24 | C A P I T U L O

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¡No te soporto!, renuncio.
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CLINTON:

—Con mi prometida. Tengo una boda que planear. —Hablé intentando ocultar la amargura que sentía.

Salí de su habitación y la dejé sola.

Aunque no quería que eso sucediera, aunque mi plan era buscar una excusa para quedarme en su sillón a pasar la noche, no pude, en esos instantes era yo el que debía estar solo... quería estar solo.

Caminé lentamente hasta llegar a la salida en donde abrí y cerré la puerta de su apartamento para irme de una vez, admito que aún llevaba sus palabras rondando en mi cabeza, una y otra vez se reproducían en mí.

Desde un principio solía preguntarme cómo es que Aria aún no captaba lo que sentía por ella, aún no entendía, no cabía en mi cabeza; ¿cómo es que ella no captaba que...?, las veces que la he querido besar es porque hay algo en mi interior que lo provoca.

Además, sé que soy muy obvio, y he sido así con ella siempre, pero al parecer tengo que explicarselo con manzanas, peras y si es posible con sandías para que entienda. Aunque, eso ya no tiene importancia, porque al final si llegara a decirle ésto directamente, definitivamente no tendría sentido, si ella no me quiere, no la puedo forzar, ni mucho menos poner en riesgo la amistad que con mucho esfuerzo logré formar tras años de rivalidad.

Literalmente eran sueños de drogadicto lo que estaba teniendo si pretendía que Aria se iba a tirar sobre mí al decir eso.

Seguí caminando con pasión por vida —nótese el sarcasmo— hasta llegar al ascensor. Y justo en el momento que este abrió sus puertas vi al espectro frente a mí.

—¿Qué haces aquí? —inquirí con hastío.

Sabía que le había prometido a Aria que la ayudaría con Angelov, pero era muy difícil para mí lograr cumplirlo.

—La pregunta es para ti, ¿qué haces tú aquí? —preguntó molesto con un tono altanero.

¿Por qué será tan imbécil?

Porque tiene el apellido Baker bien impregnado.

—Cuidaba a la mujer que te atreviste a levantarle la mano, a la que insultaste y la dejaste sola cuando más te necesitaba, la cuidaba de las lenguas venenosas de nuestro mundo. Mientras tú... ¿que hacías? —dije con la irritación presente en cada palabra.

—No quiero que te acerques a ella. —Soltó acercándose a mi rostro.

Quería darle un puñetazo y dejarlo inconsciente, quería escupirle veneno en la cara a ver si así le seguía gustando a Aria, pero... sinceramente no pude, por ella no lo hice.

—Ella es mi amiga, ella es quien lo va a decidir, de eso estoy más que seguro. Asi que, como soy hombre de palabra, Aria ahora vive en el número doscientos treinta y siete, ve y pídele disculpas por ser un gran idiota. —Pasé por su lado para adentrarme al ascensor.

No lo iba a enfrentar, no lo iba a frenar, solamente dejaría que ellos estuvieran juntos aunque me costara un pedazo de mí.

Al girarme en el ascensor miré a Angelov, que de hecho tenía algunos moretones por su rostro y un pequeño corte en su labio, lo cuál no me importó. Este al mirarme lo hacía con perplejidad y confusión, no se esperaba eso de mí, estoy seguro.

Pensé que todo acabaría ahí, pero antes que las puertas se cerraran él dijo:

—Gracias, gracias al menos por dejarme algo que en verdad quiero.

Secretaria de Clinton Baker ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora