Ayano Aishi.
Han pasado siete años, tengo veinticuatro años.
Siete años de los cuales pase en terapia, donde muchas veces quise tirar la toalla, tomar un cuchillo y enterrarlo en mi garganta para poder reunirme con Yanagi pero sé que él nunca me hubiese perdonado hacer eso.
Hoy se cumplen siete años de su muerta, en la que le rogué que no muriera, que me portaría bien y sería una mejor hermana, a pesar de eso él no se levantó ni me dijo lo patética que me veía rogando por una vida que no era mía... Él murió a costa mía, porque no soportaba tener que vivir sin mí ¿Pero y yo?
¿Realmente ha funcionado la terapia? Sí, pero Yanagi es un tema sensible que aún cuesta aceptar. Sé lo que fue, el desalmado asesino que quitó muchas vidas por el legado que corría por sus venas, ¿Me importaba? En lo absoluto, para mí, Yanagi nunca sería malo ni despiadado... Era mi hermano mayor, mi escudo y al único por él que sería capaz de dejar todo atrás para salvarlo.
Siempre fuimos nosotros, nunca hubo nadie que nos separara y nunca que creí que podría existir, fui ilusa al olvidar y subestimar a la muerte.
Siete años después finalmente logro pisar Japón, aunque cada pisada sea lenta y algo insegura... ¿Por qué vine? Extraño a ciertas personas, al primer grupo lo cité en una cafetería a la que solíamos ir después de la escuela para procrastinar un rato luego de haber hecho unas compras gastando toda nuestra mesada.
Sonreí con nervios al verlas, Saki ni Kokona llevaban sus características coletas y era razonable, ya habían crecido y eran más hermosas que antes. Estaban en una mesa alejada que daba a una ventana donde podías ver los cerezos; silenciosamente me acerqué y coloqué dos regalos frente a ellas, miraron con confusión a estos para luego mirarme con sorpresa a mí.
Saki no dudo en lanzarse sobre mí y abrazarme con fuerza temiendo que yo fuera a desaparecer de nuevo.
¿Lo haría? Lo dudo.
Nuestra amistad nunca cambiaría, aunque los años pasaran seguía intacta pero hacía falta alguien, tristemente todo se fue a la mierda con ella y no le guardo rencor, no puedo hacerlo.
Descansa en paz, Midori.
— Tonta... — murmuró con tristeza Kokona — te extrañamos tanto y te ves tan preciosa, ven, ven... Ya hemos pedido tu bebida favorita, ¿vainilla con caramelo lo sigue siendo no? — preguntó ahora con inseguridad.
— ¿Cómo cambiaría, tontita? Un día de estos engordaré por consumirla todos los días.
— ¿Cómo has estado? ¿Qué has hecho? Te fuiste sin rastro y yo pensé lo peor — balbuceó Saki con un temblor en su voz.
Dios... ¿Cómo pude dejar a esa llorona que me quería tanto? ¿O aquella regañona a su lado?
— Estoy aquí para quedarme, yo... He estado en terapia durante todos estos años y pues, decidí estudiar gastronomía, pronto abriré un local de pastelería cerca de acá para que vengan a apoyarme — comenté algo nerviosa — poco a poco rehago mi vida y papá se casó.
— ¿En serio? Es maravilloso, Yan-chan, es en serio maravilloso que rehagas tu vida y tu padre también, estoy feliz por ti.
Y así fue parte de su mañana, poniéndose al día con sus mejores amigas convirtiéndose de nuevo en aquellas adolescentes felices.
Al medio día, había llegado a mí nueva casa que estaba algo cerca de la antigua. Ya estaba preparando el almuerzo para las visitas, estaba ansiosa por verlos y esperaba que me pudiesen perdonar por mi inesperada ida aunque era claro que no había sido fácil volver a donde todo se había destruido, cada paso que daba era como estar caminando sobre cuchillos pero quería enfrentarme a lo que tanto me lastimaba y darle por fin un cierre a la herida... ¿Por qué tenía que ser tan doloroso? ¿Lo merecía? Aún me lo preguntaba.
Cuando escuché el timbre, por un momento me sentí como una adolescente nerviosa por ver a su cita, estaba por ver a mis chicos... No dudé en correr hacia la puerta y solo pude sonreír con melancolía aguantando las ganas de llorar.
Narradora.
— ¡Oh, mi darling! Sigues tan preciosa como siempre.
El primero en lanzarse fue Kizano, la abrazó con delicadeza temiendo romperla pero con firmeza al mismo tiempo no queriendo dejarla ir y acaparar toda su atención.
— Quítate, muñeco, es mi turno — Osoro lo alejó para luego abrazarle levantándola hasta hacer que no tocase el piso.
Solo que no duró mucho tiempo porque cierto pelirojo en modo de berrinche hizo que su pareja quitara los brazos de su chica.
— ¡Baka! — la apretujó con fuerza para luego separarse algo avergonzado — No... No es que te haya extrañado tanto, ¿oíste? Solo es cortesía.
La menor sonrió con gracia asintiendo.
Él siguiente fue Mujo que la envolvió en sus brazos con cariño como si de un hermano mayor se tratara.
— Es mi turno, shu, shu — expresó en broma Aso abrazándola por atrás.
— ¡Ya la han abrazado mucho! ¡Es mi turno! — exclamó Hanako cruzándose de brazos.
Cuando Mujo se separó pudo ver bien que Hanako, ella decidió abrazarlo y estrujarlo entre sus brazos.
— Es bueno volver a verlos chicos — contestó mirándolos con atención.
Al mirarlos se dio cuenta de varias diferencias, por ejemplo:
Mujo llevaba un anillo de casado.
Aso se veía más feliz que antes y en un momento se había alejado para responder una llamada, donde hablaba con mucha paz y cariño.
Osoro y Osano tenían sus manos juntas.
Hanako ahora estaba mucho más grande y con una apariencia más varonil pero seguía siendo su niño berrinchudo.
Y Kizano... Seguía enamorado de ella, podía darse cuenta con la adoración con la que le estaba mirando.
En definitiva, ellos seguían siendo sus chicos.
— ¡Pasen o la comida se enfriará! — exclamó con una dulce sonrisa, queriendo pasar un buen rato con todos ellos.
Podían verse como unos adultos ante los ojos de los demás, pero cuando ellos se veían era como volver a esos chicos de dieciséis a dieciocho años felices, sin preocupaciones antes de aquella tragedia.
Ante los ojos de ellos, Ayano era su niña, con esa preciosa sonrisa que harían lo posible por proteger.
— No vuelvas a desaparecer de esa forma tan fea, ¿vale? — le pidió Aso aunque sonara algo egoísta.
¿Lo haría?
....
Lo dudaba.
A pesar de que ellos ya no estuviesen enamorados de Ayano, a excepción de Kizano, seguían sintiendo un profundo cariño hacia ella porque fue el primer amor de algunos y de los demás fue el que no se olvida, y siempre se lleva una parte de ti.
— Te ves en serio muy bien, no hablo del aspecto físico — comentó Aso con dulzura — te ves radiante... Llena de vida.
¿Llena de vida? Hace tiempo no escuchaba que la llamaran así, porque durante mucho tiempo había dejado de ser esa Ayano. Se sentía feliz porque estaba volviendo a ser la misma, lo hacía de a poco, pero era un progreso del cuál se sentía orgullosa.
— Darling, te traje un ramo de rosas para darle más color a tu apartamento, ¿puedo ir por un florero? — preguntó Kizano algo nervioso.
— ¡Oh, claro! Pasillo a la derecha, está la cocina, en una de las gavetas de abajo hay florero... Si quieres te ayudo.
— Oh, deja que ese perfume con patas se ocupe solo, pequeña — Osoro la detuvo para llevarla hacia el sofá — Cuéntanos que ha sido de tu vida.
Y así fue su tarde, hablando de su vida y la de ellos mientras almorzaban; cuando dieron las seis todos se fueron y eso la entristeció un poco pero prometieron volver al siguiente día.
Regresando a su casa, observó el florero que estaba en la mesa del comedor, era un gran ramo de rosas que acaparaba su atención, con una sonrisa lo dejó ahí ya que siempre podría verlo.
— Necesita un poco más de agua... — murmuró dirigiéndose a la cocina.
Al entrar, se percató de algo, en la puerta de la nevera había una foto pegada.
— Dios... Se ven tan lindos.
Kizano había aprovechado ese momento para dejar esa foto cuando juntos decidieron ir a la playa para poder relajarse, él quiso dejársela como un pequeño regalo porque sabía que los había extrañado mucho.
Esa foto también la dejó ahí porque siempre tendría la oportunidad de verla y sonreír.
— Los amo tanto...
Se sentó en su sofá, observando el piso, pensando en todo lo que había sucedido en el primer día de su llegada a Japón, pronto sintió un frío abrazarla.
Oko Ruto.
Lo estás haciendo bien, estás avanzando, Ayano.
Escucho el suave susurro de aquella persona que nunca la dejó junto a su padre.
— Poco a poco, ¿no?
Sí, todos estamos tan orgullosos de ti, pronto podrás lograr más, poco a poco está bien.
— Sé que extrañas a tus padres, ve a visitarlos.
Pronto dejó de sentir ese frío, no dudo en hacerlo.
Sonrió complacida.
— Vaya, vaya, ¿ya te has vuelto loquita, no? — bromeó un chico bajando de las escaleras.
— Podrías ser una persona normal y tocar la puerta para que te abra, ¿sabes?
— No va con mi papel de hacker, ¿sabes? No le quites lo divertido.
Se carcajeo un poco y corrió hacia él abrazándolo.
— Esperaba algo menos emotivo pero esto me hace creer que perdonaste las estupideces que hice al acosarte.
Fue una de las personas que pudo perdonar sin mucha dificultad a pesar de lo que hizo, ¿pero cómo podría albergar tanto odio innecesario? Solo una persona se lo merecía.
— Es un gran privilegio haberte perdonado así que agradeceme — respondió con un toque burlesco.
— Shh, silencio, egocéntrica... Tengo buenas noticias para ti.
Ya al haber acabado con el abrazo, se miraron con atención.
— Podrás ver a tu madre en la cárcel a las nueve de la mañana, así que no duermas tardes, ¿vale?
— No intentes hacerte el responsable conmigo, tu seguro no duermes hace dos días.
Y dio en el bingo.
— ¡Esto no es de mí, Ayano! — se cruzó de brazos con molestia como si de una rabieta se tratara.
— Ajá, ¿no tienes qué ir a investigar y violar la privacidad de la gente?
— Grosera.
— Así me quieres, Info-kun.
Correcto, la seguía queriendo y estaba yendo contra todo impulso de querer ser tan egoísta y tenerla solo para él, deseaba hacer las cosas bien.
— Te dije mi nombre y sigues llamándome por ese tonto apodo.
— Calla, ayúdame a preparar la cena.
Tomando su mano lo llevó a la cocina.
***
Mordió sus labios algo nerviosa, ya había llegado a la cárcel para mujeres y por un momento entró en pánico dudando en si entrar, ¿cómo iba a ver a la mujer que le había causado muchos traumas? ¿Ya la había perdonado como tanto solía decir?
— ¿Ayano Aishi? — preguntó una mujer de la recepción.
Ella asintió algo insegura.
— La señora Ryoba ya se encuentra esperándola, un funcionario la acompañará.
Pronto un hombre se acercó a ella y empezó a escoltarla hacia la sala de visitas, por un momento quiso solo escapar, no ver a su madre y simplemente hacer como si ella hubiese muerte, solo que no podía, necesitaba verla para perdonar completamente.
— Tiene una hora.
Al entrar, vio a su madre cabizbaja jugando con sus dedos, por primera vez había la había visto nerviosa, le pareció tierno. Tomando fuerzas decidió ir con paso seguro, ya que no deseaba mostrar ninguna debilidad, porque no sabía si ella seguía siendo la misma mujer que la lastimaba o realmente había cambiado.
Al sentarse, le ofreció un café, semi descremado como tanto le gustaba.
— Ayano...
Mantuvo una expresión neutra, analizando a su madre, se veía arrepentida e incluso con mucha alegría de verla.
¿Esta es Ryoba Aishi?
— Buenos días, mamá.
— Lo siento mucho... Por todo lo que hice en el pasado — se disculpó a la vez que tomaba sus manos apresuradamente y repartía unos besos.
La menor quedó boquiabierta, jamás esperó esta reacción de Ryoba.
— Mamá fue muy mala y no merece tu perdón.
— Mami... — soltó Ayano en un susurro a punto de quebrarse.
— Mami esta aquí para ti.
Eso acabó por hacer que Ayano rompiese en llanto.
— Llora, mi niña, aquí estoy para consolarte — dijo Ryoba en un tono dulce yendo a abrazarla sin importar las reglas.
Fin.
Al final le di a Ayano una oportunidad de perdonar y tratar de volver a ver a sus chicos.
¿Qué tal fue?