Augsvert II: El exilio de la...

By sakurasumereiro

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En el reino de Augsvert la princesa Soriana intenta convertirse en la mejor hechicera de todos los tiempos co... More

Antes de leer
Mapas
Capitulo I: La casa Sorenssen (I/II)
Capitulo I: La casa Sorenssen (II/II)
Capitulo II: El palacio Adamantino (I/II)
Capitulo II: El palacio Adamantino (II/II)
Capitulo III: La fiesta del Sol
Capitulo III: La fiesta del Sol (II/III)
Capitulo IV: Un libro misterioso (I/V)
Capitulo IV: Un libro misterioso (II/IV)
Capitulo IV: Un libro misterioso (III/IV)
Capitulo IV: Un libro misterioso (IV/IV)
Capitulo V: Un secreto revelado (I/III)
Capitulo V: Un secreto revelado (II/III)
Capitulo V: Un secreto revelado (III/III)
Capitulo VI: La magia de Morkes (I/III)
Capitulo VI: La magia de Morkes (II/III)
Capitulo VI: La magia de Morkenes (III/III)
Capitulo VII: Conspiración (I/III)
Capitulo VII: Conspiración (II/III)
Capítulo VII: Conspiración (III/III)
Capítulo VIII: Cumpleaños
Capítulo VIII: Cumpleaños (II/III)
Capítulo VIII: Cumpleaños (III/III)
Capitulo IX: Los Tres Picos
Capítulo IX: Los Tres Picos (II/III)
Los tres picos (III/III)
Capítulo XI: La última jugada
Capítulo XII: Prohibido amor (I/V)
Capítulo XII: Prohibido amor (II/V)
Capítulo XII: Prohibido amor (III/V)
Capitulo XII: Prohibido amor (IV/V)
Capítulo XII Final: Prohibido amor (V/V)
Epílogo

Capitulo III: La fiesta del Sol (III/III)

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By sakurasumereiro

Mi aposento se hallaba en la torre norte. Recorrí todo el extenso camino de regreso al salón del fuego, donde se realizaba la celebración. Me cubrí con una capa de color claro que disimulaba el tono oscuro de mi túnica y cubrí mi cabello con la capucha. Los guardias que encontré en mi camino solo notaron el tono oscuro de la piel de mi rostro, reconociendo en mí a su princesa, se inclinaron, reverentes, sin hacer preguntas.

La noche era clara, la luna en lo alto del cielo resplandecía opulenta, esa sería la noche más corta del año y a partir de ella se alargarían hasta llegar a la más duradera de ellas en el solsticio de invierno, la festividad de Lys, mi favorita, no solo por ser mi cumpleaños sino porque era oscura y llena de magia.

Sí, nací el día en que se celebraba la noche más larga del año, donde, según el mito, Lys apresaba a Morkes, el nigromante, en la oscuridad perpetua del Geirsgarg junto con sus draugr y sus fantasmas. Representaba la festividad del bien sobre el mal, la magia blanca prevalecerá por siempre sobre la hechicería oscura, o eso decían los sorceres ancianos.

El día de mi nacimiento se leyeron las estrellas. Yo era una hija anhelada por muchos y por mucho tiempo ya que, como saben, el rey no había podido concebir en su anterior alianza, así que se aguardaban grandes cosas de mí, pero nací en ese día, el que representaba la batalla entre el bien y el mal, así que yo podría encarnar todo lo bueno, pero también la absoluta maldad de la oscuridad.

Sospechaba que las estrellas revelaron un aciago destino pues lo que se leyeron en ellas hasta ese momento no había sido revelado.

Ese era un motivo más para odiar a Englina, pues a diferencia del mío, su cumpleaños no dejaba lugar a dudas, se celebraba en el mejor día del año, el de las cosechas, donde se agradecía a la madre de todos por su infinita bondad, el día en que el sol permanecía por más tiempo brillando en la tierra ¿Quién podría tener dudas sobre su destino si había sido bendecido por el sol y la mismísima Olhoinna? Englina lo tenía muy presente y siempre me lo recordaba de la peor manera.

Algunas de las puertas del salón del fuego se abrían al jardín. Los corredores que lo atravesaban tenían suelos de piedra; en los techos y columnas serpenteaban, hasta cubrirlas, hermosas ramas de glicinas moradas perfumadas, en el centro arbustos repletos de bayas o de flores que le daban una apariencia idílica.

El corredor que bordeaba el extremo oeste daba justo a una puerta hacia el exterior del palacio flotante. Era una salida que solo la usaban los jardineros y por la que usualmente casi nadie transitaba. Era por allí por donde pretendía escapar.

Salir del castillo por algún otro sitio sería imposible, pues había guardias custodiando cada puerta.

Al llegar al corredor de las flores, el cual rodeaba al salón, de fuego, me quité la capa y la escondí entre las macetas. Avancé por uno de los pasillos hacia el que daba a la salida. Si alguien se percataba de mí solo vería a una persona de cabello oscuro y vestida de negro, paseando por el jardín que, al igual que otros tantos, deseaba refrescarse con la brisa nocturna.

Había bastantes personas que salían del salón festivo a tomar el fresco en el jardín. Afortunadamente, la mayoría de ellas se encontraban sumergidas en charlas y no parecían prestar atención al entorno a su alrededor.

Caminé de prisa con mi botín invisible hasta la puerta cerrada con llave.

Mis escapadas del castillo eran frecuentes, así que yo poseía desde hacía algún tiempo una copia del manojo de llaves de la dama Dahlia. El grueso llavero contenía las llaves de la mayoría de las puertas del palacio. Las llaves doradas eran las de las habitaciones de la familia real, las plateadas pertenecían al resto de habitaciones y salones, las de cobre eran las que de alguna forma se encontraban relacionadas con la servidumbre. La llave que buscaba era una de esas veinte de cobre que tenía el manojo. Empecé a probarlas una a una, volteando frecuentemente sobre mi hombro para asegurarme que nadie reparaba en mí. Al cuarto intento la puerta cedió y yo salí a la libertad.

Me dirigí a los establos y allí tomé mi yegua, Frelsi. En la entrada del palacio no hicieron muchas preguntas, llevaba la máscara plateada puesta y los soldados no me reconocieron, tenía el cabello teñido de negro y jamás pensarían ver a su Alteza vestida con una túnica oscura. Así que cabalgué fuera de la ciudadela sorceriana directo a la libertad. Dejé atrás el palacio flotante y la celebración donde, de seguro, nadie notaría mi ausencia.

Cabalgué al galope poco menos de una legua hasta que empecé a percibir la música alegre y las luces de la ciudad Rek Dorm. Hundí las zapatillas en los flancos de Frelsi para que cabalgara más rápido, estaba deseosa de ver a Erika y a Aren que me esperaban sentados bajo la gran castaña, al lado de la entrada de la ciudad.

—¡Al fin llegas! —exclamó Aren levantándose y sacudiéndose el polvo de su pantalón.

—¿Crees que es fácil escapar de palacio? —le reclamé desmontando y dándole la cesta con los víveres a Erika.

A mi amiga se le iluminaron sus ojos dorados cuando vio el contenido de la cesta. Al igual que yo, amaba los nagill de salmón y los krabbis, por eso siempre que podía sustraía una buena cantidad de la cocina de palacio. Aren, en cambio, sacó la botella de vino, le quitó el tapón y aspiró su aroma con una expresión de deleite bastante cómica. Yo sonreí al verlos tan entusiasmados, la sola presencia de mis amigos me llenaba de alegría.

Entramos a la ciudad y fue imposible no contagiarnos con la euforia que se respiraba en ella.

Las calles principales estaban adornadas con linternas hechas de papel de diferentes colores, había música y comida por todos lados. Nosotros caminamos entre sus calles probando, de puesto en puesto, los diferentes bocadillos de violetas confitadas, carne asada, cubitos de ternera en salsa picante, ensaladas de frutas con pétalos de algunas flores comestibles y mi favorita: dulce de naranja con lavanda.

Saqué de mi pequeña bolsa una moneda de plata y tomé tres pequeños envoltorios con los postres. La mujer, que no esperaba tanto dinero por sus confites, abrió los ojos sorprendida.

—¡Muchas gracias, señorita.

Yo sonreí feliz, metiendo mi compra en la cesta. Aren me jaló sin darme tiempo a responderle a la amable mujer.

—¡Vamos, vamos! —apremió él —Por allá es el baile.

Mi amigo adoraba bailar y teniendo tan pocas oportunidades en nuestra vida diaria para hacerlo, entendía que no quisiera perder más tiempo. Mientras yo iba principalmente a la fiesta del sol en la aldea por probar su suculenta comida y escapar de palacio, él lo hacía para bailar.

Nos arrastró a Erika y a mí, una en cada mano, hasta la gran rueda que se abría en la plazoleta central, donde gran parte de los jóvenes y adultos bailaban. Eso era lo maravilloso de la fiesta del sol que celebraban los comunes, todos agradecían por igual a Olhoinna sus muchas bendiciones, no había distinción entre adultos y jóvenes. Por las calles igual se veían niños correteando como ancianos riendo y bailando.

Nos mezclamos en el círculo esperando una oportunidad para bailar. Me desconcertó notar la mano con que Erika me sostenía bañada, de un momento a otro, en sudor. Me apretaba, además, con inusitada fuerza. Miré nuestras manos enlazadas y cuando alcé la cabeza para preguntarle que sucedía, lo comprendí.

Del otro lado del círculo, frente a nosotros, Dormund nos miraba fijamente. Vestía una chaqueta de cuero ennegrecido que le llegaba a la mitad del muslo, debajo tenía una camisa de cuello alto, azul intenso. Atada con un cinturón de cuero, adornado por hebillas de plata, tenía su larga espada; en sus brazos lucía sus acostumbradas muñequeras de plata que ajustaban las mangas de la chaqueta. El atuendo lo completaban calzas negras y botas de piel casi hasta la rodilla. A diferencia de cómo lo usaba en el palacio adamantino, tenía su largo cabello oscuro recogido en una media cola que permitía que alguno mechones se desparramaran por sus hombros.

Dormund era apuesto, muy apuesto y esa noche lucía en su máximo esplendor. La camisa hacia juego con sus ojos azules, tal vez por eso mi amiga se había congelado en su sitio.

—¿Qué hace aquí? —pregunté, un tanto molesta, al notar el efecto que él tenía sobre Erika.

Nadie me contestó. Aren nos haló a ambas metiéndonos en el círculo donde gran parte de los jóvenes se habían lanzado a bailar al son de la flauta y el arpa. Me empecé a reír olvidando por completo la llegada sorpresiva de nuestro instructor adjunto.

Mi amigo me tomó de las manos y comenzamos a girar al son de la alegre música. Aren reía y cuando lo hacía sus ojos verdes brillaban más.

No sé si era por las vueltas que dábamos al bailar o el efecto que ya empezaba a hacer el vino de ciruela en mí, pero me sentía flotar sobre nubes, como si mis pies no tocaran suelo. Una de las manos de Aren se enrolló en mi cintura y la otra sostuvo mi mano derecha, saltábamos y girábamos al ritmo de la música.

Entonces nos soltamos y todos los danzantes nos tomamos de las manos y giramos rápidamente, luego, al soltarnos cambiamos de pareja, esto se repitió unas dos veces más. En medio de la multitud, yo quería hallar a Aren para continuar bailando con él. Mientras lo buscaba me di cuenta que tampoco veía a Erika.

Mi cabeza giraba de un lado a otro buscando a mis amigos cuando una mano firme tomó la mía.

—¡Aquí estás! —dijo Aren enrollando de nuevo su brazo en mi cintura y haciéndome girar otra vez.

Olvidé que no veía a Erika. No sé cuánto tiempo bailamos, pero ya tenía sed y las piernas me dolían, así que arrastré a Aren fuera de la rueda de baile.

—¡No puedo más! —exclamé resollando con fuerza. Aren se rio.

Ambos caminamos a una calle más tranquila.

—¡Qué rápido te cansas, Alteza! ¿Dónde está Erika? —preguntó él mirando de un lado a otro.

—¡No lo sé! La perdí de vista cuando empezamos a bailar.

—¡Vamos a buscarla! —dijo mi amigo tomando mi mano para buscar a Erika por las calles aledañas —Por cierto, no te he dicho que te ves genial con el cabello negro.

Sonreí al escuchar el halago.

—¡Gracias! Es tintura de carbón.

—Te luce. Hace que tus ojos grises resalten.

Aren se acercó mucho a mí, no sé si era para detallar mis ojos o lo bien que me había quedado la tintura de carbón. Desvié la vista hacia los lados, de repente quería escapar de su cercanía.

—¡Mira allá está Erika! —dije triunfante, escabulléndome de su proximidad.

Erika parecía desorientada, se estrujaba las manos y tenía la cabeza gacha. Caminé hacia ella y cuando notó mi presencia creí ver algo de humedad en sus ojos claros.

—¿Dónde estabas? ¡Te buscábamos por todas partes!

—Me sentí cansada —dijo ella sin mirarme—, me senté un rato en uno de los bancos de la plazoleta.

—¿Qué tal si comemos los bocadillos que trajiste de palacio, Soriana? —dijo Aren balanceando la cesta, sin darse cuenta del estado en el que se encontraba Erika.

—De acuerdo —le respondí viendo la extraña actitud de mi amiga—. Sentémonos allá —Y señalé un banco de piedra que estaba desocupado porque estaba alejado del barullo de la plazoleta.

Los tres nos sentamos, yo en medio de mis amigos. Le pasé los nagill más grandes a Erika con la esperanza de alejar de ella lo que sea que la tuviera tan preocupada, pero me sorprendí al ver que se llevaba a la boca sus canapés favoritos con indiferencia.

—¿Qué sucede? —le pregunté en voz baja a mi amiga. Ella dio un respingo y me miró al borde de las lágrimas —¿Es por Dormund?

Erika abrió desmesuradamente sus lindos ojos color miel y negó con fuerza, parecía asustada.

—¡No! ¡Claro que no! Son tonterías mías, no me hagas caso, Soriana —dijo con una sonrisa forzada, llevando otro canapé a su boca.

Mi amiga le arrebató la botella de vino a Aren y comenzó a beber ella también.

En ese momento, como si el clima se pusiera de acuerdo con los sentimientos de mi amiga, comenzó a lloviznar. Aren, a quien ya le hacía efecto el vino, se puso feliz al sentir la lluvia. Se paró de un salto y nos agarró a ambas de la mano.

—Vengan chicas, vamos a mojarnos.

Su risa era contagiosa, hasta la melancolía de mi amiga desapareció un poco cuando él la estrujó en sus brazos.

Erika y yo comenzamos a mojarnos y a reír y saltar en los charcos que ya se formaban en el suelo. De pronto Aren me miró y rio a carcajadas.

—¿Qué sucede? —le pregunté yo, sospechando que se burlaba de mí.

El me sujetó por la cintura y se acercó de nuevo demasiado. Me miró a los ojos sin decir nada y luego una dulce sonrisa adornó sus labios delgados. Deslizó la mano por mi mejilla y me mostró sus dedos manchados de negro. La tintura de mi cabello se escurría bajo la lluvia.

—Tu disfraz se lo lleva el agua, Alteza.

Permanecimos en silencio, mirándonos a los ojos, hasta que un grito de Erika rompió nuestra mutua contemplación.

—¡Soriana!

Cuando me volví para ver qué ocurría, varios guardias del palacio se acercaban a caballo.

—¡Dioses! —exclamé temerosa.

¡Tenían que llegar en ese preciso instante, justo cuando mi disfraz se lo llevaba la lluvia!

—¡Aquí estáis, Alteza! —dijo lara Moira, la odiosa lacaya de mi madre—. La reina está preocupada por vos. Llevamos mucho tiempo buscándola.

Por supuesto que no creía que mi madre estuviera preocupada por mí, pero estaba convencida que debía estar molesta, muy molesta.

Lara Moira miró con algo de desprecio a mis amigos.

—Señorita Erika, vuestra madre también ha de estar preocupada, la llevaremos de regreso a la ciudadela. ¡Señor Grissemberg, espero que no hayáis sido el que persuadió a la princesa de venir hasta acá! Aunque no me sorprendería siendo quien sois.

Aren enrojeció de furia al escuchar hablar a lara Moira. Durante toda su vida había tenido que cargar con el estigma de que uno de sus ancestros, Erick Grissemberg, deshonrara a su familia, al ejército y a todo el reino enamorándose de un alferi. A pesar de que eso había sucedido casi cien años atrás, todavía el estigma perseguía a mi amigo y a toda su familia.

—¡No fue él! —dije con aplomo, sosteniendo a Aren para evitar que se le fuera encima a lara Moira —Fue mi idea. Odio estar en palacio y no quería permanecer en esa aburrida fiesta, así que me escapé.

Lara Moira me miró consternada.

—Lamento escuchar eso, Alteza y vuestra madre seguramente también lo hará. Subid por favor —Y me tendió la mano para que subiera a su montura.

—Vine en mi caballo, me iré en él. Podéis escoltarme si creéis que escaparé —espeté con rabia.

Así, tristemente, terminó para mí la festividad del sol, montando a Frelsi rumbo a enfrentar la cólera de mi madre. 

Frelsi: Libertad

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