Pablo y Adela [EN EDICIÓN]

Af elvientoadentro

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La primera vez que la vi, pensé que el diablo me perseguía para llevarme al infierno. Literalmente. Adela es... Mere

Sinopsis
Prólogo
1. De cuando el diablo y yo nos volvimos a encontrar
2. Las rubias siempre vienen bien
3. El diablo no deja de perseguirme
4. De indecisiones y advertencias
5. Definitivamente Adela está loca
7. Prometo que le ayudaré
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Entrevista a Adela por @UnDemonioRadioactivo
Capítulo 18
Entrevista a Pablo por @Andsig4
Capítulo 19
Entrevista a Lucía por @Romi_Arias
Entrevista a Adela por @Andsig4
Capítulo 20
Entrevista a Pablo por @Undemonioradioactivo
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
ESTO NO ES UNA ACTUALIZACIÓN
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
IMPORTANTE
Capítulo 46 (penúltimo)
Capítulo 47 (y final)
AVISOS IMPORTANTES

Capítulo 12

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Af elvientoadentro

12

Adela me recomienda que lleve a Lucía a un café que ella conoce y que le gusta. Cuando me enfrento con el café "La Catedral" me sorprendo de que realmente esté dentro de una.

Hago una nota mental en la cual dice que jamás dejaré otra vez que Adela escoja los lugares para las citas. Mi sex appeal ha bajado a cero con solo echarle un vistazo al lugar.

¿Qué pasa? ¿Por qué no entra? —Oigo la voz de Adela en mi oído, porque llevo un pequeño audífono inalámbrico pegado a la oreja. No la puedo ver, ni le puedo responder, ya que Lucía se encuentra a mi lado tan sorprendida como yo.

Me mira con los ojos asombrados y me disculpo con las manos.

—Hacen un café exquisito, te va a encantar.

Caminamos juntos adentro y, por lo que notamos, primero nos encaminamos hasta la caja para hacer el pedido.

—Hola, soy Félix. Bienvenidos al Café La Catedral. ¿Qué desea llevar? —dice el muchacho que nos atiende. Sonríe muy forzadamente y sus palabras suenan demasiado monótonas para su sonrisa, como si llevara mucho tiempo repitiendo la misma frase.

Suspiro cuando Lucía cambia tres veces el pedido, hasta que finalmente se decide por un capuccino con vainilla. Yo pido un mocca y nos vamos a sentar a una mesa cerca de los enormes vitrales.

—Es una elección extraña para una cita—comenta Lucía, sosteniendo la pequeña boleta que nos han dado para pedir los cafés.

—¿Es una cita? —pregunto y por un momento mi voz suena demasiado apresurada.

Es que no me pasa todos los días.

Suelta una risa y está a punto de decirme algo, cuando llega una mesera a atendernos.

—Hola, soy Julia. Bienvenidos al Café La Catedral, ¿tienen su boleta?

Ella ni siquiera se preocupa en fingir que está feliz.

En cuanto toma nuestros pedidos y se va, Lucía murmura:

—Debe estar peleada con el chico que prepara los cafés. Ni siquiera se miran.

Me doy vuelta, sin nada de disimulo, a observar al muchacho que está en la barra de los cafés. Él la observa de soslayo, pero ella ni siquiera le dirige una mirada. Por dentro me alegro. El tipo es tan guapo que siento que debería sufrir por todas las chicas que le debe haber robado a los tipos normalitos como yo. Justicia divina.

Me doy vuelta cuando la muchacha vuelve con los pedidos.

—¿Algo más?

Lucía observa a la mesera y le pide que se acerque:

—¿Me darías el número de ese chico que está allá? No, cariño, es broma—dice riéndose y a mí se me cae en la mandíbula.

Maldita arpía, justo en mis ojos. Puedo escuchar la risa suave de Adela en mi oído. Dos traidoras hoy.

La mesera se va con una sonrisa adusta y los ojos irónicamente abiertos. Decido que me cae bien. Tal vez yo también le pida el número antes de irme.

—Así que... —le digo a Lucía, herido— El cafetero, ¿no?

Ella suelta una risa alegre y niega con la cabeza.

—No es por ti, solo quería hacer que la chica se enojara.

Frunzo el ceño, poco convencido.

—Está bien—digo.

—Además, fui yo quien te dijo que saliéramos hoy, ¿no? —Me mira con una sonrisa coqueta, alzando levemente las cejas— Y ambos sabemos qué queremos luego de la cita.

Ay, santa madre de dios, gracias por las mujeres. Gracias por las mujeres como Lucía que no se están con rodeos. Una voz más dulce me saca de mis pensamientos:

Pregúntele que hizo ayer directamente—dice Adela.

Me doy cuenta de que tiene una voz linda. Tersa... si es que las voces pueden ser tersas.

—Y... —digo rascándome la nuca—, ¿qué estuviste haciendo ayer?

Ella mira uno de los vitrales.

—Trabajé—murmura.

—Oh...

—¿Qué hiciste tú, Pablo?—pregunta volviendo la vista hacia mí.

Diablos, no preparé mi coartada.

—Pues nada, estuve aprovechando el día libre en casa. La verdad de las cosas es que no hice nada.

—¿Entonces, estás descansado para lo que viene luego de la cita?

Madre mía, ¿por qué estaba yo aquí?

Sonrío y asiento, atontado. Si me voy con Lucía luego de la cita a disfrutar, será por un propósito meramente investigativo.

Adela tose en mi oído y, entonces, sacudo levemente la cabeza.

—Entonces, ¿tienes un trabajo aparte de la tienda?

Ella asiente con el ceño ligeramente fruncido.

—Sí. Hago recepciones de envíos, a veces.

Escucho a Adela murmurar: "recepciones de envíos".

—¿Y de qué se trata eso?

Ella sonríe, y se encoge de hombros.

—Eres muy curioso, ¿sabías? Pero se trata de envíos que recibo, independiente de lo que sea, y debo despacharlos a diferentes partes.

—¿Eres como una especie de cartero?

Lucía ríe otra vez.

—Sí, algo así.

Pregúntale de qué tipo—dice Adela.

—¿De qué tipo?

—Pues... —dice— Lencería.

Abro los ojos.

¿Y si Adela estaba equivocada?

—Está muy bien generar más dinero—murmuro, incómodo.

La mesera (que está guapa) llega hasta nuestra mesa otra vez.

—¿Todo bien con sus cafés?

Ambos asentimos. Antes de irse se da vuelta y observa a Lucía.

—El hombre que está allá se llama Gaspar—le dice, apuntando al maldito adonis al que espero que se le quiebre la nariz—. Dice que no le va a dar su número, porque no le gusta perder el tiempo.

Entonces, sonríe triunfante y se va. Lucía se pasa la lengua por los dientes.

Adela se ríe en mi oído y murmura: "Esa chica me cae demasiado bien" y pienso que somos dos.

—Eh, iré al baño. Vuelvo en un momento—le digo a Lucía.

Ella asiente tranquila, y camino casi corriendo hasta el baño de los hombres.

Me pongo frente al espejo y me desabrocho el primer botón de la camisa que llevo.

—Esto no está funcionando—le digo a Adela, esperando que me escuche.

Claro que sí. Está cambiando las cosas, si no se ha dado cuenta. ¿Recepción de envíos? ¿No será recepción de dinero robado?

—Puede ser. Me cuesta leer entre líneas—digo.

Un anciano entra al baño y me observa hablando solo. Hago una mueca y le apunto el móvil para que crea que uso el manos-libre. Él rueda los ojos y entra a uno de los baños murmurando algo sobre la juventud de hoy en día.

—Tenga en cuenta que será lento, Pablo. Tomémonos las cosas con calma. El verdadero plan para hoy es que ella confíe en usted. ¿Está bien?

—¿Y tú confías en mí?—digo mirando mi reflejo en el espejo.

Le confiaría mi vida—dice con mucha seguridad.

Veo que mi reflejo sonríe con su respuesta. Es una sonrisa real.

—Gracias, Adela. Volveré a la carga, entonces—le digo y salgo del baño a grandes zancadas.

Como que me llamo Pablo Castañeda que vamos a desenmascarar a Lucía.

(Para entender el crossover, lea El Despeñadero de los Sueños").

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