Capítulo 21

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Vacié la tercera copa de vino sin apenas tener conciencia del tiempo. El sonido de la televisión era un ligero zumbido que no llegaba a procesar. Sentía como si todo hubiera perdido interés de pronto, nada conseguía mantener alejado al ruso de mi cabeza. Dolía, dolía confiar en una persona y de repente encontrarme con una mentira, la cual convirtió todo lo demás en falso.

Dejé caer la cabeza contra el respaldo del sofá, soltando un hastiado y cansado suspiro. Unos golpes en la puerta me reactivaron. Coloqué la copa de cristal sobre la mesa de té y me levanté. Los golpes cada vez eran más seguidos y fuertes.

—¡Ya va!—Grité, pensando que sería Ivonne que habría olvidado las llaves.

Al abrir las puertas no me encontré el fino cuerpo de mi hermana, con lo que me topé fue un cuerpo masculino completamente vestido de negro y unos ojos grises teñidos de determinación. No tuve tiempo a articular palabra, pues sus fuertes brazos me empujaron, cerrando la puerta detrás de él. Me aprisionó contra la pared y antes de que pudiera darme cuenta de lo que estaba pasando, me besó. Técnicamente no creo que se le pueda llamar beso, porque aquello no se asemejaba a ninguno que me hubieran dado. Sus labios devoraban los míos, mostrándome algún infierno oculto que el ruso se negaba a contarme con palabras. Sentí las palmas de sus manos escalar por mis muslos, subiéndome la parte baja del vestido y mi conciencia pareció volver en sí al escucharlo decir:

—No voy a parar hasta que tus piernas tiemblen y los vecinos sepan mi nombre.

Un gemido involuntario se escapó de mi boca y sacando fuerzas de algún lugar que no conocía hasta ese entonces, lo empujé.

Tragué saliva en cuanto mi mirada dio de lleno con su rostro. No podía ser más guapo. Incluso con las ojeras que se dibujaban bajo sus ojos seguía pareciéndose a un guerrero griego capaz de derrotar a cualquier titán.

—¿Realmente te crees que un polvo va a hacer que caiga nuevamente en tus brazos?—Pregunté ácidamente, clavándome las uñas en las palmas de la manos para sentir un dolor equivalente al que sentía en el pecho.

Alekséi dio un paso al frente, quedando tan pegado a mí que me obligaba a levantar la cabeza para mirarlo. Su comisura se alzó altanera.

—Tú cuerpo jamás miente, Ana. Me deseas y aunque no lo quieras reconocer, me amas de la misma forma que te amo yo a ti—Cuidadosamente levantó el brazo y acarició mi mejilla con su pulgar—No vengo aquí con la esperanza de que un polvo te haga caer en mi brazos. Vengo aquí porque te prometí que regresaría todos y cada uno de los días de mi vida. No pienso dejar que esto—Nos señaló a ambos, abandonando mi rostro— muera. ¿Es qué no lo ves? Tú eres lo que quiero, maldita sea. Estoy completamente loco por ti, no hay un segundo del día que pueda sacarte de mí cabeza—. Aquellos ojos grises calaron en lo más profundo de mí ser— Pelirroja, vuelve conmigo. Déjame demostrarte que no hay más, solo estás tú, cariño.

Las lágrimas comenzaban a ahogarme. Busqué el suficiente hueco y me escapé de su encierro, dándole la espalda. Me froté la cara con ambas manos, queriendo que me escondieran del hombre que tenía detrás. No podía pensar con claridad, Alekséi me convertía en una muñeca de trapo con la que podría jugar fácilmente, podría romperme y jamás me repondría. Mi abuela nunca lo hizo. Lo había visto, ella murió con el paso de los años, marchitó como la flor olvidada en cualquier jardín. Yo no podía ser ella. El ruso creía amarme y quizás lo hiciera, ¿pero cuánto tardaría en darse cuenta que no era la clase de mujer que él buscaba? Él buscaba una princesita, una niña buena que sonriera a todo y que se sonrojara con cada cumplido. Susana era esa mujer, yo no.

Probablemente nuncaWhere stories live. Discover now