Capítulo 9

376 45 35
                                    


No dijo nada. Durante todo el tiempo que caminó estuvo sumido en un profundo mutismo. Ni siquiera volteó a verla. Parecía enojado y preocupado; aunque si lo veía bien se asemejaba más a alguien perdido en sus recuerdos, con la mirada ausente y recorriendo un camino que había transitado muchas veces y conocía prácticamente de memoria.

Se dio cuenta de lo fuerte que era. La llevaba en brazos, había caminado por más de diez minutos y su respiración no se notaba agitada, ni sus músculos temblaban por la fatiga. Era como si caminara sin llevar ningún peso extra. Pero ¿por qué no hablaba? ¿Por qué no volteaba a verla? Escuchaba claramente cada sonido de la sabana africana por la noche, escuchaba su respiración acompasada y constante, y el rítmico latido de su corazón, pero él no le permitía escuchar su voz. Ella intentó decir algo, pero ni siquiera el aparente intento por hablar lo hizo voltear a verla, así que decidió callar como él lo hacía.

Finalmente llegaron a su casa. Hábilmente y sin devolverla al suelo abrió la puerta y, después de entrar, delicadamente la sentó en una silla. Sin aún decir nada se dirigió a la cocina, tomó una vasija, la llenó de agua, alcanzó una manta limpia y abrió un par de cajones de los que sacó material médico. Retrocedió sus pasos y se hincó frente a ella.

—La caída que sufrió debe haberle causado heridas en las pantorrillas y rodillas, si no le molesta me gustaría curarla —su tono era demasiado monótono y distante—. Pero si cree que es inadecuado puedo curar solamente sus brazos y manos e indicarle lo que debe hacer para curarse usted sola o, si lo prefiere, puedo pedir que alguna dama venga a atenderla.

—Lamento mucho...

—¡No! —La interrumpió—. No quiero escuchar sus disculpas. De hecho, no quiero escucharla hablar. Ha sido usted terriblemente irresponsable, señorita, ¿no se da cuenta de lo peligroso que puede llegar a ser este lugar?

—Yo...

—No diga nada. Solo permítame curarla.

Pasó unos minutos limpiando y aplicando antisépticos en las heridas y rasguños que se había hecho, sin soltar una sola palabra. Finalmente, para terminar su curación, le aplicó un ungüento con apariencia extraña y olor fuerte y desagradable sobre los brazos.

—¡Huele horrible! —exclamó ella esbozando una mueca de desagrado y rompiendo el silencio que él había impuesto.

—Está hecho con hierbas curativas, no con flores, pero evitará que las heridas se infecten, inflamen y le aparezcan cardenales —respondió él con un ligero tono de molestia y mirándola fijamente, con desaprobación.

—Entonces no lo quiero —dijo—. Deje que las marcas salgan. Neal nunca debió...

—No, no debió. Pero él es un buen hombre. De eso no tengo duda alguna —aseguró—, solo reacciona como lo hizo cuando lo tratan mal y, si me permite decirlo, usted lo ha tratado con demasiada crueldad —sentirse regañada no era precisamente agradable—. Ha vivido en su casa por suficiente tiempo y aún no sabe nada del hombre con quien va a casarse; de su vida, del porqué de sus decisiones y forma de ser.

—Yo...

—Creo que no se ha dado cuenta de que el mundo no gira en torno suyo, señorita. Y debería empezar a hacerlo —eso esperaba escucharlo de cualquiera menos de él.

—¡Cómo se...!

—Neal es un buen muchacho y ha tenido que pasar por momentos muy difíciles, pero usted no sabe nada de eso, ¿me equivoco? —suspiró intentando mantenerse sereno—. No se ha dignado siquiera a preguntarle por qué decidió pasar el resto de su vida en este pueblo. O por qué su familia rara vez le escribe —tenía razón—. No. Se ha dedicado a ser miserable con él.

NakupendaWhere stories live. Discover now