Ambrosía ©

By ValeriaDuval

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En el libro de Anneliese, decía que la palabra «Ambrosía» podía referirse a tres cosas: 1... More

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
VETE A LA CAMA CON...
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Capítulo 56
Capítulo 57
Capítulo 58
Capítulo 59
Capítulo 60
Capítulo 61
Capítulo 62
Capítulo 63
Capítulo 64
Capítulo 65
Capítulo 66
Capítulo 67
Capítulo 68
Capítulo 69
Capítulo 70
Capítulo 71
Capítulo 72
Capítulo 73
Capítulo 74
Capítulo 75
[2] Capítulo 01
[2] Capítulo 02
[2] Capítulo 03
[2] Capítulo 04
[2] Capítulo 05
[2] Capítulo 06
[2] Capítulo 07
[2] Capítulo 08
[2] Capítulo 09
[2] Capítulo 10
[2] Capítulo 11
[2] Capítulo 12
[2] Capítulo 13
[2] Capítulo 14
[2] Capítulo 15
[2] Capítulo 16
[2.2] Capítulo 17
[2.2] Capítulo 18
[2.2] Capítulo 19
[2.2] Capítulo 20
[2.2] Capítulo 21
[2.2] Capítulo 22
[2.2] Capítulo 23
[2.2] Capítulo 24
[2.2] Capítulo 25
[2.2] Capítulo 26
[2.2] Capítulo 27
[2.3] Capítulo 28
[2.3] Capítulo 29
[2.3] Capítulo 30
[2.3] Capítulo 31
[2.3] Capítulo 32
[2.3] Capítulo 33
[2.3] Capítulo 34
[2.3] Capítulo 35
[2.3] Capítulo 36
[2.3] Capítulo 37
[2.3] Capítulo 38
[3] Capítulo 1
[3] Capítulo 2
[3] Capítulo 3
[3] Capítulo 4
[3] Capítulo 5
[3] Capítulo 6
[3] Capítulo 7
[3] Capítulo 8
[3] Capítulo 9
[3] Capítulo 10
[3] Capítulo 11
[3] Capítulo 12
[3] Capítulo 13
[3] Capítulo 14
[3] Capítulo 15
[3] Capítulo 16
[3] Capítulo 17
[3] Capítulo 18
[3] Capítulo 19
[3] Capítulo 20
[3] Capítulo 21
[3] Capítulo 22
[3] Capítulo 23
[3.2] Capítulo 1
[3.2] Capítulo 2
[3.2] Capítulo 3
[3.2] Capítulo 4
[3.2] Capítulo 5
[3.2] Capítulo 6
[3.2] Capítulo 7
[3.2] Capítulo 8
[3.2] Capítulo 9
[3.2] Capítulo 10
[3.2] Capítulo 11
[3.2] Capítulo 12
AMBROSÍA EN FÍSICO
LOS CUENTOS DE ANNIE
EPÍLOGO I
EPÍLOGO II
EPÍLOGO III
📌 AMAZON
📌 BRUHA • store

Capítulo 38

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By ValeriaDuval

DISACCORDI I
(Desacuerdos I)

.

Cuando llegó a su recámara, Angelo se sentía furioso; esta vez ella los había metido en un gran problema —la escuchó sollozar..., aunque sabía que eso no era posible, pues Annie estaba cruzando el pasillo, con dos puertas de por medio—.

¿Cómo era posible que se hubiese olvidado de la píldora? ¡¿Cómo podía olvidarse una cosa cómo ésa?! —La escuchó sollozar una vez más; la cólera comenzó a suavizarse y volverse desesperación—. Podía, se dijo, recordando que, cuando ella estaba leyendo, se le olvidaba incluso comer, ¿cómo no olvidaría unas píldoras? —La escuchó sollozar una vez más—. Así como se aseguraba de que todo respecto a ella fuera bien, también debió cerciorarse de que se bebiera la píldora —un nuevo sollozo— pero... ¿cómo iba a hacer eso? Ella eligió cuidarse con píldoras y él respetó eso (la respetó a ella, confió en ella); si alguna vez pensó en pedirle que tuviese cuidado de no saltarse las dosis, desistió al encontrarlo indecoroso. Había sentido vergüenza. No concebía molestarla, recordándole sus anticonceptivos, para que él sencillamente pudiera...

«Pero sí lo hice», se dijo.

La quería todo el tiempo y la quería tanto, que ni siquiera se había dado cuenta de que su hermana no había menstruado hacían ya dos meses —por eso ella había estado tan interesada en aquella fecha—. Sí, bien, el ginecólogo había mencionado que la menstruación de algunas mujeres se reducía durante el consumo de la píldora..., pero no había sido eso, sino que a él le resultaba de lo más beneficioso tenerla cada día. En lo personal, Angelo no encontraba inconveniente —o desagrado— al periodo de su hermana, pero a ella no le gustaba tener relaciones en esos días y era muy extraño —todo un logro— cuando lograba convencerla. Simplemente no extrañó su menstruación y la pasó por alto... Era tan descuidado como ella. «Peor: un imbécil» decidió, pues no era culpa de ella ser descuidada; había sido él quien resolvió simplemente no pensar en ello. La culpa era suya. Toda de él.

Llegó a sus oídos un sollozo más; con la piel erizada, Angelo miró sobre su hombro hacia la puerta cerrada.

¿Cómo es que Bianca se había enterado? Si Jess no se lo había dicho a nadie —por lealtad a Annie—, Bianca sí iba a decírselo a todos. "¡Ella lo adivinó!" había dicho Annie. Angelo jadeó. ¿Acaso eran tan obvios? Seguramente. Recordó que, meses atrás, sentía miedo de hablar con su hermana —de tocarla— frente a la familia, pues estaba convencido de que se delataría y, para ése día, ya no le importaba quedarse dormido en su misma cama los siete días de la semana, ya que nadie parecía reparar en ello —o interesarse—. ¿En qué momento dejaron de cuidarse? Había actuado como un niño que roba una golosina a su madre y, ya que ésta no lo nota, toma otra, y luego son dos, y luego tres, y cada vez más hasta volverse completamente evidente el robo.

Era enteramente culpa suya...

Escuchó otro sollozo; éste estaba lleno de dolor y... la visualizó llorando, aterrada. Sintió algo en los huesos. Ella estaba sufriendo: se encontraba sola, tenía miedo... y él le había gritado. La había culpado porque... estaba embarazada. Porque iba a tener un bebé... que era suyo. Que él le había puesto en el vientre, obteniendo, a cambio, mucho placer de ella, quien no había hecho otra cosa que entregarse completamente a él, sin ninguna condición, sin ninguna restricción, llena de amor...

Giró sobre sus talones y volvió junto a ella. Y cuando abrió la puerta, ella lo miró con temor y él se sintió un cretino.

—Perdóname —le suplicó, cerrando con seguro.

Y Annie no esperó ni un sólo segundo. Se arrodilló, con los brazos estirados hacia él, como un cachorro que ha sido apaleado, pero que corre buscando a su humano al primer llamado, lleno de amor y de fe. Eso no hizo que él se sintiera mejor; su hermana no era un perrito, era su Diosa, ¡su vida entera!... su único amor. La abrazó con fuerza y besó su cabeza rubia; ella tembló entre sus brazos.

—Perdóname, mi amor —le suplicó.

—¡Lo siento, Angelo! —tartamudeó ella.

—No —le buscó el rostro y la sujetó por las mejillas, para que lo mirara—. No me pidas perdón, ¡no tengo nada qué perdonarte!

T-Te juro que no —hipó— lo pensé-e...

—Lo sé. Ya sé —la besó en los labios, probando sus lágrimas.

—¡Siempre lo arruino todo! —murmuró, pegada a su pecho.

—¡No has arruinado nada! No sucedió nada que no supiésemos que podría ocurrir.

—¡Fueron más de tres! —le confesó entonces—. ¡Se me olvidaba muy seguido!

Ok —asintió él, volviendo a cogerla por las mejillas—. Ok. ¿Y ya qué hacemos? Ya pasó.

—¿Qué vamos a hacer?

—Voy —la corrigió—. Quiero que te calmes y me dejes esto. Yo lo voy a arreglar. ¿Me crees?

Ella siguió llorando.

—¿Me crees? —insistió él.

Y Annie asintió. Se obligó a hacerlo. Confiaba en él. Por supuesto que confiaba en él. Angelo era la única persona de la que jamás dudaría, pero... esta vez no estaba tan segura de que pudiera hacer mucho con ese —gran, enorme y creciente— problema, en su vientre.

¿Angelo? —se escuchó la voz de su padre, en el corredor.

La muchacha miró hacia la puerta, aterrada. Él apretó los labios.

—Acuéstate —urgió a su hermana—. Date vuelta.

Ella lo obedeció y él la cubrió con el edredón hasta los hombros antes de guardar las pruebas de embarazo en el primer cajón de la mesilla de noche, al lado de la cama.

Angelo —seguía su padre.

—¿Qué pasa? —respondió el muchacho, con voz suave, encendiendo el televisor y quitando todo el volumen inmediatamente, para luego apagar la única lámpara que los iluminaba antes—. Ya voy —dijo, abriendo apenas la puerta.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Raffaele. Lucía intrigado.

—Tenemos tres días intentado ver una película —mintió—; quiero ver el final, pero no sé dónde la dejó.

Su padre asintió, con el ceño fruncido, inconforme con la extraña respuesta... pero le creía. Él siempre creía en su hijo.

—¿Está dormida?

—Sí —Angelo abrió más la puerta, mostrándole a la muchacha.

Desde el marco, Raffaele miró dentro; todo el lugar era iluminado por luz pálida del televisor.

—¿Necesitabas algo? —apremió a su padre.

—Nada. Oí ruidos. Ya va a ser la una; duérmete.

—Sí. Buenas noches —le deseó, mientras intentaba cerrar la puerta.

—¿Vas a dormir aquí? —siguió Raffaele.

—Sí. Quiero ver mi película —no iba a dejar sola a su hermana. No cuando ella estaba tan angustiada... No luego de haberle gritado, de haberse portado como un auténtico bastardo—. Mientras me duermo.

—Bueno —aceptó él—. Descansa, hijo.

—También tú.

Anneliese se volvió apenas escuchó el seguro de su puerta. Angelo fue donde ella y la abrazó.

—Entonces —siguió ella, muy bajito, intentado controlar el llanto.

Él le puso los dedos sobre los labios.

—Ya no hablemos aquí. No en este momento —su voz era muy suave—. Mañana.

—¿No irás al restaurante? —trabajaría los viernes por la noche y los sábados desde la mañana.

—Lo dejaré al medio día. Escuché que vas a reunirte con los otros, mañana, para ver lo de la campaña, ¿a qué hora crees estar libre?

—No sé —hipó—. Como a las doce.

—Te busco en el liceo. Te espero fuera.

Ok. Te quiero, Angelo —gimió.

—Y yo te amo, mi conejita. Vamos a arreglar esto —le prometió.

Anneliese asintió.

*

Y esa noche, a pesar de tenerla entre sus brazos, bajo las sábanas, el muchacho no pudo dormir. Tampoco ella pudo dejar de temblar y de llorar; aún en sueños lloraba y él miró su cuerpo, pequeño y delgado, la noche entera. Ella llevaba sólo unas tangas blancas y él le acarició un montón de veces el vientre plano, pensando en que, ahí dentro, había un bebé.

... Su dulce y pequeña hermanita, estaba gestando a un bebé.

*

Por la mañana, como acordaron, cada quien se preparó para iniciar con sus actividades.

Se arreglaron en silencio. Angelo no tenía nada que decir en ese momento y Anneliese tenía la garganta irritada. Se duchó primero ella, mientras él preparaba un batido de manzanas y almendras. Se encontraron luego en el cuarto de baño, cuando él terminaba de ducharse y ella volvía para cepillarse los dientes. Y se miraron a través del espejo, en el lavamanos, uno al otro; él llevaba sólo una toalla atada a la cadera.

—Hay algo más que no te he dicho —comenzó ella.

—... ¿Algo más? —él se aclaró la garganta.

La muchacha se volvió hacia él, pero no lo miró a los ojos.

—Bianca me habló de unas inyecciones. Dice que, si tengo menos de doce semanas, puedo ponérmelas y--

—¿Sabes cuánto tienes? —la interrumpió él, cuando ella comenzó a tartamudear.

Lo miró, fue apenas un segundo, y sacudió a cabeza en una negativa. No, no lo sabía.

—Si tu última regla fue en septiembre, tienes como —él pareció hacer cuentas—... ocho semanas.

Anneliese se sintió una ignorante: ella no sabía ni cómo funcionaba su cuerpo. Ocho semanas. Dos meses.

—Entonces..., sí puedo abortar aún, ¿no?

Angelo apretó los labios.

—Ya no hables con Bianca. No la escuches. Si lo que ella tiene son suposiciones, no se las confirmes.

—¡Yo no le dije que era tuyo, Angelo! Te lo juro —comenzó a llorar de nuevo.

—Lo sé. Perdón —tomó un pañuelo y le secó las lágrimas suavemente, cuidando del maquillaje que se había puesto para disimular sus párpados enrojecidos e hinchados—. Perdóname. Pero te lo pido, por favor, ya no hables con ella.

* * *

Cuando Raimondo Fiori salió del liceo, se encontró a su amigo recargado contra el muro, de espaldas, mirando algo en su teléfono celular. Le pareció que estaba absorto.

Había pasado la mañana entera ayudando en la campaña de Anneliese —una Anneliese retraída—. Lorenzo y Rita decían, basándose en las estadísticas que la animadora había preparado, que Annie tenía buen nivel. También decían que Angelo Petrelli ya había ganado: al parecer, más de la mitad del liceo había votado por él el primer día en que las elecciones se abrieron.

De manera sigilosa, con intenciones de asustarlo, Raimondo se acercó al futuro Rey, pero no logró realizar su cometido pues, en el teléfono de su amigo, pudo ver... a un feto.

Angelo miraba un... feto.

En ése momento, Raimondo reparó en que había logrado acercarse a su amigo sin que éste se diera cuenta —Angelo tenía un buen oído, además parecía sentir en la piel cuando alguien se aproximaba a su cuerpo—. ¿Por qué la foto de un feto lo mantenía tan absorto? Y... ¿sí era una foto o era una ilustración?

El feto que Angelo veía era una pequeñísima cosa rosada, semitransparente, con un gran cráneo, pero tenía dos pequeñas y graciosas esferas que hacían de ojos. Tenía una pancita redonda y, arriba y abajo de ésta, había algo similar a... brazos y piernas. Era un feto bonito, sí, dentro de una pequeña burbuja a la que se adhería por medio de mucosidad.

—¿Qué es eso? —preguntó.

Angelo alzó la mirada, sorprendido. Raimondo tuvo el mal presentimiento: realmente él no se había dado cuenta de que tenía a una persona justo en frente. Un par de minutos atrás, Angelo le había enviado un mensaje, pidiéndole que lo buscara en la entrada del instituto, por lo que era doblemente preocupante que él realmente no lo notara, pues incluso lo esperaba.

—Nada —atajó Angelo, guardándose el teléfono en el bolsillo del pantalón.

Raimondo seguía petrificado. ¿Por qué Angelo estaba mirando fetos? ¿Acaso él...

—¿Embarazaste a Anneliese? —le preguntó. Ni siquiera se dio cuenta de que lo hizo.

Y Angelo se quedó quieto durante un momento, luego, lo miró despacio; Raimondo vio duda en sus ojos grises y así era: pensaba en Bianca —y Jessica—. Bianca lo sabía y también Raimondo, ¿quién más lo sabía? ¡Habían sido tan descuidados!

Ninguno de los dos pudo decir nada más, pues se escucharon pasos bajar por las escaleras de piedra en la entrada; se trataba de Anneliese. Luego de enviar el mensaje a Raimondo, Angelo había mandado otro a su hermana, haciéndole saber que había llegado.

—Préstame tu carro —pidió Angelo a su amigo.

Raimondo solía conducir, los fines de semana, el Ferrari que le había regalado su abuelo por sus diecisiete años, y aunque tardó un poco en reaccionar, le entregó sus llaves sin hacer preguntas.

—Está en el estacionamiento —le indicó—. En la primera fila.

Anneliese intentó sonreír a Raimondo cuando llegó donde los muchachos, pero él no pudo regresarle la sonrisa, aunque lo intentó: ya comprendía el porqué de su angustia. Los miró alejarse, juntos, hacia el estacionamiento ubicado en la parte posterior del liceo.

—¿Cómo estuvieron tus... —comenzó él, cuando doblaban a la esquina, pero se detuvo, encontrando absurda la pregunta.

—¿A dónde vamos? —siguió ella.

El muchacho sacudió la cabeza.

—A donde sea. Lejos.

Anneliese encontró desesperante la calma del muchacho. Anduvieron lento hasta el auto, luego, él lo encendió despacio y, como si fuera poco, se abrochó el cinturón con cuidado. En ese momento, ella no entendía que también era una situación difícil para él.

Siempre era ella la de los problemas y, él..., el imperturbable, el centrado, el de las soluciones.

—Me dijo Bianca-- —comenzó ella, apenas salieron a la calle principal.

—¿Te molesta si hablamos hasta que nos detengamos? —la interrumpió él, apretando los labios. ¿Realmente ella quería hablar de aborto mientras él conducía?—. No quisiera chocar —confesó.

La muchacha apretó los labios, frustrada, ¿por qué él estaba haciéndole eso? ¡Sabía que ella era impaciente y que estaba volviéndose loca!

*

Angelo condujo por más de treinta minutos.

Condujo hasta llegar a un parque en el que nunca antes habían estado y ella esperó hasta que él aparcó y apagó el Ferrari.

—¿Ahora sí podemos hablar? —lo urgió.

—Sí. Perdona.

Pero... entonces ella no supo cómo continuar. En realidad, ya le había dicho todo lo que tenía.

—¿Qué es lo que me decías, hace un rato? —él se quitó el cinturón y se volvió hacia ella.

Annie se llenó los pulmones de aire. Lo hizo sin darse cuenta; se sentía exhausta.

—Bianca dice que son tres inyecciones. Que se ponen juntas y en menos de ocho horas llega la regla.

—¿Regla?

—Sí. Me explicó que, teniendo menos de doce semanas, ni siquiera tienen qué limpiarte.

—¿Limpiarte? —preguntó él, mirando hacia el frente—. Te refieres a... ¿legrado?

N-No sé. Así me dijo.

Angelo suspiró. Era como si esperase que ella dijera algo más, cualquier otra cosa...

—Te pedí que ya no hablaras más con Bianca —no la miraba. Sus ojos grises estaban clavados en el auto vacío que tenían al frente.

—Ya no lo hice. Esto me lo contó antes.

Él asintió, lento, y Anneliese intentó esperar, pero se sentía ansiosa y le rogó:

—Dime algo —miraba suplicante su bonito perfil. Quería que la mirara.

—¿Ya lo pensaste bien?

—¿El qué?

—Abortar.

Abortar. Annie se sintió desesperada.

—¿Qué más puedo hacer? —gimió.

—Podemos —la corrigió él. Seguía sin mirarla.

—¡¿Qué más podemos hacer?!

Angelo esperó un momento, pensándolo, luego asintió de nuevo, respiró profundo y se volvió hacia ella.

—Las inyecciones —comenzó—... ¿de qué son? ¿Cómo actúan?

—Son par--

—¿Abortar? —la interrumpió. La miró al fin—. Te pregunté qué son, el nombre del compuesto químico y la manera en que trabaja, no cuál es su efecto.

Anneliese no pudo responder, Angelo se relamió los labios.

—¿Tú cuál crees que sea el compuesto? —le preguntó, y esperó un momento para que ella contestase, pero ella no lo hizo—. ¿Eso no te lo dijo? —la miró a los ojos, invitándola a contestar; ella no se movió siquiera—. ¿Sabes por qué? Porque no hay nada como eso. Al menos no legal, no sin prescripción médica. O, ¿crees que una persona puede llegar a una farmacia y pedir dos o tres inyecciones «para abortar»? —se burló.

—Entonces... ¿Bianca me mintió? —una desilusión marcó su rostro.

—No. No creo que te haya mentido: creo que ella está utilizando algún medicamento que tiene, como efecto colateral, el aborto. El problema es: ¿qué medicamento?

»Generalmente ese tipo de drogas son controladas no sólo por el efecto que producen al administrarlas, sino por los resultados adversos y secundarios que podrían tener, ¡y precisamente ése es el problema! Estás pensando en meterte algo que no sabes el qué es, ni qué otros efectos pueda ocasionarte (¿qué va a hacerte? ¿Va a cortarte algún flujo hormonal? ¿Va a dilatarte el cérvix? ¡¿Qué?!). Y eso si verdaderamente es el medicamento que ella cree, suponiendo que no esté alterado porque, ¿de dónde lo consigue ella? ¿Quién se lo facilita o dónde lo compra?

A la muchacha se le detuvo la respiración por un momento. No, la verdad es que no había pensado en nada de eso. Peor aún..., algunas cosas que él dijo ni siquiera las había entendido.

—Ella dijo que no son peligrosas —fue todo lo que le salió de la boca.

Ella dijo —murmuró él. Suspiró y se acomodó en su asiento—. Veamos, dice que "llega la regla": supongamos que, en el más inocuo de los casos, produce desprendimiento del feto, lo cual, obviamente, producirá hemorragia, ¿se te ha ocurrido que podría ser algún anticoagulante?... ¿No crees que puedas desangrarte?

»Está jugando al médico, la muy imbécil, ¿al menos está tomando en cuenta tu peso y tu edad para recetarte? ¿Y luego qué? Digamos que funciona... ¿ya estás libre de infecciones?

Annie entrecerró sus ojos, intentado comprender lo que él decía. Algunas de ésas palabras que él había dicho —hemorragia, coagulación— le eran familiares gracias a la hemofilia de Lorenzo. Tenía una idea de lo que él decía, pero... ¿qué tanto había dicho él?

—Tú podrías encargarte de eso —fue su única conclusión; su voz tembló.

—No, yo n--

—¡Sí podrías! —lo interrumpió ella, casi gritando—. Podrías ver el qué es y encargarte. Sabes mucho. ¡Sabes de todo!

—No, Anneliese —él sacudió la cabeza. Su voz se había vuelto más enérgica—. ¡No puedo ni quiero!

—¿Eh? —se sentía débil.

Angelo volvió a guardar silencio y miró al frente; estaba intentado controlarse, se dio cuenta ella, y le pareció de lo más inapropiado en ese momento. ¡No era un asunto qué tratar con calma!

—¿Qué fue lo que dijiste? —insistió, temblorosa. Verdaderamente no lo entendía.

—A veces —comenzó él, con voz clara y baja— decimos palabras sin entender el verdadero alcance de éstas.

»¿Entiendes bien el significado de la palabra aborto? ¿Entiendes realmente lo que estás diciendo?

La muchacha no respondió.

—Estás hablando de... destrozar a nuestro hijo.

Anneliese jadeó. ¿Destrozar? ¡¿Hijo?!

—¿Qué estás diciendo? —jadeó, incrédula. ¿Acaso él...—. ¡¿Cuál hijo?!—se escuchó decir, desesperada—. ¡No es ningún hijo!

—Pues una planta, no es.

Ella se rió, cínica..., nerviosa, histérica.

—¡Una planta no da problemas! Hijo va a ser si lo dejamos desarrollarse, ¡en éste momento no es más que un montón de célul--

—Tú y yo somos un montón de células —él la interrumpió—. Todos somos un montón de células.

—¡Pues él ahora mismo sólo es un coágulo! Y si crec--

—No es un coágulo —volvió a interrumpirla él—: tiene manos, ojos, y está formando vías neurales. ¿Sabes lo que es eso, Anneliese?

»Es un ser humano desarrollándose.

Annie no podía creer lo que escuchaba. Ella estaba aterrada y él... Un recuerdo fugaz le cambió todo por dentro:

—¿Es... —se sentía a punto de golpearlo. Quería gritar, llorar a gritos y luego golpearlo—... ¿Es por eso que no usabas condón?

Angelo sonrió y soltó el aire por su boca... cansado.

—No seas ridícula.

—¿Estás contra el a--

Y él la miró a los ojos, irritado, retador, ella no pudo seguir hablando. ¡¿Qué mierda estaba pasando?!

—No usaba condones —comenzó él, tenso, al darse cuenta de que ella no pensaba continuar— porque fue decisión de ambos, porque somos la única pareja del otro, ¡y principalmente porque se suponía que estabas tomando píldoras!

Annie jadeó; ahí estaba, el reproche... pero en ése momento no fue capaz de sentir más culpa. La incredulidad ocupaba todo en ella.

—Si estoy a favor o en contra —continuó él, con la respiración pesada—, no es el puto asunto aquí, Anneliese: simplemente no estoy dispuesto a someterte a un proceso que podría costarte la vida, ¿entiendes? ¡No voy a arriesgar tu vida! ¡Y no!, tampoco voy a matar a mi hijo.

Annie no fue capaz de decir nada, ni siquiera de moverse. Se sentía irreal...

Él exhaló rápidamente e, intentado tranquilizarse, continuó:

—Entiendo que estás asustada (yo también lo estoy, ¿sabes contra quién se irá papá?), pero quiero que lo pienses bien, Anneliese. Yo ya lo pensé toda la mañana (¡créeme que lo hice!), y definitivamente no quiero que abortes.

** ** ** ** ** * *

Si no les sale el capítulo completo, por favor, cierren sesión e inicien de nuevo.

Gracias por leer.


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