Ambrosía ©

By ValeriaDuval

23.9M 1.9M 907K

En el libro de Anneliese, decía que la palabra «Ambrosía» podía referirse a tres cosas: 1... More

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
VETE A LA CAMA CON...
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Capítulo 56
Capítulo 57
Capítulo 58
Capítulo 59
Capítulo 60
Capítulo 61
Capítulo 62
Capítulo 63
Capítulo 64
Capítulo 65
Capítulo 66
Capítulo 67
Capítulo 68
Capítulo 69
Capítulo 70
Capítulo 71
Capítulo 72
Capítulo 73
Capítulo 74
Capítulo 75
[2] Capítulo 01
[2] Capítulo 02
[2] Capítulo 03
[2] Capítulo 04
[2] Capítulo 05
[2] Capítulo 06
[2] Capítulo 07
[2] Capítulo 08
[2] Capítulo 09
[2] Capítulo 10
[2] Capítulo 11
[2] Capítulo 12
[2] Capítulo 13
[2] Capítulo 14
[2] Capítulo 15
[2] Capítulo 16
[2.2] Capítulo 17
[2.2] Capítulo 18
[2.2] Capítulo 19
[2.2] Capítulo 20
[2.2] Capítulo 21
[2.2] Capítulo 22
[2.2] Capítulo 23
[2.2] Capítulo 24
[2.2] Capítulo 25
[2.2] Capítulo 26
[2.2] Capítulo 27
[2.3] Capítulo 28
[2.3] Capítulo 29
[2.3] Capítulo 30
[2.3] Capítulo 31
[2.3] Capítulo 32
[2.3] Capítulo 33
[2.3] Capítulo 34
[2.3] Capítulo 35
[2.3] Capítulo 36
[2.3] Capítulo 37
[2.3] Capítulo 38
[3] Capítulo 1
[3] Capítulo 2
[3] Capítulo 3
[3] Capítulo 4
[3] Capítulo 5
[3] Capítulo 6
[3] Capítulo 7
[3] Capítulo 8
[3] Capítulo 9
[3] Capítulo 10
[3] Capítulo 11
[3] Capítulo 12
[3] Capítulo 13
[3] Capítulo 14
[3] Capítulo 15
[3] Capítulo 16
[3] Capítulo 17
[3] Capítulo 18
[3] Capítulo 19
[3] Capítulo 20
[3] Capítulo 21
[3] Capítulo 22
[3] Capítulo 23
[3.2] Capítulo 1
[3.2] Capítulo 2
[3.2] Capítulo 3
[3.2] Capítulo 4
[3.2] Capítulo 5
[3.2] Capítulo 6
[3.2] Capítulo 7
[3.2] Capítulo 8
[3.2] Capítulo 9
[3.2] Capítulo 10
[3.2] Capítulo 11
[3.2] Capítulo 12
AMBROSÍA EN FÍSICO
LOS CUENTOS DE ANNIE
EPÍLOGO I
EPÍLOGO II
EPÍLOGO III
📌 AMAZON
📌 BRUHA • store

Capítulo 24

293K 18K 8.9K
By ValeriaDuval

PSICHE
(Psique)

.

—¿Qué? —preguntó Anneliese, cuando su hermano detuvo la lectura. Había cumplido ocho años un par de meses atrás.

Angelo leía para su hermana mitología griega; Eros sería el cuento para dormir, de Anneliese, ésa noche.

El niño sacudió la cabeza, con la vista clavada en el libro.

—Ya había leído esta palabra antes —le explicó.

—¿Cuál? —se interesó ella.

—Psique —dijo él, y lo pensó por un par de segundos más, antes de fruncir el ceño—. Mente —dijo al fin.

—¿Qué? —preguntó ella, ladeando ligeramente su cabeza hacia un lado; sus rizos rubios cayeron por su hombro izquierdo.

—En mi libro, la palabra «Psique» hacía referencia a la mente y, aquí, en el mito, representa al alma.

Anneliese hizo un sonidito con la nariz, intentado comprenderlo.

—¿La mente y el alma son lo mismo? —le preguntó al fin.

—No —él sacudió la cabeza—. La mente es racional y, el alma... —no supo cómo clasificarla.

La niña esperó un momento, interesada en la explicación —ellos tenían un léxico amplio gracias a todos los libros que él leía para ella—, pero la explicación jamás llegó así que Annie se aventuró:

—¿Sentimental?

El niño frunció el ceño; ella continuó:

—Si la mente piensa, entonces el alma siente.

Angelo pareció meditar sus palabras; sus ojos grises recorrían el rostro de su hermana y pensaba en que, a él, quien lo hacía sentirse emocionado, o feliz..., o angustiado, era ella. Sólo ella. Entonces, si el alma hacía sentir...

—Tú eres mi alma —determinó él.

*

El teléfono celular de Anneliese vibró bajo su almohada y ella abrió los ojos de inmediato, pues no estaba dormida; a pesar de que en Grecia pasaban de las 11:30 p. m., ella esperaba su llamada.

Sabía que no pasaría la noche sin que la llamara; pocas horas atrás había llegado a Atenas, junto a su grupo escolar. Cada año, la última semana de julio —para cerrar el ciclo escolar—, el Istituto Cattolico Montecorvino hacía un viaje de campo, por siete días, a algún país europeo.

Y aunque Anneliese Petrelli estaba concluyendo su segundo año, era el primer viaje al que asistía; era el primer viaje que su padre le permitía hacer, pues ella le había suplicado: a pesar de temerle a las numerosas playas del mediterráneo, Anneliese quería conocer Grecia desde que era niña; había crecido leyendo mitos griegos cual cuentos de hadas, o escuchándolos de su hermano, como relatos para dormir. Los mitos y leyendas, en general, eran de sus lecturas favoritas y, aquel primer día, desde que llegó, estuvo dando un repaso a los mitos de los templos que visitarían, al día siguiente —verificando qué tan cerca de las playas estaban—, hasta que una de las profesoras le ordenó ir a la cama, y aunque al día siguiente le esperaba una larga caminata, ella no se durmió: sabía que él la llamaría.

La muchacha cogió su teléfono y, cuando se puso de pie, chirreó la litera metálica que le fue asignada. Por fortuna, Annie había conseguido la parte baja de una litera vacía; estaba convencida de que las altas cederían bajo su peso —eran tan frágiles y antiguas que seguramente no aguantarían ni sus cuarenta y cinco kilos—. Además..., temía despertar y encontrarse, pegado al techo, cual araña, alguna especie de engendro.

Tal vez una monja poseída.

Se hospedaban en un ala cerrada de un convento, los cuales a Annie no le gustaban. Nunca le habían gustado. Le daban miedo. Se imaginaba que eran una especie de manicomios antiguos, o prisiones para mujeres que sus familias consideraban vergüenzas, donde incontables crímenes se habían cometido y personas habían muerto.

Se calzó sus pantuflas de conejo y se mordió un labio, mirando sobre su hombro, buscando la cama de la profesora que las acompañaba; les habían advertido no salir de la cama luego de las diez de la noche y, aunque a Anneliese no le gustaba desobedecer, realmente quería tomar esa llamada.

Se dirigió al cuarto de baño en la habitación; todas las chicas de segundo grado dormían en la misma recámara alargada —cual orfanato—, pero tenían un gran cuarto de baño a su disposición —uno tenebroso, a opinión de Annie, como el de un manicomio gubernamental—.

Se encerró en el último sanitario y aceptó la llamada.

—Hola —le dijo.

—Hola, conejita. ¿Por qué no respondías?

—Acá es casi media noche, Angelo —susurró ella—. Te voy por dos horas.

—¿Te desperté?

—No. Estaba esperándote. ¿Por qué no me llamaste antes?

—Mi celular se descargó en el avión y recién llegamos a la casa donde nos quedaremos. Te estoy hablando conectado al cargador.

Annie sonrió por la confesión.

—¿Se están quedando en una casa ustedes solos?

—Sí. ¿Tú estás en el convento? —tanteó.

Los viajes decampo no sólo eran al mismo país, para cada grado, siempre —Grecia para segundo y Londres para tercero—: también, cada año, se hospedaban en los mismos lugares.

—Sí. Está helado.

—Ya sé. ¿Cómo te sientes?

Ahm. Con algo de miedo. El convento es feo.

—¿Por qué miedo? Sólo es una construcción vieja, no pasa nada.

—¿No me ataca ningún monstruo? —jugó ella.

—No —siguió él, cariñoso.

—¿Ningún loco muerto?

Él se rió:

—No. No lo creo.

Ella suspiró.

—... Me siento un poco ansiosa.

—¿Por qué?

—Pues... Es que realmente quiero conocer los templos, pero habrá tanta agua. Además..., las monjas —Annie realmente les tenía miedo; las consideraba crueles e indolentes.

Angelo guardó silencio por un rato.

—¿Quieres que hable con papá, para que alguien vaya a buscarte?

—No, no... Tal vez es sólo la primera noche. Puede que mañana me sienta mejor.

—Bueno, pero si quieres volver--

—Te lo diré —lo interrumpió.

—Por favor.

Hubo una pausa.

—¿Y, tú? ¿Cómo estás? —continuó ella—. ¿Ya me extrañas?

—No mucho —mintió él.

Ella fingió un sonido de lamento, él se rió.

—¿Ya cenaste? —se preocupó él.

—Sí; manzanas con avena, ¿y tú?

—No: nos sirvieron estofado de conejo.

—Oh —esta vez, la exclamación de Annie había sido de auténtico pesar; no entendía cómo es que alguien podía asesinar (y lo que era peor: ¡comerse!) indefensos y tiernísimos conejos—. ¿Y lo comiste?

—Te dije que no. No podría. Sería como... comerte a ti.

Annie se rió:

—Ya veo. Entonces lo devoraste —le insinuó.

Y aunque no lo veía, sabía que él había sonreído. Lo supo por el sonidito que él hizo al expulsar el aire.

—No me digas eso —le suplicó—. Voy a pasar toda una semana lejos de ti.

—Sin comerme.

—Exacto.

—... Sin que yo te coma.

—Sabes que voy a vengarme, ¿cierto?

—Sí —se burló ella, pero guardó silencio de repente.

—¿Annie?

—Espera —susurró ella. Creyó escuchar algo.

Abrió un poco la puerta del sanitario y se asomó, pero afuera no había nadie. Se le aceleró el pulso.

—¿Qué pasa? —siguió él, intrigado, un poco angustiado.

—Ya me voy.

—¿Todo bien?

—Sí, sólo... escuché algo.

—¿Y qué fue?

—No lo sé. Ya me voy. Tenemos una profesora nueva (o tal vez sea sólo parte de la compañía, para el viaje) y se pasó el día gritándonos.

—¿Te gritó? —él no pudo ocultar su interés.

—No sólo a mí —le aclaró—. Nos gritó a todos... Da un poco de miedo.

Él hizo un sonidito, mostrando desaprobación.

—No tengas miedo, Annie —le pidió él, lento—; a nada.

Y la muchacha intentó meterse sus palabras en la cabeza, sin embargo...

—... No te tengo aquí —confesó sus pensamientos.

—No, pero no estoy muerto y puedes llamarme, ¿entiendes? A pesar de que no esté a tu lado, voy a arreglarte las cosas.

—... Sí.

—¿Entiendes? —la presionó, quería estar seguro de que lo haría.

—Sí, lo haré. Te amo, Angelo.

—Cuídate, conejita.

Annie sonrió, cortó la llamada y se guardó su teléfono en el bolsillo del pijama pensando en que sí, sabía que podía llamarlo y él arreglaría todos sus problemas, sin embargo... habría tanta agua.

*

Pero el agua no fue problema. Durante los recorridos, Jessica la cogió por la mano a todo momento y, cuando llegaron al templo de Poseidón y ella encontró libros sobre mitología, en italiano, se olvidó por completo de su fobia al agua.

** ** **

Oh Gott —susurró Hanna, lastimosa; se encontraba sentada en la pequeña mesa de la cocina—. Oh, mein Gott —invocó una vez más a su Dios y sacudió la cabeza, prestando atención lo que decía la persona al otro lado de la línea.

Puesto que hablaba en alemán, Matteo supuso que ella charlaba con Emma, su madre, o con Mika, su hermano menor, pero él no se interesó ni se movió de la sala de estar, donde se encontraba, hasta ver la expresión de angustia que puso la mujer.

Al entrar a la cocina, los ojos grises de su madre lo miraron apenas durante un segundo, luego volvieron a la superficie de la mesa, como si buscaran algo.

Entspannen dich, mama, bitte. Aussehen —siguió ella. "Relájate, mamá, por favor. Mira", era lo que había dicho—, Ich werde Ihnen das Geld heute zu senden"te enviaré el dinero hoy", le había prometido.

Matteo se relajó: la familia de su madre estaba bien, se dijo, sólo eran problemas económicos.

Raffaele cruzó en aquel momento las puertas de la cocina, arreglándose la corbata.

—Me voy —avisó a su mujer.

Hanna asintió.

Ich muss los"Tengo que irme", dijo ella a su madre, al otro lado del teléfono—. Entspannen Sie sich, mama; alles wird gut. Ich liebe dich"relájate, mamá, todo va a estar bien". Cortó la llamada y le sonrió a su marido, quien se había quedado quieto, en la puerta.

—¿Tu madre? —preguntó Raffaele—. ¿Qué ocurre ahora? —su tono era rudo.

Matteo frunció el ceño.

—Raffaele —lo llamó ella, pidiéndole que se tranquilizara.

—¿Qué ocurre? —insistió—. ¿Es Mika? ¿De nuevo está en prisión?

Hanna suspiró, cansada, y miró a otro lado. Esto lo confirmó: si él no estuviese preso ella lo habría defendido rápidamente.

—¿De cuánto me va a salir esta vez? —se quejó él.

—No fue su culpa —intentó explicarle Hanna.

—¿No? —se rió él, con sarcasmo—. ¿Igual que la ocasión anterior, y la anterior a ésa?

Mika era un hombre irresponsable, adicto, que siempre estaba metiéndose en problemas, de los que su hermana mayor —siempre— lo sacaba. Hanna decía que, el haber padecido cáncer, durante la niñez, lo había afectado profundamente. Él era un sobreviviente que... no valoraba su vida. Sin embargo, a Matteo eso no le parecía motivo suficiente para que Raffaele lo detestara, tomando en cuenta que tampoco él, algunas veces, parecía quererse a sí mismo.

—¿De cuánto me va a salir? —reiteró el hombre.

Era extraño. Raffaele Petrelli no era un hombre avaro; aunque mantenía controlado el dinero que daba a sus hijos, lo hacía con el único propósito de saber en qué lo gastaban estos. Era desinteresado la mayor parte del tiempo —Matteo se había enterado, hacía poco tiempo, que su padre llevaba años apadrinando a un orfanato—, sin embargo, cuando se trataba de Mika, era un hombre distinto.

Hanna no respondió a su pregunta. Matteo se sintió humillado; sentía que era una grande humillación para su madre hacerla rendir cuentas sobre el dinero, así que él se sentía humillado por ella:

—Seguro no más de lo que te gastas en whiskey —espetó el muchacho a su padre.

Raffaele, hasta entonces, pareció reparar en su hijo; se volvió hacia él lentamente y lo miró, ladeando la cabeza un poco:

—¿Qué dijiste? —lo retó, frunciendo el ceño.

Matt no fue capaz de repetirlo; desvió la mirada.

—¿Qué dijiste, Matteo? —alzó la voz.

—Matt, espérame arriba —intervino su madre.

En su adolescencia, la boca de Matteo —su incapacidad de cerrar la boca para defender a su madre— le había costado varias bofetadas por parte de su padre.

Raffaele suspiró y miró a su mujer.

—No quiero que mandes un solo euro —se le oía más tranquilo.

—No voy a dejarlo ahí —se negó ella, sacudiendo la cabeza.

—Se lo merece.

Hanna negó una vez más.

—No es verdad.

—¡Sí lo es, Hanna! —gruñó—. ¿O no? —le insinuó—. ¿No lo es?

Su pregunta era... alusiva a algo, pero Matt no entendió a qué. ¿Por qué su tío Mika se merecía la prisión? Era un vago, pero no era para tanto.

Er hat Probleme"Él tiene problemas", intentó excusarlo ella, en un gemido lastimoso—. Und es ist meine Schuld "y eso es mi culpa".

—¡¿Tu culpa?! —explotó Raffaele; Matt dio un paso atrás—. ¡Tú le salvaste la vida! ¡¿Y qué ha hecho el miserable para agradecer todo lo que hiciste por él?! ¡¿Qué ha hecho?! —le gritó—. ¡No quiero que mandes un solo euro, Hanna! No de mi dinero. No voy a seguir sosteniendo a ese montón de mierda —dicho aquello, Raffaele giró sobre sus talones y dejó la cocina, alejándose rápidamente en largas zancadas.

Hanna se levantó de su silla, cogió entre sus manos la taza de café que bebía y se acercó al lavaplatos, sin embargo, en lugar de depositar la fina taza de porcelana, con el cuidado que regularmente hacía, ella la dejó caer, con cólera y frustración; la taza se partió en pedazos.

' —la llamó Matteo, intentado acercarse a ella, para consolarla, para tranquilizarla.

Hanna le pidió, con un ademán de su mano, que le diera espacio.

—Está bien, cariño —le dijo.

Matteo notó que ella temblaba.

Cuando Hanna dejó la cocina, él no la siguió. No hasta un buen rato, siendo completamente incapaz de dejarla sola, en su tristeza.

La encontró en la terraza de la planta alta, fumando y hablando por teléfono.

Inmediatamente, Matteo supo con quién hablaba ella: su tío Uriele.

Hanna sólo fumaba cuando estaba —y al parecer, incluso cuando charlaba por teléfono— con Uriele Petrelli, y éste lo hacía únicamente también con ella. Uno era la mala influencia del otro.

Matteo amaba a su tío. Lo amaba casi como a un padre —luego de todo, él lo había sido cuando él y sus hermanos no tenían uno. Cuando Raffaele prefería beber y dormir, que cuidar de ellos. Cuando Annie casi muere ahogada..., cuando Hanna los abandonó por culpa Raffaele—, sin embargo, no le gustaba el comportamiento tan dócil y complaciente que Uriele tenía para con Hanna.

Nunca le había gustado.

Tal vez se debía a que Uriele Petrelli no actuaba de aquel mismo modo con nadie más, ni siquiera con Irene, su propia esposa.

—Voy a pagártelo —dijo Hanna, al auricular—. Tengo una sesión de fotos este fin de semana y... —pareció interrumpirla Uriele—. Sí —siguió ella—. Lo sé, gracias, pero igual voy a pagarte. Me llevará un tiempo, pero lo haré —Hanna se detuvo de nuevo y se rió, respondiendo a algo que Uriele había dicho al otro lado del teléfono—. Sí, seguro —soltó, sarcástica, pero su sonrisa no era auténtica—. Oye, ¿puedes enviárselo a mi madre? —esperó una vez más—. Oh. Pues sí, nunca has enviado dinero de ése modo. De acuerdo —otra pausa—. Sí, ¿a qué horas te espero? —apagó su cigarrillo—. Excelente. No, no, me parece bien. Cuanto antes, mejor —ella cortó la llamada y no reparó en la presencia de su hijo.

Matt tenía planes; pasaría dos noches con Ettore, y dos amigas suyas, en Venecia, pero decidió no ir. No quería dejar sola a su madre. No quería dejarla sola con su padre. No quería dejarla sola, tampoco, con su tío Uriele.

Le envió un mensaje a su primo, avisándole. Su teléfono no tardó en timbrar; Matt lo silenció y fue a su recámara.

«No me jodas!
Llego a las ocho y nos vamos estés listo o no!»

Fue la respuesta que envió Ettore, cuando él no respondió a sus llamadas.

Con fuerza, Matt se pasó una mano por los labios, haciéndose un poco de daño en el interior de la boca, con los colmillos.

* * *

La casa donde el grupo de tercero se hospedaba, en Londres, era una construcción antigua, de estilo victoriano, dividida en dos alas; en la superior izquierda se quedaban las chicas, y en la superior derecha los chicos.

A cada ala se accedía por escaleras distintas, y aunque éstas se unían en la planta baja, en un salón amplio, los profesores y tutores acompañantes, la tenían vigilada las veinticuatro horas. En la plata alta, las alas estaban divididas por un muro, y en cada una había doce recámaras diminutas, amobladas con dos camas individuales y dos roperos tan angostos que bien podrían ser casilleros; la parte buena, es que todas las recámaras tenían cuarto de baño propio.

Angelo y Lorenzo —gracias al mismo apellido— compartían habitación, sin embargo, Raimondo estaba con ellos, dormido sobre la cama del segundo muchacho. Ellos se habían quedado dormidos juntos, jugando con sus consolas portátiles.

Pasaba de la 1 a. m. ya, pero Angelo seguía despierto, con un libro de Kant —que ya no leía en ese momento— en la mano, mirando hacia la puerta angosta, de cristal, que conducía a un balcón con vista a un patio interno, al que aún no habían salido.

Dejó el libro y se levantó, descalzo. La puerta chirreó un poco al abrirla; miró sobre su hombro, comprobando si había despertado a alguien, pero Raimondo y Lorenzo seguían dormidos, comatosos.

El viento fresco en la cara lo inquietó un poco, o tal vez fue el olor del aire londinense. Algunas personas decían que el viento olía exactamente lo mismo en todas partes, pero eso no era cierto; al menos, Angelo no lo creía así.

Le parecían ridículas las leyendas familiares —Giovanni Petrelli parecía estar convencido de que descendían directamente de un lobo— pero había detalles que no podía ignorar —por más que su desprecio por el abuelo lo intentara—, como el olfato. Anneliese, por ejemplo, le olía a manzanas verdes. Era curioso, nadie más podía olerlo, pero él sí. Había que acercarse mucho, tanto como fuera posible, a su piel, pero el olor estaba ahí. Olía más en el cuello, bajo las orejas —Angelo tragó saliva al pensar en la piel dorada de su hermana, suave, cubierta de diminutos bellos dorados, que era tan sensible a sus labios y colmillos—; y claro que también el viento olía. El londinense, por ejemplo, era más frío y áspero que el de su casa, y eso no le gustaba nada, pues le recordaba a cada instante el lugar donde se encontraba: lejos de Annie.

La última vez que él estuvo ahí, su hermana pequeña al menos estaba en Italia, segura en casa, pero en ése momento también ella se encontraba lejos.

Se mordisqueó un labio, intentado acordarse si había alguna clase de peligro cuando su grupo visitó Grecia. «Caminábamos solos —recordó—. Nos acompañaban cuatro profesores, cuatro padres y dos guardias», ¿diez personas eran suficientes para vigilar a un grupo de veintitantos adolescentes? Había pedido a Annie que no se separara del grupo, pero no sabía si iba a cumplirlo. Ella realmente era como un conejito despistado: si veía algo que le gustara, se iba a quedar ahí, mirando.

Intentó tranquilizarse, diciéndose que Jessica estaba a su lado —su prima al menos tenía orientación—.

EL día que habían arreglado sus maletas, Angelo había advertido a Annie —un montón de veces— que habría agua por todos lados —incluso había exagerado la cercanía de las playas a los templos—. Eso la había hecho dudar... y a él sentirse culpable, de intentar asustarla, cuando ella parecía tan emocionada.

Angelo suspiró y terminó de salir al balcón. Le había tocado la primera recámara del corredor y se sorprendió al encontrarse una lona, de color azul, cortando el paso a su izquierda. La lona estaba sujeta a una barra de hierro que sobresalía de la azotea y, detrás de la lona, parecía haber barrotes. No fue necesario preguntarse qué cosa había del otro lado, pues lo que continuaba, era el ala de las chicas. Torció un gesto, ¿era que algo malo había sucedido en años pasados? Tanta seguridad no le parecía normal. Alargó la mano y movió la lona para mirar del otro lado, ésta se soltó de un extremo e hizo mucho menos ruido del que se esperaría, al caer.

Una muchacha se apartó de inmediato, asustada.

—Oh —se trataba de Rita Benedetti—, Dios —tartamudeó, llevándose una mano al pecho.

—Lo siento —se disculpó, mirando hacia la barra en el techo, buscando cómo acomodar nuevamente la lona.

Pero no había manera; la barra estaba demasiado alta.

—¿Por qué la tiraste? —le preguntó Rita, intentado tranquilizar su voz. Se había asustado verdaderamente y, ¿cómo no? Una enorme lona se soltó a su lado, de repente, además, pasaba de la media noche.

—No lo hice a propósito. Creo que estaba suelta —le explicó.

Eran las primeras palabras que intercambiaban luego de nueve o diez semanas, luego de besarse, en casa del entrenador.

Al principio, los primeros días, Angelo no se había dado cuenta de que Rita le había retirado la palabra hasta que él le hizo una pregunta y ella sólo lo miró, con sus ojos color avellana, y luego se volvió a otro sitio; aquel día Rita no transmitía enojo, ni rencor, tan sólo... Angelo no era bueno detectando sentimientos de tristeza en las personas —había excepciones, claro, como con su familia y especialmente con Annie—; descubría inmediatamente cuando le mentían, sentía las emociones negativas y las malas intenciones —el «instinto del lobo», lo llamaba, ridículamente, Giovanni— pero no era bueno percatándose de la tristeza en las demás personas, así que no comprendió lo que sucedía a Rita.

Pero lo pensó luego —lo hizo porque Rita era una chica por la cual sentía consideración: era una buena persona, era inteligente, modesta y atenta— y, en un primer instante, creyó que era debido a la humillación —la había besado en público y luego abandonado, sin decirle nada—, pero se dio cuenta de que no se limitaba a eso cuando metió a Annie en los zapatos de Rita: el hombre de quien estaba enamorada la había usado y dejado.

Al entenderlo, no se había sentido culpable, sin embargo. No se había sentido mal porque no entendía por qué Rita lo amaba. ¿Qué había hecho él para ganarse su amor? ¿Gustarle? Eso era... ridículo. Pero, siendo así, se podría considerar que ella había salido ganando: le había dado algo que ella deseaba y que jamás habría podido conseguir de otra manera porque... él no sentía el menor interés romántico, ni sexual, por ella.

«Ni por ella ni por ninguna otra que no sea mi hermana».

Lo pensaba y lo encontraba casi lógico. Que estaba mal utilizar a otra persona, estaba de acuerdo, pero, lo que ella sintiera por él no era culpa suya. Había respetado su decisión de no hablarle más.

Rita jadeó, se recargó contra el muro, detrás de los barrotes, y comentó:

—Hay mucha seguridad en esta casa. ¿Habrá pasado algo?

—Como... ¿un asesinato? —sugirió él, arqueando la comisura de sus labios.

Rita se rió:

—¡Sí! Tanta seguridad eso sugiere, pero yo me refería a si encontraron a alguien haciéndolo. Por poco creí que nos pondrían cinturones de castidad a las chicas; mi recámara es la única que no tiene candado en la puerta del balcón, ¿sabes?

—¿De verdad?

—Sí. Lorena y yo comentábamos hace un rato lo anti-heterosexual, anti-lésbico y sexista que es eso.

—¿Anti-heterosexual y lésbico? —Angelo frunció el ceño, volviéndose hacia ella.

—Sí: las habitaciones de chicos y chicas están separadas, pero ustedes pueden salir por el balcón y entrar a cualquier otra habitación, cosa que nosotras no.

Angelo frunció más el ceño, pensándolo. Rita volvió a reírse; su risa era bonita y discreta.

—Bueno, ¿tenemos o no razón?

El muchacho sonrió.

—Probablemente. Raimondo está ahora en mi habitación —comentó, señalándole lo fácil que era para los muchachos meterse en la recámara de los otros.

Rita perdió la sonrisa. Angelo recordó que la animadora le había preguntado a Annie si él era gay.

—Bueno. Es tarde. Buenas noches, Angelo —se despidió con amabilidad, mientras se daba vuelta y entraba a su recámara.

Angelo sólo asintió con la cabeza.

—¿Con quién hablabas? —terció Raimondo, bostezando, asomándose por la puerta. Entrecerraba los ojos y se acariciaba un brazo con una mano, intentado calentarse.

—Con nadie —respondió Angelo luego de un rato.

Raimondo hizo un ruidito con la nariz, aceptándolo.

—¿No has dormido? —se interesó, sin sorprenderse; él sabía de su problema para conciliar el sueño.

—No —suspiró, cansado. Iba a ser una semana larga, lo sabía. Una semana lejos de su hermana.

—Te traje algunas píldoras —le hizo saber su amigo.

Raffaele nunca había aceptado comprar para Angelo las drogas que le recomendaban los médicos para sus problemas de insomnio, ni él tampoco se las había pedido jamás —no quería volverse dependiente—, pero sí había llegado a tomarlas. Se las conseguía su amigo.

—¿Cómo lograste traerlas? —tanteó Angelo, torciendo un gesto, luego fingió un sonido de asco—. Mejor no...

Raimondo soltó una risotada:

—Con una receta y una carta de mi médico —explicó, aunque no era necesario.

Angelo se tocó la punta afilada de un colmillo con la lengua, decidiendo si quería beber alguna, luego sacudió la cabeza, rechazándolo. Si comenzaba ya esa primera noche con los somníferos, terminaría adicto y, la verdad es que él no tenía ningún problema... sólo necesitaba a su hermana.

** ** ** ** ** **

Si sabes alemán, y tienes correcciones para mí, por favor ¡hazlo!


Continue Reading

You'll Also Like

9.6K 684 26
Una chica llamada Kate Michaelis entra en la academia más famosa e importante del país la academia Rose. Alli se encuentra a uno de los más famosos a...
31K 1.4K 16
Jeongin siendo el Omega más coqueto y lindo no ayuda mucho para changbin. En el sexo con él no se puede ser amable. Changbin top Jeongin bottom ¡18+...
81.2K 10.2K 65
Han pasado nueve años desde la última vez que Axel vio a Jane, y a partir de ahí su vida cambió por completo. La ha buscado por todas partes, en tou...
36.5K 4.4K 58
lo que dice el título