Capítulo 8

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Ya en casa de Helena, instalada, repaso mentalmente todo lo que viví estos últimos dos días

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Ya en casa de Helena, instalada, repaso mentalmente todo lo que viví estos últimos dos días. ¿Qué está pasando? Esta situación ya me está cansando, soy una persona que desconfía de las personas, lo admito, pero estos días ¡Dios! Desconfío hasta de mi propia sombra. También me preocupa mi familia y Helena, no quiero que les pase nada.

La puerta se abre, por ella entra Helena, ya vestida para dormir con un pantalón corto rosa gastado y una remera de tiritas blanca con puntos negros. Lleva su larga melena rubia húmeda, en sus pies un par de pantuflas de conejitos azules.

—¿Cómo estás? —pregunta entre un bostezo.

—Bien, creo. Estoy preocupada, tengo miedo de que me pase algo, o a ustedes.

—Podemos ir a la policía —suelta de golpe, sin rodeos—. Esto hay que denunciarlo, Kila, no es normal. Un lunático anda suelto ahí fuera acosándote.

—¿Y cómo les explico que veo a un hombre con ojos rojos en mis sueños o en los espejos?

—Eso lo podemos ignorar, por el momento. Puede ser producto de tu cerebro al estar constantemente paranoica.

—Sí, tal vez sea eso —concuerdo.

—¿Comemos algo? Tengo hambre —se ríe. Yo asiento.

Desaparece y vuelve con un plato lleno de porciones de pizzas frías. Lo deja sobre la cama y se sienta a mi lado. No lo pienso dos veces, tomo una y la devoro.

—¿Tu mamá y hermanito?

—Mamá se fue a dormir hace rato, dijo que hoy fue un día agotador en la iglesia. Y Uriel está abajo jugando.

—¿No les molesta que me quede? —Le doy una mordida a mi nueva porción.

—No, está todo bien. No molestas, a mamá le caes bien.

Terminamos de cenar, Helena se lleva el plato y yo me acuesto. Ella vuelve, se acomoda a mi lado y se queda dormida apenas apoya la cabeza en la almohada.

Miro durante un buen rato el techo y los distintos dibujos en las paredes hasta que me quedo dormida.

Frío.

En todas partes.

El aire que respiro se combina con la humedad del ambiente, los párpados me pesan. Mi cuerpo se encuentra sobre algo mojado, abro los ojos y todo está negro.

Parpadeo varias veces para aclararme la vista. ¿Dónde estoy? Con las manos toco el lugar en el que estoy acostada.

Tierra.

¿Tierra? ¿Qué está pasando? ¿Dónde estoy? ¿Por qué está tan oscuro? Me levanto y miro a los alrededores. Doy unos pasos, caigo al no ver una piedra frente mío.

¿Alguna vez tuvieron esa sensación de que una mirada pesa sobre su espalda? Porque es lo que siento en este momento. Me pongo de pie y escaneo todo a mi alrededor.

—No tendrías que estar en este lugar —dicen desde alguna parte entre la oscuridad, su voz es gruesa y algo rasposa. Juraría que en ella hay una pizca de antigüedad.

—¿Quién está ahí? -Por primera vez en mi vida, no me falla la voz—. ¿Dónde estoy?.

—Creí que lo reconocerías, ya has estado en este lugar.

Vuelvo a mirar, y sí, tiene razón, ya he estado en este lugar.

El Bosque.

¿Cómo llegué a este lugar? ¿Qué hago acá? ¿Y Helena?

—¿Tú me trajiste a acá?

—Tal vez sí, tal vez no. ¿Quién sabe? —Suena desinteresado.

—¿Qué has hecho con Helena?

—¿La rubia que ronca? En su casa, supongo. Ahí quedó cuando viniste hasta el bosque.

Sin un punto en específico pregunto:

—¿Eras tú?

—Sé más específica.

—El que me acosaba.

—No, pero si es lo que quieres con gusto lo soy.

¿Qué mierda?

—Quiero volver.

—Y vuelve —habla con indiferencia.

—No... No sé cómo, la última vez me ayud... —Hago silencio.

¿Cómo se llamaba? ¿Frank? ¿Frenz? Mierda, tendría que haber prestado más atención a eso y no tanta a su aspecto. No creo que esta persona sea la misma que la vez pasada, las voces son diferentes, a menos que esté jugando.

—¿Eres el que me ayudó a salir? —No estoy segura, pero necesito preguntar. El extraño produce un sonido raro con su garganta.

—No. ¿Por qué lo haría?. —Detecto desinterés.

Ya vasta, Kila, pareces un pollito mojado con miedo, esta no soy yo. ¡Esta no soy yo!

—Muéstrate —exijo.

—No está en condiciones de exigir nada, señorita.

—Por favor, es extraño hablarle a la nada.

Silencio.

La oscuridad disminuye, solo un poco, permitiendo entrar un delgado hilo de luz proveniente de la luna, a través de las grandes y tupidas copas de los árboles. Los sonidos de la noche se hacen presentes en mis oídos, la imagen de las hojas acumuladas en el suelo húmedo con algunas rocas es cada vez más clara. Apoyado contra el tronco de un árbol, distingo una figura alta.

Mis instintos se ponen alerta, ¿qué hago? ¿Corro? Podrías ser. ¿O lo ataco? Definitivamente no, Santo Cielo, ¿en qué estoy pensando? ¿Cómo lo voy a atacar? La primera opción es la mejor.

Con disimulo doy unos pasos atrás y antes de que pueda ver el rostro de la persona misteriosa... corro. No sé como, ni tampoco a dónde, pero corro.

No llego muy lejos porque piso un charco de lodo resbaloso haciendo que caiga sentada.

Escucho pasos y una risa baja detrás de mí, miro sobre el hombro y lo veo acercarse. Ya no me importa estar en el suelo, ni el dolor que siento en mis nalgas por el golpe, tampoco me interesa el lodo sobre mi cuerpo porque me pierdo en la oscuridad tan profunda de sus ojos.

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