⋅Ataraxia⋅ ||PAUSADA||

By liiilx_097

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"En una noche de luna llena, En el verano de 1960, una mujer caerá gravemente enferma corriendo peligro la hi... More

Prólogo
Capítulo I
Capítulo II
Capítulo III
Capitulo IV
Capítulo V
Capítulo VI
Capítulo VII
Capítulo VIII
Capítulo IX
Capítulo X
Capítulo XI
Capítulo XII
Capítulo XIII
Capítulo XIV
Capítulo XV
Capítulo XVI
Capítulo XVII
Capítulo XVIII
Capítulo XIX
Capítulo XX
Capítulo XXI
Capítulo XXII
Capítulo XXIII
Capítulo XXIV
Capítulo XXV
Capítulo XXVI
Capítulo XXVII
Capítulo XXIX

Capítulo XXVIII

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By liiilx_097


Finales de mayo de 1973

La mujer de cabello rojizo corría con un bulto no muy pesado en sus brazos, atravesando el bosque de pinos el cual me resultaba ligeramente familiar.

Al instante, vi como la mujer se sacaba del cuello el misterioso y brillante medallón dorado con algo grabado en una de sus caras y lo dejaba junto al bulto que llevaba encima.

Y después la deslumbrante luz verde y el intenso e insoportable dolor que se acumulaba en mi cabeza como una advertencia.

Me incorporé de golpe, con la respiración agitada y el sudor recorriendo todo mi cuerpo.

Ya ni estando enferma podía dormir tranquila.

Durante los últimos meses, desde que apareció el medallón cuando volví a revivir el sueño en la clase de historia del señor Binns, el mismo sueño se había estado reproduciendo en mi cabeza con más frecuencia, casi todas las noches, como un recordatorio, una señal de que no tenía que olvidarlo pasará lo que pasará.

Como si fueras a hacerlo, si ya lo has soñado mil veces.

Daban igual los hechizos, pociones y remedios que leía de los libros de la biblioteca e intentaba replicar para reprimir el efecto de los sueños en mi cuerpo, seguían apareciendo y quitándome el sueño.

Y últimamente, con el insomnio, el estrés por los exámenes finales y el dolor que se extendía por mi cerebro cada vez que soñaba eso, estaba muchísimo más vulnerable mentalmente. Era casi incapaz de estar concentrada y evitando la intrusión de emociones durante muchas horas, y acababa completamente agotada cada día.

Y de esa manera es como he acabado enferma y en enfermería, casi sin poder moverme de la cama por vértigos, mareos y dolores en todo el cuerpo.

Intenté tranquilizarme y respirar hondo, tal y como me había enseñado madame Pomfrey. Según ella, a veces me daban… eh… ¿Qué era?

Ataques de ansiedad.

¡Ah sí! Eso, y me dijo que tenía que comenzar a controlarlos por mí misma. Aunque también la escuché murmurar que era muy joven para tener ese tipo de ataques, pero si supiese la cantidad de información emocional que podría llegar a pasar por mi mente cada minuto, lo entendería.

La cosa es que no lo sabe.

Obviamente no lo sabe.

Estando ya completamente calmada y viendo que Madame Pomfrey no estaba en la enfermería y la tenía entera para mí solita, decidí que era un buen momento para sentarme en el alféizar de la ventana para que me diera el aire y pintar un rato. Me levanté con cautela, sosteniéndome con la ayuda de la cama, y con torpeza conseguí dar varios pasos seguidos sin caerme al suelo. Cuando estuve totalmente segura de que no me tropezaría, cogí mi cuaderno y mis lápices de dibujo, me senté y abrí un poco la ventana, dejando que la brisa entrara a la estancia.

Abrí la caja de colores y comencé a pintar el paisaje en un folio en blanco. Comencé a pintar el atardecer con colores cálidos y el lago Negro, el cual reflejaba los mismos colores que el cielo. A pesar de que ya no daban los rayos del sol, y la iluminación había cambiado, continúe pintando las montañas de los alrededores conforme a la tonalidad del cielo y…

¿Madame Pomfrey?

Me fijé con atención en las dos siluetas que se alejaban hacia el sauce boxeador. Sin duda una de ellas era Madame Pomfrey, con su larga túnica y su característico peinado, pero iba acompañada de un muchacho alto, seguramente de segundo o tercer año, el cual no pude reconocer.

Que raro, ¿por qué se dirigirán ir al sauce boxeador?

¿Para qué les peguen una paliza, tal vez?

Ja, ja, que graciosa.

¿Estás usando sarcasmo conmigo?

Sí.

Seguí observando desde la ventana con precaución. Vi como ambos se acercaban peligrosamente al Sauce boxeador y este se alertaba, moviendo sus ramas de un lado para otro. Hasta yo misma era capaz de percibir su ferocidad desde la enfermeria. Estuve a punto de cerrar los ojos ante el desastre que se avecinaba.

Pero lo sorprendente fue que no sucedió ningún desastre.

Madame Pomfrey sacó su varita y formuló un hechizo que hizo que el árbol se calmase por completo y diera a conocer una madriguera demasiado grande como para un conejo.

Un pasadizo.

El muchacho le dio un breve abrazo a Madame Pomfrey, y al instante entró a gatas por el pasadizo hasta desaparecer por completo. Madame Pomfrey se alejó del árbol, y agitando su varita, devolvió al árbol su estado normal. Al asegurarse de que el árbol estuviese en modo defensivo, dio media vuelta y se dirigió hacia el castillo.

¿Qué narices acabo de ver?

Que el árbol boxeador escondía algo tal y como decía Pandora.

Me quedé completamente impactada mientras un sentimiento de curiosidad florecía en mi interior. Necesitaba averiguar quién es la persona que ha entrado al pasadizo y por qué. Tenía un mal presentimiento.

Eres una cotilla.

Tal vez, pero el mal presentimiento no se me va a quitar sin averiguarlo.

La puerta de la enfermería se abrió velozmente, sin darme apenas tiempo para moverme del lugar en el que estaba, y evitarme la regañina de Madame Pomfrey en tres, dos…

— ¡Pero, Iria! ¡Qué haces levantada!

— Pues… — dije, girándome en su dirección hasta que frené en seco. No venía sola.

— Déjate de excusas y acércame el cubo de la mesilla, que el pobre Severus no deja de vomitar babosas.

No me fastidies, esto es maravilloso.

Reprimí una risotada y me centré en el cubo que tenía que coger. Notando ya el cansancio en mi cuerpo y el agobio, el asco y el malestar que sentía Severus en ese momento, me tropecé y casi caí al suelo al chocarme con una de las camas, ganándome una mala mirada por parte de Madame Pomfrey, la cual estaba ayudando a Severus a acostarse en la cama contigua a la mía mientras que esté seguía vomitando babosas. Cogí el cubo, y arrastrando los pies debido a mi agotamiento, conseguí llegar hasta Madame Pomfrey.

— Iria, acuéstate. — Al terminar de acostar a Severus, cogió el cubo de mis manos, se lo dió y enseguida se acercó a ayudarme a tumbarme en la cama. — Ni se te ocurra levantarte más en lo que queda de día. — La señora Pomfrey se dirigió hacia su carrito de medicinas, y tras mezclar y añadir varias cosas en un vasito, me lo tendió en la mano y me lo tomé de un solo trago. — Ahora a descansar los dos, lleváis un día muy largo por delante.

Tras decir esto, Madame Pomfrey recogió un par de babosas del sueño, y organizó un par de cosas de su carrito de medicinas. Con su varita, disminuyó la intensidad de las luces y cerró suavemente las puertas, dejándonos a Severus vomitivo y a mí completamente solos.

_________________________________

Habían pasado ya varias horas desde que madame Pomfrey se había ido, y aún no había podido dormir.

Eso te pasa por dormir durante todo el día.

Además, durante las últimas horas Severus no había dejado de dar arcadas y vomitar babosas viscosas, y el asqueroso sonido que acompañaban dichas acciones no es que fuese muy agradable.

Aburrida ya de intentar dormir, y de intentar percibir si Madame Pomfrey se pasaba por aquí, decidí acabar con mi parte racional y entablar conversación con mi amigo el señor vomitador de babosas.

Eres horrible para los apodos.

Déjame.

— ¿Qué has hecho para acabar así, Severus? — pregunté, sin dirigirle la mirada. Sabía que en cuanto lo mirara me reiría, y si me reía se ofendería y no hablaría, y como estaba muerta del aburrimiento, mejor que no me riese de él.

— Los imbéciles de tus amigos me han… — puso una mueca extraña, y soltó otra arcada en el cubo a medio llenar de babas y babosas — ...hechizado para que vomite bab…

No le da tiempo ni de terminar la frase.

— ¿Pero quién te ha hechizado? — pregunté, dirigiéndole la mirada. Tenía el rostro pálido y las ojeras muy marcadas debido al agotamiento.

— Peter. — respondió con odio y repulsión.

Venga ya, si Peter le ha hecho algo es porque se lo merece.

—¿Qué le has hecho? — fruncí el ceño. Para que Peter reaccionase así, algo muy malo tendría que haberle hecho.

—¿Yo? Nada que justifique…

— No me des excusas ¿Qué le has hecho? — dije esta vez, con un tono más amenazante que el anterior. Durante una fracción de segundo, vi como se aterrorizaba, pero consiguió disimularlo a través de su rostro.

Lástima que a ti no te pueda engañar con eso.

— Le tiré una de sus figuritas de su juego de ajedrez al suelo y se rompió. — admitió, sin darle importancia.

Seguí mirándolo, con los brazos cruzados y con mala cara. Había algo más que no me quería contar, lo sentía.

— También puede ser que le dijese un par de cosas…

Acercó su cara al cubo de nuevo y comenzó a vomitar como si no hubiera un mañana. Lo observé, con cierta compasión, pero desvíe mi atención hacia otra cosa.

A lo lejos, percibí a varias personas que se sentían de la misma manera: nerviosos, agitados y asustados. Poco a poco, sentí como esas personas se acercaban, provocando que esas emociones se intensificaran aún más.

Ni se te ocurra.

Tarde. Ya he tomado una decisión.

Eres tonta.

Puede, pero mi curiosidad me puede y voy a investigar igualmente.

— Pues entonces, siento tener que decirte esto pero, — me levanté de la cama con una velocidad asombrosa para el estado en el que me encontraba y le di varias palmaditas en el hombro a Severus. — Te lo tienes un poco merecido.

Dicho esto, cogí mi varita de la mesilla de noche y me encaminé hacia la puerta.

— ¿Y tú a dónde… vas?

— No te importa.

— Se lo voy a…

— Como digas algo — interrumpí — a lo mejor invento una poción sin antídoto para que te haga vomitar babosas hasta que te deshidrates.

Auch, golpe bajo.

Severus, aterrorizado y con un poco de rencor, asintió con la cabeza, confirmándome que lo había comprendido.

_________________________________

Cerré la puerta con cautela y miré a un lado y a otro. No había nadie, pero sentía como las emociones de varias personas se acercaban a mi, y no era capaz de ver nada.

Hombre, si estás en medio de un pasillo a oscuras normal que no veas nada.

Decidí encaminarme hacia una de las salidas del castillo y observé el exterior. Estaba a punto de amanecer y la luna llena brillaba durante su última hora con mucho esplendor, pero no ha I nadie cerca, y aún así, seguía percibiendo como ese cúmulo de emociones se acerca a peligrosamente hac…

¡AUCH!

Caí al suelo estrepitosamente al chocarme con algo que no estaba antes de que pasara por allí.
Aun entumecida, me levanté con cierta dificultad y observé la causa de mi caída con estupefacción.

Era James, Sirius y Peter.

— Pero… ¡¿QUÉ HACÉIS… — Una mano en mi boca interrumpió mi mensaje.

— ¡Shhhhh!

— ¡Te quieres callar! — susurró James, bastante alterado.

— ¡No! ¿Qué hacéis aquí? ¿No se supone que deberíais de estar dormidos? —pregunté, bastante molesta, apartando la mano de Sirius de mi cara.

— ¿No se supone que tú también deberías de estarlo? — replicó James, señalandome.

— ¡Callaros los dos! ¡Esconderos aquí o nos verán! — Susurró Sirius, el cual se había escondido junto a Peter detrás de un arbusto situado justo al lado de la puerta. Sin rechistar ambos corrimos y nos agachamos junto a ellos.

— Vale, antes de nada. ¿Por qué estás tú aquí? — me preguntó Peter, con una expresión seria.

Piensa rápido.

— Eh… Estaba buscando a Madame Pomfrey. Severus no deja de vomitar babosas y no puedo dormir.

— ¿Todavía perdura el hechizo? — preguntó James. Asentí. — Peter, eres todo un máquina.

— ¡Gracias! — agradeció este, sorprendido.

— Y ahora, ¿Qué hacéis vosotros aquí?

— No encontramos a Remus.

— Qué… Espera, espera, ¿Me estás diciendo que el más responsable de vosotros cuatro ha desaparecido?

— Eh, si, digamos que sí.

— Maravilloso…

Esta situación me está gustando cada vez menos.

— Vale, ¿Y cómo puede ser que nadie, ni siquiera Filch, os haya pillado?

— Emmm… eso que te lo expliqué James. — soltó Peter.

Desvíe la mirada hacia James, el cual cogió una extravagante manta que no había visto antes.

Espera, eso no es una manta.

Es una capa de invisibilidad.

— Espero estar soñando.

— No lo estás.

— ¿Qué haces tú con una capa de invisibilidad?

— Es de mi familia. De alguna manera la teníamos que usar, ¿No?

Puse los ojos en blanco y resoplé. Mejor dejar de preguntar y seguir siendo feliz.

Y que lo digas.

— Ya me hablarás luego de la capa. — le dije a James, dejando por seguro que tendría que hablarme más a fondo sobre ella. — Ahora hay que buscar a Remus. ¿Os dijo algo la última vez que lo visteis?

— Después de cenar nos comentó que iba a ir a estudiar a la biblioteca y que volvería tarde, pero creemos que ni siquiera volvió. — informó Sirius, preocupado.

En ese momento, algo hizo clic en mi cabeza. Un evento que había visualizado antes podía estar relacionado con lo que estaba pasando.

El chico que había entrado por el pasadizo era Remus.

Chica lista.

— Sé dónde está.

— ¿Lo sabes? — preguntaron los tres chicos al unísono.

Rápidamente, les conté lo que había visto esa misma tarde, dejándolos asombrados y estupefactos.

— ¿Entonces todas las veces que desaparecía repentinamente se iba allí?

— ¿Cómo que todas las veces?

— No es la primera vez que desaparece. — afirmó James.

— Hay veces que es porque se encuentra mal, o porque dice que tiene reuniones con profesores y cosas así.

— Y a veces aparece con heridas, cortes y golpes por todas partes, pero siempre se excusa con que es muy torpe y se tropieza por todas partes. — explicó Sirius, con tono triste. Comprendí de donde procedía su tristeza. Estaba empatizando tanto con el que quiera ayudarlo.

Y yo quería ayudar a Sirius.

Pero sentia que se me escapa algo, un pequeño detalle.

Pues pregunta, piensa y lo descubrirás. Eres una Ravenclaw, resuélvelo.

— ¿Y cada cuánto pasa esto? — pregunté. Una pequeña pero grande idea había aparecido en mi cabeza y cada vez encajaban más las cosas.

— ¿Cada mes, tal vez? No sé, nunca llevo la cuenta de eso.

Los tres chicos de Gryffindor comenzaron a discutir sobre algo que no llegué a escuchar. Tenía la respuesta a lo que estaba pasando en la punta de la lengua, tenía que concentrarme para poder obte…

Espera, ya lo tengo.

Mierda, ¿Es justo lo que estoy pensando?

Es justo lo que estamos pensando.

Ahora entendía todo. El comportamiento de Remus, sus heridas y moretones y sus desapariciones.

Era un licántropo.

_________________________________

Esperamos escondidos junto a la entrada al castillo hasta que los primeros rayos de sol comenzaron a iluminar el cielo.

Estando ya a punto de perder la esperanza, y sintiendo ya el creciente cansancio recorrer mi cuerpo, distinguimos a alguien caminando torpemente hacia el castillo.

Remus.

Rápidamente, nos acercamos hacia él para intentar ayudarle. Tenía un aspecto terrible: heridas y moretones por todas partes, las ojeras muy marcadas…

Pobrecito.

— ¡Remus!

— ¿Qu-qué hacéis a-aquí? — preguntó con un hilillo de voz.  Su dolor y su preocupación eran tan intensos que me estaban afectando hasta a mí.

— Ayudarte. Ven, agárrate a mi. — respondí, poniéndole uno de sus brazos sobre mis hombros y ayudándolo a caminar. Sirius hizo lo mismo por el otro lado y caminamos lentamente hasta la enfermería. Durante todo el trayecto, le transmití calma a Remus, intentando apaciguar la preocupación que aumentaba en su interior.

Tras asegurarnos de que Severus estaba completamente dormido, entramos en la enfermería y ayudamos a Remus a acostarse en la cama libre que había al lado de la mía.

— Chicos, tengo que contaros algo… — comentó Remus, estando ya acomodado y más tranquilo.

— ¿Queréis que me vaya? Digo, para que tengáis más intimidad y eso… — dije, antes de que desvelase nada.

Con todas las discusiones que habíamos tenido el último curso, sobre quién es mejor que quién, las competiciones de quién iba a ser el que sacara mejor nota en un examen, y la cantidad de peleas innecesarias pero en la que nos decíamos cosas bien feas, dudaba de que me lo quisiese contar a mi también

Tú dudas mucho.

— ¿Tú acaso eres tonta? ¿Por qué ibas a irte? — preguntó Remus, con una ceja alzada.

— Eso, si ya eres uno de los nuestros.

— Te mereces saber lo que nos va a decir tanto como nosotros.

Ves, te lo dije, dudas mucho.

Cállate.

— Como te vayas te dejo de considerar mi amiga y rival. — añadió Remus, con una sonrisa divertida

— Vale. — levanté las manos en señal de rendición con una amplia sonrisa. — me quedo.

Y a pesar del miedo a ser juzgado y desplazado por los demás, después de que Remus contase la verdad y su dura historia, su grupo de amigos le apoyó y se unió más que nunca.

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