—Quizá pudiera usted aceptar un té hoy por la tarde en mi casa.

—Lo lamento, señorita Candice, pero debo declinar su oferta. No me será posible robarle más tiempo al tiempo. En verdad tengo muchísimas cosas que arreglar. —Exasperación, a eso sonó.

—¿Está usted bien? Lo noto y escucho... diferente —aventuró ella.

—Debo verme peor de lo que me siento, señorita. No se alarme. He debido llevar a cabo muchas tareas. Es solo cansancio y polvo —dijo deteniéndose un momento para mirar sus ropas. Luego con una sonrisa complaciente continuó—. Se lo aseguro, estoy bien.

—¿Debo creerle?

—Por supuesto que sí.

—Puedo pregun... —esperaba que él continuara su habitual juego de palabras, pero antes siquiera de haber terminado la frase respondió:

—Algunos asuntos demandan mi atención... fuera de África. —Su respiración, la de ella, cesó por un momento —. He estado intentando demorar este viaje tanto como he podido, pero ya no encuentro cómo quitarme al señor Walter y otras tantas personas de encima. Había pensado que quizá Neal pudiera tomar mi lugar, pero no hay forma. Debo ser yo.

«¿Neal? ¿Por qué Neal?», pensó.

—Neal puede acompañarme, pero soy yo quien debe partir obligatoriamente. He tenido que arreglar muchos pendientes para dejar aquí todo en orden, aunque para ser completamente honesto, he sido mucho más quisquilloso de lo estrictamente necesario porque no quiero irme. No ahora. Este lugar me da una tranquilidad que creía perdida. No quiero partir —por un segundo sonó como un niño pequeño y asustado en busca de consuelo, y ella no supo qué hacer para otorgárselo.

—¿Se va? —Fue lo único pudo articular. «Fuera de África» era la frase que tenía dando vueltas en la cabeza.

—Sí, señorita, me voy.

—Pero... usted disfruta mucho al estar aquí. —¿Por qué?, ¿por qué tenía que irse?, ¿por qué ahora?

—Lo sé —suspiró—. Créame, Candice, nadie mejor que yo sabe lo mucho que disfruto viviendo aquí, pero mis responsabilidades demandan mi presencia en Escocia, Londres y algunas otras ciudades de Inglaterra y Europa; probablemente incluso de Estados Unidos. He hecho todo lo que ha estado a mi alcance para quedarme aquí pero no puedo extender mi estancia por mucho tiempo más.

—¿Por qué se va? —él sonrió de medio lado.

—Aunque la guerra haya terminado ya, hay aún muchos conflictos sociales, comerciales, políticos... Las personas para quienes trabajo esperan que yo pueda ayudarlos a solucionar algunos de los problemas que se nos han presentado. Por un tiempo creí poder resolverlos desde aquí, pero aparentemente ellos no piensan lo mismo.

—¿Qué pueden necesitar de un capataz en Londres? —él la miró, confundido.

—Se nota que aún hay muchas cosas que desconoce de mí. —Pero ella no lo escuchaba. «Se va», era lo único en lo que podía pensar.

—¿Cuándo? —Las palabras salían casi como gemidos de su boca.

—Pronto. No lo sé aún, pero no creo que pueda demorar mucho más mi partida.

—¿Será mucho tiempo?

—Espero que no...

Miraba al suelo. No levantaba la vista para mirarla y era en parte porque no quería que ella viera lo difícil que le resultaba decir en voz alta que no estaría más en aquella tierra que le había devuelto las ganas de vivir.

NakupendaWhere stories live. Discover now