catorce;

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George llamó, sin mucha convicción, a la puerta de Richard con dos nudillos de la mano derecha. No oyó ningún ruido ni ninguna respuesta en el interior de la habitación. Suspirando, se preguntó si tal vez se habría retirado a dormir. Era de esperar que no quisiera verlo aquella noche. Se reprendió en silencio, lamentando no haber sido capaz de mantener la boca cerrada.

Probablemente Richard estaría llorando en un rincón de la habitación, demasiado herido y furioso como para siquiera contestar...

La puerta se abrió suavemente, dejando la mano de George suspendida en el aire cuando se disponía a llamar de nuevo. Y allí estaba Richard, solo, enfundado en un traje que lo hacía ver más esplendido de lo habitual.

George se aferró al marco de la puerta para no caerse de espaldas. Recorrió a Richard con la mirada, absorbiendo todos los detalles con avidez. En su vida había visto un hombre de una belleza tan deslumbrante y misteriosa como la de Richard. El hielo que tenía en el estómago se disolvió y lo invadió un ardiente deseo. Y como un recipiente de plástico que ha estado expuesto a un cambio radical de temperatura, su autocontrol amenazó con estallar.

Lo miró a los ojos, pardos y aterciopelados. Por una vez, no supo discernir su estado de ánimo. Parecía cálido, profundamente invitador, pero cuando habló, tenía la voz crispada.

-¿Da usted su aprobación, señor Harrison?

Incapaz de articular palabra, George consiguió asentir con la cabeza. «Richard seguía enojado», pensó él perplejo. El porqué de que se hubiera puesto el traje era un misterio. Tal vez había intuido que aquél era el peor castigo que Richard podía concebir. Lo deseaba tanto que le dolía.., especialmente en una zona. Anhelaba tocarlo, posar sus manos y su boca en aquella piel tan suave, hundir la nariz en el pequeño valle de su cuello. Ojalá le permitiera adorarlo, darle placer, de la forma en que George ansiaba.

Richard lo recorrió con la mirada y lo miró directamente a los ojos.

-Pase, por favor -dijo, indicándole que entrara en su habitación-. Se le ha revuelto el pelo. Se lo peinaré antes de salir.

George obedeció con lentitud. Era la primera vez que lo invitaba a entrar en su habitación. George sabía que no era correcto, que no era decoroso, pero aquella noche todo se había vuelto del revés. Mientras seguía su esbelta silueta enfundada en seda por la habitación perfumada, su cerebro reacciono lo bastante como para recordar que debía excusarse.

-Lord Richard... -Se le quebró la voz. Se aclaró la garganta y volvió a intentarlo-. Lo que le he dicho abajo... No debería... Siento...

-Naturalmente que debe sentirlo -aseveró Richard. El tono era agrio, pero ya no estaba furioso-. Ha sido arrogante y presuntuoso, aunque no sé por qué debería haberme sorprendido esa conducta, viniendo de usted.

Normalmente George habría respondido a aquella reprimenda con un comentario guasón. En ese momento, no obstante, asintió humildemente. Richard Starkey, lo embriagaba y confundía.

-Siéntese ahí, por favor-dijo Richard, señalando una pequeña silla junto al tocador. Llevaba en la mano un cepillo con la base de plata-. Es usted demasiado alto para mí si se queda de pie.

Él obedeció de inmediato, aunque la frágil sillita se bamboleó y crujió bajo su peso. Por desgracia, le quedaron los ojos justo a la altura de Richard. Sería tan fácil sujetarlo por la cintura y enterrar la cabeza entre su pecho. Empezó a sudar copiosamente, como si volase de fiebre. Se consumía por Richard. Cuando Richard habló, le pareció que el dulce sonido de su voz se le acumulaba en la nuca y en la entrepierna.

-Yo también siento una cosa -dijo Richard en voz baja-. Lo que le he dicho... que es incapaz de amar... Estaba equivocado. Sólo lo he dicho porque estaba molesto. No me cabe duda de que algún día perderá la cabeza por alguien, aunque no puedo imaginarme por quién.

𝐖𝐡𝐚𝐭 𝐢𝐬 𝐥𝐢𝐟𝐞||𝐒𝐭𝐚𝐫𝐫𝐢𝐬𝐨𝐧Where stories live. Discover now