44. Desdicha

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¿Nunca se han sentido desdichados? ¿Verdaderamente desdichados?

No de una forma común, la forma que viene por una situación amarga que tambalea el curso de tu día. Sino como si padecieran de una tristeza ilógica, pero crónica. Algo que se aloja en ti de un momento a otro.

De repente, das varios pasos en el pasillo de la Universidad y, como un escalofrío que recorre tu columna, empiezas a sentirla oprimiendo tu garganta. Buscas aire, buscas cómo explicar o disipar la sensación, pero se siente imposible. La desdicha enfría tus manos antes de abrirle la puerta a los sucios amantes: la desesperación y la paranoia.

La fase de la desdicha donde tu corazón marca el ritmo del bucle de pensamientos negativos.

Hay personas que se marean.

Hay otras que lloran.

Yo, particularmente, me paralizo.

Me paralizo porque todas las veces, y ojalá hubiesen sido pocas, que sentía la desdicha abrazarme de pronto, sabía que algo malo estaba por ocurrir.

Tarde o temprano. 

La desdicha era mi mal presagio.

Mery salió de la habitación cerrando la puerta a su espalda, se sentía agotada y sumamente preocupada. No entendía cómo era posible que la señora Andrómeda hubiese contraigo un virus. 

Ofreció el termómetro a la joven pelinegra que esperaba en el suelo de aquel oscuro pasillo.

—¿Cómo se siente? —soltó observando el objeto entre sus manos. Aquel instrumento indicaba que la fiebre aún no había cedido— ¿Le dijiste que tomara más agua? ¿Tiene suficientes almohadas? ¿Cómo está su tensión? 

En aquel punto, Artemis se había masticado las uñas hasta dejar sus dedos adoloridos. Mery la sostuvo por los hombros, constantemente había tenido que recordarle que respirara hondo y se calmara. Artemis no solía actuar de esa manera, no era la primera gripe que padecía su abuela, muchísimo menos la más grave que había sufrido. Sin embargo, había algo que no le permitía mantenerse en calma.

Sentía que no podía bajar la guardia, no podía descuidarse. Ella, por algún motivo, se encontraba en alerta permanente. Desde entonces, todo lo que ocurría lucía sospechoso e inseguro. 

Miró los críticos ojos de la enfermera y supo que Mery estaba deseando zarandearla con fuerza para que volviera en sí. Ella también tendría ganas de golpearse si estuviera en su lugar, pero no lograba calmarse. 

Su corazón latía urgente y desesperado dentro de su pecho.

—Todo está bajo control —le aseguró por tercera vez en aquel par de horas. 

La fiebre se había presentado de manera espontánea en el comedor hace varios días. Solo así, sin motivo aparente. Desde entonces, Artemis y Mery habían decidido aislar a su madre de manera preventiva y limitar el acceso a la habitación de su abuela, no podrían permitir que la gripe de propagara por la casa, tampoco dejarla en contacto con el agente que lo causó.

>>Si no te molesta, creo que me quedaré esta noche para vigilarla.

—Yo puedo hacerlo.

Mery la miró con ternura esta vez:—Sé que si —le aseguró—, pero este ahora es mi trabajo, señorita Artemis, no el suyo.

Su abuela y su madre siempre serían su responsabilidad, quiso decir.

La robusta enfermera volvió a intervenir:

#1 | Boulevard de los Corazones RotosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora