Renacer. Luz de Medianoche (l...

By NomiSaez

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Portada diseñada por @AleanellF Dessire Lucart es una joven que despierta en un mundo dominado por el mal y a... More

Luz de medianoche
Prólogo
Capítulo 1: Luz de Medianoche
Capítulo 2: Primer Día
Capítulo 3: Una loba enfurecida
Capítulo 4: Extraña muerte de un lobo
Capítulo 5: Iniciada
Capítulo 6: Centinela
Capítulo 7: Amenaza de una vampira
Capítulo 8: Un desconocido familiar
Capítulo 9: Enterrada
Capítulo 10: Otra vez en la enfermeria
Capítulo 11: Santiago
Capítulo 12: Serpiente
Capítulo 13: Vampiro
Capítulo 14: Cielo dorado
Capítulo 15: Colmillos de lobo
Capítulo 16: Ataque
Capítulo 17: Ojos amarillos
Capítulo 18: Demonio
Capítulo 20: Malditos recuerdos
Capítulo 21: Marcas en la piel
Capítulo 22: Cambiante
Capítulo 23: Secuestrada
Capítulo 24: Vampira enamorada
Capítulo 25: Vástagos del infierno
Capítulo 26: Confesiones
Capítulo 27: Rescate
Capítulo 28: Más cerca de la verdad
Capítulo 29: Extraña petición
Capítulo 30: Transición
Capítulo 31: Huida
Capítulo 32: Traidor
Capítulo 33: Renacer
Capítulo 34: Mis memorias
Capítulo 35: Mi tumba
Capítulo 36: De cara con la verdad
Capítulo 37: Mi ángel vampiro
Capítulo 38: Verdades
Capítulo 39: Inicio de la oscuridad
Capítulo 40: Tercer celestial
Capítulo 41: Elegida del príncipe celestial
Capítulo 42: Luz después de la oscuridad
Capítulo 43: Nuevos lazos
Epilogo

Capítulo 19: Regreso de la vampira

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By NomiSaez

Capítulo 19:
Regreso de la vampira


En el momento en que los rayos del sol atraviesan la ventana, mis ojos se abren dejándome completamente deslumbrada. E inmediatamente mi mente recrea mi llegada a Luz de medianoche. Necesito respuestas sobre mí misma, pero nada de lo que puedo recordar me ayuda. Solo me atormenta. Dejo mi inexplicable existencia a un lado para darle espacio a los acontecimientos de anoche, la naturaleza de Gabriel y mi desconfianza hacia él. Necesito saber más, y quizás sea Ronald el que pueda aclarar mis dudas.

Una luz brillante y cegadora se hace paso en la habitación, es cálida... Me levanto de un salto de la cama y me acerco a la ventana, y dejo que los primeros rayos del amanecer acaricien mi rostro.

Es una caricia tan suave, tan acogedora, que todas mis preocupaciones se esfuman dando espacio a una sensación... paz. Es como si mi alma flotara fuera de mi cuerpo.

Abre tu mente a la verdad...

La relajación que estaba experimentando se esfumó en el momento en que ese susurro llegó a mis oídos. Giro la vista a todos lados en la habitación, no hay nada fuera de lugar, es más, Anastasia no se ha movido ni un centímetro de la incómoda posición que tiene para dormir. Escudriño el exterior, no hay nadie.

Pero estoy segura de que escuché una voz, casi... angelical. Lo que se mueve en mi interior no es miedo, es regocijo, aunque no comprendo por qué me siento contenta cuando esa voz ha provenido de la nada.

Me pierdo en los brillantes rayos del sol, y el susurro regresa, pero no alcanzo a detallar las palabras. Alguien intenta darme un mensaje, alguien que no puedo ver pero que mi corazón dice que existe.

Paso algunos minutos esperando a que esa voz vuelva y diga algo más que abra mi mente a la verdad, me alejo de la ventana, mi compañera de cuarto sigue dormida.

Salgo de la habitación, con toalla en mano con la intención de darme un largo baño de agua fría para espabilarme un poco, pero mis pies cambian de dirección al escuchar a Karla decir un par de groserías en su habitación. Desde que estoy aquí nunca he oído a la mujer lobo, es como si ella no durmiera aquí, pero justo ahora está histérica, y escucho una voz que le replica con sarcasmo.

¡Romina!, la vampira ha vuelto.

Sin darme cuenta abro la puerta de la habitación, y entro sin ser invitada.

—¿Romi? —digo atravesando la habitación.

—¿Quién demonios te dijo que entraras? —espeta la loba. Pero no le prestó atención, lo único importante es Romina, que está reclinada contra su cama, llevando un pijama rosa que no es exactamente su estilo.

—¿Cuántas veces tengo que decir que no me gusta que me llamen Romi? —dice la vampira de mal humor.

—Creo que no lo suficiente —digo, y le doy un abrazo.

Ella no se lo esperaba, su cuerpo se tensa, pero aun así no la suelto, estuve tan preocupada... Sus brazos caen sobre mi espalda y me da unas palmaditas, incómoda. Es lo único que obtengo, y sé que es lo único que estará dispuesta a dar, así que me alejo.

Después de todo lo que ha pasado verla bien hace que todas mis preocupaciones queden a un lado.

—Tanto que rogué que no volvieras, maldita chupasangre. —La loba sale de la habitación y cierra la puerta.

—Alguien está de mal genio —digo.

—¿Cuándo no lo está? Esa perra estaba rogando mi muerte, lástima que no se le cumplió su deseo. —Una sonrisa surca su rostro mostrando sus blancos y filosos colmillos.

Observo su rostro, está más pálida de lo normal y hasta podría decir que algo demacrada, el brillo sobrenatural de sus ojos no está.

—Estoy bien —dice antes de que pregunte—, solo necesito alimentarme y estaré mucho mejor.

Alzo mi brazo hasta el nivel de su rostro sin decir una palabra.

—No —dice de manera rotunda.

—La necesitas —insisto.

—No voy a morderte, Dess, y es mi última palabra. —Aleja mi brazo de su rostro, pero sé que desea mi sangre con ferocidad, intenta ocultarlo, pero aun así puedo ver como sus ojos cambian ante la tentación de una sola gota.

Suspiro, no será fácil convencerla. No es que me agrade la idea de ser mordida por un vampiro, pero ella no pensó dos veces en salvar mi vida, y siento que se lo debo.

—Si me muerdes, ¿me convertiré en un vampiro? —digo con algo de terror. Definitivamente no quiero ser un vampiro, la idea de vivir de la sangre de otros hace que se me revuelva el estómago, gracias a Dios aún no he comido, sino ya todo estaría fuera de mi estómago.

Una carcajada rompe la tensión que había crecido entre ambas.

—Claro que no. —Dejo escapar el aire que no sabía que tenía contenido—. Se necesita más que una mordida para convertirse en un vampiro. Y aun así no pienso morderte, ¿entendido?

Abro la boca para quejarme, pero el ruido de pisadas nos sorprende a ambas, la puerta se abre y Anastasia corre hasta caer encima de la vampira, y darle un abrazo y besos en las mejillas.

—Suficiente, estoy segura de que si hubiera muerto ni siquiera se habrían acercado a mi ataúd —dice con disgusto.

La idea de un ataúd me trasporta a mis pesadillas de estar enterrada y huesuda, y el terror recorre mi cuerpo.

—¿Dess? —la voz de Romina suena preocupada. Pero mi atención está fija en ese oscuro y repugnante lugar—. ¿Dess?

—Estoy bien —digo con la respiración acelerada.

—Estas pálida. —Anastasia también está preocupada, por mí. Lo recuerdos de las últimas horas aíslan las perturbadoras imágenes de mí misma.

—Estoy bien, solo fue un recuerdo de una pesadilla —sonrío lo mejor que puedo para tranquilizarlas. Pero Romina no parece muy convencida.

—¿Pasó algo en mi ausencia? —pregunta la vampira.

—Nada fuera de lo normal —dice Anastasia antes de que yo pueda reaccionar. Como si lo que ocurrió hace un par de horas hubiera sido producto de mi imaginación—. Intensificaron la seguridad en la academia, y los grupos salieron como de costumbre.

—Bien —es lo único que dice Romina. Intuyo que se ha dado cuenta de que algo le estamos ocultando. Ella no es tonta, y Anastasia ha hablado de una forma tan apresurada, casi nerviosa, colocando su versión en duda.

Un sonido en la puerta hace que Anastasia salga de forma apresurada de la habitación.

—¿Qué me están ocultando? —pregunta inmediatamente—. Anastasia es muy mala mintiendo.

Me cruzo de brazos. Se supone que no debo contarle nada a nadie, en especial a Romina y Anastasia. No debo decir nada sobre Gabriel, pero no sobre lo que pasó.

—Ronald salió con un grupo a una misión, no tenía idea de qué se trataba hasta que las cosas fueron mal. Todo el grupo regresó menos Ronald, así que tuvimos que ir por él. —Su rostro cambia y por unos fragmentos de segundos la frialdad de su mirada muestra un poco de ira—. Había sabuesos del infierno y las cosas se complicaron un poco, pero luego Santiago, Dimas y Daniel llegaron, y todos estamos bien.

Se dispone a responder cuando la puerta es abierta.

—Romi —la llama Anastasia, la vampira voltea con cara de pocos amigos—, te buscan.

—¿Quién? —gruñe. Su rostro sigue tenso por el diminutivo de su nombre, y también por los últimos hechos.

—Creí que necesitarías esto. —La voz del argel hace que se le ilumine el rostro por unos escasos segundos. Sin embargo, la tensión en su cara no cambia en nada.

Dimas está detrás de mi compañera de cuarto, viste unos jeans y un suéter negro ajustado a su musculoso cuerpo, sus ojos brillan en un verde claro y cristalino. En sus manos sostiene una bolsa de sangre, de esas que usan en los hospitales.

Jamás había visto a un vampiro petrificado, bueno, eso es una tontería si no tengo vida más allá de mi estadía en Luz de medianoche; me corrijo, jamás pensé que un vampiro podría quedarse petrificado, justo como lo está Romina ahora. Sus ojos están fijos en el argel, y los de él en la vampira. Mientras que Anastasia y yo intentamos mantener la compostura ante las ganas de reír.

Anastasia se mueve incómoda de un pie a otro, ha quedado casi en medio de ellos dos. Mejor no recordar o mencionar este momento, o terminaremos sin una sola gota de sangre en nuestras venas.

Romina se percata de que aún estamos aquí, presenciando su aturdimiento por un chico.

—Gracias —se obliga a decir la vampira.

Anastasia deja escapar un gritito cuando de un segundo a otro, Romina está frente a Dimas, sosteniendo la... sangre.

—No hay problema. —Él se encoje de hombros—. Adiós chicas —dice alejándose.

Romina se gira y nos dedica su más tétrica mirada, Anastasia sale tan rápido como puede, en cambio, yo me muevo con calma a la puerta.

—Te gusta —susurro.

Sé que me ha escuchado. Su respiración se detiene por unos segundos, y alza la bolsa ante mis ojos.

Salgo, no tengo intención de ver como la vampira deja la bolsa impecable de limpia. Antes de cerrar la puerta escucho su voz.

—Charlaremos antes del desayuno, Dess —dice con la voz agitada.

—Como digas —susurro antes de cerrar la puerta.

Minutos más tarde mis pies van en dirección al comedor. Las chicas salieron primero que yo. Hoy retomo las clases que aún no he comenzado. Me apresuro, pero mis pasos se ven interrumpidos por la presencia de Diana.

Ella se interpone en mi camino, de brazos cruzados y ceño fruncido. Me gustaría saber qué le he hecho.

—¿Por qué te ensañas conmigo? —pregunto una vez que se me hace imposible avanzar.

—Te dije que te alejaras de él —gruñe. Da tres pasos y nuestras respiraciones se mezclan. Me obligo a mantenerme firme frente a ella, sin demostrarle el miedo que me hace temblar por dentro.

—Sí, lo recuerdo perfectamente. El problema es que no tengo idea de a quién te refieres.

Miento. Ya me di cuenta que está interesada en el vampiro que hace de mi escolta, pero me gustaría escucharlo de sus labios.

Suelta una carcajada, burlándose de mí.

—Santiago, te quiero lejos de él —su tono es amenazante. Una señal de celos sin fundamentos.

—¿Eres su novia?

Mi pregunta la deja perpleja, sus labios se mueven en busca de una respuesta que no termino de escuchar.

—¿Algún problema? —la voz de Romina la hace retroceder. Quiere incinerarme con la mirada.

—Nada —dice Diana.

Da vuelta y se aleja. Exhalo con fuerza dejando ir todo ese sentimiento que me ha puesto mal el cuerpo. Lo que me faltaba, una vampira celosa, como si no tuviera ya suficientes problemas.

—Hablaré con ella para que no te siga molestando.

—Eso sería estupendo. Me es suficiente con las acusaciones de los lobos como para tener también a una vampira celosa amenazándome a cada instante.

Comienzo a caminar. Mi estómago gruñe.

—No es novia de Santiago.

—Entonces, ¿por qué la escenita que me acaba de hacer?

—Estuvieron juntos un tiempo, pero no funcionó. Creo que ha pasado casi un año desde que terminaron —explica la vampira.

No se ha vestido con su tradicional negro, lo que la hace ver muy diferente. Una franela azul llega hasta sus muslos, y un pantalón deportivo en un gris oscuro cubre su cuerpo.

—Ella no parece haberlo superado —replico.

—No, no lo ha hecho. Cambiando de tema, te tengo malas noticias. —La vampira camina a paso lento. Un paso a la vez. Ella no está bien.

—¿Sobre qué?

—La apuesta, la carrera. Hay que posponerla, ahora soy yo la que está indispuesta. Ni siquiera puedo caminar a mi ritmo normal porque todo me duele.

—Te atravesaron el corazón. Vi cuando lo hicieron.

—Así fue. Las manos de los argeles son una maravilla.

—Querrás decir que las manos de Dimas son una maravilla.

Su mirada se torna asesina, pero no consigue intimidarme. Ella se interpuso entre esa espada y yo, expuso su vida para salvarme. No sería capaz de hacerme daño, lo que me recuerda...

—¿Los vástagos del infierno tienen efecto en los vampiros? —pregunto recordando el momento en que sus manos alcanzaron mi cuello. Algo siniestro se apoderó de ella.

La entrada del comedor está a solo unos pocos pasos, pero nos detenemos. La mirada asesina es reemplazada por unos ojos almendrados cubiertos de miedo, es real, la vampira tiene miedo.

—Has hecho más que rescatar a Ronald en mi ausencia —dice desviando la mirada—. Las cosas son así, Dess. Esas sombras son capaces de obligarte a hacer cosas que nunca harías, como suicidarte, matar a una amiga... Son cosas que están ocurriendo en el mundo. Es más fácil para los vástagos acceder y dominar a los humanos, para nosotros los hijos de la oscuridad no es muy diferente. Aquí aprendemos a bloquear a los vástagos, pero lo que ocurrió en el bosque...

—Lo entiendo, sé que no eras tú.

—Aunque no lo creas nunca he lastimado a nadie, los enfrentamientos que he tenido han sido con los rebeldes —dice retomando la marcha. La angustia en su voz me hace querer retroceder en el tiempo y no haber tocado ese tema.

Por las mañanas tendré entrenamiento con los argeles, así es, aunque no me reconocen como una de ellos, tengo que entrenar con ellos. Es un avance supongo. Además, tendré algunas horas para entrenar con mis amigos, por las tardes serán las clases particulares.

El salón de entrenamiento es amplio, con filas y filas de armas de todo tipo, y con el piso acolchado.

Ya todos están entrenando en parejas, así que me muevo hasta el otro lado de la habitación donde se encuentra el entrenador, un hombre corpulento, de cabello oscuro y ojos púrpura con destellos dorados.

—Buenos días —digo con timidez.

—Llegas tarde —dice sin prestarme mucha atención.

Su mirada se pasea por toda la habitación, al igual que la mía. En el centro dos figuras se mueven ágilmente con espadas en mano, intentando matarse uno contra otro, Dimas y Gabriel, esos dos como que siempre quieren cortar sus cabezas. Las armas se mueven en sus manos como si fueran parte de ellos, y yo ni siquiera sé usar bien un cuchillo de cocina sin cortarme algún dedo.

Todo es tan normal entre ellos dos. No entiendo cómo es que nadie se ha dado cuenta de que Gabriel en realidad es un demonio, y cómo llegó a ser el líder de la casa del arcángel Gabriel.

—Victoria —la voz del entrenador me hace volver la mirada hacia él.

Una chica se acerca desde un rincón, se levanta del suelo y camina, tímida, hasta nosotros. Es un poco más baja que yo, no es ni muy delgada ni muy gorda, algo así como intermedio, su cabello es lacio como el mío, pero rubio, y está justo a la altura de su barbilla, sus ojos son de color rosa. La miro fijamente, son rosa pálido, hermosos y brillantes...

—Victoria se integró a la academia hace apenas dos días, y como tú también eres nueva, ambas entrenarán juntas de ahora en adelante. —La chica me da una media sonrisa, y se la devuelvo, agradecida que ambas seamos completamente inexpertas en el asunto de la lucha—. Daniel —llama el entrenador.

El muchacho voltea ante la imponente voz del entrenador, su contrincante voltea los ojos molesta por la interrupción, pero al percatarse de mi presencia me sonríe. Es Sandra. Ella se encuentra bien. Por un momento lo único que puedo ver es su imagen contra el piso y sus alas ensangrentadas, luego solo la veo a ella sonriendo y con una espada en su mano derecha.

—De hoy en adelante encárgate de las novatas —ordena el entrenador.

—¿Y con quién voy a luchar? —se queja Sandra con su arma en el aire.

—Conmigo —dice el entrenador con satisfacción.

Los ojos amarillentos de Sandra brillan intensamente ante el reto. Veo como el entrenador se mueve hasta los estantes de armas y selecciona una katana filosa. La mueve de una mano a otra con una agilidad envidiable, y sin dar aviso comienza a atacar a Sandra, ella se mueve con elegancia y al mismo ritmo que el entrenador, los dos se pierden en un baile mortal.

Daniel se acerca a nosotras y sin detenerse nos hace seguirlo hasta los estantes de armas. Observo su cuerpo delgado pero definido, su piel es del mismo tono que la mía, y su cabello es negro. Anoche estaba tan molesto y tenso por la revelación de la naturaleza de Gabriel, y ahora está tan relajado que pareciera que fueran dos personas totalmente diferentes.

Ambas nos quedamos tensas sin saber qué hacer mientras que él se mueve con familiaridad muy cerca de los objetos que podrían rebanar su garganta.

—Ya sabes mi nombre, pero yo no sé el tuyo —susurra la chica.

—Dessire —respondo de la misma manera.

—¿Aún no perteneces a ninguna casa? —pregunta observando mis ojos, como si fueran las llaves de la casa a la que pertenezco.

—¿No lo sabías? —Ella niega. Se me hace muy extraño que alguien en esta academia no sepa quién soy.

—Cada casa tiene un color que lo representa. —Alzo una ceja sin comprender a qué se refiere. Ella está más culturizada que yo en cuanto a los argeles—. Nuestros ojos.

Señala los suyos.

—El color rosa representa a Chamuel, el arcángel del amor —dice Daniel cruzado de brazos y observándonos de arriba abajo, como intentando determinar qué hacer con nosotras—. Y el mío, violeta, representa a Zadquiel, el arcángel de la alegría.

Pestañeo, sorprendida, los argeles tienen ojos más extraños que hasta un vampiro. Ahora que lo pienso, es cierto: Dimas tiene ojos verdes; Sandra, de color amarillo; y estos dos, de colores totalmente diferentes a los anteriores, pero hay uno que es más controversial que todos estos juntos, el púrpura dorado que tiene el entrenador.

—¿Qué casa representa el entrenador? —pregunto con cautela.

—A Uriel, el ángel de la paz. Aunque parezca todo lo contrario —dice Daniel con una alegre sonrisa.

Daniel vuelve su atención a las armas y toma dos espadas, murmurando que son las más inofensivas en manos inexpertas.

Inofensivas no sería la palabra que usaría para describir a dos armas filosas. Mi compañera me mira de soslayo, obviamente atemorizada, ni ella ni yo hemos tocado una de esas cosas en nuestras vidas. Lo más seguro es que terminemos matándonos nosotras mismas antes de atacar a la otra. Daniel no hace entrega de nuestro artefacto para el entrenamiento, y nos hace seguirlo hasta un espacio alejado de los demás y despejado.

Camino con indecisión con el frío de la espada rozando mis dedos. Definitivamente esta no es una buena idea, no sería capaz ni de matar a una rata con esta cosa, entonces ¿para qué tanto entrenamiento? Pero claro, no soy una simple chica desmemoriada, soy un argel y tengo que aprender a luchar, o más bien a matar.

Victoria se ha alejado un poco, así que aprovecho la oportunidad.

—No entiendo lo que está pasando con Gabriel —digo en voz baja.

—No es el momento de hablar de ello —dice imitando mi tono de voz—. Habla con Santiago o Dimas para que te lo expliquen.

—Vale.

Victoria se ha detenido, cambia el peso de su cuerpo de un pie al otro. Observa con nerviosismo a los argeles expertos en la lucha que se encuentran a nuestro alrededor. La delgadez de su cuerpo la hace ver frágil. Me detengo, pero estoy muy lejos, así que Daniel me toma del brazo y me coloca a la distancia correcta para un enfrentamiento.

—¿Cómo se supone que sostengo esto? —pregunto. Y los ojos de mi compañera se abren como faroles. Observo como sostiene su espada, y la chica tiene mucho más conocimiento de espadas que yo. Él toma mi mano derecha y hace que mis dedos abracen el mango de la espada. Sus ojos violetas me observan con un poco de diversión—. Qué bueno que disfrutes mi completa ignorancia sobre esto.

Señalo la espada.

—Sostenla con fuerza. Que no se te vaya a caer —dice sonriendo. Una sonrisa que ilumina sus ojos—. Solo es extraño que no recuerdes nada.

—No puede ser más extraño para ti que para mí.

—¿Aún no has recibido alguna señal?, ¿no se te han presentado en sueños? —pregunta.

—A mí sí —expresa Victoria.

—Pues yo no he... —mi voz muere, no he soñado con más que mis pesadillas, pero sí escuché una extraña voz—. Ahora que lo pienso, recuerdo haber escuchado una voz.

—Poco a poco recibirás mensajes que te ayudarán a aceptar lo que eres —dice Daniel—. Fuimos elegidos para proteger la fragilidad del mundo.

Aún no estoy del todo familiarizada, pero algo está muy claro, somos una especie de ejército celestial en la tierra para enfrentar al mal. Me pregunto qué vieron en mí para hacerme un argel.

Aquí todos son fuertes, temerarios... hasta sanguinarios. Batiendo sus espadas sin pudor contra su contrincante, con movimientos limpios y ágiles, yo no soy nada de eso, o por lo menos no recuerdo haberlo sido. Los chicos son musculosos, y las chicas también, no de manera exagerada, pero sus cuerpos están entrenados para luchar, para usar un arma con determinación. Son guerreros, pero yo no.

Más allá de todo sigue estando la pregunta: ¿qué arcángel me eligió?, y anexándose a esta, ¿por qué?

—Esperemos que eso ocurra pronto. No saber nada me hace sentir vacía, como si fuera un recipiente de un alma condenada después de ser liberada.

Mañana comienza el fin de semana, y todos se reencontrarán con sus familiares, todos menos yo. ¿Habrá alguien allá fuera, preocupado por mí, con la esperanza de volver a verme?, es algo que no puedo responder, si tan solo mi mente dejara salir la verdad.

Las chicas tendrán que ir con sus familias. Así que me quedaré sola todo el fin de semana.

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