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Aún era por la mañana cuando el carruaje de George estuvo al fin listo para partir. No había nada que lo retuviera en su casa. Nada salvo su corazón atormentado. Sopesando todo lo que él y Richard se habían dicho, se dio cuenta que no ganarían nada con seguir hablando de ello. Habían puesto las cartas sobre la mesa, y Richard se iría o se quedaría en función de lo que le dictaran sus deseos, sin que él se inmiscuyera.

No obstante, aún quedaba un asunto pendiente. Tras comprobar que Richard se había llevado a Lee al jardín, George subió a su dormitorio. Linda, la doncella rubia, estaba allí, con un montón de ropa doblada en los brazos, haciendo viajes del ropero a la cama. Se sobresaltó un poco al verlo en el umbral.

-¿Se-señor? -preguntó con cautela, colocando la ropa doblada en una esquina del baúl.

-Tengo que pedirle algo -dijo George con brusquedad.

Claramente intrigada, Linda se volvió para ponerse delante de él. George notó que estaba incómoda por hallarse a solas con él en la misma habitación. Precisamente aquella habitación, con la ropa y las pertenencias de Richard por todas partes. En la cama había un montón de objetos: un cepillo de pelo, un juego de peines, una caja de marfil, un pequeño marco guardado en un estuche de piel. George no habría reparado en el marco si Linda no hubiera intentado ocultarlo discretamente cuando él se acercó.

-¿Hay algo que pueda hacer por usted, señor? -preguntó la doncella incómoda-Algo que pueda traerle, arreglarle o...

-No, no es nada de eso. -Posó la mirada en el estuche de piel-. ¿Qué es eso?

-Oh, es... bueno, algo personal de Lord Richard, y... señor, a él no le gustaría que usted... -Linda protestó consternada cuando George lo examino.

-¿Es una miniatura? -preguntó, sacando hábilmente el objeto que había dentro del estuche.

-Sí, señor, pero... no debería, en serio... Oh, Dios mío. -Linda se sonrojó y suspiró con evidente malestar cuando él miró el retrato.

-Maureen -dijo George en voz baja.

Nunca había visto una imagen de aquella mujer, jamás había querido hacerlo. Era lógico que Richard tuviera un retrato de su difunta esposa, por Lee y no sólo por él. No obstante,George jamás le había pedido que le enseñara un retrato de Maureen Cox y, desde luego, Richard nunca lo habría hecho por iniciativa propia. Aunque George había imaginado que tal vez sentiría odio al ver el rostro de Cox, cuando miró la miniatura le sorprendió la lástima que le inspiró.

Siempre había pensado en Maureen como en alguien de su edad, pero su rostro era jovencísimo. George se sorprendió al caer en la cuenta de que Cox no podía tener más de veinticuatro años al morir, casi diez años más joven de lo que él era.

Richard había sido amado por aquella apuesta muchacha que tenía los cabellos negros, los ojos marrones y cristalinos, y una sonrisa traviesa. Maureen había muerto sin apenas haber saboreado la vida, dejando viudo a un joven que era incluso más inocente que ella.

Por mucho que lo intentara, George no podía culpar a Maureen Cox por intentar proteger a Richard, por dejarlo todo dispuesto para él, por asegurarse de que cuidarían de su hija. Sin duda, pensar que los George Harrison del mundo podrían seducir y hacer sufrir a su esposo debió de angustiarlo mucho.

-Maldita sea -susurró George, metiendo la miniatura en el estuche de piel.

Frunciendo el entrecejo, dejó el objeto en la cama.

Linda lo miró con aprensión.

-¿Hay algo que pueda hacer por usted, señor?

George asintió y rebuscó en el interior de la chaqueta.

𝐖𝐡𝐚𝐭 𝐢𝐬 𝐥𝐢𝐟𝐞||𝐒𝐭𝐚𝐫𝐫𝐢𝐬𝐨𝐧Where stories live. Discover now