Capítulo 15

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La tarde era tranquila, el clima fresco y ella se sentía relajada. Ya no era la Candy que fue a África, amargada y resignada. No. Había cambiado. Había sufrido de nuevo, sí. Había visto cómo sus sueños se rompían de nuevo. También. Pero había aprendido a sonreír, a verle el lado amable a las cosas, a quererse a sí misma, y había logrado encontrar razones nuevas para ser feliz. Se había rencontrado con algunos sueños de infancia que había dejado guardados muy, pero muy dentro de su ser, y ahora su fuerza ya no la encontraba en un caparazón de indiferencia, sino dentro de sí misma, y en el apoyo de los seres que la querían, a quienes ella adoraba, y en la esperanza de un futuro mejor. Enfrentarse a Neal, después de haberse separado de él, le presentaba una oportunidad para cerrar ese capítulo de su vida. Y esperaba pudieran terminar no como amigos, pero sí al menos como cordiales conocidos.

Él la estaba esperando en la biblioteca, luciendo toda su morena galanura. Enfundado en un traje oscuro, de pie, frente a uno de los ventanales que daban al jardín; con una mano tocando en el cristal y con la otra jugando distraídamente con un reloj de bolsillo. Perdido como estaba en sus pensamientos, no la escuchó entrar, lo que le permitió a ella analizarlo y encontrar en él algunos cambios. El principal: se le notaba en paz.

—Hola, Neal —dijo con el tono más amable que pudo y, por extraño que parezca, sintió auténtica alegría al verlo, sobre todo cuando él se giró para saludarla con una radiante sonrisa.

—Hola, Candice. Ha pasado algún tiempo.

Sí, había pasado un tiempo. Y había sido muy complicado. Sin su amparo ni ayuda se encontró atascada en un mundo que había llegado a querer pero que no era del todo suyo. Donde había encontrado un hogar real pero aún se sentía perdida. Su brújula había salido de África antes de que Neal se fuera. Sin ninguno de ellos, fue la gente que le había llegado a tomar apreció la que la había ayudado, y eso lo agradecía profundamente.

Es curioso ver cómo aquellos que menos tienen son los que están más dispuestos a socorrer a quienes necesitan una mano para salir adelante. Kesi, la alegre, amable y risueña cocinera, le había dado asilo en su choza mientras decidía qué hacer. Reth les llevaba alimentos cuando podía. La señorita Ponny se negó rotundamente a usar el pasaje de barco que Neal le había dejado hasta que no encontraran una forma de viajar las dos juntas. Los amigos de sus amigos, locales todos, llevaban todos los días algo para ellas; pero los demás, aquellos acaudalados personajes que habían compartido tantas veces su mesa, que habían alabado en incontables ocasiones su belleza, su elegancia y su refinamiento..., esos le dieron la espalda. Ninguno de ellos quiso enemistarse con un Leagan y nadie accedió siquiera a hablar con ella.

El rumor de que su prometido la había desconocido fue suficiente para que se la expulsara completamente del círculo social en el que se había inscrito. Era una exiliada. Incluso la señora White le había enviado una hermosísima y delicada carta en la que le dejaba bien claro que hasta que solucionara los problemas con Neal y el compromiso se retomara, ella se olvidaría de la hija adoptiva a la que había mantenido casi a fuerzas. De su padre nada supo y nada había esperado saber.

—Siéntate, por favor. Puedo ofrecerte algo de beber, ¿un whisky? —dijo señalando un mullido sofá al tiempo que se acercaba a una charola de servicio que la señorita Ponny había dejado convenientemente a su alcance.

—Agua con hielo estará bien. —Ella sonrió, sirvió un par de vasos y se sentó frente a él—. Candice, yo...

—Me da gusto verte, Neal. —Lo decía de verdad. Él simplemente sonrió. Era evidente que no tenía la más mínima idea de qué decir o cómo proceder, pero ahí estaba, intentándolo.

—Aunque no lo creas, a mí también me da gusto verte y saberte bien. Debo decir que es un alivio. Yo... —Su rostro mostraba arrepentimiento y era claro que quería disculparse, pero no sabía cómo.

NakupendaWhere stories live. Discover now