Capítulo 7

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El ruso relajó sus anchos hombros al igual que su mirada grisácea en el momento que la clavó en mí. El gesto casi imperceptible de inquietud me pareció divertido a la par que enternecedor.  

—¿Estabas preocupado por mí?—Nada podía haber impedido que la sonrisa abarcara mi boca.  

Alekséi volvió a cubrirse con la máscara de frialdad y pasibilidad.  

—En realidad solo quería asegurarme de que...—Se detuvo en cuanto se dio cuenta que estaba a punto de darme la razón.  

—¿De que estoy bien?—Él asintió, retirando sus ojos de los míos. En lugar de soltar alguna pulla, que es lo que probablemente el ruso esperaba, dije:—Estoy acostumbrada a los comentarios de mi hermana.  

La frente masculina se vio surcada por graciosas arrugas a la vez que me miraba como sino entendiera lo que le decía.  

—¿Siempre es así? 

—La mayoría de la veces—Me encogí de hombros, restándole importancia al asunto—En fin, no hablemos más de esto. ¿Tienes prisa?  

—No, ¿tienes alguna propuesta interesante? 

Solté una sonora carcajada ante el exagerado tono seductor.  

—¿Qué te parece un helado? ¿Es lo suficientemente interesante?—Intuyendo que iba a rechazar mi oferta debido a las normas que regían nuestra "relación", aclaré:—No es una comida, ni una cena y mucho menos un desayuno, ruso; solo es un helado.  

—Está bien.  

Me mordí el labio inferior, conteniendo la sonrisilla victoriosa que luchaba por asomarse. El paseo hasta la heladería fue silencioso, Alekséi no parecía por la labor de hablar y yo... yo seguía teniendo aquel nudo en la boca del estomago que solo aparecía en mis discusiones con Ivonne. Sí, estaba acostumbrada a sus criticas nada constructivas, pero eso no quería decir que no me dolieran. Era mi hermana y realmente me habría gustado que nuestra trato fuera diferente.  

Tras varios minutos estudiando la variedad de helados me decanté por el de Ferrero. El ruso optó por un café. Tomamos asiento en uno de los bancos del paseo, en el cual varios críos correteaban de un lado al otro, encaramándose a los columpios.  

—¿Puedo hacerte una pregunta? 

La voz del ruso me sacó de mis pensamientos un tanto deprimentes y dirigí mi vista de los niños al rostro de ojos grises.  

—Puedes, otra cosa es que obtengas la respuesta que esperas.  

Alekséi meneó la cabeza, soltando un largo y pesado suspiro.  

—¿Siempre eres igual de insolente?  

Sonreí abiertamente y sin darle una respuesta me lancé a saborear mi helado, dando largos lengüetazos. Contuve una carcajada al darme cuenta de que cierto caballero frío como un tempano, miraba embobado cada uno de los movimiento de mi boca.  

—Deberías limpiarte la baba—Me mofé, riendo al verlo poner los ojos en blanco. 

Él no siguió mi juego como en otras ocasiones, se limitó a acabar su café con la vista fija en los niños que jugaban a unos cuentos metros. Extrañamente el silencio entre ambos no me pareció desagradable, al contrario, me dio unos minutos para estudiar mejor a aquel hombre que tan fascinante me resultaba. No solo era cuestión de un físico espectacular, digno de cualquier guerrero romano, el ruso exudaba seguridad y cierto misterio haciendo que mi curiosidad, de por si bastante activa, se dispara. Quería saber más de él, averiguar los secretos que escondiera, conocer lo que no dejaba ver. Tristemente debía morderme la lengua por culpa de unas normas que él mismo había impuesto.  

Probablemente nuncaOù les histoires vivent. Découvrez maintenant