Ambrosía ©

By ValeriaDuval

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En el libro de Anneliese, decía que la palabra «Ambrosía» podía referirse a tres cosas: 1... More

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
VETE A LA CAMA CON...
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Capítulo 56
Capítulo 57
Capítulo 58
Capítulo 59
Capítulo 60
Capítulo 61
Capítulo 62
Capítulo 63
Capítulo 64
Capítulo 65
Capítulo 66
Capítulo 67
Capítulo 68
Capítulo 69
Capítulo 70
Capítulo 71
Capítulo 72
Capítulo 73
Capítulo 74
Capítulo 75
[2] Capítulo 01
[2] Capítulo 02
[2] Capítulo 03
[2] Capítulo 04
[2] Capítulo 05
[2] Capítulo 06
[2] Capítulo 07
[2] Capítulo 08
[2] Capítulo 09
[2] Capítulo 10
[2] Capítulo 11
[2] Capítulo 12
[2] Capítulo 13
[2] Capítulo 14
[2] Capítulo 15
[2] Capítulo 16
[2.2] Capítulo 17
[2.2] Capítulo 18
[2.2] Capítulo 19
[2.2] Capítulo 20
[2.2] Capítulo 21
[2.2] Capítulo 22
[2.2] Capítulo 23
[2.2] Capítulo 24
[2.2] Capítulo 25
[2.2] Capítulo 26
[2.2] Capítulo 27
[2.3] Capítulo 28
[2.3] Capítulo 29
[2.3] Capítulo 30
[2.3] Capítulo 31
[2.3] Capítulo 32
[2.3] Capítulo 33
[2.3] Capítulo 34
[2.3] Capítulo 35
[2.3] Capítulo 36
[2.3] Capítulo 37
[2.3] Capítulo 38
[3] Capítulo 1
[3] Capítulo 2
[3] Capítulo 3
[3] Capítulo 4
[3] Capítulo 5
[3] Capítulo 6
[3] Capítulo 7
[3] Capítulo 8
[3] Capítulo 9
[3] Capítulo 10
[3] Capítulo 11
[3] Capítulo 12
[3] Capítulo 13
[3] Capítulo 14
[3] Capítulo 15
[3] Capítulo 16
[3] Capítulo 17
[3] Capítulo 18
[3] Capítulo 19
[3] Capítulo 20
[3] Capítulo 21
[3] Capítulo 22
[3] Capítulo 23
[3.2] Capítulo 1
[3.2] Capítulo 2
[3.2] Capítulo 3
[3.2] Capítulo 4
[3.2] Capítulo 5
[3.2] Capítulo 6
[3.2] Capítulo 7
[3.2] Capítulo 8
[3.2] Capítulo 9
[3.2] Capítulo 10
[3.2] Capítulo 11
[3.2] Capítulo 12
AMBROSÍA EN FÍSICO
LOS CUENTOS DE ANNIE
EPÍLOGO I
EPÍLOGO II
EPÍLOGO III
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Capítulo 15

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By ValeriaDuval

IL PROFUMO
(El Perfume)

.

-¿El Perfume? ¿En serio? -se quejó Bianca Mattu, desilusionada-. Ese libro lo leí hace como... dos años.

Anneliese puso los ojos en blanco. Era lunes, aún no se hacían ni las siete de la mañana y su amiga estaba agitándole el periódico en la cara.

-En serio: te publiqué esto porque ya no había tiempo de que escribieras otra cosa. Con lo lenta que eres.

Como de costumbre, Anneliese le había enviado su reseña a último momento. Esta vez, la falta de inspiración no la había detenido; en esta ocasión, toda la mañana del domingo había padecido una terrible resaca y, luego, ya por la tarde... le había sido difícil pensar en otra cosa que no fuera el aroma de Angelo, en el calor de su cuerpo, en la suavidad de su ropa, en la manera en que la acariciaba y... terminó escribiendo una reseña sobre un libro cuyo título incluía ésa palabra que flotaba y envolvía su mente: El Perfume: la historia de un asesino de Patrick Süskind.

El perfume... el de Angelo.

Ése que la había embriagado aún más de lo que ya estaba, ése que parecía haberle envenenado el alma y había hecho incluir en su reseña palabras como: «erotismo», «personalidad», «fuerza», «distinción», «sensualidad», «... una promesa muda, una vivencia exquisita, y la mejor forma del recuerdo», «El despertar de los sentidos y de la libido...» y no se dio cuenta, hasta esa misma mañana, cuando leyó su reseña publicada en el periódico, de que había descrito todo cuanto Angelo le hizo sentir, al abrazarlo.

Se sintió avergonzada..., pero no arrepentida.

-Recomendé un libro que a mí me pareció adecuado -declaró Annie, irritada-. Si quieres que recomiende tus preferencias, pásame una lista.

Bianca puso cara de enfado y parecía a punto de replicar algo más, cuando Annie la interrumpió:

-Ay, por Dios, ¡déjame en paz, Bianca! Me duele la cabeza.

Laura se rió:

-¿Los ositos aún toman venganza, ama? -le preguntó.

Annie la miró con cansancio. Laura había seguido con eso de la «ama» y aunque generalmente era graciosa -y hasta útil, mandándola a conseguirle jugo cuando tenía sed-, en ratos la despreciaba tanto como lo hacía Jessica. En ese momento, sospechaba que ella había tomado una fotografía suya, ebria de ositos de goma, y se la pasó a Bianca, quien la publicó en la sección Social. Desde luego, ella no mencionó nada sobre el vodka que contenían las gomitas, pero el rumor se extendió rápido.

-Sí, venganza... -se obligó a responder Annie-. Y ya no me llames «ama».

-Como usted mande, ama. ¿Le traigo más ositos?

Jessica se rió:

-¿Y tú de qué te ríes? -espetó Annie a su prima-. Tú te pusiste igual que yo, o peor.

-Pero a mí no me tomaron fotos -le recordó, con una sonrisa de superioridad.

Y llegándose el primer descanso fue lo peor: Lorenzo le regaló una bolsa de ositos -sin vodka-, y ya que Annie no los aceptó, Raimondo cogió uno, lo lamió y se lo pegó en la frente -sujetándola por la nuca, para que ella no escapara-.

-Eres un idiota, Raimondo -le espetó, cuando él la dejó, quitándose la gomita.

Y, lo único que consiguió, fue que los gemelos, Jessica, e incluso Bianca y Laura, lamieran más gomitas y se las pegaran por todas partes. Los vellitos rubios de sus antebrazos, al final, estaban pegajosos y de muchos colores. Los odió a todos, pero Angelo también se rió, lamió un oso rojo, se lo pegó en una mejilla y... Annie no pudo evitar reírse con él.

** ** **

Raimondo abrazó a su novia, por la espalda, y le dio un besito en el hombro fino, justo ahí, donde tenía dos pecas medianas y adorables.

-Te amo -le susurró al oído.

Lorena, recostada a su lado, se limitó a acariciarle una mejilla antes de incorporarse y bajar los pies de la cama.

-Te amo -insistió él.

Ella, volviéndose hacia él, le regaló una sonrisa -y nada más-. Algo marcó el rostro de él; pasó un rato -la miró ponerse de pie, desnuda, y buscar sus tangas en el suelo de madera, de la cabaña; la miró vestirse lentamente- antes de que se atreviera a hablar de nuevo y, cuando al fin lo hizo, se le escuchó casi tímido:

-¿Por qué nunca me dices que me quieres? -inquirió, despacito.

Lorena frunció el ceño, divertida:

-Porque ya lo sabes. ¿O no lo sabes?

¿Lo sabía? Raimondo suspiró.

-A veces... me hace falta escucharlo.

-Oh -soltó ella, enternecida y burlesca-. ¿Mi niño necesita reafirmación?

El muchacho se rió de sí mismo, pero le suplicó:

-No te burles de mí.

Alguien llamó a la puerta de su habitación, con fuerza.

-Raimondo, hijo de puta -era la voz de Ettore; se encontraban en la choza, ya era de noche-, ven a arreglar la televisión, no se ve bien -le avisó.

Sus amigos le avisaban siempre que su computadora no funcionaba bien -o sus reproductores de música, o sus televisiones- puesto que él sabía un poco de informática y algo de tecnología. Lo había aprendido él solo, con tutoriales, durante esas largas horas -días- que se encontraba solo en casa.

-Van a tirar la puerta -pronosticó ella, arreglándose la blusa, semitransparente, de color verde, frente al espejo-. Ve. Voy aquedarme un rato más aquí -quería guardar apariencias.

Raimondo asintió, lento. Salió de la cama y, aunque sus movimientos parecían desganados, se vistió rápido. Se despidió de su novia con un beso en la coronilla de su cabeza de rizos, color caoba y, cuando estaba por salir, ella lo llamó. Él se volvió hacia ella, atento. Lorena le regaló una sonrisa -una de esas que sólo le mostraba a él-, y le dijo:

-Te amo.

El muchacho frunció las cejas de ese tono cobrizo oscuro, que tenía; era la primera vez que ella se lo decía. Había esperado que fuera más... romántico. Pero claro, así no era Lorena. De ser distinta, él no la querría tanto. Sonrió:

-Yo te adoro -respondió él, algunos segundos luego.

-Eh -lo interrumpió entonces Anneliese. Ella lo esperaba fuera de la habitación y le dijo, muy bajito, para que no escuchara Matteo (quien ya se había acomodado frente al televisor)-. El problema es uno de los cables de atrás (no sabía ella cómo se llamaban pero, la última vez que estuvo su familia ahí..., ésa donde habló con Angelo, en la cafetería vacía, de cosas que, en ese momento, la tenían tan confundida, ella había aplicado algo de esmalte en uno de los cables del televisor)-. Matteo me tenía harta con esa saga de películas estúpidas. Era lo mismo, una y otra vez -intentó explicarle, entregándole discretamente una botella pequeña de quitaesmalte.

Raimondo se rió:

-¿Le hiciste algo más?

-No -negó ella, enérgicamente, temerosa de que escuchase su hermano mayor, luego de todo, no estaba Angelo ahí para callarlo si Matteo comenzaba a regañarla por arruinarle su maratón de basura (su única diversión durante aquellos días).

Era el primer sábado de Mayo y, mientras sus primos y hermanos -y Raimondo- se reunieron para ver una película y comer pizza, Angelo estaba en un torneo de física a nivel nacional. Ninguno de ellos había ido a apoyarlo porque el director Falcó -quien era el responsable de inscribirlo a dichos concursos, aunque el muchacho no quisiera asistir a la mayoría de ellos- se los tenía prohibido: lo decidió luego de que Matteo y Annie, durante un torneo a nivel regional, de historia, reprodujeran en sus teléfonos desesperantes sonidos contra reloj cuando era el turno de su hermano. Ningún miembro de su familia -y eso incluía a Raimondo-, menor de veintiún años, podía asistir a ningún concurso, torneo u olimpiada, donde Angelo requiriese de concentración mental.

Raimondo se hizo cargo del esmalte de Anneliese, que hacia interferencia con el video y audio, y ellos pudieron ver su película.

Cerca de la una de la mañana, Annie y Jess se retiraron a dormir y Lorena se quedó a jugar cartas con los chicos. Por la mañana, luego de desayunar, todos dejaron la choza. Sus padres y Angelo aún no volvían de Roma -donde se había celebrado el torneo- cuando Matteo y Annie regresaron a casa, y a falta de quehacer -porque Raffaele mataría a Matteo si descubría que dejaba sola a su hermana-, el muchacho insistió en enseñarla a tocar guitarra.

Para incentivarla, le había regalado su primera guitarra -un vejestorio que él apreciaba bastante-. Llevaban un rato practicando, en la habitación de Annie, cuando se escuchó que la puerta, en la habitación de Angelo, azotaba.

-Llegaron -aseguró ella.

-Está enojado -dedujo Matteo.

-¿Habrá perdido? -se interesó Annie.

-No sé -se rió Matt-. Vamos a preguntar.

Annie también sonrió y saltó de la cama.

-La guitarra -le recordó Matt-, practica mientras mamá nos cuenta el chisme.

Annie frunció los labios en ese besito del que no se percataba; para ser tan desobligado, Matteo resultaba ser un maestro bastante estricto.

Cuando bajaron a la sala de estar, se encontraron con Raffaele Petrelli, tirado en el sofá, intentando dormir en su resaca. La teoría de que Angelo había perdido, se debilitó: ese hombre jamás festejaría una derrota de su querido hijo.

Se escuchó ruido en la cocina -mucho ruido- y lo atribuyeron a Hanna. Annie tuvo un mal presentimiento. Fueron allá y se encontraron a su madre tirando a la basura los platos de porcelana que estaban sucios; por un momento, la muchacha creyó que su madre estaba molesta porque Matt y ella habían dejado el tiradero del día anterior, pero luego vio sus ojos enrojecidos.

-Annie -la llamó Matteo-, ve a tu recámara, a practicar.

Ella adivinó que él quería hablar con su madre sobre lo que la había puesto tan mal.

-Hola, mami -la saludó ella, bajito-. ¿Cómo estuvo la competencia?

-Bien -se limitó Hanna; su respuesta no había sido seca, sino que parecía no querer que su voz se quebrara.

-Annie, ve a tu recámara -la apuró su hermano.

Ella obedeció, los dejó, pero en lugar de subir, tomó asiento sobre la alfombra, junto a su padre; él abrió los ojos y le sonrió.

-¿También tú? -miraba la guitarra-. Prohibido dejar la escuela para cantar en bares -se refería a su hijo mayor.

Matt y Ett no habían terminado el liceo -apenas cumplir dieciocho, lo habían dejado; les faltaba sólo un año-. Ellos tenían fe en que su banda triunfaría y querían dedicarle tanto tiempo a ensayar como les fuera posible.

Raffaele y Uriele -luego de superar el enorme coraje- comenzaron burlarse de ellos: "Qué feo canta, Dios mío" dijo una noche Raffaele, en el bar donde los muchachos tocaban; hablaba de su hijo. "No sé si intenta tocar la guitarra o reventar las cuerdas a tirones", había añadido Uriele, del suyo. Y ellos no exageraban: la banda de sus hijos era muy mala. Y lo peor era que los muchachos no tenían ni idea, pues hasta seguidores tenían; ellos eran ajenos de que los seguían gracias al atractivo físico de los integrantes. Tampoco sabían que, los dueños de los bares en que los invitaban a tocar, eran todos amigos de sus padres.

Annie se consolaba diciendo que Matt tocaba bien el piano y la guitarra y, tal vez, podría conseguir trabajo en alguna banda con un buen vocalista. Él no lo era.

-No lo haré, papi -lo tranquilizó ella-. ¿Quieres agua? -su padre siempre estaba sediento cuando tenía resaca y, esta vez (suponía Annie) Hanna no le acercaría ningún hidratante. Los Petrelli, todos ellos, tenían poca ayuda doméstica, y en el caso de su familia (con excepción del jardinero que los visitaba una vez por semana), ninguna.

Raffaele miró hacia la cocina y contempló por algunos segundos a su mujer hablando con Matteo.

-Yo iré -le dijo.

El hombre se incorporó y le besó la cabeza rubia a su hija, luego fue a la cocina. Apenas entró, Hanna se dispuso a salir.

-Quédate -le ordenó Raffaele.

-No quiere -soltó Matteo, con voz dura.

Raffaele suspiró, débil, y abrió el frigorífico.

-Matt, ve a tu habitación -le pidió, con calma.

Annie se apresuró y fue a la cocina. Cuando ella estaba presente, su familia se contenía un poco, pero en ése momento, todos se le quedaron viendo, echándola, sin palabras.

-Voy al jardín -mintió y cruzó la cocina, sintiendo la tensión.

Miró sobre su hombro y pudo ver a su hermano marchándose también; Annie supuso que su madre le había pedido que los dejara. Vio luego a Raffaele abrazando a Hanna, a la fuerza, y obligándola a besarlo, luego la miró a ella llorar más, abrazada a él. ¿Qué era lo que había pasado?

Annie se acomodó detrás de un árbol, preguntándose si ella podría enamorarse tanto para perdonarle cualquier cosa a su pareja, como hacía Hanna. Con tristeza, presentía que otra mujer había estado relacionada. Annie no podría decirlo con certeza -no quería creerlo-, pero, por comentarios que oía en la familia, sospechaba que su padre había sido infiel en más de una ocasión.

Raffaele Petrelli cuidaba de sus hijos con esmero, pero no de su matrimonio.

Una noche, Annie había culpado a las mujeres, que lo acechaban, hambrientas; Raffaele era un hombre de 43 años -edad que un buen porcentaje de mujeres considera más atractivo a un hombre-, que medía 1.92 metros, de piel bronceada y rostro atractivo -sus rasgos eran absolutamente masculinos y elegantes-, de músculos duros, marcados, de actitud jovial y, como si ser guapo y divertido no fuera suficiente, también era rico. Él gustaba a las mujeres y... ¿ellas a él? Por eso, una vez, Annie las culpó, pero sabía bien que en esas cosas no hay sólo un responsable; el más puro ejemplo era el hermano gemelo de su padre, su tío Uriele, quien era igualmente asediado por las mujeres, pero él le era absolutamente fiel a su esposa.

Annie deseó, por milésima vez, que su padre fuera como el de Jessica, pero luego se sintió mal por eso: ella amaba a su padre y él la adoraba a ella. Además, no era una mala persona. Sí, era algo agresivo y se podría decir que un poco machista, pero era un padre cariñoso y un filántropo por naturaleza. Raffaele nunca hablaba de eso, pero en la familia se sabía que él había saldado la hipoteca de uno de sus empleados, que estuvo por perder su casa, y que estaba pagando el tratamiento de cáncer, del hijo de otro empleado suyo. Además, donaba cantidades inmensas a orfanatos.

"Gran sacrificio para un hombre que se pudre en dinero" había soltado Matt, una ocasión. Y aunque tal vez él tenía razón, el detalle radicaba en que, aunque Raffaele tuviese mucho dinero, no era obligación suya ayudar a nadie -un ejemplo era Uriele, que no hacía donación alguna a menos que pudiera deducirla de impuestos-. Algunas veces, Annie creía que Matteo sólo se quejaba de su padre por quejarse.

O tal vez se debía a sus grandes diferencias, incluso físicas: Matteo, a sus diecinueve años, era como diez centímetros más bajo que su padre y, en lo único que se parecía a él, era en los pómulos bonitos y en los colmillos afilados; el resto, era de Hanna. En cuanto a carácter, a Matt no le gustaba hacer deporte, ni mirarlo por televisión, no disfrutaba cazando y comiéndose a su presa -de hecho, si podía evitar comer carne, lo hacía-; él era, hasta cierto punto, infantil -menos cuando se trataba de su madre-. Raffaele opinaba, con tristeza, que Matt era pasivo y manipulable, pero se sentía orgulloso de Angelo... a diferencia de Hanna: ella decía que Angelo se parecía demasiado a su padre. Hacía notar que el muchacho era más refinado y escuchaba más, pero también le parecía que era incluso más agresivo que el mismo Raffaele, por eso se oponía a que su padre le enseñara de armas.

Claro, naturalmente, Raffaele igual le enseñaba a disparar, porque era él quien mandaba en casa.

Annie no creía que ninguno de sus hermanos estuviera tan mal como sus padres decían; especialmente Angelo. Para ella, él era perfecto -así, tal como era-. Claro, tenía sus rachas odiosas, pero ahora comprendía a qué se debían. Si había algo imperfecto en su familia, era la poca disposición que tenían para iniciar actividades en las que pudieran participar todos; luego de asistir a la iglesia, los domingos, era común encontrar a Raffaele y a Angelo jugando ajedrez o practicando boxeo, y a Hanna (quién era judía pero su marido la obligaba a asistir a su iglesia católica) jugando videojuegos con Matteo, mientras comían papas fritas y bebían cerveza.

Su familia se quería, creía Annie, pero había algo que los dividía.

Cuando ya anochecía, escuchó que abrían la valla en la piscina -luego de que Annie cayese dentro, después de volver de casa del tío Uriele, Raffaele había hecho poner alrededor de la piscina una elegante, pero resistente, protección metálica. Gracias a ella, Anneliese podía andar libremente por el jardín, sin temer a nada-; miró sobre su hombro y se encontró con Angelo. Él, vistiendo únicamente bóxers, había recorrido toda la valla, dejando libre uno de los lados más largos de la piscina, ahí donde estaban acomodadas las tumbonas. Lo miró limpiar con la red las pocas hojas que flotaban en la superficie. Lo miró nadar tanto como los mosquitos, devorándola, se lo permitieron.

Cuando salió de su rincón, detrás del árbol, Angelo paró, frunciendo el ceño:

-¿Qué haces ahí, escondida? -eran las primeras palabras que le dedicaba, luego de ocho días. Luego de abrazarla, a media calle, a media noche, cuando volvían de casa de Raimondo.

Ocho días atrás, él había logrado llevarla a su recámara sin que nadie en casa sospechara de su borrachera. La había metido en su cama, le había quitado las sandalias, besado un pie, y... luego no volvió a hablarle más.

-No estaba escondida -Annie dejó la guitarra sobre una tumbona y tomó asiento en la misma; no importaba la cercanía con la piscina...: si Angelo estaba dentro, Annie no le temía-. ¿Por qué nadas en la oscuridad? -él no había encendido ninguna luz, tenía únicamente las decorativas, en los muros, que se activaban por sí solas al ocultarse el sol, y las interiores de la piscina.

-¿Por qué estabas escondida, en la oscuridad?

-Que no estaba escondida, estaba practicando -mintió. Alargó su mano hacia atrás y tocó la guitarra.

-¿Guitarra? -él sonrió de lado y se acercó a la orilla-. ¿Desde cuándo?

-Desde hoy -aceptó, y se quedó contemplándolo durante un rato.

Las luces, en el fondo del agua, hacían que su piel blanca y húmeda, adquiriera un resplandor plateado, sobrenatural... ¿o era su belleza la que lo hacía lucir casi irreal?

-Y... ¿qué tal te va? -siguió él. En su voz había algo..., como si intentara despertarla.

Anneliese temió que él se hubiese percatado de la manera en que lo miraba. Se sintió avergonzada, pero sólo por un momento, pues la invadió tristeza: ¿era así como él se sentía siempre, cuando ella lo descubría mirándola?

-No sé -se apresuró a decir, para no cortar su charla-. Mal. Muy mal, creo. Matteo dice que la «ahogo». Todo lo ahogo -arqueó sus cejas rubias y asintió, intentado parecer seria, antes de añadir-: Creo que es mi destino morir ahogada. Hazte a un lado, me ahogaré de una vez.

Angelo sonrió:

-No, por favor -le suplicó-. No podría volver a nadar aquí.

-Oh, gracias por tu preocupación -ironizó ella-. Igual no podría suicidarme: mañana tengo muchas cosas qué hacer.

-Bueno, si vas a hacerlo mañana, te podría recomendar un par de piscinas públicas.

-Gracias.

-¿Algún color en especial para tu ataúd?

-Rosa.

-¿Rosado? ¿No crees que se verá extraño? Es demasiado colorido para un funeral.

-¿Qué importa? -se encogió de hombros-. Es mi ataúd, seré yo quien lo use el resto de mi vida.

-En realidad, ya no sería vida.

Anneliese no se aguantó la risa. Extraña sus pláticas sin sentido. Hablar sólo por hablar con el otro.

-¿Cómo te fue en tu torneo? -quiso cambiar de tema. Quería seguir hablando con él y su suicidio no daba más.

-Segundo lugar -dijo, sin ningún orgullo, pero añadió, bromeando-: El otro era chino -aquel era un chiste que siempre hacía su padre cuando superaban a Angelo en cualquier cosa, así que no lo decía muy seguido y siempre resultaba gracioso.

Annie se rió:

-Qué mal -dijo ella, buscando algo más qué decir-. Y... los gemelos ya van a cumplir años. ¿Ya hay planes? Además de la fiesta de la abuela, me refiero.

Angelo se alejó de la orilla, impulsándose con los brazos hacia atrás.

-Lorena quiere algo simple, en el bosque -comentó, se quedó quieto y la miró sonriendo suavemente. Annie pensó en que él tenía una cara muy bonita-. Puedo conseguirte ositos de goma -se ofreció.

-¡Ay, basta! -se sintió avergonzada.

Cogió la guitarra nuevamente y fingió practicar la posición de los dedos; en realidad, sólo quería cubrirse con ella. Había sido un movimiento inconsciente.

-Va en la pierna izquierda -la corrigió él.

Annie lo miró arqueando sus cejas rubias.

-¿Eh? -¿de qué hablaba él?

-La guitarra -le explicó-. Eres diestra: debes apoyarla sobre tu pierna izquierda.

La muchacha dejó escapar un jadeó suave, de derrota: sí, Matteo la había estado corrigiendo toda la tarde con eso y, para ése momento, ya se le había olvidado.

-Además -siguió él-, necesitas una guitarra más pequeña. Ésa es demasiado grande para ti, por eso se te dificulta colocar correctamente los dedos sobre las cuerdas.

-¿Y tú qué sabes de guitarras? -lo retó ella.

Angelo tocaba el violín, no la guitarra -por insistencia de su padre, quien quería fotos de su niño sobre el escenario, Angelo se había presentado en el teatro, un par de veces, con la orquesta juvenil-.

-Un poco más que tú -aseguró él, modesto.

Lo miró salir de la piscina y secarse con una toalla -sus ojos azules recorrieron el cuerpo alto, masculino, atlético, de músculos jóvenes, que comenzaban a marcarse en cada movimiento-.

-Déjame sentarme -le pidió él, acercándose a ella.

Anneliese se hizo a un lado para que él pudiera acomodarse en la tumbona, le entregó su guitarra y, cuando él comenzó a tocar, ella no pudo evitar fruncir el ceño y abrir su boca suavemente, ¡¿desde cuándo él tocaba la guitarra?! Por algún motivo había creído que él estaba jugando y...

-¿Desde cuándo? -no pudo ocultar su desagrado. Creía saberlo todo de él.

-Cuando estuve en Londres -comenzó él; su música era suave, melódica-, en la academia, tenía una amiga; se llama Lowanna y me enseñó un poco. Acércate -le pidió.

Anneliese se quedó en su lugar. ¿Amiga? Sintió una punzada en el estómago. Angelo no tenía amigas. Las mujeres no buscaban su amistad. Ellas querían volverse la novia, la amante..., no la amiga. Se preguntó hasta dónde había llegado la «amistad» de esa Lowanna y su hermano.

-¿No quieres que te ayude? -preguntó él, ante el silencio de Annie.

-Perdón -se disculpó, le dio la espalda y se acercó a él.

Angelo le entregó la guitarra y la abrazó al acomodarle los dedos en la posición correcta. Annie no puso atención; estaba notando lo bonitos que eran los dedos del muchacho: largos, finos, masculinos y elegantes. La piel tan blanca, y húmeda en ese momento, le daban un toque de limpieza extra a sus manos y... Annie tuvo el deseo, casi inconsciente, de metérselos a la boca, uno por uno, y chuparlos, sintiendo su frialdad y su sabor.

-Trata de poner así los dedos -él interrumpió sus insanos pensamientos-. Así.

Una vez más, Anneliese se desconectó de este mundo. Estaba pensando en que su espalda rozaba el pecho húmedo del muchacho, y en que sus manos heladas tocaban las suyas. Se preguntó si él había deseado alguna vez eso, abrazarla por la espalda y coger sus manos mientras... se lo hacía. Los visualizó justo ahí -había sido algo involuntario y completamente vívido-, desnudos, ella arrodillada sobre la tumbona, sintiendo su piel húmeda y fría, moviéndose despacio, dentro de ella.

Angelo acomodó, tres veces, los dedos de su hermana sobre las cuerdas, antes de darse cuenta de que ella no estaba prestándole siquiera atención. La soltó entonces, despacio, y se alejó.

-Pues así van los dedos -carraspeó, suave-. Inténtalo de esa manera -le aconsejó.

Cogió su toalla, se la echó a un hombro y entró a la casa.

Anneliese se quedó un rato más ahí, sintiéndose estúpida. ¿Qué acababa de hacer? ¿Qué estaba pasando con ella? ¿Por qué estaba haciendo eso?

Si Angelo sentía por ella, lo que ella pensaba..., o cualquier otra cosa que sintiera -lo que fuera-, era muy obvio que intentaba alejarse. ¿Por qué, entonces, ella estaba buscando su contacto? Se sintió tonta por lo que acababa de hacer -y aún más por lo que había pensado: él era su hermano, no un simple muchacho al que podía dejar de ver y ya-. Intentó disculparse a sí misma, diciéndose que era imposible saber que alguien como Angelo Petrelli estaba cautivado por una mujer, y que ésa mujer no se sintiera especial por ello y hasta seducida, incluso.

Luego de todo, se trataba de Angelo.

* * *

«¿POR QUÉ ESTÁ PROHIBIDO EL INCESTO?»

.

Buscó Anneliese en Google. Eran las tres de la mañana y ella seguía despierta -no podía dejar de pensar en sus padres..., y en Angelo-. Se suponía que debía hacer la reseña para NOSOTROS, HOY, pero cada libro que elegía le parecía inadecuado, así que borraba las pocas -o muchas- líneas que llevara, y comenzaba de nuevo. Al final, de alguna manera, terminó tecleando ésa pregunta que había rondado su mente por horas -desde que Angelo la dejó sola, en la piscina-.

Leyó en la vista previa el contenido de las opciones que el explorador le recomendaba, y eligió la tercera. El artículo de esa página -que había resultado pertenecer a una revista de cultura-, comenzaba con una breve explicación de lo que era el incesto, después, daba una lista de las posibles causas por las que estaba prohibido en casi todas las sociedades y épocas.

Luego decía, en «Causas Biológicas», que el incesto favorece las enfermedades recesivas al no ofrecer una amplia variedad de genes de los cuales elegir. Pero también decía que para heredar dichas enfermedades sólo hacía falta que el genoma coincidiera, y para eso, no era necesario ser parientes.

«Pues sí -meditó Annie-, si sólo debido al incesto se heredaran enfermedades, sólo habría gente sana. Además..., Angelo y yo no somos hermanos biológicos».

El sitio web también señalaba que, para que existiera un desgaste del genoma, debía existir endogamia durante varias generaciones; es decir, que se repitiese el incesto una y otra vez. Pero, ¿cómo podían objetar esto en la antigüedad, si el antecedente de la prohibición precede a ninguna observación médica o científica? Siguió leyendo...

Decía en «Moral y Ética» que, las investigaciones aseguraban que la prohibición del incesto es mucho más antigua que ninguna religión conocida, y los expertos lo resumían al intercambio: en toda sociedad, el intercambio de bienes o servicios es indispensable y mucho más lo era en la antiguedad. Por ejemplo: cuando dos grupos de nómadas necesitaban unirse para su supervivencia, intercambiaban mujeres para estrechar lazos y ganar confianza, convirtiéndose así en un único grupo más fuerte y mucho mejor preparado para enfrentarse a medios hostiles; la prohibición de la endogamia comienza con la necesidad de tener mujeres disponibles para el intercambio, y la tradición continuaba con la evolución de la civilización, pero ya luego persiguiendo objetivos económicos.

«O sea: evitaban tomar, como mujeres, a sus hermanas y otras parientes para poder intercambiarlas luego, como garantías. Como objetos», reflexionó Anneliese -más tarde, se llevaría una horrenda sorpresa al descubrir que la mujer no sólo era intercambiada, sino vendida y, por ello, los padres querían hijas vírgenes: ofrecían más animales y herramientas de trabajo, por ellas. La mujer era una moneda-.

Decidió ir directamente a la parte que hablaba de los casos de incesto permitido. Decía que, en el siglo XIX, era común que la aristocracia europea tomara por esposas a familiares cercanos, quedando exceptuadas las madres y hermanas mayores, misma prohibición que seguían en el Japón feudal, pero no en el imperio Inca, donde el incesto entre hermanos era no sólo aceptado, sino deseado, pues así ponían un heredero «puro» en el trono.

«Hum... Parece que sólo a la gente privilegiada se le permitía disfrutar de esto» pensó Anneliese..., y no se dio cuenta de que utilizó la palabra disfrutar.

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Los nombres de Uriele y Raffaele, se pronuncian con la E al final.

¡Gracias por leer!

Un abrazo.


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