Despedida

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Sequé tus lágrimas con las mangas de mi camisa escocesa. Llevé tu cabeza a mi pecho y te abracé con todas mis fuerzas, protagonizando una escena dantesca bajo la penumbra de los árboles, justo donde los románticos se iban a besar. Un suspiro intenso que se tradujo en resignación, tus iris azulados teñidos de melancolía, tus manos por primera vez frías al tocar las mías. Tomaste un respiro antes de decir: - Solo te voy a pedir una cosa. Prométeme que disfrutaremos al máximo cada segundo, minuto, hora, día y noche que quedan a nuestro favor. – Besé tus manos con el candor de mis labios y respondí: - Te lo prometo. – Acaricié tu mejilla con el dorso de mi mano y sellé la promesa con el más dulce de los besos en tu boca.


La última semana de noviembre la pasamos en tu apartamento. Me quedé todos esos días contigo. Salía temprano para tomar el bus que me llevaba al viñedo desde Santiago. Cruzaba los dedos para que las horas de trabajo no se extendieran. Lo único que deseaba era terminar el turno sin contratiempos para regresar junto a ti lo más pronto posible. Perdí la cuenta de todas las veces que nos hicimos el amor; en el futón, sobre la alfombra del comedor, bajo las sábanas de tu cama, en la pared y contra la ventana, bajo la regadera de la ducha, sobre la mesa de la cocina en el desayuno y al regreso de nuestros paseos por el centro. La Tarde del 27 de noviembre la pasamos empacando tus valijas. Olí por última vez la camisa a cuadros que te había regalado antes de doblarla y guardarla para siempre en la maleta. Todavía tenía impregnado tu perfume en su cuello. Mientras preparabas la cena se me ocurrió obsequiarte algo que pudieras llevar contigo, algo hecho con mis propias manos. Busqué en la galería de imágenes de mi iPhone una foto que te había tomado una tarde de invierno mientras paseábamos por las románticas avenidas del Barrio París-Londres, esa tarde en que vestías un Jersey blanco de cuello alto cubierto por un Trench semi abierto de color gris pizarra. Me senté frente al escritorio, encendí la lámpara y allí debajo de la escalera comencé a bosquejar tu retrato con un lápiz grafito sobre la hoja de una croquera. Me preguntaste desde la cocina que estaba haciendo pero yo simplemente te advertí de no acercarte a la sala de estar. Me llamaste para anunciar que la cena estaba lista y no tardé en incorporarme a la mesa del comedor junto a ti. Esa noche cenamos Fettuccine aderezado con salsa Alfredo y maridado excepcionalmente con un dorado y untuoso Riesling D.O Apalta.


A la mañana siguiente fuimos de compras. Habíamos decidido organizar una reunión a modo de despedida junto a nuestros amigos. Primero pasamos por la casa de cambio donde conseguiste una considerable cantidad de dólares para luego ir al supermercado por bebestibles y charcutería. Habíamos comprado todo lo necesario para el festín de esa tarde. Regresamos al apartamento y mientras tomabas una ducha aproveché los minutos a favor a solas para finalizar tu retrato. Te vi salir del baño con una toalla blanca anudada a tus caderas. Tu torso desnudo y todavía húmedo exhibía tu pecho fornido, tu abdomen esculpido y tus oblicuos definidos. Me mordí el labio inferior y te sonrojaste mientras tus ojos celestiales destellaron con tonos de lujuria. Estaba tan embrujado por tu belleza hercúlea que olvidé por completo cubrir la hoja del boceto con la tapa de la croquera. Te acercaste a mí con tu cabello todavía húmedo y ya era demasiado tarde para ocultar el boceto. Estabas enteramente alucinado y sumido en un silencio total contemplando tu retrato. – Quería obsequiarte algo hecho por mis manos, algo que lleve mi esencia, algo que al mirar siempre te recuerde a mí sentado en el escritorio bajo la escalera, dibujándote, pensando en ti mientras preparabas la cena. – fue lo que dije. Tus ojos admiraron maravillados cada trazo, cada sombra, cada detalle del boceto. – Jamás me habían dibujado. Nunca pensé que dibujaras tan hermoso, amor. ¡Está realmente hermoso!, pero, ¿tan guapo soy? – Me miraste de reojo con descarada coquetería. – No te hagas el modesto porque no te resulta. – Respondí con tono de burla. No dejabas de elogiar mi talento para dibujar. Tus brazos firmes rodearon mi cintura y me apegaste bruscamente a tu torso. Me besaste bestial hasta que nuestros labios ardieron en una llamarada de deseo criminal. Solté con mis manos la toalla enrollada en tus caderas mientras me arrancabas la camiseta. Me quitaste los bermudas y me cargaste en tus brazos por la escalera hasta llegar a tu cama. Hicimos el amor entre besos desenfrenados, latidos acelerados y gemidos desvergonzados. Un par de horas después repetimos el acto. Una revancha bajo el agua tibia de la ducha. Adelantamos el festín porque no había nada más excitante que saborear el postre antes.


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