﹙𝒐𝒐.﹚𝖾𝗋𝗈𝗌 𝗅𝖺𝖼𝗄𝖻𝖾̈𝗋𝗀

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RESTOS DE POLVO SE ELEVABAN sobre aquel piso que antes estaba pulcro del distrito de Shiganshina que ahora sufría consecuencias desastrosas de un alma en un tormento puro

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RESTOS DE POLVO SE ELEVABAN sobre aquel piso que antes estaba pulcro del distrito de Shiganshina que ahora sufría consecuencias desastrosas de un alma en un tormento puro.

Lleno de un auténtico y frenético pavor.

Eros había pasado de una patética vida monótona a una aún más caótica, dándole paso al oscuro y tétrico fin de algunos habitantes de ese mismo distrito en cuestión de segundos.

Los orbes del titán observaron con satisfacción sus presas, aquellas pequeñas y diminutas personas comparadas con el nauseabundo ser.

Eros aún podía oír los desgarradores gritos y uno que otro lamento de los habitantes de Shiganshina retumbar en sus oídos. Gritos y súplicas inundaban el pesado ambiente en el que se encontraba y que él mismo había creado.

Sentía sus piernas cansadas, sin embargo, él no se detuvo en ningún momento, maldijo el momento en que dejó en casa su equipo de maniobras tridimensionales.

Maldijo su idiotez.

Se detuvo en seco al ver dos titanes frente a él, el miedo lo recorrió de pies a cabeza e instintivamente retrocedió, dándose cuenta en el acto que uno más estaba a su espalda, ¿acaso ese sería su final?

¿Uno donde no lucharía? ¿Tan patético sería hasta el final?

Nadie podía encontrar respuesta ante tal acontecimiento, ni siquiera el mismísimo Eros Lackbërg que, sin siquiera haberlo escrito, había provocado esta terrible catástrofe, otorgando innumerables restos de cadáveres y un espeso líquido color carmín pintando las paredes de algunas casas en pie y de cada recóndito rincón del lugar.

—Bueno, no suena tan mal morir.

Casi podía saborear su sufrimiento, pero, ¿podría alguien llegar a sufrir más de lo que él había sufrido? Creía que no, pero se equivocaba.

—De algo me tenía que morir, ¿qué no?—él sonrió, sintiendo la mano de uno de los titanes tomarlo con fuerza, luego sintió otra y después otra, pero no sintió nada más que eso.

Nada más que las manos y una ligera brisa en su rostro.

Y entonces, Eros vio cómo los tenues rayos del Sol se pintaban en su rostro, formando un bello pero devastador atardecer en el distrito de Shiganshina.

Y entonces, Eros vio cómo los tenues rayos del Sol se pintaban en su rostro, formando un bello pero devastador atardecer en el distrito de Shiganshina

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