Garnett Anesi.
Me saco la camisa de un movimiento, buscando una limpia para ponérmela, abro mi armario y saco de él la maleta que ya tenía lista desde hace tiempo, tenía el presentimiento de que en algún momento la tendría que usar, aunque no pensé que sería para esto; hay tantos secretos que me he visto obligado a callar que si alguien algún día los supiera todos, simplemente se alejaría de mí.
Y creo que eso es lo que más me atemoriza; que quién conozca a todos y cada uno de mis demonios no pueda soportar estar a mi lado.
Que ella no lo soporte.
Una sonrisa se dibuja en mi rostro al recordar lo que dijo Edeline, ¿cómo pudo pensar ella que la verdad le daría libertad? Yo siempre he entendido que la verdad que es ocultada permanece tanto tiempo en la oscuridad que pierde toda su luz.
Busco un par de cosas más, un pantalón y abrigo negros, en pocas palabras, ropa normal. Hace ya tantos años que no usaba este tipo de ropa que casi no puedo recordarlo y debo admitir que se siente bien. Se siente bien ser normal. O al menos fingir serlo.
Tomo la maleta y antes de salir, casi olvidándolo por completo, meto en uno de los bolsillos el frasco de mis pastillas, se lo prometí a Edeline y lo cumpliré hasta el fin. Ya no quiero ser una amenaza para ella, ya no quiero ponerla en riesgo con mi compañía, aunque... no sé qué tan seguro sea hacer lo que me ha pedido mi padre.
Quizá sólo ella está destinada a ser una víctima más, y yo el monstruo que la acabará.
Quizá no puedo hacer nada para evitarlo.
Y quizá, destruirla a ella, sea destruirme a mí también.
Camino por los corredores, usando atajos, tratando de acortar el recorrido hasta que llego a la puerta trasera, abro la puerta y salgo a los establos, en cuanto entro a ellos André me saluda.
―Señor Garnett.
―Hola, André. ¿Cómo has estado?
―Bien, gracias por preguntar, señor ―responde disponiéndose a caminar hacia mi caballo sin que se lo haya pedido. André sabe que nadie más se pasaría por ahí teniendo otro motivo que ir por su caballo―. ¿A dónde irá está vez?
Lo veo acomodar la silla sobre con lentitud, nunca le he preguntado su edad, pero seguro se acerca a los ochenta años, desde que tengo memoria él siempre ha trabajado para nosotros, incluso antes de que mi padre decidiera dejar su título de duque.
Siempre me dicho que fue su decisión dejar de serlo, pero no le creo, pienso que es sólo que él aspira a más que ser un simple duque, a la disposición de un rey que en el pasado fue su mejor amigo.
Mi padre siempre ha querido ser el rey y muy pronto lo será.
Si es que se lo permito.
―Iré a Foligno.
Él asiente a mi respuesta y sigue con su trabajo. Cuando acaba con Auror lo atrae a mí y me entrega las riendas.
Coloco la maleta entre la silla de montar y una vez todo listo, le doy un par de palmadas a André en agradecimiento antes de pisar la montura e impulsarme para subir. Subo la capucha del abrigo alistándome para el frío que viene. Aprieto las riendas con fuerza, y en ese momento siento que André toca mi brazo desde abajo, llamando mi atención.
―¿Señor?
―¿Qué sucede?
―No olvide quién mató a mi Wenn, quién mató a Lucio, y quién envió a mis hijos a otro continente. No lo olvide.
Lo miro a esos ojos cansados de ver tanto dolor, observo sus arrugas y cicatrices e incapaz de decir algo finjo una sonrisa seca.
Llevo las riendas a mi pecho y salimos corriendo de los establos.
Claro que no lo olvido, pero tampoco olvido que Wenn, su hija, sólo llegó al palacio para matar a Edeline, no siendo más que una niña.
La historia de cómo creían que con mandar a un espía al palacio, hacerla nana de la princesa para poder terminar con uno de los Radetti siempre es la misma. Creían que sería sencillo, pero no lo fue y no lo será. Sí, mataron a los hijos de André, mataron a Wenn, y a Lucio, eran inocentes hasta cierto punto, pero es lo mismo que querían hacer con Edeline.
No puedes ir por la vida creyendo que hacer lo mismo que tu enemigo te hizo a ti, te hace diferente. Tus actos no se convierten en honorables sólo porque en algún momento fuiste una víctima.
Matar está mal, estés arriba o abajo del poder.
Matar condena a tu alma, porque con cada persona que matas, un trozo de ti también muere.
Lo sé, y aceptaré pagar el precio de ello, cuando llegue el momento.
Salgo de la propiedad de mi padre sin detenerme en ningún momento, entre más rápido corra, más pronto llegaré a ella.
El viento corta mi piel, las nubes comienzan a acumularse en el cielo, haciéndolo totalmente blanco, pasados treinta minutos los copos de nieve inician a caer, recorro todo el camino, adentrándome en la ciudad de L'Aquila, todo parece tan hermoso, tranquilo y dulce, las personas caminan por entre las calles, riendo o platicando, parece que las cosas fluyen como debieran ser.
La guerra es tentadora, tener el trono aún más, pero la paz... Anhelo la paz como ninguna otra cosa en el mundo.
El frío aumenta, cada vez distingo menos el camino, todo está cubierto por nieve, si no fuera porque he recorrido esta carretera un sin fin de veces estaría perdido.
Cuando el frío se ha colado entre mi ropa, mis dientes comienzan a castañear desenfrenadamente, el abrigo está lleno de puntos blancos, y el pelaje de Auror está en el mismo estado.
El tiempo empeora con rapidez, veo a no más de una docena de personas, las últimas en el exterior, apresurarse a entrar a negocios para cubrirse de la nieve.
Está aún es una provincia leal a la corona, lo noto porque es muy fácil distinguirlas a las que mi padre ya tiene en su poder.
Se supone que la rebelión era para mejorar el país, no ponerlo peor, por eso mismo es que me vi en la necesidad de actuar por mi propia cuenta.
Y mantenerlo en secreto.
Estoy a unos cuantos metros de llegar a la frontera, ahora solo unos pocos kilómetros me separan de Edeline, siento correr el tiempo lento, hasta que un grito lleno de horror lo acelera. Tiro de las riendas y Auror se detiene con agresividad, giramos y lo que veo a mis espaldas rompe con mis expectativas de llegar pronto a Foligno.
El grito que ha llamado mi atención proviene de una anciana a la orilla de calle, que sostiene entre sus brazos el cuerpo de un niño pequeño. El niño ya no respira, una flecha le ha atravesado el pecho.
Mi vista pasa en menos de un segundo a la calles que me rodean, todos los peatones corren temerosos. La nieve ya no es lo único que cae del cielo, ahora también es acompañada por una lluvia de flechas.
Personas son atravesadas por éstas, a mitad del camino. No han podido escapar a tiempo.
Rápido me muevo y oculto tras los muros de la casa más próxima. Me bajo de la silla de montar, aterrizando con ambos pies sobre la nieve, camino a la esquina, las flechas no paran de llover, busco el punto donde vienen y me encuentro con un ejército completo de...
¿Quiénes son ellos?
Un ejército de soldados usando uniforme negro está atacando.
No son la guaría real.
No somos nosotros.
Entonces... ¿quiénes son?
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Anuncio uno:
¿Ya vieron la nueva portada que he puesto? Tengo la duda, no sé si dejarla o volver a la de antes, ustedes digan.
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Sí, el capítulo es corto, pero quiero decirles algo, "Sin alas" está dividido en tres partes, y con este capítulo inciamos la tercera parte (los que compren el libro en fisico lo podrán notar mejor).
El final está a no más de 10 capítulos.
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¿Recuerdan que les pregunté su país? Gracias por contestar, me ha servido para saber mejor cómo dar mi siguiente paso.
La sorpresa que les tenía es... *rebobles* en los próximos capítulos daré las bases para que cualquiera de ustedes pueda participar para ganar un ejemplar de "Sin alas" en físico, mandandolo a cualquier parte del mundo. Yo pagaré todos los gastos y lo tendrán firmado por mí *ya sé nadie quiere mi firma u.u*.
El ganador lo diré el mismo día en que podrán encontrar ya a la venta el libro en Amazon.com.
Anuncio cuatro:
(no me odien por tantos anuncios)
Bueno, quería darles las gracias por los que se pasaron por mi nueva historia, por su apoyo "Bienvenida a la realeza" subió al puesto # 32 en ciencia ficción. Mañana subo capítulo nuevo de esta historia.