|| C A P I T U L O D I E C I O C H O ||

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Adiós
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CLINTON:

En memoria de Jennifer Lorens y su hija Evy Baker, que en paz descansen por toda la eternidad.

Lo leo, no sé cuántas veces, pero sé que son muchas. Ayer fue cuando las vi muertas, hoy es su funeral, hoy las miro siendo enterradas, a ambas, ninguna con vida…

El día me parece triste y aburrido a pesar de verse bien, nubes despejadas, sol brillante, fresco y a la vez caluroso, aves canturreando alrededor, siendo ajenas al dolor que siento.

Aunque ni siquiera sé cómo me siento, hay algo que en éstos momentos me impide llorar, quizá porque lo hice hasta el amanecer. Quizá mi mente se bloqueó y ahora solo permanezco en éste lugar. Rodeado de personas que dicen ser familia, que dicen ser amigos, que dicen sentir tu pena, que dicen saber lo que sientes, pero no, nadie sabe como me siento, porque ni yo lo sé exactamente.

Ya. Están bajo tierra. Nunca más las veré de nuevo. A pesar de que no me llevaba bien con Jennifer, a pesar de todo lo que hice, en éstos momentos sé que le tengo aprecio, y a la vez siento vergüenza, siento culpa, por mí ella está muerta, por mí ya no podrá seguir su vida, por mí culpa ella…

Y ni hablar de Evy, mi primogénita, mi hija… ella. A quien la vi muerta en mis brazos, a la que rogué que volviera a la vida cuando ingresé a esa sala destrozado tras la noticia, a la que le lloré una y otra vez creyendo que me estaba jugando una broma desde ya, a la que amo a pesar de que solo viviera unos segundos, a la que se acaba de llevar un pedazo de mi alma a la tumba.

Dos mujeres que acaban de enterrar una parte viva de mí.

De pronto sentí unos brazos rodearme la espalda. Sabía de quien eran, y a pesar de  ello no podía devolverle el gesto, no podía a pesar de que no era su culpa.

—Me duele el pecho —me presionó más a ella— me duele el corazón—volvió a decir con su voz ronca por el llanto— me duelen los ojos, me duele respirar, me siento cansada, agotada… y si eso siento yo, de verdad que no imagino que debes de sentir tú.

En ese momento creo que ella acababa de describir una parte de lo que sentía, una muy pequeña, pero lo hizo.

—No me servirá decirte alguna cosa, solo tienes que saber que ésto—ajustó su agarre a mi cintura— lo haré para ti siempre, sostenerte, evitar que te derrumbes. Siempre y cuando me lo permitas, porque lo necesitas, me necesitas tanto como yo te necesito a ti.

Sentí como si sus palabras hubiesen sido una llave, en ese momento Aria había logrado que mis sentidos se activaran, y que justo en ese instante sintiera como mi pecho se contraía muy lenta y dolorosamente, como mi garganta sintió un peso y un dolor que me hacía querer tragarlo y no sacar a la luz lo que tenía atrapado, como mis labios se secaron, mi nariz se enrojeció y mi vista se empañó.

Fue entonces cuando lo dejé salir.

Caí de rodillas siendo vencido por el peso de la culpa, arrastrando conmigo los únicos brazos que me querían y se negaban a dejarme solo. Coloqué mis manos sobre la tierra fresca y húmeda que ahora encerraba dos cuerpos que no saldrían a la luz nunca más.

No tardé mucho en dejar salir las lágrimas que mojaron la tierra en una cantidad tan poca para la gigantesca ola que sentía en mi interior, no tardé mucho en dejar salir las palabras que habían atravesadas en mi garganta en forma de un grito que me desgarró la misma. No tardé mucho en descargar mi enojo, mi ira, golpeando una y otra vez la tierra inocente, para luego comenzar a descargarla en mi.

Secretaria de Clinton Baker ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora