Reanimación

78 1 0
                                    

Hace tres años

Decidí no abrir los ojos, había sequedad en ellos, todo en mí era un páramo desolado, mis tejidos eran los de una fruta deshidratada; hacía mucho calor pero el aire estaba fresco.

Escuché ruidos provenientes de alguna parte de la habitación, pasos ligeros y demasiado sigilosos que me provocaban desconfianza.

Alguien corrió las cortinas, la luz del sol me dio en la cara, cerré los párpados con mucha más fuerza y aunque intenté voltearme, fui incapaz, yo era una roca, o tal vez una mantis religiosa a punto de ser disecada, clavadita en plastoformo, me dolía el pecho al respirar, ¿el alfiler?.

- ¡Vamos niña, despierta! - me llamó una voz amable y masculina que me generó alivio automáticamente, tuve la certeza de que se dirigía a mi cuando se quedó de pie al lado izquierdo de la cabecera, tapándome la luz de la cara. Sin embargo, por el lado derecho percibí otra presencia que me enterneció, traviesa y jovial, colocó su mano extremadamente suave en mi hombro y me hizo cosquillas - No la toques, puede asustarse - ordenó el primero, con una inflexión autoritaria en su voz, y por tanto, no tuvo que advertir una vez más.

¿Asustarme? ¡Bah! Aguafiestas.

Asumí que la segunda persona era una niña introvertida, su actitud lo corroboraba, pero pocos minutos después de la orden del muchacho, hizo un sonido extraño con la boca, como si sacara la lengua. Retándolo, puso su mano en mi vientre, algunos músculos de mi cara reaccionaron y esbocé una sonrisa.

- Basta - Intentó quitar su mano pero no tuvo éxito ya que tenía mejores reflejos que los suyos, la recorrió hacia mi cadera, con ello, lo distinguí, no tenían extremidades suaves, sino recubiertas de un pelaje muy fino - No la toques sin su permiso, es la última advertencia - La niña volvió a quitar la mano, pero muy lentamente la posó en mi cintura, creo que ninguno se percataba de que yo estaba a punto de estallar de risa por el contacto de sus pelos sobre mi piel, aunque no sabía si sentirme indignada o tomarlo como un juego - No estoy bromeando, me quejaré y sabes perfectamente que no nos va bien cuando eso pasa - esta advertencia sólo provocó que empezara a mover sus dedos - Ya bast...

Me retorcí por las carcajadas que salieron bruscamente de mi estómago, quedé en posición fetal, comprendió que no me molestaba y continuó tocándome para provocar la misma reacción, no dejé de patalear y de reír.

El primer rostro que vi fue el de la niña. Creí que estaba frente a extraterrestres porque no eran físicamente parecidos a mí, me senté en esa camilla sin quitarle la mirada y le palpé el rostro, le quité los goggles redondos, era... ¿Dios? Tomé su cabeza entre mis manos y le besé la frente, siempre pensé que de existir un ente creador debía ser mujer.
El otro lucía estupefacto, quise abrazarlo, pero rehuyó el contacto enseguida, sacó un termómetro del bolsillo y me indicó que abriera la boca. La niña, que en realidad era una joven un par de años menor que yo, salió de la habitación haciendo una reverencia al estilo japonés, yo le devolví el gesto.

En cuanto se fue, puse mayor atención a los detalles del cuarto, no tenía muchos, semejaba una sala de operaciones relativamente grande. Frente a tanta blancura y asepsia, llamó mi atención un libro muy voluminoso de tapa carmesí y páginas amarillentas, se encontraba sobre la mesa, era muy difícil no reparar en él, pero decidí no preguntar, me distrajo el sabor a hierro en mi lengua, toqué mis pies, contemplé mis manos, los queloides de mi vientre y pecho, sonreí, había ironía en el hecho de sentirme como la aberración sobre la que escribió alguna vez Mary Shelley, sólo faltaba el sonido del órgano lúgubre que se utilizaba para las películas del siglo XX, o mejor, algún steadycam al estilo de Stanley Kubrick en El Resplandor, metiéndose en los pasillos y abriendo la puerta de la habitación para encontrarse con la escena surrealista de una chica llena de cicatrices al lado de su curandero peludo.

Los Cuatro AstutosWhere stories live. Discover now