Ambrosía ©

By ValeriaDuval

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En el libro de Anneliese, decía que la palabra «Ambrosía» podía referirse a tres cosas: 1... More

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
VETE A LA CAMA CON...
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Capítulo 56
Capítulo 57
Capítulo 58
Capítulo 59
Capítulo 60
Capítulo 61
Capítulo 62
Capítulo 63
Capítulo 64
Capítulo 65
Capítulo 66
Capítulo 67
Capítulo 68
Capítulo 69
Capítulo 70
Capítulo 71
Capítulo 72
Capítulo 73
Capítulo 74
Capítulo 75
[2] Capítulo 01
[2] Capítulo 02
[2] Capítulo 03
[2] Capítulo 04
[2] Capítulo 05
[2] Capítulo 06
[2] Capítulo 07
[2] Capítulo 08
[2] Capítulo 09
[2] Capítulo 10
[2] Capítulo 11
[2] Capítulo 12
[2] Capítulo 13
[2] Capítulo 14
[2] Capítulo 15
[2] Capítulo 16
[2.2] Capítulo 17
[2.2] Capítulo 18
[2.2] Capítulo 19
[2.2] Capítulo 20
[2.2] Capítulo 21
[2.2] Capítulo 22
[2.2] Capítulo 23
[2.2] Capítulo 24
[2.2] Capítulo 25
[2.2] Capítulo 26
[2.2] Capítulo 27
[2.3] Capítulo 28
[2.3] Capítulo 29
[2.3] Capítulo 30
[2.3] Capítulo 31
[2.3] Capítulo 32
[2.3] Capítulo 33
[2.3] Capítulo 34
[2.3] Capítulo 35
[2.3] Capítulo 36
[2.3] Capítulo 37
[2.3] Capítulo 38
[3] Capítulo 1
[3] Capítulo 2
[3] Capítulo 3
[3] Capítulo 4
[3] Capítulo 5
[3] Capítulo 6
[3] Capítulo 7
[3] Capítulo 8
[3] Capítulo 9
[3] Capítulo 10
[3] Capítulo 11
[3] Capítulo 12
[3] Capítulo 13
[3] Capítulo 14
[3] Capítulo 15
[3] Capítulo 16
[3] Capítulo 17
[3] Capítulo 18
[3] Capítulo 19
[3] Capítulo 20
[3] Capítulo 21
[3] Capítulo 22
[3] Capítulo 23
[3.2] Capítulo 1
[3.2] Capítulo 2
[3.2] Capítulo 3
[3.2] Capítulo 4
[3.2] Capítulo 5
[3.2] Capítulo 6
[3.2] Capítulo 7
[3.2] Capítulo 8
[3.2] Capítulo 9
[3.2] Capítulo 10
[3.2] Capítulo 11
[3.2] Capítulo 12
AMBROSÍA EN FÍSICO
LOS CUENTOS DE ANNIE
EPÍLOGO I
EPÍLOGO II
EPÍLOGO III
📌 AMAZON
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Capítulo 16

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By ValeriaDuval

PERCHÉ... TU SEI MIO
(Porque... eres mío)

.

El día anterior había cumplido quince años.

Había usado ese espantoso vestido azul, que Anneliese odió apenas verlo, pero que de cualquier manera su tía Gabriella se lo había comprado porque era exactamente del mismo color que sus ojos, los cuales Giovanni Petrelli adoraba.

La celebración había sido en casa de los abuelos, naturalmente. Había sido algo precioso; era una lástima que Hanna no hubiese asistido, pensaba Annie, y por eso había decidido volver a casa cuando todo finalizó: quería verla -ella tenía prohibido pararse en casa de los abuelos y Annie no quería dejarla sola-.

Raffaele tampoco la había acompañado; Anneliese no podía recordar uno sólo de sus cumpleaños donde su padre hubiese estado presente. Llegándose mayo, siempre, cada año, él se volvía retraído, se encerraba por largas horas en su estudio, salía por días y días y, para el 3 de Junio, en el cumpleaños de Annie, él tenía al menos una semana de haber desaparecido. Siempre. Cada año.

Volvía, sin embargo. Lo hacía aproximadamente tres semanas luego, más delgado, demacrado, deprimido.

A veces, Anneliese deseaba ser como las adolescentes de algunos de sus libros, opinando sobre sus padres -sobre sus aficiones, problemas, e incluso sufrimientos- con desdén y aburrimiento, quejándose de ellos como si fuesen objetos -y no seres humanos- cuyo único fin es proveer y satisfacer necesidades -y caprichos- de sus malagradecidos hijos; los envidiaba cuando soltaban algunas frases que bien podrían interpretarse, en pocas palabras, como que los padres no tienen derecho a sentir -porque, de repente, sus sentimientos y anhelos se vuelven estúpidos o absurdos porque... ya son padres-, o a ser -porque ya no pueden ser otra cosa, más que padres-, o a pedir -porque eran ellos quienes debían dar-. A veces Annie deseaba pensar de ese modo -estúpido y egoísta-, pues así no tendría que angustiarse tanto por el estado deplorable en que regresaba su padre.

Pero así no era ella. Ella no dejaba de preguntarse a dónde iba él, cada verano; si estaba seguro, si estaba comiendo, si estaba borracho..., si estaba vivo.

El día anterior, su abuelo Giovanni se había esmerado bastante en su festejo, y la había llenado de tantos lujos y regalos que, cualquier persona, pensaría que él estaba intentado que Annie olvidara la ausencia de Raffaele. Naturalmente, eso no había sucedido.

No había sucedido entonces, ni tampoco en ése momento. Pensaba tanto en su padre que ni siquiera recordó que, la noche anterior, Valentino la había dejado plantada.

Habían acordado verse a las tres de la mañana; él llegaría hasta su ventana. Pero claro, él ni siquiera le avisó que no iría. Annie se quedó dormida, esperando, y despertó a la mañana siguiente, pensando en su padre.

-Annie -Matt llamó a su puerta; era medio día.

-Está abierto -respondió ella, con voz ronca-. ¿Qué?

Matteo abrió la puerta y entró con esa sonrisa suave que él tenía.

-Ven a comer -le pidió-. Angelo trajo paella y mamá ya abrió su mejor botella de vino -amenazó.

Nadie amaba tanto la paella picante como Hanna Weiβ y Anneliese. Quizá ellas no compartían sangre, pero sí su excelente gustó por la comida.

De un brinco, Annie se puso de pie, se calzó pantuflas y corrió escaleras abajo.

-¿Cómo es que Aaron te prepara lo que le pides, al momento, y a mí me manda al diablo, aunque le pida un vaso con agua? -se quejó Lorenzo, con Angelo, de la actitud de uno de los principales chefs en los restaurantes de Giovanni Petrelli.

La noche anterior, luego de su festejo, Lorenzo y Raimondo habían decidido seguir a Angelo -con frecuencia ellos lo seguían, a donde quiera que él fuera-.

Annie miró a su hermano, él dejaba seis platos grandes, blancos, sobre la mesa, mientras que Hanna abría el recipiente de la paella; con el aroma, un recuerdo vino a su mente: Angelo y ella, con trece años. Estaban en la cocina, ella sentada a la mesa y él cortando un tomate. Llevaban cinco días comiendo pizza, la niña dijo que estaba harta y Hanna le respondió que era todo lo que había que, si quería, podía pedir otra cosa: los números de restaurantes estaban en la encimera y había dinero en la cesta de los huevos -donde no había huevos-, pues ella ya se iba con su marido. Matteo iba a cuidar de sus hermanos, de nuevo, pero a penas su madre se marchó, el mayor también lo hizo, entonces Angelo puso música y la invitó a la cocina, donde tiró la pizza a la basura, descongeló algo de carne, hirvió vegetales e hizo spaghetti para ella y, mientras picaba las hierbas para la salsa, él se cortó la yema de un dedo y se lo llevó a la boca; Annie cogió su mano, comprobó qué tan grande era la herida, le besó el dedo y le preguntó si quería que ella terminara de picar las hierbas, a lo que Angelo respondió abriendo sus bonitos ojos grises: ¿Anneliese y un enorme cuchillo? Interesante... Definitivamente, él no lo permitiría. Terminó de cocinar y la carne estuvo bien -estuvo excelente-, pero la salsa fue un desastre. De igual manera, Anneliese se comió todo su spaghetti, ya que su hermano lo había preparado sólo para ella.

Aunque después él pareció cogerle el gusto, puesto que cocinaba casi a diario.

Lo que no sabía Annie, claro, era que Angelo sólo había aprendido a cocinar para ella. No era el mejor, pero hacía el intento; Anneliese siempre había tenido un apetito pobre, desde pequeños ella comía muy poco -lo cual siempre había preocupado a Angelo-, salvo cuando veía cómo preparaban su comida. Le gustaba ver cortar, hervir, freír, y sazonar su comida; los aromas le despertaban el hambre y, las cajas de platillos -elaborados o simples- que los restaurantes enviaban a casa, no podían ofrecerle eso. Y él quería que su hermana comiese bien. Además..., le gustaba la sonrisa que ella ponía, mientras le cocinaba. Le gustaba verla curiosa, e incluso emocionada, esperando su plato.

Aunque con la paella era distinto: si eran tacos o paella picante, Anneliese la devoraba... pero sólo si estaba hecha al momento. Por eso Angelo le había pedido a Aaron, quien le había enseñado a preparar algunos platillos, que hiciera paella para él... o para ella, mejor dicho: la noche anterior, en su festejo de quince años, había visto triste a su hermana y él sabía por qué: su padre.

Además, quería suavizar el susto que tendría ella, más tarde: la noche anterior, Lorenzo la había escuchado hablar con Valentino -de su extraña cita a las tres de la mañana- y lo comentó con sus mejores amigos, pues estaba confundido: ¿para qué quería él visitar a Annie, en la madrugada?... ¿Para qué, un hombre mayor de edad, quería visitar a una chica de quince, en su recámara, en la madrugada? Angelo sintió que deseos de romperle las piernas. Ese bastardo estaba llegando demasiado lejos...

Y tramaron entonces, con la misma tranquilidad que se planea ver una película, el escarmiento de Valentino: la casa de Raffaele estaba ubicada en una zona privada, a la que sólo se accedía por una caseta de vigilancia. Obviamente, Valentino no tenía permiso para subir, por lo que él dejaba su automóvil viejo cerca de su entrada secreta, cubierta de matorrales espinosos -una entrada que él mismo había hecho, pero que Angelo había encontrado una noche en que sospechó que alguien había visitado a Annie. No cubrió la entrada, ni alertó a seguridad de ella, pues estaba esperando el momento poder usarla a su favor-; él tenía que entrar por una brecha de aproximadamente cuarenta centímetros y subir andando el resto del camino, hacia el risco, hasta la última casa, la más alta, donde vivía su novia. Y así fue. Y cuando Valentino avanzó algunos metros, en el bosque -tampoco podía ir por el sendero principal-, Raimondo salió detrás de un árbol, usando una máscara de Ghostface, y lo golpeó en la cara; siguió luego Angelo, usando la máscara de Guy Fawkes en V de Vendetta...

Valentino se golpeó la cabeza contra una roca y perdió rápidamente la conciencia -para lamento de Angelo- y ellos pudieron quitarle su teléfono, su billetera, el obsequio que llevaba para Annie y las llaves del auto que Lorenzo -usando guantes y la máscara de Jason Voorhees, en Viernes 13-, hizo caer por un costado del precipicio; aunque uno no demasiado alto: Angelo no quería que fuera pérdida total y el seguro le pagara.

Ellos habían usado las máscaras de un Halloween pasado, y la empatía de una serpiente -una enojada y sedienta de venganza-, para intentar quitarle a Annie un -a su consideración- abusivo, de encima.

Regresaron luego a casa y se entretuvieron con video juegos hasta que escucharon a lo lejos las sirenas de ambulancias y bomberos.

A la mañana siguiente, fueron a buscar paella.

-Qué bien huele -dijo Annie.

*

Cuando alzó la vista, a medio bosque nocturno, iluminada por una enorme fogata, se encontró con Angelo frente a ella, a escasos seis metros de distancia, mirándola, sin embargo, apenas ella le sonrió, él se volteó a otro lado. Annie suspiró, cansada. Así habían estado los últimos seis días, desde aquella noche, en la piscina, cuando él había intentado darle consejos de guitarra y ella... fantaseó, tontamente, con él.

Había sido una sandez, sí, lo sabía, y también sabía que él se había dado cuenta de lo que ella pensaba, pero no era para tanto, creía -luego de todo, no le había robado un beso, o algo, como había hecho él con ella-. Quería que al menos le regresara la sonrisa, que le dijera que todo, entre ellos, estaba bien, aunque no fuera así y lo sabía: las cosas, entre ellos, no estaban ni estarían bien hasta que... Hasta que, ¿qué?

Por su parte, Annie había hecho de todo cuanto se le ocurría para llamar su atención. Desde enviarle mensajes en el periódico hasta pasearse con poca ropa por su casa. Quería que al menos la mirara.

El día anterior, luego de clases, había ido de compras con Jessica y Lorena, y había pasado más tiempo que nunca eligiendo el vestido perfecto, las joyas perfectas, el peinado y el maquillaje perfectos. Quería verse bonita para él, en la fiesta de los mellizos, y si él lo notó, no mostró ninguna reacción.

Se sentía un poco decepcionada, pero había logrado disfrutar de la fiesta. Primero había sido la celebración formal, en casa de los abuelos, luego el festejo en el bosque, donde sólo había adolescentes, en su mayoría -los vigilantes tenían órdenes de no acercarse a menos que los llamaran-.

Las animadoras eran las encargadas de organizar los juegos, y ya que todos llevaban incluidos tragos, Annie y Jess no habían podido jugar casi a nada -ninguna quería una resaca mortal, como la última vez-, sin embargo, los pocos traguitos que había llegado a dar -al perder en los juegos- la habían hecho sentir un poco valiente y, cada vez, veía más factible la idea pararse frente a su hermano y decirle que debían acabar con eso de una vez..., luego le arrancaría algo de pelo a Rita, quien no había dejado de perseguirlo la noche entera, robándole su atención. En ese momento, Rita ya no le parecía una inocente chica; no, claro que no: ¡era una mugre ladrona! Eso era. Una venenosa arpía calculadora a la cual ella le aplastaría la cabeza muy pronto.

Se contuvo, sin embargo. Sabía que era el alcohol poniendo ideas -malas- en su cabeza. Además, ¿con qué exactamente acabarían su hermano y ella? No había nada. Era un hecho que Angelo sentía algo más que amor fraternal por ella -y que ella no podía dejar de pensar en él-, pero también estaba muy claro que él no quería llegar a ningún lado con ella, entonces, ¿acabar con qué?

Rita alcanzó a Angelo -de nuevo-, él estaba frente a una mesa, sirviéndose algo en un vaso, y ella le susurró algo, el muchacho asintió y la animadora le entregó un encendedor, con el cual él encendió el carbón de un narguile árabe. Alguien había llevado un montón de ésas cosas y todas contenían plantas sin nicotina, de la cual fumó Rita y, luego, acercó la boquilla de la manguera a... la boca de Angelo. Annie torció un gesto de repulsión. Se preguntó qué se imaginaba ella con eso, ¿en qué fantaseaba? ¿En que era algo semejante a un beso? ¡¿En que él estaba besándola?!

«Claro -se mofó la rubia, debatiéndose entre el asco y la cólera: ¡obligarlo a fumar de su manguera era lo mismo que obligarlo a besarla! Maldita abusiva-. Como si él quisiera besarla... Él sólo quiere besarme a mí» se dijo, pensando en que, la única saliva que a él realmente le gustaría tener entre los labios, era la de ella, sólo la de ella, y también quería llenarla de él, quería meter su lengua en la boca de su hermana y..., también quería meter algo más, en otra parte de ella.

Al pensarlo, el rubor subió instantáneamente a las mejillas y se sintió tan avergonzada como si hubiese pensado todo eso en voz alta.

-¿Vamos a sentarnos? -pidió a Jessica, pues ambas estaban frente a la fogata.

Sonaba 'November Rain', de Guns N' Roses, cuando las chicas se acomodaron sobre un tronco caído; Annie buscó el reproductor de música y encontró a su hermano Matteo, como suponía, al lado del risco cercado, eligiendo una lista de reproducción. Él también la miró a ella, le sonrió y le hizo una señal con la mano empuñada, alargando el meñique y el pulgar, preguntándole, con un gesto, qué estaba bebiendo. Ella sacudió la cabeza y él le mostró una botella de tequila, convidándola; Annie asintió y él la señaló acusadoramente, haciéndola reír.

Ettore le dijo algo al oído y ambos se marcharon. Cuando la canción terminó, no comenzó ninguna otra y, entonces, ellos salieron del bosque cantando una extraña versión de «Feliz cumpleaños», cargando... un pastel ¿negro? Parecía un pan -de chocolate o tal vez estaba quemado-.

-¿Qué es eso? -preguntó Jessica y, entrecerrando sus ojos, sin estar muy segura, se atrevió a tantear-: ¿Marihuana?

Anneliese la miró, sorprendida, sonriendo por el atrevimiento de esos dos, ¡¿en serio ellos habían llevado un pastel de marihuana?!

-Dios -siguió Jess, a ella no le hacía gracia-, si el abuelo los descubre se los va a meter por el trasero, a ambos.

//

Apenas enterarse de lo que era, Raimondo cortó un tozo de pastel y lo acercó a su amigo:

-Pide un deseo, Angelo -le suplicó, tan feliz como un chiquillo; el trozo tenía una velita encendida.

Con apenas la sombra de una sonrisa, el aludido respondió:

-Que se te quite lo pasiva.

Y, al igual que sucedía siempre, cuando Angelo Petrelli hacía una broma -blanca, negra, sexista, racista, estúpida o divertida...-, todos se rieron. Todos, menos Marcello Buzon, quien torció un gesto. La broma había tenido su gracia, sí, pero él había comenzado a encontrar insoportablemente pesado todo cuanto Angelo decía.

En el fondo, él nunca le había agradado; nunca habían sido amigos, tampoco. Si estaban juntos, cada descanso, en el liceo, era por Raimondo y Lorenzo, con quienes había comenzado la amistad en primer año del liceo. Ese mismo año, Angelo Petrelli se había marchado a una academia, en Londres, según contaban Raimondo y Lorenzo..., y Lorena y Rita y el resto de seres humanos en su grupo.

También, ese mismo año, había conocido a Anneliese; Marcello nunca había visto a una chica tan rubia y eso le despertaba una mezcla de interés, sugestión y morbo.

Se habría acercado a ella entonces, ese primer año, pero ellos no se tenían confianza -aunque estudiaran en el mismo grupo, Anneliese era tímida hasta los huesos y hablaba con pocas personas; con su hermano mayor, que en ese momento cursaba cuarto grado, con sus primos y, desde luego, con Raimondo. Algunas personas creían que esto se debía a que ella era una engreída, pero Marcello sabía que no era así, entendía que a ella le faltaba mucha confianza y se cohibía con facilidad-; había sido un trabajo duro para Marcello lograr que ella dejara de tartamudear al hablar con él -sentía incluso un poco de lástima cuando ella se ponía a temblar, de nervios-, pero entonces supo que estaba saliendo con ese chico mayor -Valentino, se llamaba, creía recordar él-. Y luego, más tarde, la brecha entre ellos se hizo más grande cuando Annie suspendió el año escolar, y él fue a segundo grado y ella se quedó en primero. Además..., regresó su otro hermano.

Cuando Angelo Petrelli llegó, ese primer día a clases, a segundo año, Marcello sentía casi conocerlo -había pasado todo un año escuchando, por boca de sus amigos, lo genial, divertido e inteligente que era-, sin embargo, al hablar por primera vez con él...

Marcello lo había saludado y Angelo sólo lo había mirado por un par de segundos, antes de volverse a otro lado. Eso lo había dejado confundido -a él, sus amigos le habían descrito a Angelo como una persona confiable, de excelente actitud, y se encontró con una cosa muy distinta-; le comentó lo sucedido a Raimondo y éste se rió, restándole importancia al asunto, y le dijo: "Debe haber estado pensando en otra cosa. Así actúa, a veces, sin darse cuenta; no lo hace por mal. Él solo te va a ir hablando" aseguró..., pero ya habían pasado casi dos años desde ése momento y Angelo seguía sin hablarle. De hecho, cada vez que Marcello llegaba a hablarle, Angelo tenía la misma reacción: lo miraba y, sin decirle una sola palabra, se dirigía a Raimondo o Lorenzo..., o no decía nada en absoluto. ¡Dios, eso era lo peor! Que sólo lo mirara sin expresión alguna, sin darle el menor mínimo indicio de lo que pensaba. ¿Le había gustado lo que había dicho o no? ¿Consideraba estúpido su comentario..., o creía que el estúpido era él? ¡Eso lo hacía sentir estúpido, desde luego!

En dos años, las únicas veces que Angelo le había hablado -directamente a él- había sido para ordenarle que se alejara de su hermana, por quien él seguía sintiendo una -evidente- atracción. Una atracción que, en ése momento, sospechaba que más se debía a la prohibición de Angelo, que a la rubia en sí.

Tal vez, en el fondo, lo que quería era joderse a ese miserable petulante hijo de puta. La verdad es que lo odiaba. Odiaba ésa mirada tan fría y su rostro tan falto de expresividad -¡con ese cabrón nunca se sabía lo que estaba pensando!-, odiaba sus comentarios -de los que a veces no entendía nada-, el tono de su voz y sus ojos grises, odiaba su manera de actuar, de caminar, de moverse, ¡de sonreír, tan cruel! Odiaba todo lo que él era, lo que él transmitía -no había un solo tipo que no terminara sintiéndose mal, o poco, si se paraba un rato al lado de él-. Lo odiaba sencillamente. ¡Odiaba todo de él!

-Ay -gimió Raimondo, decepcionado, con su trozo de pastel entre las manos.

Ettore, detrás de ellos, apagó la vela, cogió el pastel y lo mordisqueó. ¿Cómo no hacerlo? El tentador pastel era orgánico, hecho todo a base de ingredientes naturales..., y de marihuana.

Matt y Ett habían pensado que estaba perfecto para la ocasión -sin mencionar que sólo estaban presentes los amigos más cercanos de los mellizos, y los suyos-, aquello, creían, iba genial con el bosque, la fogata y la música.

Raimondo cortó un segundo trozo mientras Marcello miraba a Angelo, quien, a su vez, estudiaba con frecuencia a su hermana; aunque no directamente a ella: vigilaba su ubicación, a sus acompañantes y sus actos. Marcello apretó los labios; ese cabrón era como un... maldito halcón, o un lobo, un depredador a cuyos ojos no escapaba nada... o casi nada, ¿no se había fijado en que su hermana estaba desviviéndose porque la mirara a los ojos? ¿No había notado, acaso, en que ella parecía cada vez más molesta e irritada?

Marcello la miró contemplar el pastel y se le ocurrió una idea.

-Dame un trozo -pidió a Raimondo-. Uno bien grande.

Iba a compartirlo con Annie.

//

Annie exhaló, haciendo un poco de ruido. Angelo la había mirado y... se había volteado, de nuevo. Comenzó a frustrarse -sería, tal vez, porque no lograba que él la viera a los ojos, en cambio, Rita lo tenía cogido por un brazo y le susurraba al oído cada treinta segundos-.

-¿Qué hay? -saludó Marcello-. Traje algo que estoy dispuesto a compartir -prometió, alzando una ceja varias veces, como si aquello fuera la mejor oferta de sus vidas.

Mientras el muchacho se acomodaba entre ellas, Jessica sonreía, divertida, y Annie miraba a su hermano beber del vaso que le ofrecía Rita; sintió la boca amarga. ¿Por qué él estaba compartiendo tanto con la animadora? ¡¿Por qué ella no dejaba de tocarlo?! Sentía que las manos de Rita, de dedos finos, de naturales uñas largas, pintadas de color beige, estaban dejándole una capa de grasa, de suciedad, una marca que no saldría de la camisa, color gris oscuro, del muchacho..., ni de su piel.

-¿Quieres un poco, Annie? -preguntó Marcello.

Y a la rubia, la voz le llegó lejana, con eco, pero logró entenderla y... Angelo la miró en aquel instante -Rita aún estaba tocándolo-, y sus labios, sin despegar su mirada de él, se abrieron y aceptaron el bocado que le ofrecía Marcello.

Ya sabía cómo llamar su atención...

El pan estaba seco y el sabor, semiamargo, la obligó a torcer un gesto. Angelo se volvió a otro lado, con el ceño fruncido, pero volteó una vez más. Lo último no lo vio Annie, ella estaba ocupada comiendo un segundo y enorme bocado.

-¿Está rico? -le preguntó Marcello.

Ella hizo un sonidito con su nariz, pidiendo un segundo para tragar y responder; pensaba en que estaría mejor con algo de leche -o tal vez con chocolate-, cuando la voz de su hermano la interrumpió:

-¿Sabes de lo que está hecho ese pastel? -inquirió él.

Annie levantó la mirada y se encontró con Angelo justo frente a ella. Frente a Marcello. Entre ambos.

No le gustó lo que vio.

No le gustó lo que sintió.

-¿Lo sabes? -preguntó de nuevo; hablaba serio, con Marcello.

El aludido se puso de pie; era aproximadamente siete u ocho centímetros más bajo que Angelo.

-Pues... -comenzó, pero no terminó su frase; caminó hacia la derecha, de lado, sin darle la espalda al otro.

Annie, dejando su lugar, logró ver algo en sus ojos castaños, algo parecido a la satisfacción. ¿Sería que la hierba le había hecho efecto tan rápido?, se preguntó, recordando que Marcello apenas la había probado. Más tarde, sin embargo, no se acordaría de eso, pues ver a su hermano dar un golpe, con el revés de su mano, a la del otro chico, tirándole así el pastel, se llevó el pensamiento.

-Oh -Marcello dio un paso hacia atrás-. Supongo que ahora de tierra -bromeó.

O lo intento; algo cambió en él. Annie no supo cómo interpretarlo.

Angelo sonrió:

-Qué gracioso -más sarcasmo no pudo haber en su boca. Y apenas terminar de decirlo, empujo al otro chico, quien se golpeó la espalda contra un árbol-. ¡¿Crees que eres gracioso, Marcello?! -lo empujó una vez más.

Marcello no respondió. No se movió. Annie al fin identificó eso nuevo que había en él: temor.

Los ojos grises de Angelo brillaban, cual depredador preparándose para atacar, y Anneliese recordó a Fabio luego de que éste le tiara el cappuccino, luego de que su hermano terminara con él. El pánico la hizo reaccionar. Cogió a Angelo por un brazo, con fuerza, intentando alejarlo del otro, pero no pudo moverlo siquiera, así que ella se metió entre ambos.

-O-Oye -lo llamó; su voz temblaba. Él no le prestó atención-. ¡Angelo! -le gritó.

Y cuando finalmente él la miró, cuando sus ojos grises al fin se centraron en los de ella -por primera vez en toda la noche, por primera vez en días-, se paralizó. Aquel desesperado intento por llamar su atención, no habría podido ser un fracaso más patético.

Él no la miraba complacido, ni con cariño, ni con ninguna de ésas otras cosas que a ella le gustaba encontrar en sus ojos grises.

Se dio cuenta de lo que hizo: él no estaba celoso; su enojo se debía a que estaba haciéndose daño, a que permitía que le hicieran daño... para atraerlo a él. Se sintió estúpida.

-Perdón -se escuchó gemir-. Lo siento.

-Hey -la voz de Lorenzo los interrumpió-. ¿Todo bien?

Angelo miró a su primo de reojo y se soltó del agarre de Annie, pero sólo para cogerla a ella por un brazo y arrojársela al pelirrojo -había sido un movimiento brusco-. La muchacha se quejó, pero no se opuso. Sintió que el cuerpo de su primo se tensaba al cogerla, poniéndose alerta para...

Angelo se acercó más a Marcello -Lorenzo apartó a Annie, Jessica dio un paso hacia atrás-, pero no hizo nada. Sólo lo miró a los ojos, muy cerca, y con voz baja, le dijo:

-Una más, Marcello. Una más.

Luego pasó de él, de la fiesta, de Annie, de todos, y se adentró al bosque.

-¿A dónde vas? -lo llamó la rubia.

Angelo se volvió hacia ella, pero no para responderle, sino para ordenarle que se quedara junto a Lorenzo.

-Pero, ¿a dónde vas? -insistió.

-¡Quédate con Lorenzo, Anneliese! -le gritó, y siguió andando.

-¿Qué ocurrió? -preguntó el pelirrojo a Jessica.

-Psicópata de mierda -espetó Marcello, en un jadeo, como si estuviese recuperando la voz.

-¿Qué le hiciste? -inquirió a cambio Lorenzo, seco, sin una pizca de tacto, mas su tono era distinto al de su primo; su voz no anunciaba peligro.

-¿Yo? -Marcello pareció sorprendido-. ¡Nada! Hice lo mismo que hacemos todos para enfadar a Angelo: ¡nada!

Lorenzo no pareció creerlo, frunció el ceño y sus ojos verdes fueron directo al plato blanco, de papel, tirado a los pies del otro.

-¿Eso es tuyo? -le preguntó.

-Era -corrigió Marcello, empujando el pastel con el pie.

Lorenzo comprendió:

-¿Estabas dándole marihuana a mis primas?

-¡Ay, por Dios! -irritado, Marcello sonrió-. ¡La trajeron tus mismos primos!

-¡Pero no para ellas!

Marcello puso los ojos en blanco, harto de ellos.

-¿Sabes qué? Me voy -suspiró, dándose media vuelta. Anduvo un poco y se volvió-. Ah -pareció recordar algo-, feliz cumple años -le deseó, sacándole el dedo medio.

Lorenzo arqueó una ceja, luego miró a sus primas. Annie hizo un puchero:

-Sólo la probé -confesó.

El muchacho le contestó con un coscorrón suave, con los nudillos de su puño derecho. Ella se quejó.

-Vamos a la mesa, a donde pueda vigilarlas -las animó a caminar junto a él, empujándolas con suavidad.

-No -se negó Annie-. Angelo se fue.

-Angelo está bien -aseguró su primo-. Quien debería preocuparte es Marcello, si se encuentran.

Anneliese gimió. Lorenzo se rió:

-Es broma. Angelo se fue en otra dirección. Tranquila -le pidió.

Pero Annie no pudo tranquilizarse..., al menos no de momento; un ratito luego, estaría riéndose hasta las lágrimas de cada chiste que le contaban, de la música, del fuego y de que se reía -reírse, sin saber de qué, le provocaría más risa-.

*

Las personas comenzaron a retirarse luego de las tres de la mañana -Rita desapareció en algún momento, cuando se dio cuenta de que Angelo no volvería-. Los pocos que quedaban, en ese momento, parecían aletargados y otros dormitaban cerca de la fogata -rodeada de serpentinas plateadas, de globos de clores metálicos, de vasos desechables y demás basura-. La música estaba baja.

Jessica bostezó.

-Ya tengo sueño -comentó.

Anneliese no le dijo nada; Jess se dio cuenta de que ella lucía preocupada -de nuevo. Raro: un rato atrás estaba anormalmente contenta-.

-Ya cálmate -le dio un pequeño codazo-. Seguro que el lunes ya se olvidaron de todo -prometió.

Annie asintió, pero realmente no lo creía. Angelo no olvidaba ofensas.

-¿Nos vamos a dormir ya? -siguió Jess. Esa noche dormirían en casa de los abuelos.

-Sí -aceptó Annie, pero aún miraba hacia el bosque, esperanzada en que regresara su hermano. ¿Se había marchado a su casa?

Con una señal de su mano derecha, Jess llamó a Lorenzo; cuando éste se acercó, ella le echó los brazos al cuello:

-Feliz cuumplee -le deseó por segunda vez, besándole una mejilla y alargando el abrazo mientras lo mecía suavemente, de un lado a otro-. Annie y yo nos retiramos.

-Gracias -el muchacho la apretujo un poco-. Las acompaño y me regreso. Aún hay mucha gente y no sé dónde está Lore.

-Nos vamos solas -rechazó Jess.

-No. Yo sí quiero que me acompañe -confesó Annie: había algo que estaba ocasionándole malestar y ya no era por Angelo.

Era... una especie de temor. Tenía miedo al bosque -era muy grande; alguien podría estar oculto ahí y atacarlas-, a la luna -a que se le cayera encima-, al cielo estrellado -Dios, nunca había notado lo inmenso que era el universo ¡y el mundo no estaba sujeto a nada! Estaba ahí, suspendido, tan ligero y vulnerable-, a que alguien la siguiera, ¡a todo! Era extraño, realmente le tenía miedo a todo. Además, tenía muchísima sed. Quería beberse una jarra completa de agua con hielo... o de leche; la leche fría sonaba bien. Y chocolate. También quería chocolate. Leche, chocolate y galletas, o un pan, ¡y churros! ¡Cuánto se le antojaron un chocolate, churros saldados y picantes, con algo de limón, y leche fría! Se lo comentó a sus primos mientras andaban por el bosque.

Lorenzo la miró a los ojos, estudiándola, y sonrió como si supiera algo que ella no. Y así era: Annie estaba sufriendo los efectos posteriores a la hierba.

*

Rebecca Petrelli no había dicho una sola palabra al oler un ligero rastro de alcohol en Jessica y ver los ojos de Annie, tan... sospechosos. La mujer se había limitado a mirar a su nieto, de manera acusadora, entrecerrando sus ojos de color chocolate -por primera vez, Anneliese notó que los ojos de su abuela eran idénticos a los de Giovanni; tal vez su color era ligeramente más claro, pero sólo un poco-.

-Fueron Matt y Ett -acusó Lorenzo, limpiándose las manos.

Estaban en la entrada de la casona; las luces estaban bajas, pero aún se escuchaban los ruidos y las voces del personal, limpiando el salón de eventos.

Rebecca suspiró:

-Vayan a arriba. Y no hagan ruido. Si su abuelo los ve así, va a ponerles unas cachetadas -les amenazó, haciendo énfasis en el plural, mirando a sus nietas.

-Yo estoy bien -se quejó el muchacho-. Y tengo que volver para buscar a Lore.

-¿Perdiste de vista a tu hermana? -le reclamó la mujer, casi en susurros.

-Tenía que traerlas a ellas -se justificó él-. Además, está con Raimondo.

La mujer se rió:

-¡Qué alivio! -soltó, sarcástica-. Ve a buscarla ahora mismo. Y cuando vuelvan, métela en su recámara, con tus primas, y a Raimondo en la tuya.

Lorenzo torció un gesto de desagrado:

-¿Me vas a tener cuidándolos? -temió él.

-¿Dónde están Matt y Ett? -ella evitó la pregunta-. Diles que duerman con Angelo, está en la habitación contigua a la tuya.

-¿Angelo está aquí? -se sorprendió Annie. ¿Angelo se había quedado en casa de sus abuelos? ¿Por qué? Odiaba estar ahí.

-Ya se fueron -respondió el muchacho a la pregunta de su abuela-. ¿Por qué Raimondo no duerme con Angelo? ¡Que lo cuide él!

-Porque él llegó temprano, ¡y sobrio!: merece dormir -insinuó; Rebecca Petrelli era una mujer alta y esbelta, y sus arrugas (casi inexistentes) parecían superficiales.

-¡Yo también estoy sobrio! -se quejó el pelirrojo.

-¿Angelo está aquí? -insistió la rubia.

-Ve a buscar a tu hermana y tráela ahora mismo -la mujer cortó ahí la discusión.

*

-Angelo -lo llamó Anneliese, bajito, tras golpetear la puerta. Su abuela había dicho que él estaba en la habitación al lado de la de Lorenzo, ¿no?

Eran casi las cuatro de la mañana. Minutos atrás, el pelirrojo había regresado con su hermana melliza y Raimondo -y a pesar de que la muchacha intentaba disimularlo, lucía un poco ebria-, y todos se fueron de inmediato a la cama. La rubia esperó un rato y, cuando no escuchó ya ningún ruido, buscó a su hermano:

-Angelo -volvió a golpetear la puerta; ya se sentía mejor.

Podía escuchar a los perros de su abuelo aullar -Giovanni tenía una docena de perros que liberaba cada noche, en el bosque; Annie no tenía la menor idea de qué raza eran (le parecían una especie de lobos, completamente blancos, con los ojos y el hocico delineado en negro) pero eran realmente enormes (algunos alcanzaban los 90 cm. a la cruz y, parados en dos patas, los 2.10 m.), y sólo lo obedecían a él-; le había costado trabajo mantenerse despierta, pero no tanto como el contenerse de ir a buscarlo, apenas supo que él estaba ahí.

-Por favor -le suplicó.

Sabía que estaba siendo insistente, pero quería asegurarse de no haber estropeado -más- las cosas; cuando la ligera borrachera comenzó a disiparse, y que comprendió bien lo que había hecho, se sentía arrepentida y avergonzada.

-¿Estás despierto? -probó una última vez, aunque sabía que, si él estaba ahí, muy probablemente estaba despierto.

Angelo tenía problemas para dormir. Había comenzado con eso luego de la pubertad. Raffaele ya lo había llevado a consulta con diversos médicos -eso había sucedido luego de que casi le dispara en la cabeza, una noche (casi madrugada) en que escuchó ruidos en la planta baja y, al ir a revisar (con su arma en la mano) se encontró a su hijo, de doce años, preparándose un sándwich en la cocina-, pero los especialistas -luego de realizarle algunos estudios y hablar con el muchacho- no habían hecho más que recetarle drogas para conciliar el sueño; drogas que ni él se bebía, ni su padre le compraba.

Además, pensó Annie, en el remoto caso de que él hubiese estado durmiendo, se habría despertado con su primer llamado: él no sólo padecía de insomnio, también tenía un sueño muy ligero. Siendo así, ¿qué caso tenía insistir más? Era obvio que él no quería verla.

No lo culpaba, al decir verdad.

Se daba media vuelta, para volver con sus primas, cuando escuchó que la puerta se abría. Ella se volvió de nuevo, tal vez demasiado rápido, y sintió un ligero mareo que la obligó a apoyarse contra el muro.

-¿Estás bien? -preguntó él, en voz baja, acercándose lo suficiente para sujetarla.

-¿Por qué no abrías la puerta? -preguntó a cambio ella. No fue reproche; susurraba.

-¿Qué haces despierta aún?

Annie se encogió de hombros -o lo intentó, con el brazo que tenía libre-.

-No puedo dormir.

-¿Por qué?

-Yo... -comenzó.

-Ve a acostarte -él no le permitió continuar-. Tenemos que volver a casa en unas horas.

Annie se relamió los labios; él ya no parecía molesto, era el momento idóneo para hablarle, entonces, pero... estaba mareada. Se llevó las manos al rostro.

-¿Te sientes mal? -él puso su mano sobre el hombro de la muchacha.

-¿Puedo dormir contigo? -se escuchó decir.

Él pareció preocuparse:

-¿Todo está bien?

Annie se acercó a él y a Angelo no le quedó más remedio que hacerse a un lado para permitirle entrar. Cerró la puerta después.

-Raimondo está aquí -le advirtió, en caso de que ella no hubiese reparado en el muchacho, que yacía inconsciente, en una de las dos camas individuales.

Annie buscó con la mirada a Lorenzo, pero él no estaba ahí.

-Sí -susurró, recargándose contra el escritorio-. Raimondo está aquí. ¿Quieres que me vaya?

Angelo guardó silencio durante un rato; parecía pensarlo. Al final, decidió:

-... Quédate -en un murmullo.

Y la cogió por un brazo para ayudarla a caminar, pero ella no se movió. Él buscó su mirada, ¿qué estaba mal, ahora?

-Lo que sucedió con Marcello estuvo mal -algo le decía que no hablara más del tema, pero quería hacerlo. Quería aclararle las cosas-. No voy a volver a hacerlo.

Angelo la soltó, despacio, y suspiró como si fuera a decirle algo, pero no lo hizo. Anneliese se sintió decepcionada. Se dispuso a ir a la cama y quiso apagar la lámpara que descansaba sobre el escritorio, pero sus manos torpes la derribaron sobre su pie izquierdo y luego ésta se rompió.

Annie abrió su boca, en una mueca de dolor, pero de sus labios no logró salió nada; al mismo tiempo, de manera rápida, pero cuidadosa, Angelo la envolvía por la cintura con ambos brazos, para apartarla de los cristales rotos; la bajó cerca de un muro, para que pudiera recargarse, y se inclinó para revisarla.

-¿Me corté? -preguntó; ella no sentía más que el dolor del golpe.

-No. Estás bien -aseguró él, sacudiendo la cabeza, pero luego se rió, bajito-. ¿Por qué siempre te golpeas el mismo pie? -la masajeó para aliviarle el dolor.

-Tonto -le reprochó ella la mofa-. Sí me dolió.

Él volvió a reírse. Se levantó y la cogió una vez más por la cintura, pero ya no con intenciones de levantarla:

-Vamos a la cama -le pidió.

Anneliese, mirándolo a los ojos, no se movió ni un milímetro de su lugar.

La sonrisa de Angelo se borró. La observó por un momento... y no la soltó. Ella intentó sostenerle la mirada, pero eso sólo la mareó y se vio obligada a cerrar los ojos. Él se percató y le puso algunos rizos tras las orejas; sus párpados se arrugaron al sentir una suave corriente de aire sobre la sien derecha, bajando por su cuello. Abrió sus ojos azules y, hasta antes de que él dejará escapar un poco de aire sobre su piel ligeramente perlada de sudor, ella no se había dado cuenta de que tenía muchísimo calor. Vestía un camisón de seda, muy corto, que pertenecía a Lorena, pero se sentía envuelta en prendas de algodón.

-Vamos a la cama -le pidió él, de nuevo, echándole los rizos rubios hacia un lado, para refrescarla-, necesitas descansar.

Y ella continuó en su sitio, pese a saber que él tenía razón. Él siempre tenía razón. Él siempre sabía lo que ella necesitaba aún antes de que ella misma identificara su necesidad.

Lo recordó encendiendo el narguile para Rita. A él sirviéndole a Rita... Lo recordó atendiendo a otra.

-¿Qué hacías tanto con ella? -se escuchó preguntar. No lo planeó.

-¿Con quién? -él lucía tranquilo.

-Rita. Estuvo detrás de ti todo el tiempo.

Angelo arqueo las cejas en un gesto que bien pudo responder por él: no lo sabía. Y, sin embargo, dijo:

-Supongo que eso: ella me seguía.

-Bailaron, incluso.

-Bailaba con Lorena -aseguró él-: ella llegó después.

-Y... ¿por qué no bailaste conmigo? -insinuó.

Y él ni siquiera tardó un segundo en responder:

-Porque tienes dos pies izquierdos -soltó.

Annie sonrió:

-También antes los tenía y no tenías problemas con eso.

-Antes no usabas tacones, como ahora. Me molerías un dedo.

-Ahora mismo no estoy usándolos -propuso.

-No -aceptó él, pero sin mostrar ninguna intención de bailar con ella. Sonrió, sin embargo, mostrando sus colmillitos alargados.

... Y Anneliese pensó en que su sonrisa era lo más bello en este mundo.

Él era bello.

Lo estudió, preguntándose qué era lo que le hacía tan aterradoramente atractivo. ¿Eran sus ojos, de ese gris tan claro? ¿Era su boca, de labios rosados y bien formados? ¿Era su piel tan blanca y sus cabellos tan negros? ¿Eran sus pómulos altos, su bonita mandíbula o su perfecta nariz? Sin darse cuenta, Anneliese comenzó a acariciarlo; primero una mejilla, luego una de sus cejas oscuras y terminó en los labios. Angelo se quedaba quieto.

-Eres muy guapo -se escuchó decir-. Por eso le gustas a Rita..., y a las demás chicas: porque eres guapo.

Angelo frunció apenas el ceño, se inclinó, la abrazó y ocultó su rostro en el cuello de la muchacha, entre sus cabellos rubios. Annie lo escuchó suspirar.

-Hueles a manzanas -murmuró.

Annie sonrió, más feliz y enternecida de lo que podría describir, al escucharlo:

-Soy tu manzana -aceptó y, luego, le susurró al oído-: ¿Sabes por qué te quiero yo?

Él no respondió. Suspiró profundamente y esperó un buen rato, para soltar, desolado:

-... Porque soy tu hermano.

Y en su voz, Anneliese percibió el lamento.

No, pensó ella, no quería afligido..., ni tampoco lo quería, únicamente, por eso:

-Porque eres mío -lo corrigió, hablándole en la oreja, acariciándole con sus labios-. Porque siempre has sido mío -se alejó un poco de él, sólo un poco, lo suficiente para besarle la mejilla; su piel era muy suave y estaba frío-. Porque tú quieres ser mío -concluyó, rozando su piel con los labios entreabiertos.

Él esperó un momento y, lento, se volvió hacia ella, sólo un poco, y Annie lo besó en la comisura de los labios. Angelo se quedó quieto y ella comenzó a frotarse el rostro contra él, como un gato marcando a humano; él se volvió un poco más, hacia ella..., y luego otro poco, hasta que sus labios tocaron los del otro.

Annie gimió; ya había besado miles de veces esos labios antes... ¿por qué no volver a hacerlo? ¿Qué se lo impedía? ¿Qué había de malo en eso?

... absolutamente nada, se dijo, apoyando un poco más sus labios, contra los de él.

Se escuchó un sonidito cuando Angelo le regresó el beso, y se escuchó otro cuando abrió su boca para coger el labio inferior, entre los suyos. Annie sintió la humedad de su saliva y se relamió con placer, ansiosa; él se dio cuenta y repitió la succión, pero ésta vez la lamió suavemente, antes de morderla.

Ella abrió su boca, dócil, y Angelo puso su lengua dentro; ella le echó los brazos al cuello, enredando los dedos entre sus cabellos oscuros, sedosos, y él la envolvió con sus brazos en el preciso instante en que la puerta se abrió, de golpe...

** ** ** ** ** **

Perdón por el spoiler en el gif. Increíblemente, no lo preví. D':

¡Gracias por leer!

Un abrazo.


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