7. Peces

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Frank era incontrolable, era un niño caprichoso, solo cuando quería dulces, le gustaban los dulces, si, le gustaban los dulces.

El doctor dijo que solo se quedaría dos días más, y en esos días, Frank no quería comer, decía que extrañaba a su otra mitad, así le decía a Gerard, nunca entendí porque Frank pedía a Gerard si ni siquiera lo vió, quizá, tan solo quizá tenía algunos recuerdos.

—Frankie, pequeño, tienes que comer– dijo Mikey algo cansado.

—¡No quiero! Yo quiero a Gee, es como mi otra mitad y si él no está no como– cruzó sus brazos– no quiero.

—Mira, si comes esto nos iremos de aquí a ver a Gee, ¿te parece pequeño?· sonrió.

—¿Me lo prometes?

—Si, pero come.

Frank comió después de eso, esos dos días solo hablaba de Gerard, que lo quería y cosas así.

Cuando salimos de ahí, estabamos en el auto, dirigiendonos a casa de Gee, bueno, de ellos.


—¡Mikeeeey!– gritó Frank y Mikey paró de golpe.

—¿Qué sucede?– dijo sonando algo alertado.

—¿Qué es eso?– sonrió viendo hacia una tienda.

—Esos son peceras, ahí se ponen peces y se los cuida– trató de explicar.

—¡Quiero un pez! ¡Quiero un pez! ¡Quiero un peeeez!– comenzó a gritar.

—Frankie pero...

—¡Yo lo quieroooo! ¡Quiero peceees!– pateó el asiento varias veces.

Estacionamos afuera de esa tienda, Frank se veía algo emocionado, ya no estaba gritando, solo veía los peces, sus ojos brillaban.

—¡Quiero este!– dijo señalando a uno que tenía rayas como de una zebra.

—Esta bien– sonríe y me acerque al señor que estaba leyendo un libro– Disculpe, ¿Cuánto cuestan los peces?– dijo lo más amable posible.

—Oh, no mucho, ¿lo quiere para su hijo?– sonrió.

Voy a admitir que eso se me hizo gracioso y tierno, Frank era tan chiquito que según ese señor, parecía mi hijo. Pero ese hombre estaba viejo así que no notaría nada.

—Amm, si– reí– quiero ese que está señalando y...–

—¡También quiero un libro Mikey!– levantó un libro Verde con dibujos de peces en este.

Yo no tenía mucho dinero pero Frankie estaba chiquito y quise consentirlo como si fuera mi hijo.

—Bueno pero nada más Frankie, ya no tengo mucho dinero– lo miró feliz.

—¡Siii! Es el mejor día de mi vida– dió pequeños saltitos.

Y  quien diría que ese señor nos vendería muchos libros más...

Después de eso llevamos con cuidado la pecera a casa, Frank se veía feliz con su libro, yo también estaba feliz.

Cuando llegamos no había nadie, no se escuchaban voces de nadie, con mucho cuidado puse la pecera en una mesa y llevé a Frank a su habitación, dijo que tenía sueño, entonces lo dejé dormido y con mucho silencio me fui a cocinar.

Adoro los recuerdos, en especial el de sus peces.

Dulce Pez «FRERARD»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora