Hide & Seek || Spencer Reid [...

By FrecklesValentine

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[TERMINADA] Primer libro de la trilogía: "Killer games" Anteriormente teniente en el ejército; a la corta eda... More

-𝓗𝓲𝓭𝓮 & 𝓢𝓮𝓮𝓴-
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By FrecklesValentine

Algunos días habían pasado desde aquella noche. Los casos entraban y salían del Bureau con una rapidez impresionante, sin embargo aquello no los hacía menos agotadores.

García estaba ya en perfectas condiciones y de regreso a la oficina; con, cómo no, un Morgan cuestionando constantemente si se sentía bien.

Las cosas entre Valerie y Spencer iban en ascenso, saliendo juntos en ocasionales citas y cenas, a veces solo invitándose mutuamente a la casa del otro para pasar el rato o simplemente leer. , las cosas entre ellos iban perfectas, lo que empezaba a preocupar a la pecosa eran las constantes visitas de la Jefa de Sección de Unidad -Erin Strauss a las oficinas; puesto que se suponía que su superior solo examinaba el desempeño de la Unidad, una vez cada cierto tiempo, y, bueno, los reportes de cada caso resuelto.

Era raro verla pulular por el Bureau. Pero de algo estaban seguros todos, y era que si Strauss estaba cerca, entonces algo grande iba detrás de ella.

La pecosa se preguntaba si, de alguna forma, había llegado a oídos de Strauss su relación con Spencer -cosa que, de ser así, era grave. Pero, no, no, era imposible; nadie, además de Hotch, sabía de los genios. ¿Verdad?

¿Verdad?

"—¿Sí? Hola. Voy tarde a clase—, la voz insistente de cierta pelirroja los hizo regresar a la realidad—. Luego pueden comerse con los ojos tanto como quieran. Yo tengo un examen en diez minutos.

Valerie miró el reloj en su muñeca, revisando la hora. Iban solo unos minutos retrasados, nada de qué preocuparse.

—Ya, ya—, rodó los ojos, bajando tanto el bolso de Hannah como el suyo propio del gancho donde se hallaban colgados—. ¿Tienes todo?

Hannah asintió inmediatamente, luego pareció recordar algo, así que con voz apresurada y casi ansiosa avisó que había olvidado algo en su habitación y que "tardaría un minuto"; la pequeña salió corriendo por la casa, los canes corriendo tras ella con ánimo de jugar.

—¿Ya desayunaste?—, preguntó al rizado, quien pareció salir de su pequeño ensimismamiento. Negó con la cabeza—. Bueno, yo tampoco. ¿Te parece si pasamos por el café de siempre de camino al Bureau?

—Por supuesto—, sonrió él, las mariposas revoloteando en su estómago.

—Ya, ya, ya. Lo tengo. Vámonos—, regresó Hannah corriendo, con un libro en sus manos. La pecosa abrió la puerta, por la cual salió la pequeña niña, colgando su bolso a sus hombros.

—¿Qué tienes ahí?—, cuestionó Spencer, mirando con curiosidad el empastado blanco del libro. La pequeña sonrió con todo y hoyuelos, haciendo evidente su alegría. Valerie cerró la puerta de la casa a sus espaldas.

Hannah le entregó el libro al genio, todos empezando a caminar hacia la escuela de la pequeña Bailey. Spencer leyó el título, frunciendo el ceño -curioso.

—¿Lengua de señas?—, cuestionó, la pelirroja asintió, orgullosa.

—Interesante—, comentó Valerie, tomando la mano de Reid y entrelazando sus dedos; él sonrió acto seguido. Hannah caminaba delante de ellos, dando pequeños brincos, su ondulado cabello rojizo rebotando en sus hombros y espalda con cada saltito.

—Así es—, cedió la pelirroja, mirando a la pareja sobre su hombro de vez en vez—. Estoy aprendiendo. No es tan sencillo pero tampoco es difícil como creí.

"No, no es difícil". Valerie respondió, haciendo uso de sus conocimientos en aquel lenguaje.

—¿Cuándo aprendiste?—, cuestionó Hannah maravillada por la fluidez de cada movimiento -aunque en realidad no fueron muchos.

—Anoche, cuando dejaste el libro en la sala—, rio divertida.

—No es justo—, se quejó la pelirroja, recibiendo el libro que Spencer le devolvía con una sonrisa suave—. Tu tienes como doscientos de coeficiente intelectual. ¡Eres un genio! A nosotros los mortales nos es más difícil todo, sabes.

Los dos genios rieron, Spencer especialmente un poco más alto que la pecosa, llamando la atención de la pelirroja -quien se giró completamente sin detener sus pasos, ahora caminando de espaldas, ajena a los peatones que circulaban por la misma acera.

—En primera, no son doscientos—, rodó los ojos, riendo—. En segunda, no creo que la inteligencia pueda ser cuantificada, pero mi coeficiente intelectual es de ciento setenta y cuatro.

—Presumida—, alegó la pelirroja, sacando la lengua en un gesto propio de su edad. Giró sobre su eje nuevamente, caminando ahora con normalidad.

—En cualquier caso—, saltó la pecosa, curiosa—. ¿Por qué quieres aprender?

—Mmm...—, Hannah pareció dudar, paseando su mirada del libro a sus pies -y a pesar de estar de espaldas, Valerie casi podía visualizar sus ojitos claros bailando por su alrededor, de forma nerviosa—. El otro día llegó un niño nuevo a mi clase, Collin, no tiene amigos y nadie parece querer acercarse a él. No sabía por qué, y le pregunté a Isabelle, ella me dijo que Collin es sordo. Así que pensé que podría aprender para hablar con él y ser su amiga. Y ahora que mi pareja de genios favorita lo sabe, me ayudarán

—Como si conocieras más parejas de genios—, contraatacó la pecosa, sacándole la lengua a la pequeña. Hannah soltó varias carcajadas para luego mirar a Spencer y susurrar algo como controla a la bestia—. Te oí, mocosa."

Bueno, nadie sabía sobre ellos dos, además de Hannah y Hotch.

—Tenemos un caso—, García cantó, dando graciosos pasos rápidos hacia la sala de conferencias—. ¿Qué están esperando, una tarjeta de invitación? Un, dos, un, dos. Muevan sus piecitos.

Y los cinco miembros restantes de la Unidad se pusieron en marcha hacia la sala, esperando qué destino les deparará el nuevo caso.

Ingresaron de forma organizada, tomando asiento en la mesa circular uno por uno; Hotch y García sentados ya, JJ esperando a que el equipo se organizara para empezar a presentar el caso. Rossi tomó asiento junto a Hotch, Morgan inmediatamente junto a la rubia de extravagante atuendo, los genios junto a la azabache, Emily Prentiss.

 —Muy bien. Nicholas Faith de Ozona, Texas—, imágenes empezaron a mostrarse en la pantalla, García hizo pasar las tablets a cada miembro del equipo, y las dos carpetas para los genios—. Murió a golpes hace trece horas, traumatismo en el cráneo, es el segundo niño así en Ozona en los últimos dos meses. Un cazador halló su cuerpo en el bosque. La primera víctima: Robbie Davis.

Valerie se halló a sí misma aguantando la respiración y apretando la mandíbula, al observar la fotografía donde predominaba el rojo escarlata y el rostro pálido de un pequeño niño -seguramente de alguna edad cercana a la de Hannah. 

Si bien, odiaba todos los casos, por el simple hecho de que eran asesinatos seriales; aquellos con niños como victimas, eran especialmente delicados para ella, debido a su estrecho lazo con la pequeña pelirroja que cuidaba cada semana. Esos, y los suicidios.

—¿Tienen alguna relación?—, cuestionó Morgan refiriéndose a las dos víctimas, ojos clavados en las fotografías en su pantalla, semblante serio.

—La población de Ozona es de dos mil quinientos habitantes, tal vez tienen alguna conexión—, comentó JJ.

—Si no la tenían antes, ya la tienen ahora—, suspiró Rossi, observando con el mismo semblante las fotografías en su pantalla.

—Ambos murieron por el mismo agresor—, puntuó Reid, leyendo el reporte de Robbie, del forense.

—Quien sea... Está cazando niños.

( . . . ) 

"Podemos perdonar a un niño que le teme a la oscuridad, pero la tragedia de la vida es cuando los hombres le temen a la luz." 

—Platón 

Hotch no viajó con ellos, en cambio, se quedó en Quántico explicándoles brevemente que había asuntos pendientes por atender, relacionados con la jefa de Unidad, Erin Strauss. Aún así, ordenó que partieran inmediatamente hacia el aeropuerto -pues ya había dado la orden al jet de partir. 

Saliendo de las oficinas, chocaron con Strauss, y a juzgar por las muecas de todos -no había ni un ápice de bienvenida hacia la mujer en cuestión. Erin Strauss, luego de examinar al equipo con una mueca poco afable, ordenó a Emily no acudir con el resto de la Unidad a Ozona -tras varios cuestionamientos por parte del equipo, la jefa solo repuso un sencillo y poco convincente "hay asuntos por atender y la agente Prentiss resultará de ayuda". 

Con dos miembros menos, y sin potestad para alegar, partieron hacia el aeropuerto. Rossi a cargo del caso, pero recordándoles que Hotch estaba a una llamada de distancia y en caso de necesitarlo, él no tendría problema en atender al teléfono.

—Estos son los reportes de la policía de Ozona de la autopsia de Nicholas Faith y Robbie Davis—, JJ le tendió una hoja a Rossi, quien la recibió e instantáneamente leyó.

—Esos golpes sugieren frustración, no ira—, puntuó Morgan observando las fotografías ahora impresas.

—Y sin una aparente motivación sexual—, agregó la pecosa leyendo el reporte del forense.

—Es raro, cuando las víctimas son tan jóvenes—, concluyó Spencer, leyendo entre los documentos de su carpeta justamente aquello. No había residuos de ataque sexual en ninguna de las víctimas.

—El ignoto parece sentir placer solo con matarlos—, suspiró Rossi, pasando entre las hojas.

—Pero si no es sexual, ¿Cuál es el significado de atacar varones?—, cuestionó Morgan, ligeramente sacado de lugar. 

—Los asesinos seriales depredan tipos específicos para satisfacer sus fantasías de venganza.

—Bundy mataba chicas parecidas a su ex-novia, que lo rechazó. Dahmer alegaba que los abusos en su escuela alimentaron su ira—, referenció la pecosa, respaldando el argumento del rizado.

—Entonces representan a alguien que victimó al agresor—, dedujo Morgan entonces. JJ atendió una llamada en su celular, hablando en voz baja para no interrumpirlos.

—Un niño de su pasado, un abusivo, un hermano mayor, alguien que lo atacó—, propuso Reid, asintiendo—. Se trata de un sustituto.

El bip al finalizar la llamada, hizo a la pecosa girar su mirada hacia su rubia amiga, quien tenía un semblante decaído: —No creo que sea eso. Hallaron otra víctima. Una niña de once años.

Rossi suspiró, cerrando los ojos. Morgan se hundió en su asiento largando un suspiro. Thomas frunció el ceño.

—¿Por qué la victimología de pronto es otra?

—Tal vez la niña no era el blanco, tal vez interfirió—, propuso Rossi reabriendo sus ojos y llevándolos a la pila de documentos sobre la mesa.

—Tal vez el sexo de la victima no es significativo. El paso en que mata indica una velocidad en el cambio—, intentó explicar la pecosa, las miradas de todos sobre ella -inquisitivos. Se acomodó en su silla, decidida—. Volverá a matar, y será pronto; no tiene una inclinación especial hacia el sexo de sus víctimas, por lo que varía con fluidez sin problema. Lo que puede indicar, conductualmente hablando, que se moverá entre estos dos sin problema y por tanto indirectamente acelerará su deseo de matar de nuevo.

Reid asintió, concordando; Morgan asintió igualmente, comprendiendo la breve explicación de la menor de la Unidad.

—Pero no se puede vigilar a todos los niños de Ozona. ¿Cómo los mantendremos a salvo?—, cuestionó JJ.

—¿Un toque de queda?—, propuso Spencer, cruzando sus brazos sobre su pecho para mantener el calor corporal -pues el aire acondicionado del jet ya empezaba a calar en su piel.

—Los niños no deben preocuparse por algo así—, suspiró Derek, descartando la idea.

—Ni que lo digas. Los bosques eran a lo único que le temía cuando era niña—, JJ comentó, anotando algo en uno de los reportes.

—¿En serio?—, la expresión de Morgan se iluminó un poco—. ¿No creciste en un pueblo pequeño?

—, rio JJ, alargando la palabra—. Rodeada de bosque.

—Ja. Qué mala suerte—, rio el moreno, con una mueca perdida -sumido en sus pensamientos, recuerdos—. Yo solo le temía a la oscuridad.

—Yo todavía le temo...—, murmuró en voz baja Spencer. Los tres clavaron sus ojos en él, Derek y JJ sonriendo casi con complicidad; Thomas con un dejo de curiosidad e intriga.

No sabía eso. Él nunca lo mencionó. Pero, bueno, tampoco había surgido el tema entre ellos. En cualquier caso, ahora lo sabía -y no lo olvidaría, su memoria se lo garantizaba.

—Al aterrizar, Morgan y Reid, irán a la nueva escena del crimen. Yo iré a la escena donde hallaron a Nicholas Faith—, empezó Rossi con voz resuelta—. JJ, a la comisaría, con el alguacil. Será de mucha ayuda que adviertan nuestra llegada. Y Thomas—, su jefe suspiró, con un dejo de disculpa. La pecosa frunció el ceño—. Lo lamento, pero, ve al hotel. Hubo un problema con nuestras reservas, según me informó García. Soluciónalo, y alcanza a Morgan y Reid.

Asintieron todos, de acuerdo con las órdenes de su superior. 

( . . . ) 

—¿Cómo que no hay habitaciones?—, frunció el ceño largando un suspiro cansado.

—No, señora. Sí hay habitaciones, pero están todas reservadas—, corrigió la amable dama tras el recibidor.

—Disculpe—, entrecerró los ojos para leer el gafete en el uniforme de la mujer—. Sharon. Hallará entendible el motivo, siendo que mi equipo y yo, tuvimos que viajar de improviso. 

—Sí, señora...—, dejó la frase al aire, esperando escuchar un nombre por el cual referirse.

—Thomas. Agente Valerie Thomas.

—Agente Thomas—, asintió, tecleando algunas cosas en el ordenador, no dándole tanta importancia al título de la pecosa—. Sin embargo, no está su nombre en ninguna parte del sistema. Ni ninguno de los nombres que me mencionó antes.

Había intentado con el nombre de Hotch, Rossi, JJ, García -incluso el de Erin Strauss- ninguno arrojaba resultados en el sistema de aquel hotel. 

—¿Podría intentar buscar con "Unidad de Análisis Conductual", por favor?—, suspiró la pecosa, recostando su peso en su codo, sobre el mármol del recibidor. 

Llevaba allí unos buenos veinte minutos, siendo que el hotel quedaba cerca a la pista de aterrizaje, estimaba -teniendo en cuenta el tráfico- que Morgan y Reid apenas estarían llegando a la escena. Que Rossi llevaría alrededor de unos tres o seis minutos en la otra escena y que JJ ya habría encontrado una zona en donde se podría instalar el equipo en la estación de policía. 

Sharon observó a la pecosa incrédula, sabiendo que la UAC era una división del FBI. ¿Qué hacía el FBI ahí? ¿Y si estaban investigando algo grave, por qué había una agente en la recepción del hotel? ¿No debería estar acaso investigando asuntos de mayor peso, con el resto de su equipo?

Tecleó en la computadora. Valerie mirando cada movimiento, expectante.

Hallaba a esa mujer y el tono particular con el que hablaba, sumamente exasperante. Tal vez solo estaba desesperada por ir a atender el caso con el resto del equipo, o tal vez Sharon era genuinamente estresante.

¿Por qué no simplemente le decía que no había habitaciones a nombre de la Unidad, y que se fuera a otro hotel, de una vez por todas? Suspiró por enésima vez, viendo a la mujer negar con la cabeza.

—Discúlpeme un segundo, Agente—, la mujer se puso en pie y se retiró por una puerta que rezaba "solo empleados", a un lado del lobby. Al cabo de unos pocos minutos Sharon regresó, ubicándose nuevamente tras el recibidor. 

La pecosa notó que ahora desviaba constantemente la mirada, dirigiéndola hacia la puerta por la que había desaparecido hacía unos momentos. Thomas llevó su mirada a dicha puerta, hallando una mujer mayor a Sharon, por mucho, con el mismo uniforme, pero una pequeña insignia junto a su gafete.

—Es tu supervisora, ¿Verdad?—, cuestionó. Sharon asintió—. ¿Y bien?

La mujer frente a ella suspiró: —Lo lamento, Agente, pero no tenemos habitaciones disponibles. Pero si gusta le podemos recomendar un buen hotel a unas calles de aquí, si dice que va de parte nuestra, le darán un sustancial descuento.

Valerie quiso rodar los ojos. Pero, a fin de cuentas, era mejor eso que dormir en la calle o en la estación de policía. Así que asintió, forzando una sonrisa. Sharon le entregó una hoja con la dirección del dicho hotel escrita.

Y arrastrando los pies, Thomas se retiró hacia el nuevo hotel. Avisándole a su superior sobre el pequeño inconveniente y el cambio repentino de su estadía.

( . . . )

Rossi guardó su teléfono en el bolsillo, finalizando la llamada con Valerie. Y miró la escena del crimen, analizando el lugar -a pesar de saber que ya había sido alterado.

—En el informe de la autopsia no muestra señales de pelea.

—No tuvo oportunidad de pelear—, repuso el policía a su izquierda—. Tan adentro del bosque nadie lo oiría gritar.

Justo como el asesino querría.

—En estos dos meses perdimos más niños en esta ciudad, que en toda mi vida—, suspiró el policía—. Los residentes están aterrados. Yo tengo un hijo de ocho años...

Algo encajó en los pensamientos de Dave.

—Las víctimas lo conocen. Lo estuvieron persiguiendo.

—¿Qué lo hace pensar eso?

—Los niños se adentraron en el bosque porque confiaban en él—, explicó—. Seguramente les mostró su arma en este lugar. Así que buscamos a alguien inteligente, metódico.

—¿Metódico?—, cuestionó el oficial, sin creer el término utilizado—. ¡Golpeó el cráneo del niño! Parece más un episodio de rabia, que algo calculado.

( . . . )

—Está a cuatrocientos metros de donde mataron a los dos niños. La mataron a golpes también.

—No es del todo cierto—, corrigió el forense que examinaba el cuerpo de la pequeña niña, en una bolsa—. Hallé marcas en el cráneo que indican que... Ese loco la golpeó post-mortem.

—Sugiere que el ignoto es más desafiante—, comentó Reid, cruzándose de brazos.

—Está desafiando, claro. He visto tres niños en este mes—, suspiró el forense, desviando la mirada de los Agentes.

Una camioneta se estacionó junto a la ambulancia que haría el traslado del cuerpo. De ésta bajó Valerie de un salto y dos oficiales de policía más, ella avanzando a grandes zancadas hacia los dos muchachos de su Unidad.

—Sugiere que pasa más tiempo con las víctimas tras la muerte—, dedujo Morgan—. Debió saber que no iban a interrumpirlo. Pero, ¿Cómo está tan seguro?

—El bosque tiene kilómetros—, explicó el forense con obviedad, luego gesticulando con su cabeza apuntó hacia las espaldas de los agentes—. Nadie se adentra tanto... Sino es para matar.

"Zona de cacería". Rezaba un aviso, tras una advertencia.

—O a cazar—, murmuró Morgan leyendo éste.

—De igual manera, algo muere, ¿No?—, saludó la pecosa, parándose junto a Reid. Ambos giraron sus miradas, siendo que ninguno había advertido su llegada.

—Entonces, debe conocer bien este bosque—, siguió Morgan, luego de escuchar a Reid hacerle una pequeña síntesis a la pecosa de la nueva información recolectada—. Quien haya hecho esto, está familiarizado con el bosque. En mi opinión, creo que ha vivido en esta zona toda su vida.

Los dos genios asintieron. De acuerdo con el moreno.

Inmediatamente después, llegaron varias camionetas de prensa, con cámaras y micrófonos.

Tuvieron que tranquilizarlos y controlarlos, por lo menos hasta que el cuerpo de la nueva víctima estuviera en la ambulancia y los forenses terminaran de documentar la escena y el entorno.

( . . . ) 

—Puede ser alguien que conocen o un extraño que se topen en la tienda. Pero es vital que mantengan los ojos abiertos y a los niños cerca. Como el Consejero Guía de Ozona, solo puedo ayudar a los niños con las secuelas. Pero el departamento de policía trabaja con el FBI reuniendo información del caso—, cedió el hombre—. Para hablar de eso: El agente David Rossi.

—Quiero que sepan que hacemos lo imposible para encontrar al responsable de todo esto—, inició su superior, dando un paso al frente—. Hasta entonces, hay varias precauciones que deben tomar. Así que hablaré con ustedes de la más importante.

Mientras tanto, en la escuela, JJ y Morgan daban la misma charla a los niños que entraban en el rango de edad de victimas del ignoto.

—Es el que llamamos Sistema Amigo. Es decir, vayan a todas partes con un amigo.

—Así es—, siguió Morgan—. Porque las personas malas se acercarán a nosotros cuando estemos solos.

—Aún no sabemos quiénes son. Puede ser alguien que conocen—, sugirió JJ.

Una pequeña niña alzó su mano, pidiendo la palabra.

—¿Sí, linda? ¿Tienes alguna duda?

—Salió una niña en las noticias—, empezó con voz trémula—. Que secuestraron frente a nuestra casa. ¿Eso puede pasarnos?

Morgan y JJ intercambiaron miradas.

—No va a pasarle nada, a nadie. Siempre que recuerden el Sistema Amigo.

( . . . )

Terminaron de hablar, contándole a tantos padres de familia como pudieron sobre el sistema Amigo -del cual JJ y Morgan le estaban hablando a los niños; pidiéndoles igualmente que no dejaran a sus hijos ir al bosque, mucho menos en horas de la tarde y solos. Entre otras cosas.

—¿Alguien tiene alguna duda?

—¿Ya pudieron encontrar su gorra?—, cuestionó una mujer.

—¿Disculpe?—, preguntó Valerie, algo sacada de lugar.

El Consejero de Ozona, dio un paso hacia los tres agentes, murmurando en voz baja: —Es la madre de Nicholas Faith.

—La roja. Yo se la puse—, la voz de la mujer tembló debido al llanto contenido—. La tenía puesta cuando salió.

—Lo lamento, señora Faith, todavía no—, respondió Rossi. La mujer estallando en lágrimas silenciosas inmediatamente e hipidos ahogados.

—Habrá Toque de Queda a las cinco en punto—, informó el Consejero, y con un suspiro y voz más solemne, continuó—. Solo asegúrense de saber dónde están sus hijos.

Una vez finalizada la charla hacia los padres, era hora de hablar con todos los oficiales de policía, de darles un perfil.  

JJ y Morgan llegaron a la estación minutos después, casi como si hubiese sido perfectamente cronometrado. 

Reunieron a tantos oficiales de policía, como pudieron. Y empezaron a explicar las características que seguramente hallarían en el ignoto.

—Dada la velocidad del cambio, predecimos que puede atacar en cualquier momento—, empezó Thomas—. Su confianza crece tras cada ataque.

—Busquen a alguien en forma. Con disposición. Alguien a quien le confiarían sus hijos—, Morgan siguió—. Ya que sus blancos son niños, él mismo debe ser pequeño. 

—Recuerden que como ignoto, nos referimos a él como varón. No descarten la posibilidad de que sea una mujer—, Rossi agregó, un pequeño pero sustancial aporte.

Los oficiales se desperdigaron por el lugar, con la nueva información presente.

Una mujer ingresó a la comisaría, tirando de la mano de su hijo, escoltada por otro oficial de policía: —Disculpen. Mi hijo Matthew no ha regresado a casa. 

—¿Cuándo fue la última vez que lo vieron?—, su jefe dio un paso al frente, hacia la madre preocupada.

—En la escuela, su maestra.

El alguacil se giró hacia la UAC, ya teniendo en mente iniciar una búsqueda: —¿Quiere gente?—, y Rossi le dio a cambio una mirada a desbordar de obviedad. El hombre asintió, empezando a caminar a su oficina, donde se comunicaría con todas las unidades disponibles, para coordinar la búsqueda.

David miró a la pecosa quien ya se hallaba precipitándose sobre el mapa de Ozona desplegado en un pizarrón.

Le dio una rápida mirada a donde tenían colgadas fotografías, documentos, y regresó -ahora más determinada- su mirada al mapa. Ubicó la escuela con la mirada, en el papel, y trazó en su mente posibles rutas o planes de escape del ignoto. 

Si lo había secuestrado, entonces pudo haber tomado Willow Road, o ir a la gasolinera. Pero en caso de que solo lo estuviera trasladando... El bosque era lo más seguro.

Y seguramente no lo hallarían a tiempo. 

—¿Qué es eso?—, escuchó a Morgan cuestionar hacia uno de los oficiales. Al girar sobre su hombro, vio al moreno levantarse del suelo -al parecer había estado hablando con el hermano pequeño de Matthew—. ¿Quién es Finnegan?

—Solo una leyenda local—, un oficial se encogió de hombros restándole importancia—. De terror.

—¿Sobre qué?—, Spencer cuestionó, intrigado.

—Dicen que ve a los niños desde la ventana. Los caza, desuella y devora. Lo típico.

Claro, de todos lo días.

—¿Y por qué no nos contaron nada?—, Derek frunció el ceño, cruzándose de brazos—. Las fábulas como esa tienden a tener un poco de verdad. Hay que agotar todas las posibilidades.

( . . . ) 

El alguacil Jones llevó a Tomas, Reid y Morgan a la casa de Finnegan. Y entrada la noche, llegaron a la propiedad -quedaba bastante lejos, bien adentro en el bosque. Absolutamente aislada.

—Thomas, tu y Jones vayan al frente. Iré con Reid a los cobertizos. 

Desenfundando sus armas, caminaron hacia la vivienda, la pecosa marcando el camino, el alguacil siguiendo de cerca a la muchacha -murmurando advertencias sobre el terreno desigual y cuán engañosa era la vegetación. 

O sea, que cuidara de no tropezarse con alguna ramita suelta. 

Para su suerte Jones tenía una linterna, de la cual hizo uso, iluminando las escaleras del porche de la casa. La pecosa subió primero, arma en alto, apuntando hacia las ventanas a la vez que caminaba -el alguacil caminó detrás de ella. 

Ambos acercándose ahora hacia la puerta. Y vaya sorpresa se llevaron al hallar ésta abierta.

—¡Señor Finnegan!—, llamó Jones, pero no hubo respuesta. 

Le dedicó una rápida mirada al hombre, a la vez que con su pie empujaba la puerta para abrirse paso. Jones iluminó hacia el interior y una vez confirmaron que en la entrada inmediata no había amenaza alguna -entraron. 

El alguacil caminó hacia la izquierda, mientras que la pecosa fue hacia la derecha. El comedor, y la sala de estar. Vacío. 

Intentó encender las luces, pero al parecer no había electricidad.

Jones subió, revisando escaleras arriba. Thomas caminó por el primer piso, revisando las demás habitaciones. 

Ni electricidad, ni rastro alguno del propietario de la casa. 

—Arriba está vacío—, saltó sobre su lugar al escuchar una voz a sus espaldas. No supo en qué momento el alguacil había bajado—. Finnegan no está aquí.

—Sí, y tampoco el niño desaparecido—, suspiró, bajando su arma y acomodándola de regreso a su cinturón. Se acercó a la mesa del comedor, notando varios papeles sobre ésta—. Y mucho menos, electricidad. 

—Tal vez no ha venido hace mucho.

—No lo creo—, suspiró tomando entre sus manos el diario del día—. Esto fue de hoy.

—Entonces sí estuvo aquí, temprano. 

—La pregunta es: ¿En dónde está él, ahora?

( . . . ) 

Respiró con tranquilidad en cuanto la llamada de Morgan, avisándole que habían encontrado a Matthew oculto en la cochera, llegó a su teléfono. 

Jones contactó con uno de sus oficiales, para que le avisaran a la madre del niño y que -una patrulla lo llevara de regreso a la estación, con su familia. 

Valerie decidió esperar con el pequeño a la llegada del vehículo. 

Lucía aterrado, e insistía en que no quería que el hombre aterrador lo encontrara. Matthew le explicó que todo había sido cosa de una broma de mal gusto; se suponía que él debía golpear la puerta, y luego huir con sus amigos, antes de que el señor Finnegan abriese. Para su mala suerte, sus amigos huyeron en cuanto él golpeó -dejándolo absolutamente solo. 

Y que no halló mejor cosa que hacer, que ocultarse, pues el bosque le asustaba un poco. 

La pecosa se dedicó a tranquilizarlo un poco. Y una vez se aseguró que el pequeño ya había subido a la patrulla y se hallaba andando de regreso a la estación de policía, decidió entrar de regreso a la casa -donde el alguacil Jones, Morgan y Reid se hallaban hacía rato. 

Ese tipo probablemente cortó a esa mujer en pequeños pedacitos y luego la saboreó como no te imaginas—, escuchó a la distancia, se trataba de la voz de García al teléfono—. Piénsalo. Puede que ella ni siquiera haya dejado la propiedad. Puede que todavía esté en la casa...

Y quiso reír a carcajadas, escuchando el tono misterioso que Penélope usaba con el claro propósito de asustar a quien la había contactado. Y sin necesidad de verlo, ya sabía que se trataba de Spencer.

—García, estoy sentado aquí solo, en la oscuridad—, confirmó sus sospechas al escuchar el susurro de Reid—. Gracias. 

La pecosa caminó con cuidado, acercándose a la habitación -era una especie de despacho- de donde provenía la conversación. El suelo de madera chillaba bajo el peso de sus pasos.

Uhh... Mientras esperas a que un potencial asesino regrese a casa. Suena peligroso. Qué sexy.

—Yo... Tengo que colgar—, la voz del genio tembló, asustado.

Quisiera estar ahí. Diviértete. García, fuera—, al escuchar el clásico bip, supo que la llamada había terminado.

Logró ver a Reid sentado de espaldas a ella, en una enorme silla. 

El mayor se levantó, girando entonces sobre su eje y hallando de lleno el rostro de la pecosa apenas iluminado. El rizado dio un brinco, soltando un gracioso grito ahogado mientras tropezaba hacia atrás debido al susto. 

Le fue inevitable soltar una risita, que ocultó tras la palma de su mano en el acto. Spencer llevó una de sus manos a su pecho, como si su corazón fuese a salir corriendo despavorido.

Escuchó una risa a sus espaldas, e inmediatamente Reid intentó recomponerse. 

—Entonces sí que le temes a la oscuridad—, comentó ella con voz solemne, pero ligeramente divertida. 

Morgan, en cambio no era tan gentil con el aterrado genio. Pues reía a carcajadas como si recién hubiese escuchado el mejor chiste del planeta. 

—Trabajo en ello—, apenas murmuró él, su voz algo trémula. 

—Deberías trabajar más duro—, rio Morgan. 

—Mi oficial ya entregó al chico con su familia—, informó Jones, apareciendo en el plano e iluminando el lugar con su linterna. 

La pecosa siguió con su mirada el punto de luz, como un gato siguiendo un puntero láser. 

—Hey, ¿Vieron eso?

—¿Qué cosa, preciosa?—, cuestionó Morgan, la burla abandonando su ser en un parpadeo. 

—Eso—, caminó por la sala hacia el fondo de la habitación, donde se hallaba una repisa llena de armas, cuchillos, escopetas y municiones—. El ignoto no usa un arma.

—Eso es curioso—, comentó Spencer, frunciendo el ceño a la vez que llegaba junto a la chica. 

—Apuesto a que conoce cada ruta en el bosque—, suspiró Morgan. 

Caminaron por la casa, ahora entrando en la sala de estar. Thomas encendió la linterna de su teléfono, iluminando sus pasos -los tres hombres caminando detrás de ella. Frenó en seco cuando un objeto en particular captó su atención. 

Oculto bajo una pequeña mesa ratona, se hallaba un bolso azul de correas grises. Que marcaba el nombre del propietario con tinta negra. 

Tomó el bolso, e iluminaba por su teléfono, leyó lo que ponía: —"Robbie Davis". La primera víctima.

Decidió mirar nuevamente bajo la misma mesa, hallando otro bolso. 

—"Sarah P." Sarah Peterson, ¿No?

—Entonces Finnegan trajo aquí a los niños antes de asesinarlos en el bosque—, dedujo Morgan, tomando el bolso de Sarah. 

—Sí, pero, ¿Por qué no se deshizo de la evidencia?—, el alguacil Jones rascó su cabeza con el mango de su linterna, exprimiendo su cerebro para intentar comprender. 

—Porque los considera trofeos—, explicó Reid, breve.

El moreno negó con su cabeza varias veces: —Cuando todo esto acabe, me gustaría tener su cabeza colgada en la pared. Ya, vámonos. 

( . . . )

Afortunadamente no llegaron muy lejos. Pues el alguacil recibió una llamada de uno de sus oficiales -habían hallado a Finnegan muerto bajo algunas hojas secas. 

Así que, se desviaron de la vía y fueron directo a donde el oficial les había informado. Hallado allá ya varias patrullas y una ambulancia -donde se hallaban ya subiendo el cuerpo de Joseph Finnegan. 

—A primera vista diría que fue por causas naturales—, comentó el forense. 

—Su corazón probablemente falló cuando trató de poner esta cosa—, sugirió Spencer, apuntando con su índice una trampa para coyotes que -afortunadamente, había sido accionada por una rama.

—Bueno, el karma es una perra, ¿No?—, rio por lo bajo el alguacil Jones.

—Esta área es una zona transitada. Me pregunto si realmente nadie lo encontró antes—, la pecosa siguió, cruzando sus brazos sobre su pecho, para cubrirse un poco del frío nocturno.

—¿Qué crees?—, saltó el forense frunciendo el ceño—. Esas hojas no lo cubrieron así, ellas solas.

—Tiene razón. El oficial pudo no haber sido el primero en encontrarlo—, el moreno asintió—. Entonces descartamos nuestro único sospechoso. 

—No—, suspiró la castaña negando ligeramente con la cabeza, ya empezando a caminar hacia el auto—. Si Finnegan estuvo muerto todo este tiempo, entonces, ¿Quién ha estado viviendo en su casa?

A la mañana siguiente regresaron a la casa de Finnegan, para mirar y revisar la vivienda a profundidad -con mejor iluminación, cortesía del brillante sol que hacía ese día.

—Encontré algo. Vengan. 

Morgan y Reid aparecieron por la puerta de la cocina, con ceños fruncidos y muecas interrogantes. 

—Provisiones—, les enseñó el desorden de empaques desechables sobre la isla de la cocina. Todos vacíos—. Entregados por la iglesia en la casa de cada adulto mayor. Y cada uno está fechado después de la muerte de Finnegan. 

—Entonces el ignoto se lo comió todo.

—Casi todo—, corrigió Reid mirando con cuidado—. Ni siquiera tocó los tazones con sopa de espinacas. 

—Entonces, qué. Buscamos a un tipo que en verdad detesta las espinacas—, se burló Morgan. 

—¿Y quién no?—, alegaron los genios casi al unísono, con muecas de asco fijas en la sopa de espinacas. Continuó la pecosa—. Ritualizado, metódico, organizado.

—Comería siempre con los mismos detalles—, puntuó Spencer. 

—Que tomen huellas—, sentenció Morgan, saliendo de la cocina para solicitar lo dicho al alguacil Jones. 

—¡Que García busque similitudes en el sistema!—, gritó hacia la puerta por donde el moreno había desaparecido. 

—Ya sé. 

-V 

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