descubrir que eran hermanos!

—¿Intentaste salir con ella? —se escuchó preguntar Nicolas. No se le ocurría otra cosa por lo cual Marcello se estuviese expresando de ésa manera.

—Sí —confesó el otro—. Pero... Angelo...

Nicolas se rió.

—No te rías —continuó Marcello—. Son serias las cosas con él. Actúa como... si la quisiera para él —insinuó. El francés guardó silencio—. No sé —nuevamente, Marcello hablaba sin que el otro pudiera responder nada—. A veces me hace pensar cosas... ¿Sabes que Annie es adoptada?

¿Adoptada? Cavilando sus palabras, Nicolas sacudió lentamente la cabeza.

*

Annie estaba pintado un paisaje de conejos, con pinturas de acrílico.

Estaba por cumplir siete años.

Se encontraba en el estudio de su casa, acompañando a su padre, quien comparaba el contenido de lo que había en su computadora con las muchísimas hojas que tenía entre las manos; o al menos eso le parecía a la niña.

—Papi —lo llamó ella, tenía la nariz congestionada; la había tenido igual los dos últimos días, por lo que aquel lunes no había ido a la escuela.

—Dime —le pidió él, atento a sus hojas.

—¿Podemos ir al parque más tarde?

—No, cariño —él escribía cuidadosamente algo en su computadora—. Hasta que te mejores no puedes salir de casa.

—¿Cuándo va a ser eso? —siguió ella, y luego tosió. Vestía su pijama de color rosa intenso, con caritas de conejo.

—No lo sé —él dejó sus hojas y la miró; la niña estaba sentada en la alfombra, frente a su escritorio—. Si sigues corriendo cada vez que vayan a inyectarte, no será pronto.

Ella torció un puchero.

—No me gustan las inyecciones —refunfuñó.

—Ni a mí —se rió él—. A nadie le gustan, princesita, pero son necesarias.

Su teléfono celular timbró en aquel momento y él respondió. Parecía ser un amigo suyo, pues se saludaron y luego comenzaron a hablar del contenido de sus hojas; o al menos eso suponía la niña, ya que Raffaele le pedía aclaraciones de lo que ahí leía.

Un rato luego, Raffaele se puso de pie y caminó por el lugar, desentumiendo sus piernas. Fue así como salió de su estudio.

Anneliese se aburrió de dibujar y fue a sentarse en el sillón de cuero, giratorio, detrás del escritorio, pero no pudo hacerlo girar ella sola. Nunca podía, era Angelo quien le daba vueltas cuando ella se sentaba ahí. Derrotada, curioseó entre las cosas que su padre tenía dispersas sobre su escritorio. Él siempre tenía cosas divertidas ahí, como lupas, punteros láser y sellos.

Fue así como se encontró una pequeña caja de madera que nunca antes había visto. Era una caja pequeña, muy parecida a un baúl de nogal, con broches de plata, que su abuela Rebecca le había regalado a ella. La tomó, la abrió y frunció el ceño al encontrar ahí sólo un mechón de pelo.

Era rubio, extremadamente rubio. Era suyo. Annie lo tomó y lo estrujó entre sus dedos, preguntándose por qué su padre tenía una cosa como ésa guardada en un baúl. Se preguntó si era alguna clase de recuerdo raro, como ése que Hanna llevaba a veces colgado al cuello: el primer diente de Matteo bañado en oro y dispuesto como colgante.

A la niña se le ocurrió un buen uso para ese mechón de pelo rubio: parecía una brocha. Fue a su antiguo lugar y comenzó a dibujar de nuevo... Se dio cuenta de que un suave mechón de pelo servía mejor para hacer el efecto en la hierba, que cualquier brocha.

Raffaele volvió y no pareció reparar en lo que su hija hacía. Se sentó de nuevo detrás de su escritorio y... miró su caja abierta. Frunció el ceño y volteó a ver a Annie, abriendo enormes sus ojos color chocolate.

—¡No, Annie! —casi gritó, poniéndose de pie—. ¡No! ¿Qué haces?

—Sirve como brocha —le anunció ella, pasando de la diversión a...

Raffaele fue donde ella, con zancadas largas, y le quitó el mechón de pelo. No se lo había arrebatado, pero sí se lo había quitado rápidamente. Se metió al baño medio, en su estudio, y Annie escuchó el agua del lavamanos correr. Se dio cuenta de que había hecho algo malo. Se asustó un poco. Su papi nunca le había pegado, pero cuando se portaba mal, su mami sí la castigaba.

El agua paró. La niña fue hasta la puerta del baño y se asomó, despacito; quería saber si su mechón de pelo había quedado limpio.

Encontró a Raffaele Petrelli sentado sobre la tapa del retrete, derrotado.

—Papi —lo llamó ella, profundamente arrepentida.

Raffaele la miró a los ojos... los suyos estaban ligeramente enrojecidos.

—No sabía que querías tanto esa cosa —se disculpó ella, sintiendo deseos de llorar.

A Raffaele se le cayó una lágrima, pero se la limpió rápidamente y sacudió la cabeza.

—Ven, princesa —le pidió.

La niña corrió donde él y su padre la abrazó con fuerza, la sentó sobre sus piernas y la meció entre sus brazos. Annie podía sentir la humedad del mechón de pelo contra un brazo.

Poco tiempo luego, cuando su madre y sus hermanos volvieron de la escuela, Raffaele no le dijo nada a Hanna, lo cual fue un alivio para Annie.

Ésa misma tarde, su madre fue al supermercado y compró mucho pan casero, sin gluten, con forma de dinosaurio, de ése que le gustaba tanto a Matteo y no le hacía daño, y Annie se emocionó cuando reparó en que cada dinosaurio venía dentro de una bolsita de celofán, cerrada con una liga...

Les quitó todas las ligas a las bolsas y subió corriendo a su recámara, impaciente. Se puso una liga en cada mechón de pelo rubio. Se aseguró de que fueran de todo tipo de mechones: largos, cortos, delgados y gruesos, luego, los cortó con sus tijeras.

Angelo entró en aquel momento a su recámara; él ya tenía siete años.

—¿Qué haces? —le preguntó, frunciendo el ceño—. ¿Por qué te cortas el cabello?

—Son mechones de pelo —le explicó ella, con naturalidad—. Para papi.

Él torció un gesto, confundido.

—¿Qué clase de regalo es ése? —siguió él.

La niña se encogió de hombros. No tenía ni idea, ¿por qué importaría tanto un mechón de pelo? Sólo era pelo... pero él parecía quererlo.

—¿Cómo te sientes? —continuó Angelo, tocándole la frente—. Ya no tienes fiebre.

—¡No! —se alegró ella, cortando el último mechón de pelo de su última liga—. Ahora vengo —dijo a su hermano, cogiendo entre sus manitas todo el pelo. Gracias a sus bucles, parecía un montón.

Y al correr, no se dio cuenta de que un mechoncito se le cayó, cuando salía, y su hermano lo levantó.

—¡Papi! —le gritó ella, bajando a su estudio.

No encontró a su padre ahí.

—Mami, ¿dónde está mi papi? —le preguntó, yendo a la cocina.

—Anneliese —la llamó ella, con voz dura—, ¿tú le quitaste las ligas a todo el-- —se interrumpió al ver todo ese pelo rubio entre las manos de su hija—. ¡¿Por qué te cortaste el pelo?!

La niña se dio media vuelta y se marchó, entendiendo que Hanna no había visto a Raffaele tampoco.

—¡Papi! —siguió ella, subiendo las escaleras de nuevo.

Y al fin lo encontró en su recámara, recostado sobre su cama. Él parecía débil.

—¡Papi! —lo llamó ella, excitada, entrando en su recámara oscura—. ¡Mira lo que te traje!

Raffaele se incorporó y frunció el ceño.

—¡Toma! —le ofreció todos los mechones de pelo—. Ahora tienes muchos.

El hombre parecía... consternado. Cogió a su hija en brazos y la estrujó con fuerza.

Y Annie, aunque se acortó un poco su respiración, no se quejó. Supuso que él se había puesto muy contento, puesto que lloraba de nuevo.

*

Sentir sus manos, una vez más, recorriendo su piel, había sido... extraño y, a la vez, increíblemente placentero. Annie no recordaba haber gozado tanto antes, pese a que, aquel tercer jueves de diciembre, le había llegado el periodo ya por la tarde... ¿Podría deberse a que hacía un tiempo que no lo tenía... o a que ya lo tenía, de nuevo? A él. A Angelo.

Se encontraban en la choza, cerca de la chimenea, tirados sobre cuatro edredones gruesos y algunas toallas de baño, de las más mullidas, que pudiera absorber la sangre..., la cual parecía tener un sutil efecto afrodisiaco para ambos: la sensación, el olor e incluso el sonido húmedo en cada movimiento, eran un recordatorio constante de que, ésa unión, no dejaría nada.

Annielo besó una y otra vez y se aferró a él con fuerza, a todo momento; no queríavolver a estar lejos de él, nunca más. Angelo le respondió a cada beso y lamordió más de una vez, yendo profundo, largo tiempo —escuchándola gemir en suoído..., sintiéndola—, ¡la había extrañado tanto!... La quería tanto.


* * ** ** ** ** * *

¿Saben qué odio? Tener que censurar las escenas *cara de conejo harto*. Por otro lado... ése es uno de mis recuerdos preferidos. :'c

Y, por favor, recuerden:
Estrella triste =
Estrella feliz =

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