Renacer. Luz de Medianoche (l...

By NomiSaez

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Portada diseñada por @AleanellF Dessire Lucart es una joven que despierta en un mundo dominado por el mal y a... More

Luz de medianoche
Prólogo
Capítulo 1: Luz de Medianoche
Capítulo 2: Primer Día
Capítulo 3: Una loba enfurecida
Capítulo 4: Extraña muerte de un lobo
Capítulo 5: Iniciada
Capítulo 6: Centinela
Capítulo 7: Amenaza de una vampira
Capítulo 8: Un desconocido familiar
Capítulo 9: Enterrada
Capítulo 10: Otra vez en la enfermeria
Capítulo 11: Santiago
Capítulo 12: Serpiente
Capítulo 13: Vampiro
Capítulo 14: Cielo dorado
Capítulo 15: Colmillos de lobo
Capítulo 16: Ataque
Capítulo 17: Ojos amarillos
Capítulo 18: Demonio
Capítulo 19: Regreso de la vampira
Capítulo 20: Malditos recuerdos
Capítulo 21: Marcas en la piel
Capítulo 22: Cambiante
Capítulo 23: Secuestrada
Capítulo 24: Vampira enamorada
Capítulo 25: Vástagos del infierno
Capítulo 26: Confesiones
Capítulo 27: Rescate
Capítulo 28: Más cerca de la verdad
Capítulo 29: Extraña petición
Capítulo 31: Huida
Capítulo 32: Traidor
Capítulo 33: Renacer
Capítulo 34: Mis memorias
Capítulo 35: Mi tumba
Capítulo 36: De cara con la verdad
Capítulo 37: Mi ángel vampiro
Capítulo 38: Verdades
Capítulo 39: Inicio de la oscuridad
Capítulo 40: Tercer celestial
Capítulo 41: Elegida del príncipe celestial
Capítulo 42: Luz después de la oscuridad
Capítulo 43: Nuevos lazos
Epilogo

Capítulo 30: Transición

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By NomiSaez

Capítulo 30:
Transición


La academia vuelve a tener vida. Ya no se siente vacía como hace horas, pareciera como si todo hubiera sido un mal sueño. Las actividades se han retomado con la mejor normalidad posible, para no alarmar a los estudiantes más jóvenes y nuevos de la academia. Es domingo, y se suponía que todos los estudiantes deberían estar pasando un agradable fin de semana con sus familiares, pero el ataque a la academia los ha hecho volver a todos, o por lo menos a casi todos.

Comenzamos a alejarnos de las instalaciones de la academia, nuestro rumbo va en dirección al denso bosque. Una fresca brisa mueve las hojas de los árboles, y levanta levemente las que han caído en el suelo.

—¿Por qué nos alejamos de la academia?

Dimas va delante de mí, su andar inspira seguridad. No se gira para responder. Sus pasos son largos, y cada cierto tiempo establece una buena distancia entre nosotros.

—No podemos tenerla en la academia, aterraríamos a los más jóvenes. Lo que ha ocurrido con Diana aún se mantiene oculto, estamos intentando todo para hacer retroceder la transición —explica—. Nadie tiene que saber lo que está ocurriendo.

—Lo he comprendido.

Pierdo la noción del tiempo mientras nos internamos en el bosque, por momentos este lugar me recuerda un poco a mis pesadillas. Es bueno que el sol se encuentre ardiente en la cúspide del cielo, eso me tranquiliza y mantiene mis malos recuerdos a raya. Me concentro en poner un pie delante del otro, para mantener el paso de mi compañero, que lleva bastante prisa. Cuando me doy cuenta estamos cerca de una extensa y solitaria carretera, esto me recuerda a lo primero que mi mente ha registrado. La salida del bosque, el pavimento negro y caliente, mi larga caminata hasta alcanzar el camino de tierra que me condujo a la academia. No es muy diferente en realidad. Cruzamos la carretera asfaltada, y entramos en contacto nuevamente con la naturaleza.

—Ten cuidado —me advierte—, en esta zona hay muchas raíces sobresalientes de la tierra.

Él se mueve con agilidad y rapidez, esquivando cualquier obstáculo: raíces, ramas o piedras. Intento hacer lo mismo, pero no cuento con esa misma destreza para moverme, por lo que me he quedado, como ya en un par de ocasiones, rezagada. Mientras, él marca su camino invisible hacia un lugar desconocido para mí.

—¿Has leído el contenido de la carpeta? —pregunto con la esperanza de que me revele algo.

Lo veo ladear la cabeza. Dejo escapar un suspiro de resignación y entonces él habla:

—Sí, todos lo hemos leído. Y para que te quedes tranquila, la información que allí se encuentra sobre la vida que has olvidado y su desenlace han confirmado mis sospechas.

—¿Tus sospechas de que soy alguien muy importante? —pregunto.

—Exacto. —A este ritmo no voy a conseguir mucho de él.

—Entonces debo suponer que esa es la razón por la cual todos se preocupan encarecidamente por mi seguridad.

—Es correcto —confirma.

Uno de mis torpes pies se enreda en una raíz, y me voy de boca contra el suelo. Un pequeño grito se escapa de mis labios en el momento en que recibo el golpe en mis antebrazos. No sé en qué momento Dimas cubrió el espacio que existía entre nosotros, y me ayuda a levantarme.

—Creí haberte dicho que tuvieras cuidado —dice mientras me ayuda a ponerme en pie.

—Solo me distraje un momento —me excuso—. Mencionaste el desenlace de mi vida, ¿a qué te refieres con eso?

Solo tienes que darme una respuesta sin rodeos, suplico mentalmente.

—Esa respuesta ya la tienes, solo que la has ocultado en algún rincón muy oscuro de tu mente —dice, sus ojos verdes se iluminan un poco con los rayos del sol. Puedo ver por qué Romina se siente muy atraída por él, aunque no lo admita—. Ese rompecabezas que han generado las pesadillas lo has creado tú misma, por alguna razón que solo tú conoces te has obligado a olvidar. Esa carpeta la obtendrás después de que veamos a Diana.

—Vale. —Dejo de pensar en mí misma, y dejo que el rostro de esa vampira pelirroja sea todo lo que puedo ver—. ¿Qué tan lejos tenemos que ir?

—No mucho, ya casi llegamos.

Esta vez mantiene su ritmo al compás del mío, y me lleva del brazo.

—Sabes, puedo andar sola —reprocho su actitud.

—Sabes, hay dos vampiros en la academia que me matarán si algo te ocurre —dice con diversión. Sonrío mientras mi mente evoca los rostros de Romina y Santiago—. Es más, espero que esa caída no te haya causado ningún daño que pueda ser visible, porque estaré en grandes problemas.

—No te harán nada.

—Te recuerdo que soy yo el que tiene más tiempo conociéndolos, y créeme, no estoy tan loco como para hacerlos enojar.

No discuto más sobre el tema, él tiene razón.

Una casa comienza a asomarse entre los árboles, agilizamos un poco el paso. Fuera de la casa están Gabriel y otro muchacho que no he visto, pero claro, tampoco es como si conociera a todos los centinelas de la academia.

—¿Qué hace Gabriel aquí? —pregunto en un susurro. De todas las personas de la academia, a quien menos esperaba ver es a Gabriel, el chico demonio que se hace pasar por el elegido del arcángel Gabriel.

—Bueno, al parecer él realmente fue elegido por Gabriel, aun cuando por sus venas corre la sangre de un demonio —explica Dimas mientras nos acercamos.

—¿Es eso posible?

—En raras ocasiones, pero sí.

Gabriel pone mala cara al verme. Bueno, me alegra que esté bien. Su brazo ha regresado a su lugar, y no quedan rastros de sus heridas. Lo pusieron de carnada para encontrarme y no pudo negarse.

El otro joven se gira en busca de la razón que ha disgustado a su compañero. Su mirada es dominante, en un intenso azul. Es alto, de cabello oscuro, y una piel dorada por el sol. Me observan descaradamente hasta que alcanzamos la entrada de la casa. Dimas no le presta atención a ninguno de los dos, y abre la puerta para dejarme pasar. Pero el joven desconocido se interpone en nuestro camino.

—¿Qué hace ella aquí? —exige saber, ignorándome por completo.

—Diana quiere hablar con ella, y Paula ha accedido a que la visite —explica tajante Dimas. Da dos pasos hacia la puerta, pero el muchacho no se retira.

Los dos son igual de altos, y de la misma contextura. Sería difícil saber quién podría ganar en una pelea.

—Paula no da las órdenes sobre quién visita a la vampira —gruñe el joven.

Gabriel no se ha movido de su lugar, y parece disfrutar mucho de la frustración de Dimas.

—Quítate de en medio, Javier —dice Dimas con los dientes apretados.

—Creo que no tengo que recordarte quién manda sobre quién —se jacta Javier.

No comprendo muy bien sus palabras, ¿acaso existe un rango de superioridad entre los argeles?

—Es suficiente. —Una voz femenina pero fuerte y con autoridad hace que Dimas retroceda y Javier se quite de la puerta.

Una mujer alta, como de 1.80 se interpone en la entrada. Ha emergido del interior de la casa, es delgada, con caderas anchas y una cintura muy definida. Su cabello rubio cae a su espalda, como una suave seda sobre la piel. Sus ojos son azules, rodeados de unas largas pestañas. Su rostro es perfilado y delicado, pero al mismo tiempo robusto. Sus manos están puestas sobre sus caderas, y su ceño está fruncido.

—Geraldine, no sabía que habías llegado —dice Dimas, sorprendido por la presencia de la mujer.

Yo también estoy sorprendida, ella es la líder o lo que sea de los argeles de la academia, la persona que puede ayudarme a comprender lo que soy.

—¿Qué ocurre? —pregunta ella.

—Diana ha pedido hablar con Dessire, la he traído —explica Dimas.

Por primera vez desde que ha emergido del interior de la casa ella se fija en mi presencia. Me observa por largos segundos, como si intentara leerme con la mirada. Se muestra dudosa al principio, pero luego accede.

—Está bien, puedes verla.

Tanto Gabriel como Javier intentan protestar, pero ella los para en seco con un solo movimiento de su mano.

Me gustaría preguntarle quién manda sobre quién ahora, pero me reservo mi pregunta.

—¿Es de ella de quien ha hablado Paula? —hace la pregunta a Dimas.

—Así es.

—Tendremos una charla de amigas luego, Dessire —dice amablemente—, por ahora tengo que resolver algunas cosas. Javier, estás a cargo de la casa y la vampira. Dimas, mantente cerca mientras dura la visita. —Ella vuelve a dirigirse a mí—. Es solo por precaución.

Me deja pasar. Dimas me toma de la mano y me hace moverme, ya que me he quedado paralizada. Esa mujer emite un aura dominante solo con la postura, que en realidad no es tan amenazante.

No existe ningún tipo de mueble en el interior de la casa, la pintura marfil que cubre las paredes en partes se está cayendo, la casa se encuentra muy deteriorada. La sala es un espacio reducido y, al final de un corto pasillo, un hombre de contextura gruesa y de oscura piel custodia la puerta a su derecha.

Giro la vista, la puerta principal ha sido cerrada. Se escucha un murmullo de una discusión. Tanto Gabriel como ese chico creído y lleno de superioridad no deben estar recibiendo exactamente halagos por parte de Geraldine.

—No esperaba verte tan pronto por aquí, Dimas —dice el hombre con una voz gruesa pero amigable. Sus oscuros y gruesos labios se amoldan a una media sonrisa dejando entrever una blanca dentadura.

Es más alto que Dimas, y muy robusto. Sus ojos son grandes y redondos, un azul cristalino le da claridad a su oscura piel.

—Diana ha solicitado verla.

Dimas ya está más calmado, y ha liberado mi brazo. Permanezco detrás de él. Mientras, ese hombre me mira de la misma manera que Geraldine hace unos pocos minutos, como si pudiera desnudar mi alma a través de mis opacos y grises ojos.

—No debería entrar sola, ella no parece tener experiencia... —su voz es interrumpida por Dimas.

—Entraré con Dess.

Observo la puerta custodiada, tiene siete extrañas cerraduras a lo largo de la puerta. No alcanzo a detallar los intrincados diseños de cada una.

—¿Ninguna mejoría? —pregunta Dimas.

—Ninguna, pero ella está dando la pelea. Geraldine espera la llegada de un argel de tu casa que ha sido enviado por los arcanos —explica el hombre.

—¿Quiénes son los arcanos? —pregunto con curiosidad.

—Son ancianos, argeles que custodian la historia. Que han guardado en sus memorias muchas batallas. Es a ellos que acudimos para encontrar información sobre hechos que ocurran y desconozcamos, como la muerte del lobo y los extraños símbolos —dice el hombre de piel oscura.

—¿Y qué han descubierto sobre eso?

—Los lobos son muy recelosos cuando se trata de los suyos, lo que sea que hayan descubierto solo ellos lo saben y el concejo de la academia —explica Dimas.

Diana está luchando, pero ¿contra qué? Eso de la transición no lo comprendo mas no me detuve a preguntar, lo que le ocurre a la vampira es mi culpa, es por mí.

—La culpa nunca ha sido buena consejera —la voz de ese hombre me saca de mis mortificados pensamientos—. Las cosas pasan por algo, aunque en el momento no lo comprendamos, cada evento que ocurre en nuestras vidas es simplemente un eslabón para un hecho que ya está destinado a que ocurra.

Sus palabras son envolventes, entiendo lo que quiere decir, pero también ha dicho muy poco, cada palabra tiene mil significados ocultos.

—¿Qué es exactamente lo que quieres decir? —pregunto en busca de una explicación más clara. Lo primero que cruza mi mente es la muerte, la idea se me hace inconcebible, pero en el fondo sé que es algo que no puedo detener.

—Te darás cuenta al verla —expresa Dimas observando la puerta—. Ábrela.

Él asiente.

La puerta está abierta, un espacio rectangular y desprovisto de muebles me invita a entrar, mis pies se mueven indecisos, mis ojos observan el suelo con temor de lo que puedan ver en la vampira. Siento los pasos de Dimas a mi espalda, y la puerta sellarse detrás de nosotros.

Reacciono de una forma que me toma desprevenida, siento que el aire no es suficiente para que llegue a mis pulmones, y el poco que entra me quema, las imágenes oscilan entre lo que es real y lo que no.

Esas rejas altas vuelven a estar presentes, y del otro lado ese hombre... Las puertas se abren y Diana camina con pasos temblorosos, se detiene justo a un paso de cruzar el infierno, y voltea a mirarme.

Sus ojos han perdido toda humanidad, son hermosos pero llenos de malicia, hambrientos... La realidad me golpea, y no sé en qué momento alcé la vista para mirarla, ella ha cambiado.

Se encuentra sentada en el suelo, con la espalda recta contra la pared y sus piernas extendidas sobre el suelo. No hay nada que la mantenga en esa posición, nada que la ate, pero aun así siento su impotencia por permanecer encerrada entre estas cuatro paredes. Su piel... su piel ha perdido la apariencia humana, ahora parece un cadáver. Como si su cuerpo se estuviera descomponiendo, aun cuando su respiración es constante.

—Lo has visto —dice Diana con dificultad. Como si no pudiera respirar. Así como me sentía cuando entré—. Lo has sentido. No quiero cruzarlas.

Lo que vi fue una proyección de lo que ella siente, de lo que le espera. Ese lugar es tan... tormentoso. Y ya he estado allí, sé que estuve en allí. Puedo sentirlo.

—¿Qué es lo que le ha pasado? —le pregunto a Dimas.

Él no me mira, sus ojos verdosos y llenos de dolor están puestos en Diana. En ese cuerpo putrefacto que nos observa como un conducto a la oscuridad, con una respiración lenta y lastimera. Está tenso, impotente al no poder hacer nada para calmar el dolor de la vampira.

—Ellos no quieren acabar con mi miseria, se los he rogado, pero creen que aún hay esperanza para mí. —Dimas sigue sin decir nada, es ella quien habla, su voz es débil y su pecho se agita ante el esfuerzo de hablar—. Pero no hay marcha atrás, el daño ya está hecho y no hay forma de... Tomé demasiado... ella...

Sus ojos hundidos se inundan en lágrimas oscuras y pegajosas que se deslizan por su piel.

—Ella tomó demasiada sangre de la otra vampira, alcanzó a tener parte de su alma, y cuando la separamos ya era demasiado tarde —explica Dimas, sin dejar de mirar en lo que se ha convertido la chica pelirroja y arrogante—. La otra chica está muerta...

—Y yo me estoy convirtiendo en un muerto viviente, en un canal, en una pequeña rendija que tiene paso al infierno... Me alimentaré hasta alcanzar el alma de otro ser, mi cuerpo será un conducto para transportar almas al infierno. No quiero ser solo un cuerpo vacío y hambriento, no quiero cruzar esa puerta. Tú lo has visto, mi alma está siendo arrastrada, me la están arrebatando y no quiero estar en ese lugar —ruega de una manera que me parte el alma. Aún no lo ha dicho, pero no es tan difícil deducir por qué ha pedido verme, ella quiere que la maten antes de que la transición termine—. Ellos no entienden, pero tú sí.

Se me paraliza el cuerpo ante sus súplicas, y mi mente hace clic como si engranajes dentro de mi cabeza intentaran encajar. Siguen existiendo espacios vacíos, memorias perdidas, sin embargo, por primera vez desde que estoy aquí puedo aceptar que mis pesadillas son mis recuerdos luchando por despertar. Mis respuestas siempre han estado delante de mis ojos, aunque siguen estando desordenadas y no puedo comprender cómo cada una se relaciona.

Ahora puedo aceptar parte de una realidad que me obligado a olvidar. He muerto, he pisado el infierno y he renacido, he vuelto a la vida, pero ¿por qué? Es algo que no puedo responder, mi pasado es un rompecabezas al que aún le faltan muchas piezas. Piezas que se encuentran en manos de Dimas, en esa carpeta que no ha querido mostrarme, una verdad que nadie ha querido darme.

Yo ya he estado muerta, no hay otra explicación.

—Aún podemos salvarte, los arcanos han enviado a alguien... —Dimas calla ante la voz alterada de Diana.

—Ya no hay nada que hacer —grita histérica—. Deja tu humanidad de lado, sé que te es difícil ceder ante la muerte. Eres un sanador, curar a los enfermos es tu vocación, pero la muerte no es algo que puedas curar, no cuando ya se ha llevado parte de un alma. Con cada respiro me estoy muriendo, y no puedes detenerlo, Dimas.

Ella se queda sin aliento, no se ha movido ni un solo centímetro de donde está. Me siento aislada, mientras Diana pide sin palabras que la matemos, que acabemos con su angustia.

Dimas ha entrado en un estado de depresión, se ha dejado caer en el suelo y las lágrimas han inundado sus hermosos ojos. Es como si luchara con un fantasma del pasado, con algo que lo atormenta... su pasado.

—No pudiste salvarla, Dimas —dice entre jadeos Diana, y ya no está hablando ni rogando por su propia muerte. Habla de alguien más—. Ella se fue, no siempre los puedes salvar a todos, no puedes salvarme a mí. Debes...

—Calla —susurra Dimas, su mirada está contra el piso.

Los ojos de la vampira me suplican misericordia para con su alma. Me debato entre lo que es bueno y lo que está mal. Quitarle la vida a alguien no es bueno, no está bien visto por ese ser que nos observa desde las alturas, y del que nadie conoce su rostro. Pero tampoco está bien dejarla hundirse en la oscuridad, dejar que ese ser que se hace llamar príncipe de las tinieblas obtenga un alma más para condenar y castigar. No puedo permitir que ella vaya a ese lugar.

Dimas no está en condiciones de responder mis preguntas, pero el hombre del otro lado de la puerta sí que puede. Toco la puerta hasta que siento el engranaje de las siete cerraduras en movimiento, me alejo un poco y espero. Mientras, pido fuerzas para lo que estoy por hacer, a quien sea que pueda escuchar mis pensamientos, a esa voz que se ha hecho presente en muy pocas ocasiones, pero no hay respuesta. Pero me siento tranquila, decidida.

—¿Cómo lo supiste? —la pregunta de Dimas me hace girar. No ha alzado la mirada. Diana sonríe dejando entrever un poco de malicia en su rostro.

—Me han susurrado cosas —dice como si eso fuera una gran explicación—. Si yo vivo, tu vida corre peligro, Dess. Él quiere que regreses, va a enviar a cada uno de sus vástagos, cada rebelde vendrá por ti. No le importa cuánto pierda en el intento, solo le importa conseguir tu alma, otra vez.

La puerta se abre por completo, y ese hombre de ojos azul cristalino se asoma. Observa a Diana, se relaja al ver que ella sigue en el mismo lugar donde la encontramos, pero al ver a Dimas en el suelo, y con la cabeza entre las manos, la calma se extingue para dar paso al guerrero. Lleva su brazo a su espalda y desenfunda una espada que no había visto. La mueve con agilidad y destreza en su mano.

—Oculta esa espada antes de que... —antes que Dimas termine de hablar le arrebato la espada.

No soy buena con las espadas, soy torpe... pero esta se siente liviana en mis manos, a pesar de que es muy grande y en apariencia muy pesada. Me pongo entre la vampira y el hombre. Él se ha quedado sorprendido con el rumbo que ha tomado la situación, le estoy apuntando.

—Devuélvela, no sabes cómo usarla —dice él con calma. No se ha movido.

—No debe ser tan difícil —digo un poco nerviosa. No soy muy buena con las espadas.

—Solo tienes que enterrarla en mi corazón —susurra Diana a mi espalda—, eso será suficiente.

La observo de reojo, sin quitar la vista de ese hombre. Ella intenta levantarse, pero su cuerpo está tan desgastado, tan descompuesto, que cada movimiento es agonizante.

—No puedes matarla, Geraldine ha dado la orden de esperar por el argel que han enviado —dice el hombre, negándose a lo que estoy por hacer, pero tampoco hace ningún intento de detenerme. Suspira y observa el techo desgastado, como en busca de un poco de sabiduría, como en busca de un guía. Dimas alza la vista de entre sus manos, sus ojos están rojos, pero parece más estable emocionalmente que hace unos minutos.

—Yo no voy a detenerte —dice Dimas. Se levanta, limpia sus lágrimas con el dorso del brazo, pasa a mi lado y ayuda a Diana a ponerse en pie. Ella da pasos lentos e inestables, pero con ayuda de Dimas logra alejarse de la pared.

—Esto es una locura —sentencia el hombre y cierra los ojos—, pero no voy a detenerlas. Si hay algo que odio es ver el sufrimiento de un vampiro, cómo agonizan ante la transición, su cuerpo muriendo mientras ellos siguen respirando, el alma desprendiéndose como si la desgarraran. Es una muerte muy dolorosa. Hazlo antes de que Geraldine vuelva y sea ella quien te detenga.

Le doy la espalda a él, con la espada en mis torpes manos que no saben cómo sostenerla bien. Dimas la ayuda a sostenerse, la sostiene por el hombro.

Diana sonríe, mostrando unos dientes amarillentos. No queda nada de la chica que se paró frente a mí de una manera amenazante, con esa piel clara y tersa sobre su rostro, con esos ojos tan llenos de vida. No, ahora solo queda su cadáver suplicando una muerte digna, una muerte rápida, un pasaje hacia la otra vida.

Sostengo la espada con ambas manos, y coloco la filosa punta en su pecho, justo por donde debe estar su corazón, con latidos lentos.

—Que tengas un buen viaje —susurro, empujo con fuerza la espada hasta atravesarla. Ella no hace nada para alejarse, solo permanece quieta hasta que el frío de la hoja atraviesa su corazón.

—Gracias —susurra en su último aliento.

Dimas sostiene su cuerpo, y lo deja con cuidado en el suelo. No hay sangre, solo un espeso y oscuro líquido que intenta salir de su cuerpo, sangre coagulada en un cuerpo que parece tener días muerto. Retiro la espada con cuidado, ha quedado manchada con esa sangre coagulada y podrida.

Ella se ha ido, y Geraldine ha llegado.

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