Capítulo 14

320 41 27
                                    


Después de aquel día en el que había abierto su corazón al llanto, había vuelto a ponerse la coraza con la que se protegía, pero no lograba dejar de pensar en lo sencillo que había sido para Albert hacerle bajar la guardia. Recordaba la ternura con la que la había consolado y la calidez de su voz, pero también recordaba que él había dicho que necesitaba charlar con alguien y no habían tenido tiempo de hacerlo; así que, día a día, por alrededor de una semana, lo estuvo esperando, pero él no regresó.

Optó por salir a buscarlo, pero tampoco lo encontró. Se sentía mal porque él había sabido ayudarla en muchas y muy diferentes maneras, pero ella no había hecho nada por él. Vaya, no sabía siquiera su nombre completo ni cuáles habían sido las razones que lo llevaron a vivir en África.

Todos los días, por las mañanas, desayunaba con Neal, intentando disfrutar lo más posible su compañía, intentando arreglar las cosas entre ellos. Cuando él salía rumbo al trabajo ella lo acompañaba a la puerta para despedirlo y desearle éxito en su jornada, lo veía partir diciéndole adiós con una sonrisa y regresaba adentro. Leía un rato, se encargaba de dar las indicaciones necesarias para que la casa y las comidas estuvieran perfectas y luego, acompañada de Reth y la señorita Ponny, salía a recorrer el pueblo. Su pretexto era descubrir cosas nuevas y aprender tanto como le fuera posible de las costumbres locales, pero en realidad, aunque ella misma no quisiera aceptarlo, secretamente se alistaba todos los días para el nuevo encuentro que esperaba tener con Albert.

Su manejo del idioma se iba haciendo cada vez más fluido y había aprendido a disfrutar los aromas, colores e incluso el clima de la región. Sin darse cuenta había llegado a ver, lo que en un principio le pareció un polvoriento y poco civilizado pueblo, como su hogar. Y poco a poco su sonrisa era mucho más sincera que antes. Ahora sí sabía sonreír. Era la primera vez que se sentía tan a gusto. Era el primer hogar verdadero que tenía. Ahora sí le encontraba sentido a eso de «La Tierra de la Montaña Luminosa», pero le parecía triste no poder compartir esa emoción con alguien que en realidad la entendiera. Neal había encontrado ahí un refugio, pero no su hogar. De nuevo la ironía se presentaba en su vida. ¿Dónde se habría metido Albert? ¿Dónde?

Las horas dieron paso a días y los días a semanas, pero de él no había rastro. Finalmente, una mañana, cuando ya estaba resignándose a la idea de no verlo más —sí, era una idea exagerada, pero se había formado poco a poco en su cabeza—, mientras caminaba cerca de un mercado escuchó un grito familiar «Kinyegele», se giró y esperó gustosa al animalillo que, sabía, se posaría sobre su cabeza.

Puppè corrió directamente hacia ella, haciéndole sonreír abierta y sinceramente, y tras el animalillo, Albert se hizo presente. Pero algo no estaba del todo bien. La saludaba con su habitual sonrisa, sin embargo, su rostro denotaba cansancio. Marcas oscuras se posaban bajo sus ojos azules y una palidez extraña le daba un tono cetrino a su rostro.

—Señorita —dijo haciendo una ligera reverencia y alargando el brazo izquierdo para que Puppè dejara su rubio y rizado refugio.

—Hola, Albert —respondió ella, intentando no hacer caso a su aspecto y asirse a la idea de que él estaba ahí, frente a ella. Charlando—. ¿Cómo ha estado? Han sido muchos los días desde la última vez que nos vimos.

—Lo sé. —Su voz sonaba distinta—. Mis labores han demandado mi completa atención y han sido pocas las veces en las que he podido venir al pueblo.

—Tenemos una conversación pendiente. —Él hizo una mueca que intentaba ser una sonrisa pero que no alcanzó a llegar a sus ojos.

—Me encantaría decir que la tendremos, pero ya no estoy tan seguro de eso.

NakupendaWhere stories live. Discover now