Capítulo 5

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... alguna vez yo también me mecí sobre abedules y frecuentemente sueño con volver a hacerlo. Sobre todo, cuando me siento abrumado por mis meditaciones y mi vida se asemeja a un bosque sin senderos. En donde el rostro arde y cosquillea cuando las telarañas se rompen sobre él, y un ojo llora porque una brizna lo ha herido. Quisiera irme de la tierra un tiempo para después regresar y comenzar de nuevo. Solo espero que el destino no me malentienda intencionalmente y a medias conceda mi más ferviente deseo y me mande lejos, para no volver jamás. La tierra es el lugar perfecto para amar: no sé qué otro lugar podría ser mejor que este. Me gustaría de nuevo trepar un abedul y subir por negras ramas a lo largo de un tronco blanco como la nieve, intentando tocar el cielo, hasta que el árbol no pudiera sostenerme más, y, cansado, arqueara su punta para dejarme en el suelo de nuevo. Sería maravilloso poder irme y regresar. Hay cosas mucho peores que mecerse sobre abedules. [12]

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A veces ella también deseaba poder volver el tiempo atrás y regresar los años hasta aquella infancia suya tan hermosa y libre de amarguras. A los años en los que nadie la retaba por trepar las ramas de un árbol con la única intención de contemplar, desde lo alto, el paisaje que se dibujaba ante sus ojos. Al tiempo en que sonreír era tan sencillo; en el que el mundo parecía tan grande y maravilloso; cuando el hastío no se había apoderado de su alma. A esos años en los que ser ella era la cosa más natural y sencilla del universo.

Ahora, todo aquello había quedado atrás y, a veces, despertaba deseando fervientemente retroceder en el tiempo. ¡Qué sorprendente era saber que un hombre tan estoico y aparentemente fuerte como él hubiera añorado también regresar las manecillas del reloj y ser de nuevo un crío que encontraba gran regocijo en mecerse sobre las ramas de un abedul!

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—¿Reth? —llamó ella con un tono muy poco común en su voz.

—Dígame señora.

—¿Es tu idioma muy complicado?

—No, al menos no lo creo. Puede ser difícil al principio, pero...

—Me gustaría aprenderlo —dijo como si hablara con ella misma, mientras veía los grandes árboles que se mecían detrás del cerco que delimitaba su propiedad.

—¿Qué te gustaría aprender, querida? —Neal había salido al pórtico de la casa sin que Candy se diera cuenta de su presencia.

—Suajili —contestó ella un poco sobresaltada.

—Y ¿para qué?

Neal era así. Tenía el don de hacerla sentir bastante estúpida con palabras tan sencillas. Ni siquiera necesitaba imprimir un tono particular a su voz. Y parecía nunca darse cuenta de que era grosero con ella.

—Reth está a tu entera disposición para comunicarte con los locales.

—Creo que me resultaría más sencillo poder estar aquí si al menos comprendiera lo que la gente dice. Me facilitaría mucho las cosas.

—Comprendes perfectamente bien lo que la gente interesante dice, querida. El idioma del pueblo no te es necesario. —Ella lo miró enojada.

—No comprendo tu lógica —arremetió un poco molesta—. Si viajas a París intentas al menos comprender un poco de francés. Si vas a Roma aprendes las palabras indispensables del italiano, ¿no veo por qué no habría de aprender al menos unas cuantas frases en suajili?

—Porque una mujer de tu clase no las requiere. Porque tienes un intérprete a tu servicio y, sobre todo, porque estás a punto de ser mi mujer y yo no quiero que lo hagas, ¿necesitas que te dé otras razones? —respondió él con tono sumamente imperativo.

NakupendaWhere stories live. Discover now