Augsvert I: El retorno de la...

By sakurasumereiro

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Una hechicera con un turbio pasado, un hada que no puede volar y un guerrero que busca salvar su reino, verán... More

ADVERTENCIA
Capitulo I: El encuentro (I/III)
Capitulo I: El encuentro (II/III)
Capitulo I: El encuentro (III/III)
CAPITULO II: Inicio del viaje.
Capitulo III: Percances en el Dorm (I/VI)
Capitulo III: Percances en el Dorm (II/VI)
Capitulo III: Percances en el Dorm III/VI
Capítulo III: Percances en el Dorm IV/VI
Capitulo III: Percances en el Dorm V/VI
Capitulo III: Percances en el Dorm (VI/VI)
Capitulo IV: Fiskr Haugr
Capitulo IV: Fisk Haurg (II/II)
Capitulo V: La posada Ormr (I/V)
Capitulo V: La posada Ormr (II/V)
Capitulo V: La posada Ormr (III/V)
Capitulo V: La posada Ormr (IV/V)
Capitulo V: La posada Ormr (V/V)
Capitulo VI: Viejo amigo, nuevo enemigo; revelaciones (I/III)
Capitulo VI: Viejo amigo, nuevo enemigo; Revelaciones (II/III)
Capitulo VI: Viejo amigo, nuevo enemigo; Revelaciones (III/III)
Capitulo VII: Culpa (I/III)
Capitulo VII: Culpa (II/III)
Capitulo VII: Culpa (III/III)
Capitulo VIII: El poder de la amistad (I/III)
Capitulo VIII: El poder de la amistad (III/III)
Capitulo IX: Infamia (I/IV
Capitulo IX: Infamia (II/IV)
Capitulo IX: Infamia (III/IV)
Capitulo IX: Infamia (IV/IV)
Capitulo X: El costo del amor (Final)
Glosario y mapas

Capitulo VIII: El poder de la amistad (II/III)

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By sakurasumereiro

II

Keysa

Por la mañana, Soriana le pidió a la posadera nos preparara dos baños. Primero se aseó ella y luego lo hice yo, de manera qué cuando bajé a desayunar, ella ya estaba sentada a la mesa con Aren.

El recuerdo de la masacre que Soriana cometió en el palacio del Amanecer hacía doce lunaciones la había entristecido profundamente. Yo lo sabía, lo noté la noche anterior en su mirada y su actitud taciturna. Creí que su estado de ánimo no mejoraría mucho por la mañana, por eso me sorprendí cuando al bajar a comer la encontré riendo en voz baja junto a Aren.

Se sentaban uno frente al otro, delante tenían varios panecillos espolvoreados de azúcar, bollos de maíz, mantequilla, queso de cabra fresco, huevos cocidos y zumo de frutas, olía delicioso. Soriana se reía de algo que Aren le decía. Cuando el sorcere me vio me dedicó una radiante sonrisa también a mí.

—¡Bendiciones a ambos! —dije mientras me sentaba a la mesa— ¿Por qué están riendo?

—Recordábamos la vez en que Soriana quemó una cesta de melocotones de pura rabia —dijo Aren mientras la miraba entre tiernas sonrisas. Aquello se me hizo extraño, sobre todo porque Soriana lo veía a él de la misma forma, una mirada nada habitual en ella.

—Ah, ¿sí? Desde que estabas en Augsvert eras mal geniada —dije esperando una reprimenda por parte de ella, pero el lugar de eso, Soriana volteó a ver a Aren.

—¡No era mal geniada en Augsvert!

—Sí, lo eras. Esa vez quemaste todo el cesto de melocotones y todavía no entiendo por qué. Tuve que subir muy alto en el árbol para recolectarlos de nuevo.

—¡Se los ibas a dar a Englina! —dijo Soriana enfurruñándose. De pronto su expresión la hizo parecer más joven a pesar del espeso bigote y la barba del disfraz.

—¡Claro que no! —le contestó Aren sin dejar de sonreír—. No todos, al menos, los mejores iban a ser para ti.

Parpadeé varias veces pues me pareció ver un sonrojo en la pequeña porción de mejillas de que permanecía sin cubrir por el pelo de la barba. Lo que sí era un hecho es que apartó la mirada de Aren y no volvió a hablar, concentrándose en comer su desayuno.

Los miré a ambos, sorprendida, primero a uno y luego al otro, los dos comían en silencio con sus rostros sonrientes y ruborizados. ¿De qué me había perdido mientras me bañaba? Llevaban todo el viaje discutiendo y tratándose de una manera descortés, pero esa mañana eran amables el uno con el otro y para mi total desconcierto, se veían felices. Además, Soriana comía con gusto, como llevaba mucho tiempo sin hacer.

No continué dándole importancia, tal vez el hecho de sincerarse había repercutido positivamente en su maltrecha relación.

Después de desayunar nos pusimos en marcha. Lo primero que hicimos fue buscar las monturas en el pequeño establo con el que contaba la posada, luego iríamos a aprovisionarnos de agua, carne seca, pan de corteza y queso. Soriana quería, además, reponer las tinturas y los polvos usados en nuestros disfraces.

El sol brillaba en el cielo esparciendo su calidez, al estar cada vez más al sur el frío empezaba a ser menos intenso. Ulfgeirgs era una ciudad poco extensa en comparación con la capital y las otras dos grandes ciudades de Doromir, Su cercanía con el paso de Geirgs, había hecho de ella una de las más pequeñas del reino, sin embargo, a pesar de eso, estaba bien provista de tiendas y mercaderes.

Cruzamos el empedrado de la calle principal que empezaba a llenarse de personas y carretas y en menos de lo que tarda en consumirse una brizna de paja en el fuego, nos encontramos en medio del mercado. Los veörmirs iban a paso lento entre los comerciantes y compradores que se desplazaban a pie o en monturas. A cada lado se exhibían telas, broches, alhajas y otras baratijas, así como frutas, granos y diferentes víveres. Después de tanto tiempo encerrada en una cueva, ver los vibrantes colores de vestidos y telas, balancearse en la suave brisa; sentir deliciosos aromas filtrarse en mi nariz, apeteciéndome probar cada platillo y fruta, hizo que brotara en mí una alegría desenfrenada. Incluso había música. Algunos vendedores de instrumentos musicales los tocaban en su empeño de venderlos.

—Ariana —dije emocionada mientras señalaba una pieza de tela azul que danzaba en el viento—, es seda de araña.

—Ulfred, señorita —me corrigió ella con voz de hombre y yo caí en cuenta de mi error. Afortunadamente, en la algarabía del mercado nadie nos prestaba atención—. Y eso no es seda de araña, es una imitación, bastante burda, debo decir.

Imitación o no, era encantadora. Continuamos avanzando. Soriana y Aren se apearon varias veces para comprar lo que necesitábamos. Siempre que uno bajaba del veörmir, el otro lo acompañaba. Aquello me pareció un poco absurdo, pues me parecían capaces de hacer las compras, cada cual por su cuenta, sin necesidad de estar juntos todo el tiempo.

Pero el que se distrajeran en sus cosas, me permitía a mí embobarme con los vestidos, las joyas y los broches para el cabello sin sentir la mirada recriminadora de Soriana sobre mí. Incluso un chico que atendía un puesto de frutas me regaló varias manzanas. Le habría agradecido de no ser porque Aren lo notó y le dirigió al joven una mirada asesina que lo asustó.

En menos de un cuarto de vela de Ormondú, nuestras alforjas estaban llenas de provisiones. Al final de la calle del mercado, una tienda bastante lujosa exhibía diferentes vestidos y telas en aparadores de fina madera. Mis ojos se desviaron hacia los muñecos de tamaño real que vestían las prendas. Quería ir, pero sabía que Soriana se opondría. Aren, al igual que yo, miraba embelesado los aparadores.

—Vamos, Ulfred —le dijo a Soriana.

Ella lo miró dubitativa.

—Son vestidos de mujer.

«Como si ella no lo fuera.» Pensé rodando los ojos. No siempre llevaría bigote y barba. Aprovechando que Aren quería ir, yo insistí.

—¡Vamos! —exclamé con una sonrisa. Los ojos cristalinos me miraron displicentes. Entonces me valí de la farsa que representábamos y en voz alta ordené—: ¡Soldados, vamos adentro! ¡Deseo ver algunos vestidos!

Soriana me miró incrédula por mi osadía al desobedecerla, luego frunció el ceño, pero no le quedó otra alternativa que cumplir mi orden, pues varios transeúntes comenzaban a fijarse en nosotros.

Entramos a la tienda y la dependienta me abordó para enseñarme varios vestidos. Todos eran hermosos, hechos con tejidos suaves y delicados, algunos de lana gruesa, ideales para los inviernos y otros más ligeros, de verano. Yo me paseaba embelesada entre todos ellos. Había, además, algunos broches para el cabello y peines de delicada plata.

Al pasar de nuevo junto a mis acompañantes, escuché como Aren le mostraba a Soriana un hermoso vestido negro de una seda exquisita, tenía bordados los orillos con hilos de plata.

—Quiero regalártelo —le dijo él en voz baja—, era tu color favorito.

La dependienta que los escuchó torció la boca desconcertada y yo tuve que contenerme para no reír, parecía que ellos habían olvidado que estaban disfrazados.

Las palabras de Soriana fueron ácidas, muy contrarias a su mirada cálida y afectuosa dirigida a Aren.

—¿Dónde se supone que usaré eso? ¿En mi cueva de Northsevia?

Tal vez porque ambos aparentaban ser hombres, o porque unos simples soldados no debían tener recursos para comprar vestidos como esos, la dependienta los miraba a unos pies de distancia, de nuevo con la extrañeza pintada en el rostro.

—Por favor —le suplicó Aren a Soriana—, es tan parecido a aquel que usaste en la fiesta del sol. ¿Te acuerdas? Cuando te escapaste de palacio y lara Moira, por orden de tu madre, nos encontró.

La expresión de Soriana cambió. Una sonrisa nostálgica se asomó bajo la barba negra. No fue necesario que Aren le volviera a suplicar, ella tomó entre sus manos la delicada prenda.

La dependienta se acercó a ellos, mirándolos entre el desconcierto por su extraño comportamiento y la esperanza de que compraran.

—¿El señor llevará el vestido? —le preguntó la vendedora a Soriana, quien la miró con el ceño fruncido y luego, horrorizada, al vestido en sus manos. La vendedora dudó, pero luego agregó—. Sin duda el color le sentará bien.

Me divertía ver el desconcierto en el rostro de mi protectora que pareció recordar en ese momento su atuendo de soldado. Deseaba saber qué le contestaría, pero apiadándome de ella, decidí intervenir:

—¡Oh! ¿Cómo cree que unos simples soldados puedan comprar vestidos como estos? ¿Acaso se disfrazarán de mujer? —Tomé la túnica negra de manos de Soriana, continué dirigiéndome a la vendedora que me miraba desconcertada—. ¡Me lo llevaré!

Risas internas que trataba de contener hacían temblar mi voz. Aren, saliendo de su sorpresa, me preguntó:

—Creímos que le quedaría muy bien, señorita. ¿Qué más llevará? —Él volvía a su papel de subordinado mío.

Emocionada por lo que implicaba la frase, elegí un hermoso vestido azul claro. Con disimulo, Aren me dio el dinero y yo pagué por las túnicas mía y de Soriana. Salimos de la tienda dejando atrás a una dependienta muy feliz, con varios sacks de plata en sus manos y dos paquetes con hermosos vestidos envueltos en las mías.

Hacia el mediodía salíamos de la ciudad.

Un aura de paz nos envolvía, tan atípica desde que iniciamos el viaje, pero reconfortante. Por primera vez en mucho tiempo me sentía tranquila como si no estuviésemos a punto de adentrarnos en una región embrujada de la cual se contaban las más espeluznantes historias.

De pronto, Aren me sorprendió tocando una pequeña harmónica mientras Soriana llevaba las riendas del veörmir.

—¡Toca mi canción! —pidió Soriana con una radiante sonrisa.

—¿Tu canción? —pregunté sorprendida. No terminaba de acostumbrarme al hecho de que ellos dos habían compartido su infancia y parte de su juventud, por supuesto que se decían cosas de un pasado desconocido para mí.

—Cuando estudiábamos en el palacio Adamantino —comenzó a contar Aren—, en época de verano solíamos escaparnos a las cascadas del Ulrich, Rykfors era nuestra favorita. A veces pescábamos y otras yo tocaba la harmónica mientras Soriana y Erika se bañaban en las aguas cristalinas que, por ser verano, no eran tan frías.

—¿Erika? —pregunté al escuchar ese nombre por primera vez. De inmediato me arrepentí de hacerlo. Soriana, que había estado bastante alegre, se entristeció.

—Era mi mejor amiga. —Antes de que pudiera preguntarle, ella contestó—. Murió cuando tenía diecisiete años.

No quise seguirla interrogando. Por fortuna Aren comenzó a tocar una melodía animada. El ambiente luctuoso, repentinamente instalado entre nosotros, se rompió.

Él deslizaba la pequeña harmónica por sus labios haciendo brotar la música. Notas alegres flotaron acompañando nuestro viaje. Al poco tiempo Soriana sonrió de nuevo, su cabeza se movía al ritmo del pequeño instrumento.

En ese momento sentí que nada malo podía pasarnos, estábamos a salvo, juntos y en calma. Llevaba años viviendo con Soriana y la sentía parte de mí, pero en aquel instante Aren también pasó a formar parte de nosotras. Los tres juntos éramos familia. 


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