1. El portal de la luna llena

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Fue sólo una luz.

Una blanca luz sin calidez, silenciosa y circular. Apareció de la nada justo frente a mí. Se había encendido en medio del aire igual que cuando alguien enciende un foco. Lo primero que pensé fue que tal vez era una de esas experiencias paranormales que les sucede a las personas que sufren accidentes repentinos y ven una luz en un túnel.

«Oh, rayos. Que no sea el túnel». Pensé, tontamente.

Lejos de sentirme exaltada, desorbitada o atónita. Mi primera reacción fue bastante distendida. Muchas veces reaccionamos de la forma más inusitada ante situaciones fuera de lo común. Tal vez un ataque de pánico hubiera sido más adecuado, pero la realidad fue que no fue mi caso.

Un par de estrellas iluminaba tenuemente el cielo negruzco al lado de la luna llena, la calle estaba desierta y tranquila. Nada fuera de lugar que llamara la atención de una transeúnte distraída como yo. Y eso debe ser algo que alguien debería advertirnos: que muchas veces, los sucesos que cambian nuestras vidas drásticamente vienen sin previo aviso.

Si no hubiera tenido mi vista prendada en el cielo y me hubiera percatado de esa luminosidad antes, tal vez esto hubiera sido sólo una experiencia anecdótica. Y todo hubiera sido diferente. No hubo sonido, no hubo una explosión ni ninguna canción de fondo mágica que delatara que iba a suceder algo extraordinario. Uno esperaría cosas así para estos eventos. Pero no. Fue tan simple que fue hasta ridículo.

Pero si no hubiera sido así, entonces no habría historia.

Ordenando un poco las cosas. Mi nombre es Dala y ese día, mi vida se dividió en dos partes.

Nunca me había calificado como una aspirante a las olimpiadas, pero siempre me había gustado el deporte. Tal vez porque siempre había sido buena en casi todo, y para las competencias, muchos trofeos ya fueran de oro o plata, ya tenían escrito mi nombre.

Así que el tema de la competencia de natación a nivel de toda la escuela no me era ajeno. No era que subestimara a mis demás compañeros. Una cosa era subestimar y otra era ser realista. Yo sabía que nadie en todo mi grado podía hacerme guerra en una piscina. La natación era, por sobre todos, mi deporte favorito. Era una sirena en el agua, no de las que cantaban, claro, sino de las que ganaban trofeos de natación. Así que aquel asunto del torneo me lo tomé muy tranquilamente.

Pero aquella tranquilidad duró hasta que me llegaron rumores de que Melissa Marcan estaba entrando en la competencia.

Mi conmoción se debía, en esencia, a que Melissa «pestañas perfectas» Marcan había batido records Guinness extraoficiales en ser una odiosa, chismosa y vil traicionera. Experta en fingir candidez y al segundo siguiente criticar desde la forma de vestir hasta la forma de caminar de todos. Sobraba decir que no estaba en mi lista de las mejores personas del mundo; y para aquellos que la habíamos observado lo suficiente, sabíamos que lo que más le gustaba era que todos la adorasen. Ganar una competencia de natación le concedería un pedestal para ser el centro del universo. Y muy probablemente, esa experiencia le daría alas para mayores ambiciones. Hoy un trofeo de natación, mañana el mundo.

Podría decirse que aquella situación hirió un tanto mi orgullo. Es decir, ¿cómo podía ella siquiera pensar que podía ganarme? Estaba claro que no podía dejar las cosas así. Estaba segura que podía vencerla sin problemas, pero si no dedicara un tiempo prudencial para practicar, hubiera insultado las reglas de la sana competencia... Claro.

Y fue entonces que me decidí por asistir a la piscina pública un par de veces a la semana. Ya lo hacía esporádicamente, en realidad no era la gran cosa; sin embargo, sólo podría hacerlo durante las noches debido a mis otros deberes. Así empezó mi rutina semanal.

Viéndolo en retrospectiva, en esa época de mi vida realmente no me aquejaba ninguna preocupación importante más que los exámenes, las competencias, los problemas de mis amigos y los líos de mi amiga Sara. Si es que estaba consagrando mi tiempo sólo para ver la cara de derrota de una tipa desagradable, de verdad debía de estar rodeada de actividades triviales. De cualquier manera, ese fue uno de los últimos momentos en que mis consternaciones iban a girar en torno a ese tipo de tonterías. Porque sólo nos damos cuenta de lo ridículas que han sido nuestras inquietudes cuando de pronto sucede un hecho verdaderamente importante. Y éste iba a ser el más importante de todos.

Ese día, ese fatídico día, terminé mi práctica en la piscina y me dispuse a regresar a casa. Mi cabello aún húmedo me daba una sensación de frescura con el aire templado de la noche. Mi mente divagaba entre los nuevos capítulos de las series que me faltaba ver, y la lista de tareas que me faltaba cumplir.

A veces se dice que las personas tienen corazonadas cuando están a punto de ocurrirles algo significativo, pero eso no se aplicó conmigo.

Fue entonces cuando sucedió.

Cuando me percaté de esa luz, ya había dado un paso al frente y simplemente la atravesé por inercia. A veces las vidas cambian con un simple acto involuntario.

Me asaltó la misma sensación que uno tiene al cruzar el umbral entre un ambiente con aire acondicionado a otro caluroso. De repente, un bochorno de aire tibio me golpeó en la cara. Pero el cambio de la temperatura fue lo menos importante, de pronto la quietud de la calle había desaparecido. Ya no había veredas, ni faros, ni casas... todo había sido súbitamente reemplazado por lo que parecía ser una suerte de bosque nocturno. Las siluetas de extraños árboles me rodeaban; y a mi alrededor se escuchaban sonidos suaves de aves que no había oído jamás.

A decir verdad, mi reacción fue bastante lenta, como el desconcierto que se tiene al ver un final que no se había esperado en una película. Me paralicé por completo, y recorrí con paciencia el escenario. Por un momento pensé que me había desmayado sin haberme dado cuenta y que mi cerebro me había trasportado a una pesadilla bien vívida.

Sin embargo, si era un sueño, no estaba despertando, si era un túnel, no estaba avanzando. La incertidumbre evolucionó rápidamente en pavor y luego, una terrible oleada de terror me asedió ante el aturdimiento y la ignorancia de qué había sucedido o dónde me encontraba.

Tal vez me había golpeado la cabeza, tal vez había perdido la memoria y había caminado sin sentido hasta aquel lugar. Tal vez estaba teniendo alucinaciones. Miles de explicaciones empezaron a nacer en mi cabeza y lo malo fue que aparecieron todas al mismo tiempo y ninguna me parecía coherente.

En medio de mi desorientación me quedé de pronto prendada de algo. El cielo era completamente distinto del que había visto hacía unos segundos. Era como un manto azul salpicado de escarcha plateada, ostentando millones y millones de estrellas, algunas más grandes que otras, como si fueran granos de azúcar centelleantes. Y coronándolas estaba una inmensa luna llena, más grande y hermosa de lo que nunca antes la había visto.

Wow... —solté en un susurro.

«O tal vez, es sólo un sueño». Se me ocurrió.

No era posible que una imagen tan impactante viniera de un túnel estúpido o un golpe amnésico. Tenía que ser un sueño, uno de esos súper geniales de los que uno se despierta con una sonrisa.

Y no tuve mejor idea que sacar mi celular para tomarle una foto. Horas más tarde, concluí que debí repensar el problema que tenía en frente en ese momento con más insistencia. Hacerme más preguntas, como ¿en qué segundo me había dormido? ¿Por qué se sentía tan real? ¿En dónde demonios me encontraba en verdad?

Pero para ese momento ya estaba convencida de que estaba en el creativo universo onírico de mi mente. Muchas veces preferimos contentarnos con explicaciones rápidas para no afrontar el golpe de la realidad. Y eso fue un error garrafal.

No llegué a dar el click. De repente me asaltó una sensación de entumecimiento en todo mi cuerpo. Todo se ennegreció justo después de que pudiera percibir el eco de unas voces a un volumen extremadamente bajo.

—¿Quién eres tú? —Lo único que pude distinguir fue la voz de un muchacho. —¿Cómo llegaste aquí?

Había una extraña exigencia en esa voz, pero no pude saber más, sólo que caía y caía. Aquella fue la última vez que dormiría tranquila en mucho, mucho tiempo.


Plenilunio (versión borrador)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora