Empeora con el llanto

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De los árboles cuelgan los niños.

La fruta se despegó de su frágil tallo y el pájaro salió volando, espantado, las hojas chocaron ligeramente contra sus alas. Después de media hora las hormigas convirtieron la manzana verde en su festín. Pequeñas caminantes. Las sentía sobre la mitad de mi cara, moviéndose alrededor de mi ojo, entrando por alguna caries y saliendo por el túnel de mi oído, como si fuera un hormiguero andante, pero compararme con uno hubiera sido soberbio, yo tenía poca trascendencia, hubiera sido reconfortante sentir que era hormiguero, porque en él todos los organismos microscópicos tienen un orden, una armonía de trabajo, cada grano de tierra que forma un hueco o una estructura tiene una función. Pese a las hormigas de mi rostro, yo no era hormiguero, era fruta, todos mis vacíos no me convertían en el conjunto armónico de algo, sino en un caótico e inútil huésped, incompetente porque no nutre solo a quienes lo componen, en el caso del ser humano, eritrocitos, plaquetas, cientos de versiones diferentes de células, yo, como huésped, alimentaba a algo más, aunque, a diferencia de las hormigas que pasaban por encima y alrededor de la fruta, no tenia idea de cual era la forma de aquello...

Así me contemplé, colgada del cuello, sujetada con una soga de la rama de aquel molle, yo era el cadáver y al mismo tiempo no, cambiaba de forma, a veces era una Simone niña, otras una de mi edad, nunca era anciana. La Simone del árbol estaba azul, la otra estaba sentada en el suelo, una tenia los ojos cerrados, otra observaba desde la vida.

¿Qué era un condenado? Aun no lograba comprenderlo, la palabra latía en mi cabeza cada noche, cuando la caja roja iluminaba el lugar. 

Sin saber bien lo que era un condenado me sentía identificada, muchísimo más que con mi nombre; de ello ya se había percatado Anónimo, quien en varias ocasiones tuvo que repetirlo para que yo volteara o le hiciera caso. En última instancia terminaba llamándome por mi apodo "Mono" o "Mona". Simone... Simona... Mona; los jailas del colegio al que mi tia me obligó a ir eran "tan creativos" para los apodos... Solía ser tan agresiva en colegio.

El no poder escuchar mi nombre fue catalogado como un problema auditivo, pese a no existir ninguna cuestión física que lo explicara. Esta condición había empeorado y ya no solo se aplicaba a mi nombre, también a cualquier cumplido que alguien me hiciera, simplemente no podía escuchar con claridad y en ocasiones hacerlo equivalía a dolor, extrañamente esta condición empeoraba con el llanto.

Lo descubrí porque alguna vez me fui a la cama llorando de miedo. Como el brillo de la caja había empezado a invadir toda la casa, durante la noche sentía que nadie me podía proteger, porque con aquella luz se abría una especie de realidad alterna donde lo único que existía encerrado en esas paredes era yo... y "lo otro", sin amigos que me mantuvieran calmada, sentir esa soledad... hacia que somatizara muchos dolores en mi cabeza, de allí provenía el hormigueo, pensar en la habitación de en frente era inevitable y me hacía daño, me provocaba tanta tensión que lloraba sin notarlo, estaba encerrada con otro ser, más poderoso que yo, otro ser de naturaleza lejana a este mundo que tenia conceptos totalmente distintos de crueldad, de dolor, o de placer, o era probable que en yo me encontraba en una realidad donde esas palabras tenían el mismo significado.

Mi yo condenado, colgada del árbol, abrió aquellos ojos de pupilas blanquecinas, me miró fijamente, con la cabeza ladeada a causa de que tenía el cuello roto. Traté de buscar en sus gestos algo que me diera una pista... sobre si era una aliada o una enemiga de mi lucha futura.

Al no tolerar el contacto visual, la que cerró los ojos fui yo, escuché al condenado surrarse, imaginé sus entrañas disfuncionales soltar el aire hacia el esfínter, también pude oír que trataba de hablarme.

Un pitido en mis orejas se intensificaba y luego disminuía.

En el sol, mis pedos y los de ella peleaban entre sí, compitiendo por cual saldría primero o si lo harían de manera estruendosa. Las flatulencias achicaban el espacio de otros órganos, prensaban la vejiga, provocaban una ligera incontinencia en alguna parte de la uretra. No quería seguir contemplando a la ahorcada, ni continuar con el concurso de pedos que no suenan, asi que me puse de pie y se filtraron unas cuantas gotas de orina en mi entrepierna cuando me levanté. No comprendía la metáfora de aquello, mi cadáver ahorcado, yo había muerto apuñalada por mi misma...

Troné los dedos y el hormigueo de mi cara disminuyó, al mismo tiempo que el cadáver ya no estaba, como si fuera un trance de hipnosis sobre el que a veces tenía el poder, o como un sueño del que despertaba sintiéndome algo ebria sin razón.

Mareada, pensé en lo dijo Anónimo al revisarme el oído en la mañana y fruncí el ceño: "Cuando hablé del cuento de Barba Azul no era una analogía sobre tu y yo, era una sobre tú y tú"

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Sigo sin comprender como hay tantas chicas que publican cada semana, siempre digo que seguiré sus ejemplos y quedo como clown 🤡.

En fiiiiin... Si escriben, háganlo principalmente para sí mismos, es decir, porque se sienten felices al hacerlo, eso los hará muy fuertes💪

No saben cuánto aprecio que me lean.

Manténganse resilientes🤗.

Los quiero. ❤❤❤

Los Cuatro AstutosWhere stories live. Discover now