Siempre mía

By CaroYimes

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Pobre Joseph, alguien debió advertirle que se estaba equivocando al contratar a Lexy como su nueva secretaria... More

1. Cuatro patas
2. Las mentiras de la novia
3. No confundas las cosas
4. Cuerda floja
5. Mordiscos
6. Debajo de la mesa
7. A jugar
8. Verdad que quema
9. Morir y no florecer
10. Desaparecida
11. Preocupado
12. Lo que Storni quiere
13. Íntimo
14. Adorable
15. Segundas oportunidades
16. Primera vez
17. Conmigo
18. Lo que quieres
19. Mundo pequeño
20. Protector, héroe y algo más
21. Polos opuestos
22. Encuentros matutinos
23. Enfrentamientos y amenazas
24. Tan todo
25. Primeros sentimientos
26. Bien y mal
27. Vivir sin vivir
28. Cansada de esperar
29. Sin criticar
30. Los dramas de Lexy
31. Mango
32. Juegos y expuestos
33. Vergüenza y hombres enamorados
34. La flameante Anne Fave
35. Un castillo para una princesa
36. De bestia a enamorado
37. El miedo y el amor
38. Advertencia
39. Nuevos caminos
40. Renunciar
Noticia
41. Su chica
42. Mentirse a uno mismo
43. Piensa en ti
44. Las prácticas de Storni
45. Los sentimientos de Storni
46. El camino correcto
47. La familia Bouvier
48. Salvador
49. Indestructibles
51. Tres cosas
52. Perfecta despedida
53. Flores y sorpresa
54. Ataque
55. Buscando lo que quema
56. Silenciosa venganza
57. Cuerpo y alma
58. La distancia como prueba de amor
59. Cumpleaños
60. Esa cosa que llamamos amor
61. La transparencia de la relación
62. El apoyo
63. Mía, pero libre
64. La celebración
65. El cobro
66. Despertando deseos
67. Tequila
68. Mimi
69. Las vueltas de la vida
70. Replanteando el futuro
71. La verdad sale a la luz
72. Egoísta
73. Sacrificios
74. Florecer para no marchistarse otra vez
75. Alivio
76. Nueva oportunidad
77. Boda
78. Hogar y casualidad
79. Lo que tiñe las sábanas
80. Destinos
Capítulo final: Los buenos se levantan
Epílogo: Florecerá la alegría en compañía del amor
Epílogo: Avanzar juntos
Extra. Las heridas
Extra. Los hijos

50. La debilidad de Joseph

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By CaroYimes

Joseph condujo bastante intranquilo hasta la propiedad que compartía junto a su hermana, las manos le seguían temblando después del enfrentamiento y estaba seguro de que necesitaba unos cuantos sorbos de tequila para apagar la ansiedad que sentía tras el enfrentamiento con la familia Bouvier.

Lexy continuaba sumida en una profunda amargura que a él no le simpatizaba y anclada sentimentalmente a ese lugar que ella llamaba hogar, donde había recibido el peor de los castigos y peor aún, proveniente desde sus propios padres, esas personas que, muy por el contrario, solo deberían transmitirnos serenidad y afecto.

El recibimiento de Emma fue el esperado y se mostró feliz de tener a Lexy en casa. Chachareó descontroladamente mientras organizó una larga lista de planes e ideas que se le venían a la cabeza ahora que iba a tener a una compañera femenina las veinticuatro horas del día y los siete días de la semana.

—No tienes idea de lo aburrido que es vivir con Joseph —resopló la joven Storni y se apoyó en el umbral de la puerta, mirando a Lexy con ansiedad—. Podríamos hacer fiestas de pijamas con mis amigas: música, tequila, sal y limón; y podemos hacer karaoke en las noches, fiestas de piscina y...

—Emma, no —intervino Joseph, cargando la maleta de Lexy por el pasillo de su hogar—. Déjanos a solas, por favor —pidió con una dulce voz y se plantó frente a Lexy, quien seguía desarmada en un diván que Joseph poseía en una de las esquinas de su dormitorio.

Emma asintió con mueca de desagradado y le dedicó un simple gesto a su hermano, continuó con su nueva compañera y se marchó a paso lento, tarareando una canción que Lexy había escuchado anteriormente: "Se ha roto esta cosa frágil y no puedo, no puedo recoger los trozos... me siento tan destrozada y abandona, que sólo quiero decírtelo para que lo sepas...".

Joseph ahogó un suspiró conforme negó con la cabeza.

Amaba la voz de Emma repercutiendo por todos los espacios de su hogar, era como la risa de los niños: alegre, divertida y contagiosa; también lo llenaba de colores tornasoles y le quitaba esa frialdad que a él tampoco le gustaba, pero a veces, y de seguro por su notoria inmadurez, entonaba cosas que no venían al caso.

—Cree que estoy destrozada y que soy frágil —jugó Lexy de buen humor y Joseph volteó para mirarla con consternación.

—Tal vez, pero no estás abandonada, ¿vale? Yo estoy aquí y no voy a ir a ninguna parte —protestó él con espanto y Lexy contuvo una carcajada que ahogó con un suspiro que a Joseph le gustó.

—Te voy a preguntar algo ridículo, pero quiero que respondas con sinceridad —siseó Joseph y se arrodilló frente a ella para mirarla a los ojos y tenerla cerca. Lexy asintió con la cabeza—. ¿Quieres compartir la cama conmigo o prefieres tener privacidad? —preguntó con prisa y como nunca, nervioso y descontrolado, continuó—: Si eliges privacidad no creas que me voy a enojar, para nada, quiero darte todo lo que quieras y necesites, Lexy. Y sí prefieres tener tu espacio hasta que nos acostumbremos uno al...

Tuvo que guardar silencio cuando Lexy le cubrió la boca con sus dedos, apretándole los labios para silenciarlo. Resultaba tan nervioso que a Lexy le parecía adorable.

Lo pensó pocos segundos, mientras miró a su alrededor con una mueca de asentimiento.

—No quiero dormir sola —respondió ella con susurros, había gritado tanto antes que la garganta le quemaba—, no podría dormir en otra habitación sabiendo que estas aquí y que no puedo disfrutarte —contestó por fin y carraspeó antes de continuar—: Y lo voy a dejar claro antes porque no quiero problemas: quiero que me abraces para dormir, que me acaricias hasta que te quedes sin dedos y que compartamos el armario —exigió con poder y a Joseph le gustó verla así, fuerte, decidida, aunque fuera con cosas tan simples.

—Ya te dije, mi amor, todo lo que tú quieras —respondió él, dócil y enamorado.

Organizaron el dormitorio en cuestión de minutos, entre carcajadas y bromas divertidas, donde se descubrieron tan completos que sintieron que cada uno era la pieza faltante de su propio rompecabezas.

La habitación dejó de parecer de soltero atractivo y pasó a ser el dormitorio de una pareja común. Era fácil divisar las pertenencias de Lexy destacando con poderío, como sus zapatillas deportivas y su portátil blanca llena de pegatinas de flores y corazones. Era imposible negarse a ello y para la buena suerte de Joseph, sus cosas combinaban a la perfección entre sus muebles y muros desabridos, esos que ahora brillaban coloridos y todo gracias a Lexy Antonieta.

Emma preparó la cena y los invito al comedor, comportándose madura y educadamente, cosa que a Joseph le pareció admirable.

—¡¿No se despidió?! —preguntó Emma con exageración cuando Lexy le dijo que su madre no se había despedido de ella y ni le había deseado buena suerte en su nuevo camino.

—No, no lo hizo. —Cogió la lechuga para sazonarla y se mimetizó a la perfección con la cocina—. Ni siquiera estaba cerca cuando salimos de la casa.

—Bueno, ella se lo pierde —alegró Emma y la apretujó en un abrazo sorpresa.

Lexy se quedó helada y perpleja ante el gesto cálido de la hermana de Joseph y se tocó los dedos con nervios.

—Perdón —siseó Emma con timidez—. A veces se me van las manos —continuó y le dedicó un cariñoso gesto que a Lexy la obligó a sonreír.

Había pasado mucho tiempo desde que se había sentido querida.

—Me hubiera encantado tener una hermana —contestó Lexy y siguió con la lechuga—. Pero soy hija única y mis padres viven en su mundo...

—Bueno, ya sabes —jugó la rubia—. Debes tener muchos hijos con Joseph, así ninguno se sentirá solo —continuó y las dos se echaron a reír con gracia.

—No hablen de hijos, por favor, Lexy no pasa ni los veinticinco y ya la quieres hacer madre —importunó Joseph, entrando a la cocina con un rostro que a Lexy la enamoró otra vez.

Cuando sus padres hablaban de hijos y del futuro que la esperaba junto a Esteban, al mismo se le deformaba la cara, parecía que se enfermaba cada vez que mencionaban pañales, biberones de leche y llantos nocturnos, no así Joseph, quien se había iluminado y relumbrado desde su posición con mirada picante.

—¿Supongo que ya conoces la mayor debilidad de Joseph? —preguntó Emma, mirando a Lexy, conforme le entregó la ensalada rusa a su hermano para que la llevara al salón.

—No, Emma, no hables de esas cosas... —importunó Joseph, nervioso e incómodo.

—No, no conozco su debilidad —siguió Lexy y cargó las servilletas y la pimienta.

—Los bebés —contestó Emma sin importarle lo que Joseph fuera a decirle y se sonrojó cuando Lexy lo miró con grandes ojos—. Ve un bebé y no puede contener esa actitud de Hitler que tiene —dijo con gracia y Lexy se echó a reír con asombro.

"De la puta madre, nos fuimos a hacer bebés como si esto fuera una fábrica" —. Molestó su conciencia y aunque a Lexy le pareció divertida la idea y muy buena, por primera vez y con seriedad, pensó en su futuro, ese que la esperaba para sacar lo mejor de ella.

"Sí, amiga, perdón, es que las hormonas se me revolucionan. ¿Te imaginas a este macho alfa pecho peludo con un bebé en los brazos?" —. Siguió su conciencia, jugándole una mala pasada.

—Sí —contestó en voz alta y los ojos brillantes; los hermanos Storni voltearon a mirarla con rostro de interrogante—. Sí, sí... —titubeó nerviosa y se puso pálida—. Debe ser interesante ver como pierde la compostura con un bebé —afirmó después y caminó huyendo a la sala, con las mejillas rojas producto de la vergüenza.

Acomodó lo que llevaba en las manos encima de la mesa y esperó a que los hermanos Storni se unieran a ella para empezar a cenar. El reloj casi marcaba las ocho de la noche y ellos se reunieron a la mesa como una familia, solo que más jóvenes y risueños.

Charlaron hasta las nueve de la noche, cuando Emma creyó que ya era hora de limpiar la cocina y prepararse para la nueva semana que la esperaba. Se había inscrito en clases de canto y piano y debía tener un buen descansar antes de someterse a tanta tensión.

Por otro lado, Lexy y Joseph se quedaron en la mesa y compartieron unas cuantas horas más sobre su nueva semana, esa que presentaría cambios importantes en sus vidas.

Joseph le explicó a Lexy su nuevo trabajo y le habló del puesto que la esperaría para el lunes a primera hora. Se basó en la experiencia qué había tenido antes como practicante y el brindó buenos consejos a la joven que lo miraba con admiración.

Ella se mostró impaciente por comenzar y se soltó en la conversación cuando la confianza la embargó por entero.

Joseph le resultaba el hombre más inteligente que había conocido jamás, además de empático y comprensivo. Todas sus dudas fueron solucionadas y no tuvo miedo de su nuevo camino, ni siquiera cuando supo que Anne Fave sería su entrenadora por los primeros tres meses.

El hombre le explicó con desenvoltura lo profesional que la Sra. Fave resultaba y sí bien las mujeres se habían enfrentado antes, él estaba seguro de que Fave mantendría la cabeza fría y los pensamientos claros referentes a las proyecciones de la empresa, esa que estaba enfocada en potenciar las nuevas carreras de sus practicantes.

Para la suerte de Lexy, el horario como practicante le exigía pasar menos horas en la oficina y tener más tiempo libre para ella. Por otra parte, para la mala suerte de Joseph, su nuevo puesto como jefe zonal, le exigía pasar más horas pendiente del trabajo y de todos los colaboradores, además de esforzarse el triple de lo que ya había hecho antes. Tenía que adaptarse a los nuevos cambios en menos de una semana y tomar las riendas del asunto con prisa y así también el agitado ritmo que tendría.

Lexy fue comprensiva cuando su novio le explicó que tal vez solo se verían en las mañanas, en las noches y los fines de semana, y sí bien Joseph esperaba una negativa por parte de la inexperta muchacha, ella fue colaboradora y muy simpática mientras se organizaban en su diario vivir, ese que ahora enfrentarían juntos, como una pareja normal.

La conciencia de Joseph no pudo evitar salir a flote en ese momento tan maravilloso al que el hombre se enfrentaba y como siempre, empezó y terminó comparándola con Laura, su antigua novia, esa que no había sido una mujer mala en sus primeros años de relación, pero sí muy tóxica cuando él había encontrado el éxito dentro de Open Global.

"Si Lexy se hubiera cruzado en nuestro camino desde el primer día que pisaste Open Global, ahora estarías en el puesto de Bustamante". —Fue lo primero que su conciencia le recalcó, ese puesto al que Joseph siempre había aspirado, pero por su falta de estudios y experiencia, se había visto forzado a escalar desde cero.

Joseph carraspeó nervioso cuando el teléfono de la muchacha timbró y ella se tomó unos minutos para revisarlo, todo bajo los curiosos ojos de su novio.

"Laura nunca nos dejó llegar tan alto, nos cortaba las alas todos los días" —. Continuó la odiosa de su conciencia y Joseph no la calló, necesitaba recordar lo negativo de su relación para no echar a perder las cosas con Lexy, con esa joven dócil con la que empezaba a proyectarse en un futuro brillante—. "Si Laura no nos hubiera chupado todos los ahorros, ahora tendríamos más capital y podríamos tener nuestra propia empresa de telecomunicaciones. Puedo sentir a Lexy como una mujer simple y no derrochadora, así que creo que llegaremos alto a su lado"—. Continuó y se sintió apoyado por su conciencia, esa que a veces estaba allí para recordarle lo malo, pero también lo bueno.

—Es mi padre, dice que está preocupado.

—¿Quieres llamarlo? —preguntó tranquilo y Lexy apretó la boca, ardua—. Si quieres hablar en privado, puedo ir a organizar el cuarto de baño para que tomemos una ducha antes de acostarnos —explicó él, siendo tan comprensivo como siempre. Lexy negó con la cabeza y los ojos cargados de tristeza—. Mi amor, él dijo que sería bueno escuchar tu voz de vez en cuando y comparto el mismo sentimiento —continuó y se levantó desde su silla para dedicarle un beso en la frente y marchar, dejándola a solas para que pudiera hablar con su progenitor.

Lexy contuvo un suspiro y se rindió ante la dulzura de Joseph, ese que estaba allí para alentarla y aconsejarla en tan duro momento. Y es que siempre esperas separarte de tus padres del modo correcto, diciéndoles adiós con un apretujado abrazo y que ellos te deseen suerte en tu nuevo camino, pero definitivamente ese no era su caso. Había tenido que abandonar su hogar en las peores condiciones, humillada, maltratada y muy desanimada, pero Joseph estaba para recordarle que no todo era tan oscuro como ella lo sentía.

Tomó el teléfono entre sus manos e inició la llamada, pero al cabo de unos pocos segundos y después de un primer timbrazo, se arrepintió y colgó rápidamente para que su padre no pudiera contestar.

Jadeó ansiosa y sintió como las manos le sudaban y como las piernas le tiritaban. Tenía miedo y aún no descubría porqué.

¿Qué había ocurrido? ¿Cómo era posible temerle a su propio padre? De seguro había sido la mirada de odio con la que la detallaba mientras la verdad —manipulada por Esteban— se revelaba o el golpe que le había dedicado en la cara —y por primera vez— sin ser consciente de sus sentimientos.

—No, no... —siseó temerosa cuando su padre le regresó la llamada y se obligó a contestar, porque Joseph tenía razón, él estaba allí para defenderla y cuidarla y estaba bajo su protección. Nadie iba a tocarla otra vez—. Hola.

—Lexy, que bueno escucharte —oyó en silencio al otro lado de la línea y sin saber cómo, le respondió a su padre con un frío "ajá", a lo que el hombre continúo—: Escúchame, hijita, tu madre quiere hablarte, por favor, escúchala, está muy nerviosa —suplicó y escuchó la voz de su madre de fondo.

No contestó a las solicitudes de su padre, ese que le rogaba con la voz más amarga que nunca. Un sonido se oyó a través de la línea y algunos sorbetes de mocos también.

—Le-Lexy —titubeó su madre al otro lado de la línea y aunque ella aún no contestaba, la mujer se rompió a llorar entre suspiros ahogados y palabras que la jovencita no logró entender—. Perdóname, Lexy, me he ganado el título de la madre más desdichada de todo el mundo —siseó cuando se recuperó y se limpió los mocos con ruidos graciosos; a Lexy se le llenaron los ojos de lágrimas—. Los padres de Esteban estuvieron aquí hace un rato, con sus hermanas y una de ellas nos confirmó lo que él estuvo haciéndote todo este tiempo —jadeó ansiosa y Lexy puso atención a sus palabras, también al nudo que se le formaba en la garganta—. ¡¿Por qué no me lo dijiste?! —exigió saber, pero la joven no alcanzó a contestar—: No confías en mí, ¿verdad?

—¡Claro que no, mamá, te la pasaste todo un año insistiendo en que me casara con él, armándome un futuro que yo no quería! —contestó rabiosa y al otro lado de la puerta de la sala, Joseph escuchó atento lo que la joven decía.

No era que se le diera muy bien escuchar detrás de las puertas, pero necesitaba estar allí, apoyando a la mujer que quería, preparándose para luchar sí es que una batalla se aproximaba.

—Me pegó bajo tus propias narices y estabas tan pendiente de sacarme de la casa, de alivianar los gastos, que querías que me fuera, ¡admítelo! —auscultó; Joseph abrió enormes ojos cuando escuchó la voz poderosa de Lexy, de pronto ya no estaba débil ni sumisa, sino a la defensiva, como una leona cuidando de su territorio y aunque jamás la había escuchado así, le gustó, le encantó y le robó una silenciosa carcajada—. Sabes, no quiero hablar de esto por teléfono, mañana le diré a Joseph que me lleve con ustedes y así podremos arreglar esto de una vez.

La muchacha guardó silencio algunos segundos y escuchó por la línea, Joseph apegó la oreja más a la puerta, pues no sabía si estaba susurrando o escuchando lo que su madre le decía.

—¡No, madre, Joseph es MI novio! ¡MI novio! Y no, no me paga para que me acueste con él —chilló la muchacha y Joseph se sintió triunfante del modo en que la jovencita lo defendía, pero toda la gracia se acabó cuando sus ojos se encontraron con su hermana, quien lo observaba seria desde el umbral de la puerta de la cocina, con los brazos cruzados sobre el pecho y una posición rígida—. ¡Tienes que dejar de ver tanta teleserie del medio oriente y pensar con coherencia, mujer! —gritó rabiosa y luego se echó a reír. Joseph quiso decir algo, pero la charla de Lexy con sus padres estaba más interesante que la mirada de oído con la que su hermana lo miraba—. Mamá, no te preocupes, estoy bien. Joseph y su hermana me cuidan muy bien. Ya cené y ahora iré a la cama...

Emma suspiró y le levantó el dedo del medio a su hermano antes de marchar y por el corredor poco iluminado le gritó:

—¡Maniático!

No quiso responder a sus palabrerías y se contuvo la rabia, porque en el fondo era verdad, estaba siendo un maniático con Lexy y es que lo único que le importaba era cuidarla, protegerla y mimarla. Anhelaba entregarle todo eso que ella merecía y que jamás recibió por el egoísmo ajeno, ese que a veces nos ciega y nos lleva a cometer errores enormes.

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