7. El concurso de las misiones

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Así que de repente estaba sumergida en el libro de Harry Potter, y yo era Harry y Leo era Snape, y yo acababa de descubrir que todo ese bendito tiempo, aquel personaje tan odioso en realidad había sido mi aliado.

O algo parecido.

Después de descubrir que Leo era una Madre Teresa de Calcuta encubierta, no dejé de cuestionarme por lo mal que lo había juzgado. Aunque tampoco fui muy dura conmigo misma, el sujeto no ayudaba mucho para dejar una buena impresión. Es decir, para ser de esas personas que tienen un corazón de oro pero quieren ocultarlo al mundo, pues hacía un excelente trabajo en lo segundo. Aunque tampoco era una bondad de persona.

Lo que Ulina me había mencionado no dejaba de darme vueltas en la cabeza. ¿Así que él también había sido una falla porcentual? Tal vez por eso me había ayudado, tal vez se había sentido identificado con mi problema. Tal vez... o tal vez no.

La verdad era que no lo entendía; era un tipo que no dejaba ver nada de él mismo. Hermético. Ahora que sabía que tenía un lado benevolente, también podía decir que era misterioso.

—¿Cincuenta años? ¿Cincuenta? —inquirió Sétian escandalizado cuando les comenté a mis compañeros de división las condiciones de mi contrato.

Los cuatro estábamos sentados alrededor de la mesa separando unas bolitas negras de unas blancas, hubiera sido algo sencillo de no ser porque éstas eran del tamaño de las grajeas de los dulces. Nos veíamos estúpidos haciendo eso, pero esas esferitas eran "semillas de enriquecimiento instantáneo" o algo así. Y según había dicho Ulina, provenían del Mundo de la Noche Eterna y hacían algo especial. Algo que adivinaba, no debía ser normal.

—¿Acaso a ustedes les tocó menos? —pregunté.

—Los que llegan aquí generalmente es porque no han podido pagar un producto. Y lo normal es que nos toque diez o veinte años... tal vez hasta treinta si has sido bien bestia. Pero ¿Cuál fue el resultado de tu prueba?

—Que me dan asco las cucarachas y que soy una fábrica de insecticidas en potencia —mascullé con un resoplido. Ellos me miraron estupefactos y boquiabiertos.

—¿Eres una creadora? —preguntaron los tres al mismo tiempo, me sobresalté un poco por su reacción pero antes de que pudiera asentir, Sétian alzó los brazos en ademán de triunfo.

—¡Gracias Dios! ¡Tenemos dos creadores en nuestra división, todas las misiones serán nuestras!

Y empezó a agitar sus manos como si estuviera vitoreando a algún equipo.

—¿Esto es bueno? —pregunté un tanto confundida por su reacción.

—No es bueno para ti —puntualizó Ulina.

—Pero sí para nosotros —replicó Sétian aún celebrando—. Hay divisiones que ni siquiera tienen un creador ¡Y siempre priorizan a los que tienen creadores para asignar misiones!

—Leo no nos ha mencionado nada de esto —comentó Aluz, perplejo.

—Sí, qué raro. Él siempre viene corriendo a contarnos todo.

Ese comentario sarcástico de Sétian era bastante parecido a lo que yo estaba pensando. Definitivamente no conocía a Leo tan bien como ellos pero no me daba la idea de que fuera una persona que compartiera sus novedades con los demás.

Aluz iba a decir algo de lo que nunca pude enterarme porque la puerta de la oficina se abrió y Leo apareció, como siempre de negro, con un par de folders bajo el brazo y una cara más blanca de lo normal, síntoma de un reciente desvelo. Todos nos callamos y reanudamos nuestra tarea. Barbotó un saludo general para todos y se dirigió a su escritorio.

Plenilunio (versión borrador)Where stories live. Discover now