Probablemente nunca

By NaiaraHernandezGonza

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Ana era una mujer de armas tomar; segura de sí misma, obstinada y odiaba las historias de amor. Alekséi lo qu... More

Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Epílogo

Capítulo 7

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By NaiaraHernandezGonza

 

El ruso relajó sus anchos hombros al igual que su mirada grisácea en el momento que la clavó en mí. El gesto casi imperceptible de inquietud me pareció divertido a la par que enternecedor.  

—¿Estabas preocupado por mí?—Nada podía haber impedido que la sonrisa abarcara mi boca.  

Alekséi volvió a cubrirse con la máscara de frialdad y pasibilidad.  

—En realidad solo quería asegurarme de que...—Se detuvo en cuanto se dio cuenta que estaba a punto de darme la razón.  

—¿De que estoy bien?—Él asintió, retirando sus ojos de los míos. En lugar de soltar alguna pulla, que es lo que probablemente el ruso esperaba, dije:—Estoy acostumbrada a los comentarios de mi hermana.  

La frente masculina se vio surcada por graciosas arrugas a la vez que me miraba como sino entendiera lo que le decía.  

—¿Siempre es así? 

—La mayoría de la veces—Me encogí de hombros, restándole importancia al asunto—En fin, no hablemos más de esto. ¿Tienes prisa?  

—No, ¿tienes alguna propuesta interesante? 

Solté una sonora carcajada ante el exagerado tono seductor.  

—¿Qué te parece un helado? ¿Es lo suficientemente interesante?—Intuyendo que iba a rechazar mi oferta debido a las normas que regían nuestra "relación", aclaré:—No es una comida, ni una cena y mucho menos un desayuno, ruso; solo es un helado.  

—Está bien.  

Me mordí el labio inferior, conteniendo la sonrisilla victoriosa que luchaba por asomarse. El paseo hasta la heladería fue silencioso, Alekséi no parecía por la labor de hablar y yo... yo seguía teniendo aquel nudo en la boca del estomago que solo aparecía en mis discusiones con Ivonne. Sí, estaba acostumbrada a sus criticas nada constructivas, pero eso no quería decir que no me dolieran. Era mi hermana y realmente me habría gustado que nuestra trato fuera diferente.  

Tras varios minutos estudiando la variedad de helados me decanté por el de Ferrero. El ruso optó por un café. Tomamos asiento en uno de los bancos del paseo, en el cual varios críos correteaban de un lado al otro, encaramándose a los columpios.  

—¿Puedo hacerte una pregunta? 

La voz del ruso me sacó de mis pensamientos un tanto deprimentes y dirigí mi vista de los niños al rostro de ojos grises.  

—Puedes, otra cosa es que obtengas la respuesta que esperas.  

Alekséi meneó la cabeza, soltando un largo y pesado suspiro.  

—¿Siempre eres igual de insolente?  

Sonreí abiertamente y sin darle una respuesta me lancé a saborear mi helado, dando largos lengüetazos. Contuve una carcajada al darme cuenta de que cierto caballero frío como un tempano, miraba embobado cada uno de los movimiento de mi boca.  

—Deberías limpiarte la baba—Me mofé, riendo al verlo poner los ojos en blanco. 

Él no siguió mi juego como en otras ocasiones, se limitó a acabar su café con la vista fija en los niños que jugaban a unos cuentos metros. Extrañamente el silencio entre ambos no me pareció desagradable, al contrario, me dio unos minutos para estudiar mejor a aquel hombre que tan fascinante me resultaba. No solo era cuestión de un físico espectacular, digno de cualquier guerrero romano, el ruso exudaba seguridad y cierto misterio haciendo que mi curiosidad, de por si bastante activa, se dispara. Quería saber más de él, averiguar los secretos que escondiera, conocer lo que no dejaba ver. Tristemente debía morderme la lengua por culpa de unas normas que él mismo había impuesto.  

Deslicé la mirada por su perfil, admirando aquellos rasgos marcados y varoniles, los cuales avergonzaban al mismo hércules. Terminé mi análisis en la boca, la misma que comenzaba a curvarse lentamente.  

—Deberías limpiarte la baba—Me imitó, girando su cabeza. Tuve que tirar de todo mi autocontrol para no tirarme sobre él al ver la media sonrisa que lucía.  

—Podrías limpiármela tú—Elevé ambas cejas, fanfarrona.  

—Insolente y atrevida...—Murmuró, alargando una mano para atrapar un mechón de mi pelo entre sus dedos—Algún día podrías quemarte, Ana.  

Como de costumbre sentí el cosquilleo al escuchar mi nombre con aquel acento tan... seductor.  

—Una suerte que me guste el fuego.  

Nuestras miradas permanecieron unidas, retándose. La excitación crecía a cada nanosegundo y no dudaba de que si nos encontráramos en un lugar más intimo, la ropa habría desaparecido.  

Soltando una gran cantidad de aire por la boca abandonó mi pelo y retomó la distancian entre ambos. Dirigió su atención nuevamente a los críos, quedándose pensativo durante unos largos minutos. Daba la primera mordida a la galleta del cucurucho, cuando oí:  

—Yo no podría.  

Arrugué el ceño al encontrarme sus ojos mirándome.  

—¿El qué no podrías?—Inquirí un tanto perdida.  

—Llevar una relación como la que tú llevas con tu hermana.  

Su confección me sorprendió y no por sus palabras, sino por que estaba tocando un terreno personal, el cual había vetado. Pensé en no responderle o hacerlo con alguna estupidez, pero necesitaba hablar, desahogarme de alguna manera y el ruso era el más a mano que tenía.  

—¿Y crees que yo si puedo?  

—Es lo que estás haciendo.  

—Esto no es agradable para mí, Alekséi—repuse, indignada ante su contestación—Me encantaría poder presentarme en la casa de Invonne, ver a mis sobrinos, sentarme con ella a tomarme un café, hablar de la vida y de nada, pero... No quiero que pienses que estoy intentando victimizarme, porque no es así, pero ella es... Invonne es doña perfecta y todo lo que haga o deje de hacer yo le parecerá mal. Y créeme, a mí más que nadie, me encantaría tener una buena relación con ella.  

Bizqueé al ver el pasmo en su rostro. ¿Es qué ese hombre creía que yo era una bruja o un ser sin alma?  

—Tienes un muy mal concepto de mí—Le dije a la vez que me ponía en pie, más dolida de lo que me gustaría reconocer. Tiré el resto del helado a la basura y encaré al todavía silencio Alekséi—Tengo que regresar a la oficina.  

No esperé a que se despidiera, simplemente me eché a andar, dejándolo a él en el banco. Realmente nunca me había importado lo que la gente pensara o dejara de pensar sobre mí, ellos no me iban a dar de comer. Además, mi vida era mía y solo yo decía como vivirla, no obstante, no iba a negar que el juicio que tenía el ruso sobre mí no me molestara.  

—Ana—Me detuve, girándome para mirarlo. Seguía sentando con la única diferencia de que sonreía ligeramente—Soy más de Batman.  

Mis labios se curvaron y olvidando los prejuicios erróneos que se había creado, dije:  

—Buena elección, ruso.  

En mi oficina llevé acabo el ritual de siempre; me descalcé, coloqué los tacones bajo la mesa y gemí de gusto cuando mis pies tocaron el frío suelo. Una vez preparada encendí el Mac y centré toda mi atención en ultimar algunos detalles de eventos próximos. Lamento Boliviano de los Enanitos Verdes se encargaba de amenizar la tarea, haciendo que de vez en cuando olvidara mi trabajo y comenzara a cantar:  

Y yo estoy aquí  

Borracho y loco  

Y mi corazón idiota  

Siempre brillará  

Y yo te amaré  

Te amaré por siempre  

Nena, no te peines en la cama  

Que los viajantes se van a atrasar  

Disfrutaba de unos mis arranques musicales en el momento que la puerta se abrió y la cabeza de mi secretaria se asomaba.  

—Lo siento, pero alguien quiere verte.  

Resoplé, despotricando por lo bajo al mismo tiempo que me ponía nuevamente los tacones.  

—No pasa nada.  

Susana asintió y desapareció, dejando la puerta ligeramente abierta para a que al segundo apareciera Marco, el mejor amigo de Alba.  

—Anita—Me saludó, sabiendo perfectamente que odiaba aquel diminutivo.  

—Si vuelves a llamarme así te prometo que te haré tragar tus propios testículos—Dije con una enorme y falsa sonrisa.  

Él soltó una sonora carcajada y, como si lo hubiera invitado, que no lo hice, se sentó en una de las sillas que quedaban frente a mi escritorio.  

—Veo que sigues tan agradable como siempre—Con un movimiento de mano atizó su pelo oscuro hacía atrás, sin perder en ningún momento la sonrisa.  

Tenía que admitirlo, no me caía nada mal, aunque le hiciera creer lo contrario. Marco era un tipo que se tomaba la vida como quien se toma cinco tilas y nunca, jamás, se callaba. Su único fallo era esa vena maruja que sacaba muy a menudo. Únicamente le faltaban los rulos y la bata. 

—Las cosas buenas nunca cambian—Repliqué con toda la chulería de la que presumía. 

—Disfruto mucho de nuestras luchas verbales, pero lamentable no tengo mucho tiempo, así que iré directo al grano—Cruzó las piernas y se acercó al escritorio para apoyar ambos brazos en él.—Tú hermana se irá a Madrid en dos días y pensé en hacerle una despedida. Algo con toda la familia y amigos, dado que se casó en secreto y no pudo tener una boda por todo lo alto...  

—Alba nunca quiso una boda por todo lo alto—Le recordé.  

Marco puso los ojos en blanco e hizo un gesto con la mano, como si no le importara la información que le acaba de dar. 

—Todas quieren una boda por todo lo alto—Continuó él, arrancándome un suspiro de frustración.—Quiero hacerle una especie de despedida en la que también puedan celebrar su recientes nupcias.  

—Y me estás contando todo esto porque... 

—Porque quiero que te encargues de organizarlo tú.  

—Marco, sabes que yo cobro por eso ¿verdad? 

—¡Es por tu hermana!—Exclamó espantando.  

Sabía muy bien que no solo era por Alba, probablemente Marco y la buena de Eleorona habrían hablado, llegando a la conclusión de que tenían que hacer una especie de celebración para que todos se enteraran del cambio civil de mi hermana.  

Lo medité unos segundos, sopesando los pros y los contras. El tiempo no estaba a mi favor, dado que contaba con menos de dos días para prepararlo todo... entonces una idea cruzó mi cabeza y sonriendo misteriosamente, dije: 

—Está bien; yo me encargaré.  

El rostro moreno de Marco se iluminó.  

—Y yo te ayudaré.  

En cuanto el amigo de Alba desapareció me puse manos a la obra, eligiendo el catering y pensando en la decoración. Sin darme cuenta la noche cayó y no fue hasta que Susana apareció en mi despacho con un despampanante vestido negro, que reparé en el reloj.  

—Ese tío va a perder la cabeza por ti—Le aseguré a mi nerviosa secretaria.  

Y no mentía, Susana estaba impresionante con su pelo peinado en suaves hondas y maquillada ligeramente, lo suficiente para resaltar su belleza natural.  

—Gracias—Respondió, completamente roja. 

Ambas bajamos en el ascensor hasta el parking subterráneo y tras desearle suerte, la cual no necesitaba, fui en busca de mi Mini. Mientras conducía rumbo a casa, mi móvil sonó y la voz de Mónica retumbó por el manos libres.  

—¡Noche de chicas!—Gritó entusiasmada.  

—¿Fiesta?—Pregunté, pues no habíamos organizado nada. 

—Exactamente. Dentro de una hora estaré en tu casa—Ni siquiera pude negarme, pues colgó.  

Repasé los labios de color rosados y me di una rápida ojeada en el espejo. El vestido negro atado al cuello dejaba completamente visible mis brazos y parte de la espalda. Los tacones negros llevaban varias calaveras rosadas y unos graciosos lazos cerrados en el empeine. Cogí el diminuto bolso en el que únicamente cabía el I-phone y la cartera y bajé a la primera planta para servirme la primera copa. El timbre sonó en el momento justo que me sentaba en el cómodo sillón orejero. 

—¡Fiesta!—Gritó una desatada Mónica.  

Ni siquiera me dio tiempo a beberme el vino, tiró de mí, llevándome a rastras hasta el taxi. Mi amiga estaba eufórica y con ganas de marcha, por lo que no me quedó otro remedio que contagiarme y unirme a ella.  

La primera parada fue un restaurante Italiano, en el que ambas degustamos una riquísima Calzone acompañada de un buen vino. Mon, no paraba de hablar de su querido Anthony, demostrándome que realmente sentía algo más que atracción por él. Al parecer la inconquistable Mónica había caído a los pies de aquel tipo. 

—¿Qué ha pasado con la víbora sedienta de sexo?—Pregunté entre carcajadas.  

A Mónica y a mí nos habían otorgado el sobrenombre de víboras sexuales en la universidad, debido a nuestras aventurillas y a algunas lenguas envenenadas.  

—Que se ha enamorado—Reconoció, encogiéndose de hombros y lanzándome una mirada que pedía piedad.  

—A todo cerdo le llega su San Martín. En tú caso, cerda—Bromeé, recibiendo un buen golpe en el brazo cortesía de mi amiga.  

—Hablando de Martín ¿Adivina quien regresa de su Nueva York?  

Mis cejas se alzaron como si fueran las orejas de un perro al oír el ruido de la nevera.  

—¿Martín vuelve?—Ella asintió orgullosa de darme esa información—¿Cuando?  

—Su hermana me ha dicho que el lunes.  

—¡Genial!—Comenté con todo el sarcasmos del mundo.  

Martín fue uno de los socios minoritarios de MOAN, hasta que el mismo decidió marchase alegando que le había destrozado el corazón. Ambos habíamos mantenido una especie de relación basada en el sexo y en el momento que quiso más, le aclaré que lo no tendría. El muy imbécil, después de mi negativa, se dedicó a pregonar a los cuatro vientos que nos habíamos acostado y no contento con eso, fue llorándole a mi hermana Ivonne, dado que Martín y Luis eran hermanos.  

Olvidando el tema de nuestro antiguo socio, brindamos por una noche de chicas y terminamos nuestra cena. Saltamos de discoteca en discoteca, bebiendo chupito tras chupito. Canción que sonara, canción que bailábamos en la pista, dando lo mejor de nosotras. Mónica y yo nos reíamos de las tácticas bastante cutres que utilizaban algunos para ligar. Sin duda, la peor de esa noche fue la de un tal Juan que nos saludó con: si fuerais bombones os comería hasta el envoltorio. No entendía en que cabeza cabía que a las mujeres nos gustara esa clase de... ¿piropos? Aunque a decir verdad, resultaba bastante divertido.  

Sobre las dos de la mañana ambas andábamos un tanto alcoholizadas y dispuesta a seguir de fiesta tiré de mi amiga a la siguiente discoteca. El Valkir se encontraba repleto de gente dispuesta a pasarlo bien. Conseguimos llegar a la barra después de esquivar el gentío y tal y como lo esperaba, Natalia fue la encargada de atendernos. De un solo trago los chupitos desaparecieron y Mónica, animada, pidió una nueva ronda.  

—Por más noches como esta—Chilló por encima de la música, alzando el brazo en la que cargaba el vaso.  

—Muchas más.  

Antes de bebérmelo vi como mano masculina agarraba la cadera de mi amiga y una cabeza se asomaba por su hombro. La sonrisa de Mónica se hizo enorme al encontrarse a Anthony pegado a ella. Olvidándose de mí y del resto del mundo se comieron a besos, solo separándose para respirar. Fue ella la que tomó la iniciativa de apartarse y acercase a mí.  

—¿Te importa que vaya a bailar una canción con él?—Inquirió junto a mi oído sin soltar la mano del moreno.  

—Anda, ir a meteros mano a la pista.  

Mónica se carcajeó y Anthony inclinó la cabeza a modo de saludo. Los seguí con la mirada hasta que los dos desaparecieron entre la gente. Apoyada hice un pequeño estudio de lo que me rodeaba, varias personas simplemente charlaban con copas en las manos, mientras otras movían sus cuerpos en la pista. Un hombre bastante atractivo levantó su bebida, invitándome a brinda con él y queriendo ser educada, lo correspondí a la vez que se producía un cambio de canción. Todos enloquecieron al escuchar Bailando.  

Yo te miro, se me corta la respiración  

Cuanto tú me miras se me sube el corazón  

(Me palpita lento el corazón)  

Y en silencio tu mirada dice mil palabras  

La noche en la que te suplico que no salga el sol  

(Bailando, bailando, bailando, bailando)  

Tu cuerpo y el mío llenando el vacío  

Subiendo y bajando (subiendo y bajando)  

(Bailando, bailando, bailando, bailando)  

Ese fuego por dentro me está enloqueciendo  

Me va saturando  

Con tu física y tu química también tu anatomía  

La cerveza y el tequila y tu boca con la mía  

Ya no puedo mas (ya no puedo mas)  

Ya no puedo mas (ya no puedo mas)  

Con esta melodía, tu color, tu fantasía  

Con tu filosofía mi cabeza está vacía  

Y ya no puedo mas (ya no puedo mas)  

Ya no puedo mas (ya no puedo mas)  

Justo en ese momento sentí un cuerpo pegándose a mi espalda y un aliento cálido recorrer el lateral de mi cuello. Me disponía a girarme para ver de quien se trataba cuando su voz en mi oído me dio la respuesta. 

—Te veo demasiado sola.  

Lentamente me volteé hasta tener los ojos grises del ruso en mi campo de visión.  

—¿Te ofreces para hacerme compañía?  

La comisura izquierda de su boca fue elevándose sensualmente, creando mil y un calambres que me sacudieron por entera. Sin dejar de mirarme acarició mi brazo con la yema de los dedos, subiendo muy despacio hasta mi hombro desnudo. Mi piel reaccionó a su contacto como siempre lo hacía, calentándose, erizándose...  

—Estás muy apetecible esta noche, Ana.  

Sus palabras desataron un movimiento sísmico en mi interior, excitándome de un forma que antes nunca había experimentado. Sin dudarlo acorté la poca distancia que nos separaba, colocando una mano a la altura de su estomago. Poco a poco la fui bajando sin apartar mis ojos de los suyos. Alekséi parecía no darse cuenta de cual era mi destino o quizás no creí que lo fuera a hacer. Detuve mis dedos en le hebilla de su cinturón y sonreí al ver como apretaba la mandíbula. Seguí descendiendo hasta dar con la joya de la corona.  

—Ana—Dijo con los dientes apretados, agarrándome de la muñeca y apartándome la mano de su entrepierna.—Aquí no.  

—Entonces enséñame tu despacho.—Pedí seductoramente.  

—Ya has visto mi despacho.  

No sabía si me estaba rechazado o es que no pillaba la indirecta que más directa no podía ser.  

—¿Me estás rechazando?—Inquirí un tanto alucinada. ¿Es qué volvíamos al principio? ¿Le habían reseteado la memoria?  

—Simplemente te estoy diciendo que aquí no.  

En parte por el alcohol y en parte por el orgullo me enfurruñé como una cría, cruzándome de brazos.  

—Eso es que me estás rechazando—Enarqué una ceja y al no obtener respuesta mi ira aumentó.—No te preocupes, hoy no te necesito.... Hay una carta bastante extensa de posibilidad esta noche—Añadí buscando picarle. Él siguió firme, como sino le hubiera dicho nada, lo cual me molestó el doble.  

Con el humo saliéndome por la orejas y no solo del cabreo, le di la espalda y me encaminé al hombre que hacía escasos minutos me ofreció el brindis. El tipo no estaba nada mal, aunque nada comparado con el ruso que seguía con atención cada uno de mis pasos.  

Disimuladamente me coloqué junto al hombre del brindes, quien no perdió el tiempo.  

—Hola preciosa.  

—Hola—Dije con una amplía sonrisa, como si realmente me interesara.  

—¿Me dejas que te invite a una copa? 

Antes de tan siquiera poder responder una mano rodeó mi antebrazo y tiró e el. Lo único que conseguía ver mientras me dejaba arrastrar entre el mar de gente era la espalda ancha de Alekséi cubierta por una americana gris marengo. De mala gana abrió la puerta de su despacho y me empujó al oscuro interior, cerrando con llave tras de él. La música de pronto se apagó y lo único que conseguía escuchar era mi propia respiración. Sus manos aparecieron frente a mí, apropiándose de mis mejillas, su boca me buscó en la oscuridad y como un poseso me besó a la vez que me hacía caminar hasta que mi cuerpo tocó la pared.  

—Esto va a ser rápido—Me advirtió, levantando mi vestido sin ninguna delicadeza y destrozando mis bragas.  

—Nada nuevo, entonces—Murmuré, queriendo picarle.  

Sin aviso me hizo girar, quedándome con una mejilla pegada a la pared. Oí como se bajaba la cremallera de su pantalón y segundos después separó mis piernas. 

—Ya te dije que quien juega con fuego, termina quemándose, Ana.  

Gemí al sentí la cabeza de su erección frotarse contra mi entrada y cuando eché las caderas hacía atrás, él se retiró. Tragué todas y cada una de las palabritas mal sonantes que quería dedicarle. Alekséi volvió a la carga, paseando su sexo por el mío sin llegar a penetrarme, haciéndome perder los estribos.  

—¡Hazlo!—Le grité completamente cegada por la calentura que tenía.  

—¿Qué quieres que haga?—Preguntó en mi oreja, jugando con el lóbulo entre sus dientes.  

Una de sus manos abandonó mi cintura y se coló entre la pared y mi cuerpo. Sus dedos dieron con mi clítoris, no obstante, no lo tocaba, simplemente se movía por alrededores, provocándome.  

—Alekséi, joder. Hazlo ya.   

—¿Quieres qué te folle?—Lamió el lateral de mi cuello, parándose en mi hombro, donde clavó los dientes a la vez que presionaba ligeramente su erección contra mí.  

En mi vida había experimentado diferentes tipos de placer, pero ninguno se asemejaba al que me estaba provocando el ruso al volverme completamente loca y anhelante. Si me pedía que le suplicara, probablemente lo habría hecho.  

—¡Sí! 

Y sin preámbulos me penetró, haciéndome chillar. Era bestial, inhumano. El ruso sabía muy bien lo que debía hacer, donde debía tocar, incluso lo que tenía que decir.  

Yo apenas lograba sostenerme, sintiendo como salía y entraba, y cuando noté sus dedos en contacto directo contra mi clítoris las piernas me temblaron. El calor fue creciendo en mi bajo vientre a la misma velocidad que latía mi acelerado corazón.  

—¿Te gusta?—El tono de su voz advertía que no descansaría hasta obtener un respuesta.  

—Oh... joder, sí. No pares.  

—¿Crees de verdad que ese tipo te hubiera dado esto?—Me mordí el labio inferior, ahogando un grito al sentir su certero empellón.—Contéstame, Ana.  

¿Realmente creía que yo podía procesar una pregunta como aquella? ¡Por Dios! Si tan siquiera podía sumar uno más uno. Y no, él no me daba ni un respiro, seguía penetrándome como un bárbaro. Las sensaciones eran de otro planeta, eran subyugantes a la vez que liberadoras, eran tortuosas a la vez que deliciosas. Incluso el roce de la hebilla de su cinturón contra mi nalga izquierda, me resultaba extrañamente placentero.  

—¡Responde!—Exigió a la vez que presionaba mi clítoris y acto seguido volvía a morder mi hombro.  

—¡No!—Grité tan alto como pude—No... no.—Repetí hasta que mi voz se iba convirtiendo en jadeos ininteligibles.  

Su aliento cosquilleó en mi cuello, sentí sus labios recorrerlo para luego besar cada una de sus mordidas; mezclando a la bestia con el caballero.  

Yo ya no podía más y mis piernas tampoco. Apoyé la frente en la fría pared y me dejé ir, corriéndome de forma salvaje. Probablemente, si el ruso no me hubiera estado agarrando habría terminado en el suelo. Sentí sus cuerpo temblar y en un segundo un gruñido de lo más sensual  llenó el despacho.  

La luz me hizo cerrar los ojos y un gemido se me escapó cuando Alekséi abandonó mi interior. Tirando de las pocas fuerzas que me quedaban me giré en el instante justo que el ruso se quitaba el preservativo, lo anudaba y lo lanzaba a la basura. Ni siquiera se había quitado la corbata para follarme, seguía completamente vestido con el traje gris, la camisa blanca y la corbata negra. Me dispuse a arreglarme o al menos hacer algo con el desastre en el que me había convertido cuando sus manos me detuvieron.  

—Déjame a mí—Pidió y procedió sin esperar una respuesta.  

Observé como se tomaba su tiempo para bajarme el vestido y colocarlo en su lugar. Tras terminar con mi poca ropa me miró, sujetó mis rostro con ambas manos y pasó ambos pulgares por mis mejillas.  

—Tengo que estar hecha un cuadro—Dije al pensar en mi maquillaje.  

Alekséi me dedicó una media sonrisa y negó con la cabeza. Se estaba comportando como si realmente le importara o como... como si estuviera arrepentido de algún hecho que no lograba entender.  

—Estás igual de apetecible.  

El sonido de mi móvil puso fin a nuestra charla. Cogí el bolso del suelo y saqué el I-Phone.  

—¿Mon?  

—¿Donde estás? Te he buscado por toda la discoteca.  

Miré a Alekséi, quien, contra todo pronostico, estaba disfrutando de la situación.  

—En el baño. En seguida salgo. Espérame en la barra.  

Mónica no hizo preguntas, parecía haberse creído mi pequeña mentirijilla. En cuanto al ruso creí que no lo vería más, esperaba que se quedara en su despacho, no obstante, se encontraba detrás de mí, apoyado en la barra junto a Anthony. Traté de disimular lo mejor que podía, pero mis ojos eran como niños y Alekséi la mejor golosina.  

Los chupitos iban y venían. El dueño de la discoteca nos había dado carta blanca para pedir lo que quisiéramos, argumentando que la novia de su amigo, era su amiga. Mónica y yo éramos como dos esponjas, copa que nos ponían copa que desaparecía y claro, a cada media hora nos encontrábamos de nuevo en el baño.  

—Sabes...—Dijo retocándose el maquillaje frente a los enormes espejos del servicio—creo que le gustas.  

—¿A quien?  

—A Alekséi.  

Solté una sonora y ligeramente nerviosa carcajada, rezando para que Mónica no se diera cuenta.  

—¡Y los cerdos vuelan!  

Ella abandonó la ardua tarea de pintarse los labios estando borracha y me miró con el cejo fruncido. Temí que siguiera con el tema, pues ya se sabe los niños, los borrachos y los leggins, siempre dicen la verdad, pero pareció olvidar de lo que hablábamos al regresar a la barra. La noche... o mejor dicho la madrugada, continuó con arrumacos de Anthony y Mónica y chupitos que yo me encargaba de beberme... 

Desperté con un terrible dolor de cabeza, era como si tuviera mil ajugas pinchándome el cerebro. Me cubrí la cara con las manos, intentando que la molesta claridad desapareciera.  

—Veo que ya te has despertado. 

Abruptamente levanté los parpados y aparté las manos para encontrarme a Alekséi de pie, a los pies de una cama que no era la mía.  

Continuará...



Siento el retraso en actualizar, pero ultimamente he tenido unos días un poco extraños y no he tenido muchas fuerzas para escribir.

Un abrazo bien grande!

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