Ambrosía ©

De ValeriaDuval

23.9M 1.9M 907K

En el libro de Anneliese, decía que la palabra «Ambrosía» podía referirse a tres cosas: 1... Mais

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
VETE A LA CAMA CON...
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Capítulo 56
Capítulo 57
Capítulo 58
Capítulo 59
Capítulo 60
Capítulo 61
Capítulo 62
Capítulo 63
Capítulo 64
Capítulo 65
Capítulo 66
Capítulo 67
Capítulo 68
Capítulo 69
Capítulo 70
Capítulo 71
Capítulo 72
Capítulo 73
Capítulo 74
Capítulo 75
[2] Capítulo 01
[2] Capítulo 02
[2] Capítulo 03
[2] Capítulo 04
[2] Capítulo 05
[2] Capítulo 06
[2] Capítulo 07
[2] Capítulo 08
[2] Capítulo 09
[2] Capítulo 10
[2] Capítulo 11
[2] Capítulo 12
[2] Capítulo 13
[2] Capítulo 14
[2] Capítulo 15
[2] Capítulo 16
[2.2] Capítulo 17
[2.2] Capítulo 18
[2.2] Capítulo 19
[2.2] Capítulo 20
[2.2] Capítulo 21
[2.2] Capítulo 22
[2.2] Capítulo 23
[2.2] Capítulo 24
[2.2] Capítulo 25
[2.2] Capítulo 26
[2.2] Capítulo 27
[2.3] Capítulo 28
[2.3] Capítulo 29
[2.3] Capítulo 30
[2.3] Capítulo 31
[2.3] Capítulo 32
[2.3] Capítulo 33
[2.3] Capítulo 34
[2.3] Capítulo 35
[2.3] Capítulo 36
[2.3] Capítulo 37
[2.3] Capítulo 38
[3] Capítulo 1
[3] Capítulo 2
[3] Capítulo 3
[3] Capítulo 4
[3] Capítulo 5
[3] Capítulo 6
[3] Capítulo 7
[3] Capítulo 8
[3] Capítulo 9
[3] Capítulo 10
[3] Capítulo 11
[3] Capítulo 12
[3] Capítulo 13
[3] Capítulo 14
[3] Capítulo 15
[3] Capítulo 16
[3] Capítulo 17
[3] Capítulo 18
[3] Capítulo 19
[3] Capítulo 20
[3] Capítulo 21
[3] Capítulo 22
[3] Capítulo 23
[3.2] Capítulo 1
[3.2] Capítulo 2
[3.2] Capítulo 3
[3.2] Capítulo 4
[3.2] Capítulo 5
[3.2] Capítulo 6
[3.2] Capítulo 7
[3.2] Capítulo 8
[3.2] Capítulo 9
[3.2] Capítulo 10
[3.2] Capítulo 11
[3.2] Capítulo 12
AMBROSÍA EN FÍSICO
LOS CUENTOS DE ANNIE
EPÍLOGO I
EPÍLOGO II
EPÍLOGO III
📌 AMAZON
📌 BRUHA • store

Capítulo 39

128K 13K 9.2K
De ValeriaDuval

DESACCORDI II
(Desacuerdos II)

.

—Amén —finalizó la iglesia entera.

De reojo, Angelo Petrelli miró a su hermana. Ella estaba parada al lado de su prima Jessica; tenía los ojos hinchados y la nariz enrojecida. Annie se había maquillado para cubrirlo, pero las lágrimas —que se limpiaba apresuradamente con la mano, apenas lograba escapar una— le regaban el rímel por debajo de los ojos, haciéndola parecer un pequeño mapache rubio.

Si Angelo no estuviese tan consternado, se habría reído de ella, pero en ese momento..., se sentía incompleto. Luego de la charla con ella, el día anterior, la había llevado a casa y luego vuelto al restaurante, donde apenas pudo concentrarse.

—El cura se extendió tanto con el sermón —se quejó Gabriella con sus hermanos, saliendo de la iglesia.

Las familias de Gabriella, Uriele y Raffaele, solían reunirse frecuentemente los días domingos; asistían a misa y luego comían juntos. Generalmente acudían a restaurantes de mariscos, donde Lorena, Anneliese y Jessica, devoraban casi tres kilogramos de camarones ellas solas, pero aquel día la rubia ni siquiera los probó, y Angelo podía sentir, sobre él, las miradas acusadoras de las otras dos muchachas.

Lorena también lo sabía, estaba seguro. Por supuesto que ella lo sabía —si Raimondo, Jessica y hasta Bianca lo sabían, era lógico suponer que también Lorena—.

—¿Quieres una cerveza, hijo? —preguntó Raffaele a Angelo, pues fue el único, de los muchachos, que no había alargado la mano para coger una botella del balde cuando el mesero la acercó a ellos, lo cual era extraño, pues en las reuniones le permitía beberse una.

—Sí, por favor —respondió él, despertando.

Raffaele abrió la botella para su hijo y limpió la boquilla antes de entregársela, luego, le acarició los suaves rizos oscuros a la altura de la nuca.

Anneliese vio aquello y pensó que, definitivamente, Angelo era el hijo favorito de su padre... Lástima que eso no iba a salvarlos cuando supiera que ella estaba embarazada. Los ojos se le llenaron de lágrimas y se retiró al baño antes de ponerse a llorar en la mesa. Jessica, tras sonreírle a su madre, disimulando, siguió a su prima.

—¿Annie? —la llamó, bajito; la rubia se había encerrado en uno de los muchos cubículos.

—Aquí.

—¿Dónde?

—En el último —indicó, quitando el seguro, pero sin llegar a abrir la puerta.

Jessica fue donde ella y la abrazó:

—¿Qué pasó? —le preguntó finalmente. No habían tenido oportunidad de hablar en toda la mañana y, el día anterior, por la noche, Annie no le había respondido el teléfono. Lo último que Jess supo, es que Angelo y ella hablarían sobre su embarazo—. ¿Qué fue lo que te dijo?

—Nada —soltó, sollozando—. No me dijo nada.

—¿Cómo que nada? —eso no podía ser cierto... Angelo era... ¡De ninguna manera Angelo guardaría silencio!—. ¿Le dijiste de las inyecciones?

—Sí —se limpió la nariz.

—¿Y...? —se atrevió a preguntar la otra, luego de dejarla sollozar hasta que su llanto se volvió un continuo suspiro suave.

N-No. No quiere q-que aborte —tartamudeó, desolada.

Jessica arrugó la nariz, esperando escuchar el resto, pero no hubo más.

—Él —susurró—... ¿Esto es cierto? ¡Él no puede hacer eso! No puede bloquearte una salida sin darte otra mejor.

Los ojos azules de Annie, bordeados de incontables venas enrojecidas, reflejaron algo que, entre tantas lágrimas, Jessica no supo leer:

M-Me dijo —comenzó la rubia— que, qué —hipó—... le diga a p-pá que no sé quién es el padre —concluyó, rápido, cubriéndose con una mano la boca.

Jessica perdió la expresión.

—¿En serio te dijo eso?

—¡Sí!

—... Quiere que te enfrentes a mi tío Raff tú sola —hablaba bajito, horrorizada.

—¿Es una mala idea?

—¡Mucho, Annie!

La rubia sintió ganas de gritar. La realidad era que Angelo no le había dicho eso. Ciertamente había sido algo... en su opinión, peor —le había mentido a su prima porque quería tener una reafirmación de que su idea no era del todo mala. Suya—. Lo que él le había dicho, era:

"Hablar con papá, en estas circunstancias, es imposible. Tal vez si tú fueras otra chica, cualquier otra, llegaríamos un acuerdo..., pero eso no es posible" presintió, y luego le había preguntado en dónde se veía en cinco o diez años; naturalmente, envuelta en su terror y, de momento, impotencia, ella no había podido —ni querido— responder a nada, y entonces él le dijo algo en lo que ella ni siquiera había pensado: "No sé en dónde voy a estar en cinco o diez años pero, si estoy con vida, es obvio que estaré a tu lado" y, su tono, sugería que era algo que daba por hecho..., al igual que hacía ella. Luego él había añadido algo más, cosas que ella no podía recordar en ese momento..., no podía porque se centraba en lo último que había soltado él: "Lo único que podemos hacer, Annie, lo único que se me ocurre, es ponernos a salvo... lejos de él, hasta que nazca el bebé."

* * *

Angelo Petrelli, buscando silencio, se había metido detrás de las gradas del campo de soccer, que a esa hora de la mañana se encontraban vacías. Su antiguo refugio, el laboratorio abandonado de física, ya era demasiado conocido y siempre estaba lleno de gente. Estaba recostado sobre un montón de costales de lona, donde guardaban los balones, cuando Raimondo y Lorenzo lo encontraron.

El pelirrojo, comiendo fruta de una bolsa, comentaba algo sobre unos fuegos pirotécnicos a un Raimondo silencioso, cuando tomaron asiento a su lado, pero sin hablarle; Angelo había estado de malas.

Poco tiempo luego, justo arriba de ellos, sobre las gradas, pasó corriendo un chico bajo y delgado, tal vez de primer grado; él ocultó algo y, cuando volvía, Fabrizio y otro chico, de último grado, lo alcanzaron:

—¿Dónde está? —le ladró Fabrizio.

—No lo tengo —dijo el niño, con voz temblorosa.

Lorenzo no se preguntó qué cosa querrían ellos quitarle al niño, pues estaba más interesado en el hecho de que él parecía estar a punto de orinarse de miedo. Angelo suspiró, enfadado.

Hey —alzó la voz, llamando a los invasores.

Los tres chicos, sobre las gradas, miraron hacia abajo.

—Largo —ordenó Angelo.

Fabrizio torció un gesto y replicó:

—No es tu asunto, Angelo.

—Lárgate, Fabrizio —terció Raimondo, endureciendo la voz, presintiendo que su amigo no estaba de humor para nada.

El otro muchacho apretó los labios, empujó al chico de primer grado y se marchó seguido por Fabrizio.

—Gracias —jadeó niño, sonriendo.

—También tú —le gruñó Angelo, dejándole en claro que no lo había ayudado, sólo quería silencio—. Lárgate.

—Creo que él fue uno de los que votaron por ti —bromeó Lorenzo, cuando el niño se marchó.

Angelo no fue capaz de responder su broma. Apretó los labios, se levantó y se marchó. Los otros dos contemplaron su espalda, por un momento, mientras se alejaba; luego, Lorenzo preguntó, distraídamente:

—¿Qué es lo que les pasa?

Raimondo no respondió, seguía mirando a su amigo.

—¿Será que embarazó a Annie? —continuó.

Y los ojos dorados, de Raimondo, no pudieron mostrar más sorpresa. Él no se había dicho a nadie y dudaba que Angelo, o Annie, lo estuviesen divulgando. Lorenzo leyó todo en su expresión y sonrió, con algo parecido al pesar.

—No estaba seguro —confesó—, pero ahora sí.

»Del embarazo, me refiero —añadió, de prisa— (de ellos hace tiempo que me di cuenta): y la verdad no se me ha ocurrido otra cosa que ponga a llorar a Annie tantos días y Angelo con ese humor más... malo que de costumbre.

Raimondo sintió heladas las manos:

—¿Cómo te diste cuenta? —quiso saber. Él, había tenido que verlos para...

Lorenzo se rió, mostrando sus colmillitos afilados:

—¿En serio? ¡Basta con observarlos un buen rato!

Raimondo no podía creerlo.

—Y..., ¿no te preocupa? —preguntó, inseguro.

—¿El qué?

Raimondo torció un gesto al escucharlo:

—Annie —obvió—. E-Ella...

—¿Es su hermana? —intentó continuar la frase de su amigo, cuando éste balbuceó.

—¡Y está embarazada! —obvió.

El pelirrojo arqueó una ceja mientras ladeaba ligeramente la cabeza y se encogía un poco de hombros:

—Bueno... es Angelo.

Raimondo guardó silencio, intentado interpretar sus palabras... ¿Qué significaba eso? Que... ¿estaba bien porque a Angelo se le permitía cogerse a su hermana? ¿Que Angelo no sólo estaba cogiéndose a su hermana?

—¿Qué crees que querían quitarle? —Lorenzo pareció cambiar de tema. Miraba hacia arriba, hacia donde antes estuvieron Fabrizio y su compinche acosando al niño.

Pero... Raimondo no pudo dejar el tema con la misma facilidad. Le preguntó al otro:

—¿Crees que estará bien?

Pero Lorenzo ni siquiera lo miró; sus ojos verdes, con forma de almendra, seguían contemplando las gradas sobre él:

—¿Quién? ¿Angelo? —finalmente volteó a verlo, intrigado, frunció el ceño y, como si Raimondo hubiese preguntado una tontería, él dijo—: Es Angelo.

* * *

Nunca antes, en su vida, Anneliese había sentido el deseo de gritar y ahuyentar a la gente, pero en ese momento, cada vez que le hablaban, cada vez que la solicitaban para algo banal y ajeno a su problema, era lo único que quería hacer.

El día lunes, apenas llegar al liceo, Rita y Laura la buscaron para mostrarle las gráficas y los avances en las votaciones. Annie sólo quería que la dejaran en paz. Jessica estaba ayudándola, respondiendo a todo por ella para que la dejaran tranquila, pero luego ella se le perdió, desapareció de repente.

Anneliese no tenía idea de que Jessica Petrelli había ido al área de cuarto grado para buscar a Angelo.

—Ya tengo las inyecciones —le susurró Bianca, al verla sola.

Annie la miró en silencio, preguntándose de qué servía eso, si tenía prohibido usarlas.

—Puedo ponértelas esta noche —siguió su amiga.

En ese momento llegó su maestro de química y ellas no pudieron hablar más.

Cuando terminaron las clases, Raffaele fue a buscar sus hijos al liceo, comieron los tres juntos en un restaurante que les quedaba de paso, luego dejó al muchacho en la universidad, para su curso, y a ella llevó a casa, la cual se encontraba sola.

Anneliese se tiró en su cama y se quedó ahí tanto tiempo como la jaqueca, que le nacía en las sienes, se lo permitió. Se levantó entonces, dispuesta a tomar una ducha, pero se detuvo al pasar frente al espejo de cuerpo entero, oculto en la puerta de su armario. Miró bien su reflejo: cabello rubio dorado, sujeto en una trenza francesa, un cuerpo delgado, bajita, vestida con su uniforme escolar, de falda negra y blusa de seda blanca; gracias a que no llevaba el listón atado al cuello, se abría la parte superior y asomaba la crucecita de oro que llevaba colgada al cuello.

Sin ser enteramente consiente de lo que hacía, comenzó a desnudarse. Se desfajó la blusa y se la quitó, encontrándose con su brassiere beige, de encajes, y una cintura diminuta; siguió con la falda. Tenía unas caderas estrechas, pero le gustaban sus glúteos y también sus piernas. Se sacó los zapatos negros, las calcetas y luego la ropa interior, justo antes de soltarse los cabellos.

Y le gustó lo que miró.

Por primera vez en su vida, su cuerpo le gustó.

No era la chica más bella —no se comparaba en nada con Laura, ni Jessica, ni con Rita y mucho menos con Lorena—, pero su cuerpo le gustaba. Le gustó el color claro de sus ojos azules, su tamaño e incluso esas pestañas tan rubias que siempre había odiado. Le gustaron sus labios, las curvaturas de su cuello y hombros, sus senos pequeños —que en ese momento estaban hinchados—, su vientre plano, su ombligo lineal, su vello púbico dorado, sus pies, de uñas pintadas de color rosa pálido.

Pensó en que su cuerpo era... perfecto. No porque fuera escultural, sino porque no había marcas en él y, con excepción de las rodillas, tampoco tenía cicatrices.

Subió la vista de nuevo. Recorrió las pantorrillas, los muslos y, para cuando llegó nuevamente al vientre, se descubrió con la mano izquierda sobre éste.

Su mano fina lucía ese anillo de diamantes y zafiro, que Angelo le había regalado por su cumpleaños número dieciséis. Ése anillo era suyo... y también lo que había dentro de su vientre.

Un bebé.

El bebé de él.

Un embrión desarrollándose.

Un feto que crecería y crecería y...

Sintió que el aire le faltaba al imaginarse un ser vivo dentro de ella, moviéndose, pataleando, destrozándolo todo. Tuvo escalofrío. Sintió la boca amarga y sacudió la cabeza frenéticamente, al tiempo que comenzaba a llorar de nuevo.

En ese momento se dio cuenta: no era sólo el temor a su padre... ¡ella no quería eso! ¡Tenía miedo! ¡No quería un bebé dentro de ella!

Se pasó las manos por el rostro y notó los diamantes de sus aretes. Se los quitó rápidamente, sintiéndose invadida por las agujas penetrando sus lóbulos. ¡No quería nada dentro de ella! ¡No quería nada! Los arrojó a algún sitio, y siguió con el anillo y luego con el colgante en su cuello.

Se cayó al suelo de rodillas y un sollozo le brotó directo del alma, cuando sintió que se ahogaba, alargó la mano y buscó su teléfono en el buró.

—Bianca —gimió, apenas su amiga respondió la llamada—. ¡Ayú-dame! —le suplicó, entre lágrimas.

*

Cuando Angelo Petrelli volvió a casa, de la universidad, pasaban de las nueve de la noche —había caminado un rato, luego de clases, pensando—. No había cenado aún, pero no tenía hambre. Subió y tomó una ducha, luego fue a la habitación de su hermana. La encontró dormida. No había una sola luz encendida, por lo que supuso que ella se había quedado dormida horas antes, cuando aún brillaba el sol.

Se metió a la cama cuidadosamente, intentado no despertarla, pero no lo logró. Ella se giró en su dirección y se acercó a él. Angelo la abrazó, pero ella se retiró apenas tomar conciencia.

—Hola —la saludó él, en un susurro.

—Hola —respondió ella, incorporándose frente a él. Estaba desnuda; sintió frío.

Angelo recorrió su rostro. Se dio cuenta de que ella había estado llorando de nuevo.

—Hoy Jessica me buscó —se escuchó decirle, bajito.

Anneliese se relamió los labios.

—¿Qué quería? —no elevó su voz más que él.

Él no respondió. Se limitó a mirarla —en sus ojos no había reproche alguno—. Annie lo entendió: era probable que su prima, preocupada, le hubiese reclamado por... la mentira que ella había dicho:

—Sólo era... una idea —se disculpó.

—Lo sé —murmuraban apenas—. Lo entiendo, pero me gustaría que dejaras de hablar de esto con los demás.

—De acuerdo. ¿Tú sigues con la misma idea?

El muchacho se acomodó en la cama y suspiró:

—¿Tienes algo mejor?

—Sí. Yo... lo he estado pensando —Anneliese sintió la garganta ronca por el llanto; su voz apenas era un hilo—. Decidí que no es sólo por papá —confesó, débil—. No quiero tenerlo. ¡Me da miedo!

Angelo permaneció en su lugar, guardando silencio por más tiempo del que Annie hubiese querido.

—Y... ¿qué podríamos hacer? —soltó, al final.

Annie se incorporó:

—Realmente... no quiero tenerlo —repitió; seguían hablando muy bajo.

Él calló nuevamente, por un rato, al final, comenzó a decir:

—Yo tampoco lo planeaba, pero... —no terminó de hablar, dejó las palabras en el aire, como si creyera que concluir, estaba de más.

—Sí —aceptó ella, sin mirarlo.

—Ya no hay mucho por hacer, ¿no?

—Sí lo hay.

—Lo hubo —la corrigió él—. Bastaba con beberte una píldora cada día.

Anneliese apretó los labios. El llanto iba a regresar; se sentía débil e impotente:

—Voy a usar las inyecciones —declaró.

—No lo harás —atajó él, con total determinación, sin alzar la voz.

—¡¿Por qué no?! —se irguió. Había comenzado a llorar de nuevo, lloraba bajo, tanto como hablaba—. ¡No va a pasarme nada!

—¿Puedes jurármelo? ¿Puedes asegurarme, sin ninguna duda, que no te afectará? Que no voy a tener que llevarte, agonizando, a un hospital, o soportar tu muerte.

—¡Te lo juro! —soltó ella, sin pensarlo; hablaba con los dientes apretados.

—No seas tonta. No puedes jurarme algo como eso.

»Y no confío en Bianca. No confío en ella en lo más mínimo.

—Yo sí y estoy dispuesta correr el riesgo.

—Pero no lo harás.

—¡No es tu decisión!

—¿No? ¿De quién lo es?

Annie se sintió incrédula.

—... Mía —gimió.

Angelo sonrió. Fue una sonrisa de cansancio:

—No —escupió—. No lo es porque tus decisiones no te afectan únicamente a ti. No eres sólo mi hermana, o mi noviecita, ¡eres mi compañera, y si estás pensando en jugarte la vida, se vuelve automáticamente asunto mío! Tú eres mi asunto, Anneliese. Todo lo concerniente contigo es mi asunto.

—¡No va a pasarme nada! —fue lo único que ella tuvo fuerzas de decir.

—No pienso arriesgarme.

—¡También las mujeres mueren en el parto!

—No va a pasarte eso. Un parto es natural.

—¡Tienes una maldita respuesta para todo! —alzó ligeramente la voz.

—¿Me quedo callado, entonces? ¿Eso estaría mejor?

—¡Sólo déjame hacerlo!

—De ninguna manera.

—¡No lo quiero! —alzó más la voz.

Luego de estudiarla por un momento, él se incorporó y, con la vista clavada en los pliegues del edredón, más tranquilo, le explicó, bajito:

—Sólo tienes miedo —la miró—. Lo entiendo, pero estarás bien. Estaremos bien —juró.

—¡No! —sacudió la cabeza—. No lo estaremos porque estás obligándome a hacer cosas que yo no quiero.

En la oscuridad, Anneliese lo vio entrecerrar sus ojos grises; algo, en ésa última frase, no le había gustado.

—¿Obligando? —preguntó él—. ¿Sientes que estoy... obligándote a algo?

—¿No estás haciéndolo?

—¿A qué? —la retó. No obtuvo respuesta—. ¿Te obligo a... —se interrumpió—. ¿A qué? Dímelo.

Ella se negó a hablar, sintiéndose incapaz de decir lo que quería.

—O, ¿te refieres a que te obligaba? —siguió él— ¿Te forcé alguna vez, Anneliese? ¿Lo que estás diciendo es que te violé? —se sintió humillado al decirlo.

Anneliese se rió, frustrada, ¿por qué él...

—¡Esto no se trata de ti! —le recordó.

—¡No! —explotó él—. Sólo de mi mujer y de mi hijo. Qué opinión puedo tener en esto, ¿no?

—¡No es tu hijo!

—¿No? ¿De quién más? ¿Sólo tuyo?

—¡No! —ella se sintió horrorizada—. ¡No es mío! ¡No es de nadie aún! —sollozó—. No es... nada aún.

Él se quitó el edredón de encima y expulsó el aire de su nariz, con fuerza, mientras que sacudía la cabeza. De manera inconsciente, Annie sintió la necesidad de sosegar la situación; jadeó y, bajando nuevamente la voz, suplicó:

—Con una inyección se arregla, mi amor —le tembló la voz; su llanto comenzó a dificultarle la respiración.

Pese a la situación, torciendo un gesto de incomprensión, Angelo no pudo dejar de notar la manera en que ella lo llamó. «Mi amor» le había dicho... y ella sólo lo llamaba por su nombre.

—Primero —se escuchó decir—... según tú, era por papá, luego ya no, sólo no quieres tenerlo y ya. Después... ¿estabas intentado persuadirme con la mortalidad en los partos? Y ahora, ¿ahora qué estás haciendo?

—¡Quiero que entres en razón!

—¿Crees que soy yo quien debe hacerlo?

—¡Sí! Cuando papá s--

—No menciones más a papá: dejaste claro que no es por él.

—¡Por favor! Sól--

—¡Basta ya! —le suplicó, algo desesperado, pasándose una mano por la frente—. Ya me cansé de esto, de... —se levantó y sacudió la cabeza—. Te amo, Anneliese, ¡pero esto es terriblemente agotador! No puedo escucharte un segundo más, hablando de tus intenciones de matar a nuestro hijo y ésas otras estupideces.

—¡No son es--

Él se rió, interrumpiéndola:

—Ah, ¿no lo son? —la retó—. ¿Qué fue lo que le dijiste a Jessica? ¿Que yo te propuse le dijeras a papá que eres una promiscua?

—¡Eso no--

—Ah, ¿no? —la retó—. ¿Tú realmente crees que ésa es una buena idea? Por favor, detente a meditar tus palabras alguna vez.

Ella siguió negándolo: ¡ella no había dicho eso!

—Bien —siguió él—. Supongamos que le dices eso a papá y que yo logro salvarte antes de que te retuerza el cuello, ¿y luego qué? ¿Qué hacemos si tienes un niño con ojos grises? —se rió—. ¿Dirás que los heredó de tu madre? —volvió a reírse, amargo.

—No —ella se limpió las lágrimas con las sábanas—. No tendríamos que decir nada si--

—¿Si lo matas? —la interrumpió.

—¡No puedo matarlo porque no es una persona! —gruñó ella, desesperada.

Él torció otro gesto:

—¿Qué... Qué crees tú que es lo que llevas dentro?

—Un montón de células que no deseo sigan dentro de mi cuerpo —soltó, arrodillándose sobre el colchón, acercándose más a él, mirándolo de frente—, ¡y no me vengas con eso de que todos somos células! No es una persona (¡no lo es!) y, ¿sabes qué más? ¡Es mi vida y si quiero me la juego! ¡Y es mi cuerpo y sólo yo decido qué hago con él!

Y Angelo perdió la expresión, por completo... luego, una sonrisa divertida le curvó la comisura izquierda de sus labios:

—Bien —su voz era tranquila... y cínica—. Tu cuerpo —aceptó—. Y es tu vida y, si tú no quieres, yo no tengo opinión sobre ella; de acuerdo, pero ¿sabes sobre qué sí tengo opinión y derecho? —ella apretó los labios—. Sobre la de mi hijo.

»Es tu cuerpo, pero es mi hijo, Anneliese, y no vas a matarlo.

* * ** ** ** ** * *

Gracias por leer.


Continue lendo

Você também vai gostar

34.1K 1.5K 17
Jeongin siendo el Omega más coqueto y lindo no ayuda mucho para changbin. En el sexo con él no se puede ser amable. Changbin top Jeongin bottom ¡18+...
14.5K 872 13
¿Y si la magia existiera en su realidad? ¿Y si ninguna lo sabía hasta ese momento? ¿Y si se odiaban? ¿Y si se enamoraban? ~Si no te gusta este ti...
9.6K 684 26
Una chica llamada Kate Michaelis entra en la academia más famosa e importante del país la academia Rose. Alli se encuentra a uno de los más famosos a...
109K 5.3K 25
Hebe Ibsen Vinter, es una chica reservada sin amigos a causa del abandono de su papá cuando tenía once años. Siete años después regresa para llevarl...