Capítulo 12

46.6K 2.9K 263
                                    

12

—Otra vez—Le pedí y al ver como arrugaba el puente de la nariz, repetí:—Dilo otra vez.

Sus ojos y su boca sonrieron.

—Tá mé scanraithe—. Su lengua acarició todas y cada una de las palabras, haciéndolas las más sexys que había escuchado en mi vida, aunque no supiera lo que significaran.

—No tengo ni idea de lo que acabas de decir, pero me has vuelto a poner cachondo.

Ana se carcajeó sonoramente. Mi brazo, tomando la decisión por si solo, se alargó y retiró un mechó de pelo rojizo de su rostro. La risa cesó y la mirada esmeralda me observó sorprendida. En ese instante pensé que era la criatura más bonita que había estado entre mis sábanas, aunque tampoco fueron muchas, dado que no acostumbraba a llevar mis ligues a mi casa, prefería un hotel o algún lugar que no relacionaran conmigo.

—Ty krasivaya—Susurré en mi lengua materna.

Los ojos verdes se abrieron como si un coche la hubiera encandilado y las mejillas adquirieron un tono rosado. Dejándome atónito respondió:

—Spasibo.

—¿Sabes lo que significa?—Inquirí levantando la cabeza de mis brazos.

Ana se mordisqueó el labio inferior, conteniendo una sonrisilla de sabelotodo y asintió.

—Has dicho que soy preciosa—Las comisuras terminaron perdiendo la batalla y se alzaron, aunque curiosamente no pedantes, si no risueñas—Estuve en Rusia durante seis meses, aprendí algo.

—¿Estuviste en Rusia? ¿Cuando?— Me había prometido a mi mismo no sentir interés por aquella mujer, pero de perdidos al río. Podía intentar engañar al mundo o Ana, pero a mí mismo no, quería conocerla, descubrir todas las capas que ocultaba.

—Hace un par de años—Dijo simplemente, clavando la mirada en el techo.

—Cuando ella murió...—No me di cuenta de lo que había dicho hasta que lo solté.

Ladeó la cabeza, mirándome nuevamente. La sonrisa ya no se encontraba en ningún lugar de su rostro. Quise retirar la maldita frase, pero temía que no fuera suficiente. Llegué a pensar que no respondería, que el silencio se alargaría hasta que alguno de los dos decidiera que era suficiente peso para seguir soportándolo... Entonces la oí.

—Si, cuando ella murió.

—Ana...—No sabía como seguir. Ni siquiera lo que trataba de decirle, simplemente quería borrar la tristeza que vi bailando en sus ojos.

—No podía quedarme aquí—Creo que tanto a ella como a mí nos desconcertó que continuara—mi familia me hacía recordarla a diario y tampoco podía regresar a Irlanda. Simplemente quise escapar y...—bajó la vista al colchón a la vez que se humedecía los labios— viajé. Ruisa, Italia, Londres, Nueva York, México... Estuve casi tres años fuera, hasta que me di cuenta que no importaba donde fuera, el dolor iba a seguir ahí.

Inspiró profundamente y en mi pecho algo se desató cuando levanto la mirada temerosa, como si tuviera miedo que la juzgara o la criticara por sus acciones.

—Cuando era pequeño me encantaba la nieve—Empecé a decir, aliviado al ver que la preocupación desaparecía de sus facciones—Recuerdo que siempre que podía mi padre nos llevaba a mi y a mi hermana a esquiar. Dasha era horrible—Sonreí al recordar la continuas caídas y Ana me imitó—Mi madre no esquiaba, pero siempre no esperaba con un chocolate caliente y nubes. Recuerdo como mi hermana y yo nos sentábamos en el suelo del salón y mi padre en uno de los sillones, con mamá encima. Ni siquiera tenía que invitarla, ella sabía que allí, sobre sus rodillas, estaba su lugar. Lo primero que pensé al enterarme del divorcio fue en aquellos momentos. En como podía cambiar todo...

Probablemente nuncaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora