La joven que tomó un regalo de la luna

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La joven que tomó un regalo de la luna

Era de noche, cuando ella llegó. Esa noche no había luna, o mejor dicho allí estaba pero se ocultaba de los turistas. ¿Qué sentido tenía? De todos modos se iba a dejar ver tarde o temprano.

Ella desde luego sabía que la había, se adivinaba su silueta tras el manto oscuro casi tangible al que llamamos obscuridad. El escurridizo reflejo de la luz lunar ocupó al igual que la joven el tercer piso de un ostentoso hostal al final de la calle. Únicamente dos farolas de estilo inglés iluminaban lo que quedaba de aquella carretera antigua que ya ningún auto ni siquiera un niño en su bicicleta frecuentaban.

Se adivinaba por su vestimenta que aquella joven tenía dinero, al bajarse del un carruaje se la podía ver ataviada con una gabardina roja, una falda estilo largo, unos zapatos negros como de pasarela y un sombrero a juego con plumas en lo alto. Una rebeca al cuello que combinaba con sus flamantes ojos marrones. Era un conjunto digno de una reina, sin dudarlo toda esa ropa valía mucho más que ese antiguo pueblo. Sin embargo ella no pretendía obtener el pueblo. Únicamente quería a la luna.

Necesitaba esperar quince días, la luna pronto estaría en su cenit y en su mayor tamaño, de otro modo no podría hablarle. Esperó. Ella era del tipo de personas que odiaba todo lo que no tuviera que ver con modas o con dinero. Esperar fue todo un suplicio, el polvo entraba en su habitación, su manicura se había arruinado y sus zapatos de diseñador se habían roto. Y para "empeorar" su situación su criada no pudo llegar, un familiar, una excusa o ambas habían surgido.

Se preparó para su encuentro con la hermosa luna llena, vestida tan formal como cuando pisó el pueblo por vez primera. Para ella llevar esas prendas era normal, apesar de su corta vida, siempre estaba a la moda, asistía a desfiles, presentaciones de marcas reconocidas, entrevistas para artículos de revista. Pensaba que si se presentaba ante la Diosa del Hielo de esa forma accedería sin titubear a sus peticiones. Pasó la quincena y allí estaba, frente al magnífico e inapacible lago, bañado por la luz de su pronta interlocutora.

-Buenas noches mortal, ¿qué necesitas? - dijo con un tono despreocupado, más bien divertido.

-Buenas noches- realizó una pequeña reverencia. No lo que necesito, es lo que quiero - sentenció la joven.

-Eres arrogante, pero no soy quien para juzgar. Dime tus intenciones.

-Quiero que seas mi mascota, quiero llevarte a todos lados y poder mostrarte a todos. Serás mi mejor accesorio. Nadie tendrá uno igual. Ganaré concursos, brillarás cuando yo quiera que lo hagas, serás nueva cuando yo diga, menguarás y crecerás solo cuando te lo permita. Te quiero, así de simple.

-Pensaba que eras arrogante, pero eres más que eso. Eres narcisista, te juzgo porque puedo, porque quiero y porque mi respuesta será no. No serás el humano que me lleve y me muestre como un fenómeno de circo. Nadie lo merece, nadie lo merecerá. Ustedes se creen que pueden llegar y pedirme cosas. Están equivocados, no tienen la menor idea de cómo tratar a una deidad. Podría congelarte, podría ahogarte y aún sabiendo eso vienes y me haces esta clase de petición. Eres valiente pero nada más. Vete de aquí ahora, no creo que quieras morir el día de tu cumpleaños, ¿o sí?

A la joven le bajaban las lágrimas por sus terzas mejillas de alabastro. Nunca pensó que la luna fuese tan cruel. Estaba ahí parada llorando como un vagabundo al que le roban su única comida del día. No quería levantar la vista, no iba a hacer, no le daría la satisfacción a la desgraciada que le había rechazado un favor. De niña se deleitaba pensando en cómo sería hablar con una deidad, era su juego y su eterna diversión.

Ahora a sus 17 años, sus espectativas habían sido destruídas. Tan solo el día anterior creía que el mejor regalo sería ella. Su día del nombre debía ser especial, no lo fue. Se alejó de allí a toda velocidad. No quería saber nada, inclusive se quitó sus zapatos y corrió sobre el lodo. No le importó. Solo quería llegar a su cuarto en el hostal y hundir su cabeza en la almohada de plumas. Durmió llorando.

La luna vio a la joven llorar. No le importó, porque ella no tenía derecho de molestar.

-¿Cómo se le ocurre? -dijo en voz alta la antiquísima deidad.

Llegó el día siguiente, la joven no tenía ánimo de nada. ¡Vaya forma de celebrar su cumpleaños! Tomó su violín y ensayó. Cada vez que se sentía deprimida, su compañero de cuerdas le ayudaba. Era su amigo desde la infancia. Llevó clases desde los cuatro y ya a los 12 se la consideraba una profesional. Solía dar recitales en teatros, pero cuando llegó la oportunidad del diseño de modas lo dejó mas no lo abandonó. En sus viajes por los distintos lugares del mundo no podía faltar. Sabía cuidarlo, darle mantenimiento óptimo en otras palabras.

A sus 13 años de edad, descubrió su canción favorita. Era de ritmo lento y su instrumento se adecuaba a ella, como hecho para ese fin. No llegó a conocer el nombre de tan bella melodía, que en su corazón se quedó.

Su orgullo le impidió seguir lamentándose. Era el segundo día y no podía simplemente desperdiciarlo con lágrimas. Ataviada con su mejor vestido de noche fue hacia su regalo o perdición. En ese momento se jugaba mucho. La noche anterior lo estuvo pensando y quizá la Luna tuviese razón, era engreída. Pero a fin de cuentas tenía dinero, podía serlo.

-¿Otra vez tú? ¿Acaso no entendiste?

La Luna estaba fúrica, provocó en ese instante tal frío que logró una fina capa de hielo en el lago. La joven se asustó pero continuó con su plan, no importaban las consecuencias.

-Entendí, pero en esta ocasión te traigo algo.

Reveló un estuche con un violín. Un fino instrumento capaz de emitir las más lósanas melodías. La deidad ni siquiera se inmutó, como si esperase que ella hiciese aquello. Aquella mujer tomó su delicado violín y lo colocó en su barbilla. Lo afinó con delicados movimientos, ni uno más, ni uno menos.

-Luna, espero que lo entiendas.

Y dicho esto su canción brotó de cada una de las seis cuerdas. Aquella especial balada que aprendiera de niña, aquella que siquiera había escuchado el televisor en su cuarto y sus osos de felpa. Tan bella entonación demandaba ser escuchada. Haría llorar a cualquier mortal, ¿pero a ella, lograría conmoverla? La delicia de la entonación combinada con los copos de nieve en verano, creaban un ambiente irresistible. Inclusive para un ente poderoso e inmortal como aquel.

Regresó al hostal. Si bien era cierto no había conseguido lo que quería, logró un premio de consolación. Unos preciosos pendientes llamados Lagrilunas. Una sustancia color azul océano y resplandecientes. Se sentía -por increíble que parezca- bien consigo misma. La charla con su brillante interlocutora se había reducido unas pocas frases cortas como: "gracias", "me hiciste llorar" y la mejor de todas "ahora sé quien eres en realidad" no necesariamente ordenadas.

Su espíritu estaba ahora en paz. Esa joven la había hecho derramar lágriamas. Lo que no sucedía desde hacía siglos. Pero estaba segura que había valido la pena. Al fin, logró identificar la verdadera naturaleza del comportamiento de aquella muchacha. En el fondo de su ser arrogante se albergaba un haz de luz afable y amistoso.

Mauricio ________________________

Cabe aclarar que este escrito no es mío, lo conservo desde hace mucho tiempo cuando en un grupo de whatsapp un chico lo envío. Me parece que escribe maravilloso.

Si mal no estoy su nombre es Mauricio Calvo. Trataré de encontrar su wattpad.

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