Augsvert I: El retorno de la...

By sakurasumereiro

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Una hechicera con un turbio pasado, un hada que no puede volar y un guerrero que busca salvar su reino, verán... More

ADVERTENCIA
Capitulo I: El encuentro (I/III)
Capitulo I: El encuentro (II/III)
Capitulo I: El encuentro (III/III)
CAPITULO II: Inicio del viaje.
Capitulo III: Percances en el Dorm (I/VI)
Capitulo III: Percances en el Dorm (II/VI)
Capitulo III: Percances en el Dorm III/VI
Capítulo III: Percances en el Dorm IV/VI
Capitulo III: Percances en el Dorm V/VI
Capitulo III: Percances en el Dorm (VI/VI)
Capitulo IV: Fiskr Haugr
Capitulo IV: Fisk Haurg (II/II)
Capitulo V: La posada Ormr (I/V)
Capitulo V: La posada Ormr (II/V)
Capitulo V: La posada Ormr (III/V)
Capitulo V: La posada Ormr (IV/V)
Capitulo V: La posada Ormr (V/V)
Capitulo VI: Viejo amigo, nuevo enemigo; Revelaciones (II/III)
Capitulo VI: Viejo amigo, nuevo enemigo; Revelaciones (III/III)
Capitulo VII: Culpa (I/III)
Capitulo VII: Culpa (II/III)
Capitulo VII: Culpa (III/III)
Capitulo VIII: El poder de la amistad (I/III)
Capitulo VIII: El poder de la amistad (II/III)
Capitulo VIII: El poder de la amistad (III/III)
Capitulo IX: Infamia (I/IV
Capitulo IX: Infamia (II/IV)
Capitulo IX: Infamia (III/IV)
Capitulo IX: Infamia (IV/IV)
Capitulo X: El costo del amor (Final)
Glosario y mapas

Capitulo VI: Viejo amigo, nuevo enemigo; revelaciones (I/III)

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By sakurasumereiro

Cuarta lunación del Año 304 de la era de Lys. Posada Ormr, Fiskr Haugr, Reino de Doromir.  

I

Aren

Nos disfrazaríamos después de dejar la posada, luego compraríamos veörmirs que nos sirvieran de montura y atravesaríamos Doromir, intentando no detenernos en ninguna ciudad más que para aprovisionarnos; acamparíamos en las afueras sin llamar la atención.

Cuando acabé de empacar, me dispuse a bajar para cancelar nuestros gastos. Ariana y Keysa continuaban en su habitación, terminando de arreglarse. En la barandilla del primer piso escuché un alboroto proveniente de la planta baja. Al asomarme se me heló la sangre. Un destacamento de la guardia de Doromir discutía de manera airada con Rumilda.

La mujer los miraba con su ceño fruncido. El soldado que hablaba estaba de perfil, pero reconocí en el lado de la cara que daba hacia mí, una larga y fea cicatriz. Era el mismo destacamento que nos detuvo antes.

Me eché hacia atrás cuidando de no hacer ruido y entré en la habitación de las mujeres. Keysa me miró estupefacta y Ariana enojada. Gracias a Saagah ambas estaban apropiadamente vestidas.

—Y bien, lars, ¿qué se supone que haces aquí? —preguntó Ariana.

—¡Abajo hay guardias! ¡No tardarán en subir!

Ella abrió muy grande los ojos y de inmediato revolvió entre sus pertenencias. Sacó una pequeña bolsa de cuero y una larga espada dentro de su vaina.

—Tenemos que escapar.

Yo asentí. Ariana abrió la ventana y se asomó a ella con cuidado. Se arrojó hacia atrás casi de inmediato.

—Abajo también hay guardias—susurró.

Keysa se cubrió la boca, temblaba.

—¿Qué haremos, Ariana?

La sorcerina la miró, la preocupación impregnando sus ojos grises, estábamos acorralados.

—No dejaré que nada malo te pase, Keysa —dijo ella con determinación.

—Bajaré —dije yo, decidido—. Soy un sorcere de Augsvert, no se atreverán a hacerme nada. Crearé una distracción y ustedes huirán por la ventana cuando abajo se despeje.

Ariana fijó en mí sus ojos, que en ese momento semejaban cuchillos de hielo.

—Te encontraremos, lars, y continuaremos nuestro viaje.

Yo asentí. Exhalé con determinación y me dispuse a bajar.

Crucé el pasillo mirando hacia abajo por la barandilla, rezándole internamente a Surt, el tejedor del destino, para que nos librara de esta.

A mitad de la escalera me encontré a cuatro soldados que subían. Ninguno me reconoció, pero yo necesitaba que lo hicieran, debía impedir que llegaran al cuarto donde se escondían las mujeres.

—¡Oficial, nos volvemos a encontrar! —dije intentando sonar jovial.

El de la cicatriz de inmediato alzó el rostro y me miró.

—Así parece.

—¿Aún buscáis a las fugitivas?

—De hecho, sí. Tenemos información de que se esconden aquí.

—¿Aquí? ¡Qué calamidad!

Mis ojos se dirigieron de su rostro a sus manos cuando el oficial llevó la diestra a la empuñadura de su espada.

—¿Dónde están? —dijo él desenvainando el arma.

Yo caminé hacia atrás y desenvainé la mía también. Me puse en guardia, no los dejaría avanzar.

—¿Cómo podría saberlo? —le contesté parando con mi hoja su ataque.

De inmediato los tres soldados que le acompañaban avanzaron también, arremetiendo contra mí.

Encendí mi poder espiritual que cubrió la espada haciéndola brillar con un resplandor azul y empecé a esquivar sus ataques. Lo único en lo que pensaba era en que Ariana y Keysa pudieran escapar.

Cuando la energía espiritual de un sorcere cubre su arma, esta gana poder y resistencia, por lo tanto, mis ataques se hicieron más consistentes. El soldado con la cicatriz, que asumí sería el capitán, era el mejor espadachín de los tres con los que me enfrentaba.

Levanté mi mano izquierda y rápidamente dibujé en el aire la runa Neir, un hechizo sencillo. El símbolo brilló en azul suspendido en el aire, lo atravesé con mi espada y después dirigí esta a uno de los soldados, el cual fue impulsado hacia atrás y cayó por la barandilla debido a la energía que brotó del movimiento. Ya solo quedaban dos contendientes.

El capitán me miró con ojos furiosos.

—¿Suponéis que por ser un sorcere venceréis tan fácil? —preguntó— ¡Siempre creyéndose superiores, todos sois despreciables!

El otro soldado dirigió sus ataques a mi pecho buscando cortar y en varias oportunidades estuvo a punto de hacerlo. Yo tenía que moverme muy rápido para hacerle frente a las arremetidas de ambos. El soldado se impulsó hacia adelante, mientras lo esquivaba, vi por el rabillo del ojo que el capitán sacaba algo de su cinto.

Era nada menos que el Lazo del cautivo.

Dicen que la diosa Lys, en los tiempos primigenios, usó ese lazo para apresar a Morkes, el nigromante oscuro. Gracias al poder del lazo, el dios perdió su poder y Lys, la dadora de magia, pudo encerrarlo en las profundidades del Geirsgarg. Probablemente, era solo una leyenda, pero cierta o falsa, esa cuerda hecha de ethel, el extraño material que solo se consigue en el interior del Cañón de Fuego, tiene la facultad de anular el poder espiritual de un sorcere.

Me moví hacia atrás con un salto y esquivé la cuerda. Si el lazo del cautivo lograba atraparme perdería mi poder y entonces, para los soldados, sería más fácil capturarme.

Levanté esta vez la mano derecha y dibujé otra runa, Aohr, la que conjuraba un hechizo más poderoso. Una vez que el símbolo refulgió en el aire lo atravesé con mi espada y dirigí esta hacia el suelo de la barandilla, debajo de los pies de los soldados. Con un estruendo el piso se derrumbó.

Giré para llegar a una de las habitaciones y poder escapar por la ventana, pero antes de que pudiera llegar a la puerta, el piso bajo mis pies también se desmoronó. El hechizo destruyó todo el pasillo. Sin poderlo evitar, caí.

Abajo era un desorden de tablas, polvo, sillas, mesas volcadas y cuerpos desplomados. Me levanté tan rápido como pude y agarré de nuevo mi espada, encendí mi poder espiritual y para mi asombro no sucedió nada. Volví a intentar, pero mi energía no se manifestaba. Miré hacia atrás y entendí por qué. El capitán sostenía un extremo del lazo del cautivo, el otro estaba envuelto en mi tobillo.

Ya no podía hacer uso de mi magia, pero todavía tenía mi habilidad de espadachín. Cuando fui a levantarme, un sordo dolor en mi pecho me hizo desistir. Uno de los soldados, de pie junto a mí, comenzó a patearme. El capitán se levantó, caminó hacia mí y pisó mi mano. De inmediato solté la espada. Había fracasado en mi intento de huida.

El capitán de la cicatriz en el rostro con su pie apartó lejos de mí la espada, tomó el lazo del cautivo y lo envolvió alrededor de mis manos, atándolas con fuerza, luego me tomó de los hombros y me sentó.

—Lo preguntaré una vez, lars ¿dónde están?

Lo miré con cansancio, negándome a delatarlas.

—No sé a quienes buscáis, ¿cómo podría saber dónde están?

Él me miró con una sonrisa torcida.

—Si no sabéis a quienes buscamos, ¿por qué nos habéis enfrentado?

Yo intenté recomponer mi porte, me senté más erguido y levanté el rostro para mirarlo, desafiante.

—Vosotros me atacasteis primero, ¿qué se supone que debía hacer? Ahora mismo me mantenéis apresado como si yo fuera un malhechor. Es obvio que no sabéis quién soy, ni mi importancia. Yo soy un lars de Augsvert, soy el prometido de la princesa Englina, futura reina de Augsvert. ¿Qué creen que les ocurrirá cuando le notifique de todo esto a vuestra alteza, el príncipe Kalevi?

El capitán contrajo sus cejas en un gesto de desconcierto, la sonrisa burlona desapareció de su boca, empezó a dudar. Alrededor de nosotros, los pocos comensales que a esa hora había en la posada se levantaron de entre los escombros, nos observaban temerosos de que continuara la revuelta. Rumilda, franqueada por la moza guapa, también apareció de entre unas mesas volcadas.

—¿Qué es esto? —gimoteó ella mirando a su alrededor—. ¿Qué se supone que haré con una posada destruida?

El capitán la miró con una expresión cercana al asco. Volteó el rostro y lo dirigió de nuevo a mí.

—Lars, si es como vos aseguráis y nada tenéis que ver con las fugitivas, en nombre del reino os pido mis más sinceras disculpas...

—¿En nombre del reino? —lo interrumpí con una risa burlona—. ¿Quién sois para hablar en nombre del reino? Os aseguro que mi ira llegará al palacio del Amanecer por este trato indigno. Ahora, soltad mis manos de este maldito lazo.

La duda inundó los ojos del capitán. Casi podía ver la lucha en el interior de su cerebro. Luego de lo que tarda una brizna de paja en consumirse al fuego, avanzó vacilante hacia mí. Me iba a desatar.

—Lo lamento —se excusó el capitán.

—¿Y mi taberna? —continuó lamentándose Rumilda—. ¿Quién pagará por esto? —De pronto su tono de voz cambió, de triste pasó a ser iracundo— ¡Oh, tú! ¡Debí saber que estabais involucrado en esto! ¡Maldito rufián! —chilló la mujer.

Un soldado la detuvo cuando ella se abalanzó sobre el recién llegado.

Cuando giré, vi a Gerald que se acercaba a nosotros. Vestía la armadura ligera de Doromir, de cuero ennegrecido y detalles en verde brillante, el color del reino. En la parte superior izquierda llevaba el emblema de la casa real: dos espadas cruzadas sobre la cabeza de un lobo. Sus ojos azules se fijaron en los míos con fiereza, en ese momento él parecía, igual que su heráldica, un lobo a punto de atacar.

—¡Qué vais a hacer! —le gritó al capitán al ver que casi me desataba.

—Es un no, noble de Augsvert —tartamudeó el soldado.

—¿Y qué? Conspira con criminales. —Gerald se rio con esa risa fría, igual a la que había escuchado la noche anterior cuando atacaba a Ariana—. ¡Mi buen Aren! Te dije que no peleáramos por quien no valía la pena. Ahora, dime dónde está y te dejaré ir. Te asignaré hombres para que te escolten hasta que hayas cruzado la frontera. Es mucho más de lo que su alteza te dará cuando se entere de que un miembro del concejo de Augsvert ayudó a escapar a la fugitiva que asesinó a la mayor parte de la familia real.

—¡Eres un maldito mentiroso, Gerald! ¡El único asesino eres tú!

—¿En serio? —me dijo mofándose de mí. Se acercó y levantó mi rostro halándome del cabello—. ¿Y qué te dijo? Déjame adivinar: ¿Qué participé en la revuelta para asesinar a Su Alteza y que ahora estoy exiliado en Vindrgarorg? —Volvió a reír de una manera escalofriante—. ¿Crees que un exiliado tendría el poder de mandar a la guardia de Doromir como yo lo hago, mi buen Aren? Parece que hay cosas que no sabes de tu compañera de viaje, ni de mí.

Uno de los soldados me levantó y tiró de mí a través del extremo del lazo del cautivo.

—Vamos Aren, este no es un buen sitio para interrogarte —dijo él girando sobre sus talones. Ordenó a sus hombres que se marcharan y me llevaran con ellos.

Rumilda volvió a lanzarse sobre Gerald.

—¡Tú, malnacido! ¿Qué pasa con mi posada?

Gerald se dio la vuelta antes de que ella pudiera llegar a él, sus ojos fríos semejantes a los de un lobo del norte. Con inigualable rapidez sus dedos largos dibujaron una runa en el aire, el brillo de su energía verde bailó por un momento antes de fragmentarse. Un pequeño remolino arrojó a Rumilda violentamente hacia atrás, la mujer se estrelló contra una de las pocas mesas que continuaba en pie, rompiéndola en pedazos.

Gerald avanzó hacia la puerta, indiferente a lo que acababa de hacer. 


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