Capítulo 9 | Un faro y un cigarro

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—Ay por favor no me digas que no te has dado cuenta —se adentra en la habitación.

—¿Cuenta de qué?

—De que te lame las botas con tal de tener algo a cambio.

"Algo a cambio" bufo irónico. Riley, Riley, si supieras lo que he hecho con ella.

—Digamos que si me he dado cuenta.

—¿Y qué vas a hacer?

Arrugo el ceño. ¿Tengo que dar explicaciones hasta de mi vida personal?

—¿Hacer de qué?

—Si, ¿no piensas hacer lo que creo o sí?

—Depende de que es lo que creas.

—Ay Hanniel, tirártela, tirarte a la fastidiosa esa.

Aprieto los labios reteniendo una risa, ella se da cuenta y abre la boca indignada.

—¡No! No me digas que... —vuelvo a reír— Qué asco ¡¿cómo puedes?!

La tomo de un hombro queriendo sacarla.

—Ya mucha plática por hoy, fuera.

—No puedo creer que seas mi hermano.

—Ni yo que tú seas la mía.

Se retiene en la puerta agarrándose del borde.

—Hey, pero no me saques. —entorna los ojos y la suelto, me doy la vuelta tomando mis cosas— Y... Cambiando de tema, ¿qué has hecho para que papá nomás viniera te atacara?

El mal humor vuelve a mí y me dan ganas de mandarla a la Patagonia por ser como Malcom.

—Fuera Riley.

—Dímelo, sabes que...

—Quítate —exijo en la puerta—, no estoy como para decir lo que hago y deshago. Que te lo cuente Malcom.

La muevo dándome paso y me voy con la cabeza doliendo.

—Papá —corrige.

—Malcom —reitero.

Monto mi Aston Martin negro de aros rojos y hago rugir el motor yéndome directo a casa de Camille. Veo como el vidrio se empaña por la leve brisa que comienza hacerse presente y acelero.

Presiono el claxon cuando ya estoy enfrente.

Ella sale bajo un paraguas luciendo su castaña melena rizada, siendo difícil por el aire fuerte que le pega alborotándoselo todo. ¿Por qué no se lo recoge? Le gusta andar complicándose la vida.

—Hola hermoso —se inclina a darme un beso en los labios, pero volteo la cara para que me lo de en la mejilla—, ok, andamos sin ganas.

—A la otra no paso por ti.

—Si, lo siento, es que no me había percatado sobre lo del chófer.

—Como sea, el problema no es mío.

—Ay, pero no te pongas gruñón —me pega en la pierna y la ignoro.

Manejo por la avenida en silencio teniendo a Camille hablando como perico saber qué cosas, no le pongo atención porque simplemente no me interesa lo que tenga para decirme, la mayoría son solo chismes que no me calan.

—Agh, hablando del rey de Roma la burra que se asoma —inquiere cuando estamos en la avenida de la universidad.

Disminuyo la velocidad, ¿la burra que se asoma? ¿Qué burra? Dirijo mi vista a dónde la de ella y capto una figura menuda que camina despacio, aunque ni tan menuda porque su trasero me endurece.

Hacia lo Prohibido ©Où les histoires vivent. Découvrez maintenant