Katie.

By Katsul_17

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Katie tiene veinte años, una vida de abusos demasiado difícil que cambia drásticamente de un día para el otro... More

Actualización.
1. - ¿Mike?
2. -Viaje.
3. -¿Amigos?
4. -Nueva casa.
5. -Chicos.
7. -Gracias.
8. -Extraña pelirroja.
9. -Perdida.
10. -Charla paternal.
11. -¿La mala?
12. -Confianza.
13. -El mejor día de mi vida.
14. -Emoción.
15. -Instinto adolescente.
16. -Ataque.
17. -Historia.
18. -Recuerdos.
19. -Compras.
20. -Sin miedo.
21. -Vergüenza.
22. -Psicólogo.
23. -Nuevos sentimientos.
24. -Peligro.
25. -Fotografía.
26. -Pesadilla.
27. -Inseguridades.
28. -Abigail.
29. -Ganas.
30. -Incomodidad.
31. -Excitación.
32. -Negación.
33. -Madrugada.
34. -Preguntas.
35. -Imposible.
36. -Pánico.
37. -¿Hematoma?
38. Cambio de mentalidad.
39. Clases.
40. -Ignorar.
41. -Confesión.
42. Querer, deber y poder.
43. Confianza.
44. -Desconfianza.
45. -Cambios.
46. -No más debilidad.
47. -La verdad.
48. -Futuro.
49. -Cumpleaños.
50. -Epílogo.

6. -Día uno.

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By Katsul_17

Aunque los chicos, o al menos Mike, habían estado llamando a la puerta de mi habitación para que abriera, no lo hice. Por suerte, la había cerrado con seguro por dentro porque vi que se movía el pomo.

Tenía que mantener la mente ocupada en otras cosas y que no fueran dañinas, así que puse mi teléfono a cargar, encendí el ordenador portátil y me senté en el escritorio a oír música.

Subí el volumen más y más alto para tapar los recuerdos de John, tanto tocando mi frágil cuerpo preadolescente, e incluso ya adolescente y adulto, como diciéndome cosas obscenas, hasta que mis tímpanos empezaron a pitar y tuve que parar o haría me sangraran.

No importaba cuánta música pusiera, esos recuerdos no desaparecerían jamás. Siempre estaban ahí, cada vez más presentes y dolorosos. No sabía qué hacer. Estaba sola, asustada y no tenía idea de lo que sucedería ahora en mi vida.

Me tiré en la cama temblando, llorando y haciéndome una bola hasta que el sueño más el hambre pudieron con mis fuerzas, cayendo en un profundo sueño para afrontar la semana que estaba por llegar.

Al día siguiente me desperté a las seis, como estaba tan acostumbrada. Era lunes, pero no tenía que empezar la escuela de adultos aún, puesto que tenía una semana para adaptarme al cambio tan drástico de vida.

O al menos eso me había dicho el Sr. Morgan en la institución mental cuando llegué y me dijo que Mike iba a ser mi cuidador, ya que me había dado una charla inicial o algo así.

Por eso intenté volver a dormirme porque dormir me aliviaba el dolor.

O al menos no estaba despierto pensando en lo triste y miserable que estaba siendo mi vida para una chica tan joven.

No podía dormir porque me dolía el vientre. Me dolía tanto que acabé yendo al baño a vomitar del hambre que tenía, pero como mi estómago estaba vacío, solo pude vomitar agua y un líquido amarillento.

Me enjuagué la boca y me miré en el espejo con el pelo pegajoso por toda mi cara sin ningún tipo de orden, estaba revuelto y asqueroso, lo que me recordó que debería darme una ducha.

Me quité la ropa con la que dormí ayer que, básicamente, era la misma que tuve puesta durante todo el día y el viaje, porque no me la había quitado para nada, y me volví a mirar en el espejo.

Me incliné en el lavabo para verme la cara de cerca y puse una mano en mi mejilla, arrastrándola hacia abajo y viendo la piel estirarse hasta que se veía la córnea blanquecina de mi ojo, pero estaba medio rojiza, quizá por haber dormido tanto, por haber vomitado, por haber llorado o por todo lo anterior.

Saqué la lengua mirándome de cerca todavía. Estaba un poco más blanca con ligeros tonos amarillos, aunque no sabía si era de haber vomitado hacía unos minutos o era porque no estaba bien de salud. Podía ser ambas.

Me alejé de nuevo y me vi de cuerpo entero. Era muy blanca y el pelo negro me hacía ver más pálida aún. Mi complexión era delgada, pero los huesos de mis costillas se marcaban un poco y la piel casi se pegaba a mis huesos.

Las venas que se veían en mis muslos, pubis, pechos, manos o antebrazos, y que no estaban tapadas por cicatrices de cortes o heridas, sobresalían con mucha claridad en tonalidades azules o violetas.

Definitivamente, mi salud no estaba bien.

Dejé de examinarme cuando me di cuenta que estaba contando los infinitos hematomas y cicatrices que tenía con lágrimas en los ojos, así que me metí a la ducha con agua helada.

Quizás así podría sentir otras cosas que no fueran dañinas.

Me lavé tomándome mi tiempo, pero tampoco quería tardar mucho porque iría a desayunar algo y no quería que alguno de mis compañeros de casa estuviera despierto para encontrarnos en la cocina.

Salí envuelta en una toalla, me sequé y fui hasta la habitación para ponerme algo de ropa. Cuando solo me faltaba la camiseta ancha y la sudadera, el sol comenzó a hacerse paso por las persianas, dejando toda la habitación a rayas de luz.

Me puse la ropa que me faltaba junto a las únicas Converses de imitación que tenía aunque me encantaba ir descalza, pero esta casa seguía siendo ajena para mí aún, y le quité el seguro a la puerta después de haber estirado las sábanas de la cama.

Con toda la lentitud que pude, bajé el manillar de la puerta, abrí sin hacer el mínimo ruido y cerré de la misma manera, terminando con un suspiro cuando mi labor estuvo completada con éxito.

En el pasillo miré hacia todos lados aunque todavía estaba todo oscuro, pero solo era para asegurarme de que todas las puertas estaban cerradas y no había nadie a la vista.

De la rendija de la puerta al fondo salía unos reflejos de la luz encendida, así que había alguien despierto en esa habitación que no sabía qué era, si era un dormitorio u otro baño.

No quería descubrir si había alguien levantado a parte de mí haciendo a saber qué cosas en una habitación desconocida para mí, así que dejé de mirar a mi derecha y miré a la izquierda.

Bajé las escaleras hasta el piso de abajo casi sin pisar con todo el pie, en las puntillas más altas que pude para solo pisar con los dedos, y pensé que parecía que iba a robar, pero entonces llegué a la solitaria cocina.

El sol estaba por la parte delantera de la casa, así que aquí no llegaba por estar las ventanas del salón cerradas y tuve que encender la luz. Después de buscarla por toda la pared, me di cuenta de que estaba por fuera, en la columna.

Mordí mi labio frente a los armarios y frente a la nevera porque me sentía extraña. Iba a estar husmeando en una cocina desconocida y eso me ponía nerviosa.

¿Y si decidía comerme algo de alguno de los chicos, se daba cuenta que fui yo, se enfadaba y me hacía cosas que yo no quería hacer?

Aunque ya había aprendido a controlar mis lágrimas, dejar la mente en blanco y disociar cuando eso pasaba con John, no podía evitar el sentimiento de agobio al estar haciendo algo por obligación, prácticamente, sin poder moverme por otro cuerpo más pesado y grande.

Ahora no sería uno, serían cinco.

Retrocedí unos pasos hasta que toqué la barra americana con mi espalda, lo que hizo que unas llaves cayeran al suelo y maldije en un susurro a quién fuera que hubiera puesto unas llaves en el borde de la barra.

Tenía la letra "J", así que sabía a quién pertenecía ese llavero.

Me agaché a recogerlas y las volví a poner en su sitio, pero más hacia atrás para que no cayeran de nuevo, aunque me sobresaltó una presencia en la puerta que me hizo retroceder hasta que choqué, esta vez, con la pared.

Seguro que hice demasiado ruido con las llaves, me va a gritar por despertarlo y me va a...

—¡Buenos días! —Sonrió ¿Ian? No recordaba sus nombres, pero si la suave ronquera de su voz. —¿Ya desayunaste? —Me preguntó abriendo un armario y negué.

Le observé hacerse un café tomándose su tiempo, incluso dejó la cafetera hecha con más para los otros. Subió las mangas de su fina camisa de cuello en V hasta sus codos y se apoyó en la encimera con una taza.

—¿Te gusta el café? —Preguntó sin perder su sonrisa y negué con la cabeza. —¿Tal vez leche? ¿Zumo de naranja? —Bajó una taza de un armario alto cuando asentí. —Sírvete lo que quieras. —Acepté la taza con el pulso tembloroso y abrió la nevera sacando la leche y el jugo de naranja.

Ian me sonrió más apartándose de la encimera para dejarme espacio y rellenar la taza del contenido que más me apetecía, pero seguía mirándome fijamente hasta que su teléfono sonó con un mensaje y su atención se puso en el aparato.

Llené la taza hasta la mitad con la leche que sacó previamente, porque no quería terminar todo el cartón, y le di la espalda al hombre para mirar hacia la isla de la cocina, para que no me viera desayunando así tan desesperadamente a causa de mi hambre y sed.

Lo escuché poner el teléfono de nuevo en la barra y se quedó de pie junto a mí. Noté que también era alto cuando llegué a la altura de sus hombros. Creía que tal vez era tan alto como el otro hombre, el de la voz grave.

Ian abrió un armario encima del fregadero, del cual tomó unos bollos de crema y se rió en un suave murmullo. Supuse que vio mi cara hambrienta cuando vi ese manjar.

Abrió el paquete y me lo ofreció, pero al ver que lo rechacé a pesar de que claramente me moría de hambre, él mismo sacó un bollito, me agarró la mano y me lo dio sin perder esa sonrisa que comenzaba a caracterizarlo.

Me tembló el pulso de miedo, mucho miedo, cuando me agarró la mano para darme el bollito, aunque fueron unos segundos y lo hizo con bastante delicadeza pero, por suerte, no se dio cuenta y si lo hizo no dijo nada.

—Si los chicos preguntan por mí, diles que fui a comprar, ¿vale? —Dijo yendo hacia la puerta y asentí. —Oh, espera. —Se giró en medio del salón y me miró. —¿Quieres venir contigo, por casualidad? —Negué despacio y se encogió de hombros. —Bueno, tenía que intentarlo... —Se rió suavemente y se fue.

Yo me quedé ahí de pie, en medio de la cocina, observando la puerta de la casa cerrada, con un bollito de crema en una mano y una taza de leche en la otra.

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