40. Inesperado

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¿Cuántos aquí creían que era broma cuando decía que solo yo sabía conducir en las emergencias?

Durante años, los momentos de tensión fueron templando mi carácter. Me hicieron inmune a perder la cabeza. Porque así lo necesitaba, así me necesitaban ellas en las crisis. En algún punto lo conseguí: conseguí que mi mente trabajara a mil por segundo, que estudiara todas las opciones y posibilidades para sacarnos de apuro, pero con las manos firmes como roca.

Sin temblores.

Sin llanto.

Sin pánico.

Exactamente como ahora.

Sentí mis manos hormiguear sobre el volante del auto, así que lo apreté con premura y aceleré un poco más en la vía. El retrovisor solo me ofrecía una vista desesperada de las chicas pasmadas y asustadas.

Ella solo gritaba y lloraba.

—¡En qué mierda estabas pensando!—gritó Ámber sosteniendo su mano, tomaba sus signos vitales y trataba de mantenerle los ojos abiertos. Ella también lloraba sobre su amiga.

—No es momento para reprocharle cosas —Esther se debatía entre llamar, o no, a sus padres.

Después de todo, lo que ella había hecho no se trataba de ningún juego: había atentado incluso contra su propia vida. El aire salió de sus pulmones, ella debió estar ahí. Ella debió estar ahí para ella, pero no pudo.

Estaba tan malditamente enfrascada en hacerse la dura, por primera vez en su vida, que abandonó a las chicas. Artemis conocía esos sentimientos, pero también sabía que no eran del todo ciertos.

Un calambre la golpeó desde adentro, el volante se deslizó un poco entre sus dedos.

Todas en el auto gritaron.

—¡Artemis! —pero esta ya había recuperado el control. 

Se negaba a hablar y perder concentración. Después de todo, tenía que evadir muchísimos obstáculos y tratar de no ser vista por los puntos policíacos.

—¡Estamos bien! —chilló en respuesta. El olor a sangre disparaba su pulso.

No podían ser detenidas ahora.

Ella debía conducirlas hasta el hospital.

Ella tenía que salvarlas.

Entonces, sin poder evitarlo por más tiempo, elevó sus ojos al espejo retrovisor e interceptó con su mirada. Los ojos verdes más filosos e impolutos que había conseguido conocer en su vida. 

Una vez más: verde contra café y azul de sus ojos.

Tragó duro.

Ella la quería, la quería de la misma forma en que quería a todas las chicas asustadas dentro de ese auto, era su amiga. No pensaba dejar que algo malo le pasar a partir de ahora.

Quiso regalarle un vestigio de sonrisa, algo esperanzador a lo cual sujetarse, pero todo en la chica que reflejaba el espejo estaba roto.

Roto de la única forma en que jamás pensó mirarla: no era el dolor de sentir su cuerpo quebrantado, no era dolor por los espasmos y la sangre que emanaba de su cuerpo.

Katherine sentía dolor en el pecho, específicamente en su alma, por haber intentado abortar a su bebé.

Mantén los ojos abiertos, Kath.

Artemis aceleró un poco más, sabía lo que venía, una curva más y la imponente edificación del Hospital Memorial aparecía frente a ellas.

#1 | Boulevard de los Corazones RotosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora