Augsvert II: El exilio de la...

By sakurasumereiro

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En el reino de Augsvert la princesa Soriana intenta convertirse en la mejor hechicera de todos los tiempos co... More

Antes de leer
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Capitulo I: La casa Sorenssen (I/II)
Capitulo I: La casa Sorenssen (II/II)
Capitulo II: El palacio Adamantino (II/II)
Capitulo III: La fiesta del Sol
Capitulo III: La fiesta del Sol (II/III)
Capitulo III: La fiesta del Sol (III/III)
Capitulo IV: Un libro misterioso (I/V)
Capitulo IV: Un libro misterioso (II/IV)
Capitulo IV: Un libro misterioso (III/IV)
Capitulo IV: Un libro misterioso (IV/IV)
Capitulo V: Un secreto revelado (I/III)
Capitulo V: Un secreto revelado (II/III)
Capitulo V: Un secreto revelado (III/III)
Capitulo VI: La magia de Morkes (I/III)
Capitulo VI: La magia de Morkes (II/III)
Capitulo VI: La magia de Morkenes (III/III)
Capitulo VII: Conspiración (I/III)
Capitulo VII: Conspiración (II/III)
Capítulo VII: Conspiración (III/III)
Capítulo VIII: Cumpleaños
Capítulo VIII: Cumpleaños (II/III)
Capítulo VIII: Cumpleaños (III/III)
Capitulo IX: Los Tres Picos
Capítulo IX: Los Tres Picos (II/III)
Los tres picos (III/III)
Capítulo XI: La última jugada
Capítulo XII: Prohibido amor (I/V)
Capítulo XII: Prohibido amor (II/V)
Capítulo XII: Prohibido amor (III/V)
Capitulo XII: Prohibido amor (IV/V)
Capítulo XII Final: Prohibido amor (V/V)
Epílogo

Capitulo II: El palacio Adamantino (I/II)

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By sakurasumereiro

Doceava lunación del año 292 de la Era de Lys. El palacio Adamantino, Heiorgarorg, Augsvert.


Dos días después de los eventos conmemorativos por la muerte de mi padre, volví al palacio Adamantino para continuar mi educación.

Yo prefería pasar el mayor tiempo posible lejos del palacio Flotante, de mis obligaciones como princesa y de mi madre y su mirada desaprobatoria, así que mi refugio era ese gélido palacio rodeado de altos picos en las montañas de Heiorgarorg, en la cordillera de Ausvenia, colindante con las fronteras del reino y con la barrera que nos mantenía protegidos de los alferis.

En medio de la fría neblina, el palacio parecía levitar entre blancas cimas, dando la ilusión de que se desplazaba sobre nubes. Creo que a él le hubiese quedado mejor el nombre de palacio Flotante. Los rayos del sol, que allí eran pálidos y fríos, rodeaban el ambiente de luz blanca, tal como si fuera el reflejo del hielo o las nieves perpetuas que manchaban la cúspide de las enormes montañas de blanco inmaculado.

Creo que el nombre de Adamantino tampoco estaba mal, pues las heladas temperaturas lo recubrían de escarcha en casi todas las temporadas del año y el palacio brillaba como si estuviera hecho de diamantes. 

Pese al frío, allí sentía más calor que en el palacio flotante, mi hogar. Sin embargo, debía volver con mi madre cada invierno y no porque el palacio Adamantino y sus alrededores se congelaran, eso no llegaba a ocurrir debido a la poderosa energía espiritual que fluía en la zona, regresábamos a nuestras casas porque era la época vacacional.

Los sorceres hijos de familias nobles, aquellos lars y laras destinados a formar parte de la asamblea de gobierno, debían instruirse allí. A la edad de siete años, todos éramos enviados a las montañas de Heiorgarorg para nuestra formación.

Y yo no era una excepción, más bien estaba obligada, por ser la futura regente, a brillar más que la escarcha que recubría los muros del palacio.

Cuando cumplíamos diecisiete años terminaba nuestra educación, al menos la formal, en el palacio Adamantino. El afortunado sorcere, se iba directo a organizar su glamurosa fiesta de iniciación y luego la vida lo esperaba afuera.

Casarse, formar parte de la asamblea. Si sobresalía lo suficiente o si sus conexiones eran buenas, entonces quizás sería llamado a integrar el Heimr de hechiceros y se dedicaría a asesorar directamente al regente del reino. En fin, toda una maravillosa vida de posibilidades.

En mi caso todo era peor, yo iría a gobernar, a ser excelente, la mejor de todo un linaje sobresaliente, sin presiones, por supuesto.

Mi prima Englina se preparaba para abandonar el palacio. Se acercaba su cumpleaños número diecisiete.

Englina tuvo la buena fortuna de nacer el día en que el sol está más tiempo brillando en el cielo, el día más largo del año en el que la diosa Olhoinna, madre de todo y de todos, derrama sus bendiciones en el reino mortal. Es decir, ella nació el día de la festividad del sol, celebración en honor a Olhoinna. Así que, mi querida prima, presumía por doquier que el día de su cumpleaños diecisiete el reino entero lo celebraría con ella.

Sí, yo no quería tanto a mi prima.

Pero es que era insoportable. Tenía que llenarme de paciencia, de mucha paciencia para no matarla con un hechizo o partirla a la mitad con mi espada. Además, siempre se burlaba de mí.

Ese día, las lecciones de Tek brandr habían terminado y yo me sentía bastante frustrada, pues a pesar de que ya contaba quince años, no sentía progresos en mi técnica. La mayoría de los ancianos maestros que conocieron a mi padre y quienes también le dieron clases a mi madre, no paraban de decir que yo era buena y que «tal vez algún día llegara a ser como ellos» . Ese tal vez me mortificaba.

Después de las clases nos quedamos en el salón Brandr charlando y quejándonos de lo exigentes que eran el maestro Olmer Vaarh y su ayudante Dormund Helving.

Dormund era un estudiante como nosotros, pero mas adelantado pues estaba por terminar su educación. Al no provenir de una rica familia de sorceres, sus recursos económicos eran escasos y desde que pudo se empleó en diferentes oficios en el palacio, alternando sus estudios con su trabajo. Aunque algunos de sus compañeros se burlaban de él, yo nunca lo hice, me parecía alguien admirable. Que luchara de tal forma por alcanzar unos conocimientos que eran solo privilegio de las antiguas familias de sorceres y que, además, fuera un alumno destacado, lo hacían merecedor de mi respeto, pero no podía negar que nos machacaba como nadie, incluso más que el maestro Vaarh.

Tal vez todo se debía a que Dormund era un prodigio. A pesar de su juventud tenía un dominio extraordinario de la técnica de la espada y era un grandioso hechicero. Incluso había perfeccionado algunos encantamientos y creado otros, lo cual solo se lograba tras muchos años, con un profundo conocimiento de la magia. No todos los sorceres ancianos podían jactarse siquiera de dominar todos los hechizos o el Tek brandr.

Y por eso, adoloridos después del entrenamiento, nos lamentábamos, pues nuestro asombroso instructor adjunto pretendía que nosotros, simples sorceres, lo igualáramos.

—¡Me odia, sé que me odia! —gimoteó Daven Jansen, uno de nuestros compañeros y quien realmente era el más torpe de nosotros.

—No te odia. Solo te desprecia —le dije a manera de consuelo—. Nos desprecia a todos.

Él gimió y me miró en medio de una triste sonrisa con los ojos cristalizados por las lágrimas.

El resto acompañó mis palabras con risas atribuladas. Todos sentíamos la misma presión impuesta por nuestras familias: la de ser hábiles espadachines y hechiceros, pues la destreza era sinónimo de prestigio entre los sorceres.

—¡Es que es tan bello! —Exclamó, de pronto, con ojos soñadores, Brenda. Llevó una mano al pecho y aún con mayor elocuencia dijo—: ¡Y yo soy tan torpe! Jamás se fijará en mí, creo que moriré de amor.

Cuando la escuché, sentí que el rostro se me deformó por la incredulidad. ¿Cómo alguien podía enamorarse de Dormund? Torcí los ojos y miré a mi mejor amiga, Erika, buscando en ella apoyo para burlarme de Brenda. Pero Erika parecía perdida en sus pensamientos. Dudé siquiera que nos estuviese escuchando, concentrada como estaba mirando al suelo.

Aren, que estaba a nuestro lado, se rio también, aunque después dijo con algo de rencor:

—¡No sé qué le ven! ¡Ni siquiera es tan hábil! Casi se le que cae la espada cuando choqué la mía contra la de él en la lección de hoy. Todos lo vieron, ¿no?

Yo volteé a mirarlo con algo de condescendencia. Aren era el mejor en Tek brandr de todos nosotros, pero no tanto como para ni siquiera hacer temblar la espada de Dormund.

En realidad, después de que ellos chocaron sus espadas, el joven empujó con tanta fuerza a Aren que el hueco que dejó su cuerpo en la pared seguro adornará el salón por mil años

Antes de que pudiera expresar mi opinión, apareció mi querida prima, Englina.

Llegó caminando envuelta en un aire de suficiencia, contoneando las caderas entalladas por la ropa de entrenamiento. Traía su espada en la mano.

—Puede ser que Dormund desprecie lo torpes que son. —Ella hizo girar la espada con soltura en su mano diestra—, a todos menos a mí. ¡Acaba de felicitarme! ¡Me ha dicho que tengo elegancia en mi técnica!

En ese momento me miró sonriendo y yo supe que debía respirar hondo. Habló en un tono de fingida consideración.

—En cambio, tú, prima, debes entrenar más. Ya casi tienes dieciséis. ¿Qué dirá tía cuando vea que te mueves como una de las cabras de Ausvenia?

De inmediato, Englina sostuvo su espada en alto, abrió las piernas y saltó de una manera tan grotesca que casi suelto la carcajada. No lo hice porque era de mí de quién se burlaba al simular mi técnica de estocada. Ella disfrutaba de mofarse de mí delante de todos nuestros compañeros.

—Por ejemplo, no es así como debes avanzar —Y saltó horriblemente otra vez— ¡Es así!

Sí, era cierto, su manera era elegante, la mía no.

Todos estallaron en risas, hasta Erika sonrió. Yo la miré reprochándole esa sonrisa. ¿Cómo podía burlarse de mí? Es decir, ella podía reírse de mí. De hecho, lo hacía bastante a menudo, pero lo que no debía era burlarse por un comentario de la odiosa de mi prima, era desleal.

—Sí, sí, ya sabemos que eres la mejor espadachín del reino. Quizás hasta mejor que el legendario Efredier.

—Prima, no te enojes, lo hago por tu bien. De verdad odiaría que tía te riñera, como siempre, cuando le lleguen nuestras evaluaciones.

Giré los ojos por su comentario. Ella en parte tenía razón. Mi madre, «la muy sobresaliente Reina luna» , nunca estaba conforme con mi desempeño y mi amada prima no perdía ocasión de recordármelo.

—¡Oh, gracias por preocuparte por mí! —Luego dije jalando a Erika del brazo y mirando a Aren para que me siguiera—: Vámonos.

—¿Para dónde van? —Se apresuró Englina a preguntarle a Aren antes de que la dejáramos atrás.

Él me miró y luego a ella. El problema de Aren era su bondad, odiaba hacer sentir mal a alguien, pero con su deferencia terminaba sacrificándome a mí. Giré los ojos y asentí, entonces él se animó a decirle a Englina lo que haríamos.

—Vamos a Rykfors. Ya sabes, ahora que es verano el clima será agradable allá.

A Englina se le iluminaron los ojos y yo al verla rodé los míos y di un resoplido. Sabía lo que vendría a continuación.

—¿Puedo ir, Aren? —suplicó con su voz más melosa y sus ojos más tiernos.

Erika volteó a mirarme y se rio. Supongo que le causaba gracia mi expresión de profunda amargura y resignación al tener que soportar la presencia de Englina, porque ya sabía que Aren no se negaría.

—Sí claro, vamos. Los melocotones están cargados, recojamos algunas frutas para comer después.

Y así nos fuimos los tres, más Englina, a bañarnos a mi cascada favorita en todo el mundo (que por aquella época se limitaba a Augsvert). 


***Hola amables personitas, ¿qué les ha parecido el capitulo? ¿Qué les parecieron Englina, Erika y Dormund? Me encantaría leerlos.

Pueden seguirme en Instagram, por allá estaré subiendo contenido adicional, como algunas leyendas o historias de este continente de Olhoinnalia, la primera será referente a la espada de Soriana, Assa aldregui.

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